– El problema de haberme hecho con una hermana es que ahora hay otra mujer que mete las narices en la intimidad de un hombre.

– Entonces hago lo que me corresponde -observó Olympia alegremente-. Vamos, ¿dónde estabas?

– En la celda de una comisaría del Trastevere -confesó tras un profundo suspiro.

Sin dar muestras de desconcierto, Hope se limitó a asentir con la cabeza y Olympia se echó a reír.

– ¿Y qué hacías allí?

– Me vi envuelto en una pelea y me arrestaron. Charlie estaba conmigo… Ah, él es el cuñado de Minerva.

Luke también se echó a reír al recordar la escena sin advertir que su madre lo miraba fascinada.

– Así que Charlie y tú estuvisteis metidos en una riña callejera. ¿Y qué más? -inquirió la madre.

– Minnie fue a sacarlo del calabozo. Ya sabes que es abogada, así que también se hizo cargo de mi defensa.

Las dos mujeres prorrumpieron en carcajadas.

– Cómo me habría gustado estar allí. ¡Mi hijo, un hombre de negocios y ejemplo de sensatez, metido en una riña de borrachos!

– No he dicho que lo estuviera.

– Desde luego que sí -afirmó Olympia y Luke apretó los dientes.

– No olvido cuando partiste a Roma dispuesto a enfrentarte a ella -observó Hope.

Más relajado, Luke la miró con una sonrisa.

– Y lo hice. Por desgracia, lo hice en una celda y con la camisa desgarrada. Como no llevaba el carné de identidad, Minerva tuvo que ir a buscarlo al hotel, junto con mi teléfono móvil y ropa limpia. Así fue como atendió tu llamada.

– Te habías guardado lo mejor, hijo. Sólo me contaste que te habías mudado a la Residenza. Bueno, así que os habéis hecho amigos. Lo digo porque acudiste a ella cuando Toni te llamó.

Luke vaciló un instante.

– No tuve que ir a buscarla, Mamma. Estaba con ella.

– ¿En tu cama?

– No, en la de ella. Minnie me ha estado cuidando en su casa. Pero no es lo que piensas.

– No pienso nada, hijo mío, porque en tu relación con esa joven nada parece seguir su curso normal. ¿Cuál es exactamente tu relación con ella?

– Ojalá lo supiera. Me siento muy cercano a Minerva, como nunca lo he estado con otra mujer. Sé que me necesita, pero no soy el hombre que ama.

Hope alzó las cejas.

– ¿Ama a otro hombre y comparte tu cama?

– No en el sentido que piensas. Durante la última semana ha dormido junto a mí como lo haría con su perro. Todavía está enamorada de su difunto marido, Gianni Manfredi. Falleció hace cuatro años, aunque cualquiera pensaría que fue ayer, tan atada está a su recuerdo. No, me parece que es más que un recuerdo, es un fantasma del que no puede escapar. Constantemente ronda sus pensamientos, todo el tiempo está entre nosotros. Por las noches la he mantenido entre mis brazos mientras ella hablaba de él.

– ¿Y eso es todo? -preguntó Hope en un tono incrédulo y ligeramente escandalizado.

– Sí, y me hace parecer un pobre hombre, ¿verdad? De acuerdo, soy un pobre hombre, pero es lo que ella necesita. O habla de él o se vuelve loca. Como no puede hacerlo con los otros miembros de la familia, me ha tocado ser su confidente.

– ¿Y sólo le sirves para eso, hijo mío?

Luke dejó escapar una risa irónica.

– Sólo le sirvo para eso. Esta noche, por un momento albergué la esperanza… pero no, no era a mí a quien abrazaba.

– ¿Y por qué no la dejas? Hay muchas mujeres en el mundo.

Luke guardó silencio un momento, pero cuando habló fue como si a través de sus palabras por fin hubiera descubierto la verdad.

– No, Mamma. No para mí. No hay otra mujer cuya sonrisa me llegue al corazón como la de ella, o que me haga desear lanzarlo todo por la borda con tal de verla feliz.

– En otro tiempo nunca habrías hablado como lo haces ahora -observó Olympia con suavidad.

– En gran parte te lo debo a ti. Fuiste la primera mujer que me interesó de verdad, aunque sabía que perdería la batalla, como así sucedió. Así que ya tengo experiencia suficiente para hacer frente al desdén de Minnie.

Olympia se inclinó hacia él y lo besó suavemente en los labios.

– Podría asegurar que ella no te desdeña.

– Continúa con la historia -pidió Hope-. Cuéntanos algo más del hombre con el que se casó.

– Minerva se culpa de su muerte porque esa mañana sostuvieron una fuerte discusión. Ella salió de la casa a su trabajo. Él la siguió a la calle, cruzó la calzada sin fijarse y cayó bajo las ruedas de un camión. Murió en sus brazos. Era un tipo de buen talante, amable y cariñoso. Se ganaba la vida como conductor de camiones, así que dudo que hubiera sido un hombre capaz de deslumbrar al mundo, pero Minerva se sentía amada.

– ¡Vaya! -exclamó Hope-. ¡Así que un camionero te ha ganado la partida! A ti, que sabes cómo deslumbrar al mundo pero, ¿alguna vez has sido capaz de enamorar tanto a una mujer como para que nunca se haya recuperado de tu pérdida?

– Ya sabes que nunca. Y no hace falta insistir en ello, Mamma.

– No, porque tú mismo lo has comprobado. Has dicho con mucha ligereza que lo dejarías todo por ella. ¿Eran simples palabras o verdaderamente lo harías? ¿Podrías hacer que te amara a su manera aunque no fueras capaz de ahuyentar al fantasma? ¿Podrías vivir con él entre vosotros, sólo por ella?

– Ése es el pensamiento que me atormenta. ¿Me ama o simplemente se aferra a mí por necesidad?

– Y si fuera lo segundo, ¿la amarías de todos modos? El amor no es como un libro de contabilidad, hijo mío. No siempre se recibe lo mismo que se da. ¿La amas lo suficiente como para contentarte con menos con tal de que ella se sienta feliz?

– Ojalá me conociera mejor, Mamma. Hace poco rato estábamos juntos aquí en el jardín y en un momento pensé que podría hacer el amor con ella. Pero algo me detuvo, algo aquí -dijo al tiempo que se llevaba la mano al corazón.

– ¿Qué fue lo que te detuvo, hijo?

– El fantasma estaba allí, y yo no podía librarme de él. Y si yo no soy capaz, ¿cómo podría serlo ella? Le dije que nunca haría el amor si no era el primero en su corazón, pero…

– ¿Y si nunca lo consigues? ¿Qué pasaría entonces? -preguntó Olympia con suavidad.

Luke guardó un prolongado silencio.

– No lo sé. ¡Que el cielo me ayude, pero la verdad es que no lo sé!


A la mañana siguiente, cuando Minnie estuvo lista para partir, fue a despedirse de Hope acompañada de Luke.

– Por supuesto que debes atender tu trabajo -dijo la madre amablemente-, pero debes volver pronto. Hijo, confío en que te encargues de traerla a casa.

Los otros hermanos se acercaron a la joven.

– Debes perdonarme por no recordar tu nombre. Anoche estaba con la mente embotada a causa del desfase horario -Franco se disculpó.

– Se llama Minerva Manfredi -dijo Luke.

Sólo el observador más sagaz habría percibido el estremecimiento de Franco al oír el nombre. Minnie estaba demasiado absorta en sus problemas como para haberlo notado.

Luke la acompañó al coche.

– En un par de días estaré en Roma.

– Quizá tu madre quiere que te quedes más tiempo.

– No puedo arriesgarme -repuso en tono ligero-. ¿Quién sabe qué travesura legal se te ocurrirá en mi ausencia? Llegaré lo antes posible. Cuenta con ello.

– Esperemos que hayan terminado de reparar tu apartamento -repuso ella en el mismo tono.

– ¿Tan ansiosa estás por echarme de tu casa?

– Adiós -dijo Minerva al tiempo que le alargaba la mano con una sonrisa formal.

– Adiós -respondió Luke sin saber qué decir o hacer.

Luego se quedó contemplando el vehículo que se alejaba y lentamente volvió a la casa.

Franco se encontraba en la escalinata, también con la vista fija en el coche de Minnie y una expresión de perplejidad.

– ¿Qué pasa? -preguntó Luke mientras entraban en la casa.

– Nada… ¿Dijiste que su nombre es Minerva Manfredi?

– Sí. ¿Has oído hablar de ella?

– Tal vez. ¿Y su marido se llamaba…?

– Gianni -dijo Luke. Franco aspiró una gran bocanada de aire-. ¿Qué sucede? ¿Lo conociste?

– No mucho, pero sí lo conocí. Nos vimos unas cuantas veces.

– ¿En Roma?

– No, aquí en Nápoles. Solía venir a menudo.

– Sí, transportaba mercancías de Roma a Nápoles y también a Sicilia.

– Puede que sí. Aunque también venía a ver a una mujer.

Luke alzó bruscamente la cabeza.

– Eso es imposible. Estaba felizmente casado hasta que falleció, hace cuatro años.

Franco se encogió de hombros.

– Es posible, pero te digo que aquí tenía una mujer y un hijo.

CAPÍTULO 12

– YO DIGO que te equivocas. Lo confundes con otra persona.

– El hombre que conocí se llamaba Gianni Manfredi y su esposa era Minerva, una letrada que ejercía en Roma.

Luke apuró de un trago su copa de coñac con la sensación de estar sufriendo un terremoto interior.

– Me niego a creerlo. Ella lo adoraba y aún lo ama.

– Bueno, el tipo se las ingenió para pasarle gato por liebre. La mujer se llama Elsa Alessio y su hijo, Sandro. La dejó embarazada cuando vino a Nápoles un verano. Entonces él tenía dieciocho años y nunca se habló de matrimonio. Elsa era una mujer divorciada, mayor que él y tenía dinero suficiente para ella y el niño. Por la forma en que Gianni se refería a aquella experiencia sentimental, nunca estuvieron enamorados. Simplemente fue una aventura de verano, y tras el nacimiento del bebé mantuvieron una relación amistosa.

– Vaya…

– A menudo venía a Nápoles. Entonces iba a verlos y luego regresaba a Roma. Cuando se casó, nunca dejó de visitar a Elsa con el propósito de darle dinero y ver a su hijo.

– Creí que dijiste que podía mantenerse sola.

– Bueno, no tenía necesidad de casarse con él, pero un hombre decente se ocupa de la manutención de su hijo.

– Bastardo -dijo Luke en voz baja.

– ¿Por qué? Gianni amaba a su esposa y lo que sucedió antes del matrimonio no era asunto de ella.

– Pero nunca se lo dijo.

– Desde luego que no. ¿Para qué herirla? Pero conocí a un amigo suyo que me contó que Gianni solía presumir de sus visitas a la madre de su hijo.

– Presumir, ¿cómo?

– ¿Qué crees tú?

– Tal vez tú puedas explicarlo, hijo mío -dijo Hope desde un rincón de la sala.

Franco se sobresaltó.

– Mamma, no sabía que estabas aquí.

– Evidente, de lo contrario no estarías diciendo tonterías. Minnie ha sido una invitada en esta casa. ¿Cómo te atreves a propagar esas historias?

– No lo he inventado, Mamma. Es cierto.

– ¿Y cuánto de eso en realidad es cierto? Tal vez lo único cierto es que hay un niño de por medio.

– Se jactaba de que podía disponer de Elsa cuando le apetecía.

– ¿Y tú sabes con certeza que decía la verdad? ¿Es que alguien puede creer todo lo que habla un mozalbete presumido? Escucha hijo, no quiero oírte hablar una palabra más sobre el asunto. Los rumores hacen daño a laspersonas y por ningún motivo quisiera que alguien hiciera sufrir a Minnie. Por favor, prométeme que te olvidarás de esto y no volverás a repetir una sola palabra.

– De acuerdo, Mamma. Lo prometo.

– Será mejor que mantengas tu promesa o te retorceré el pescuezo -amenazó Luke.

– Lo juro.

Franco besó a su madre y se marchó sin mirar a su hermano, que luego se acercó a la ventana y se quedó mirando a la terraza pensativamente.

– No puede ser cierto, ¿verdad? -preguntó a su madre tras una larga pausa.

– Bueno, los nombres son correctos. Puede que lo del niño sea lo único cierto en esta historia.

– Bastardo -repitió Luke-. Y ella piensa que es maravilloso.

– ¿Por qué te enfadas? ¿No te parece que esto soluciona tu problema?

– ¿Cómo?

– Buscabas una forma de alejar a Gianni de su corazón. Ahora la tienes. Basta con decirle que el marido que idolatraba la engañó.

– La aventura sucedió antes de conocer a Minnie, así que no veo dónde está la traición.

– Siguió visitándola cuando venía a Nápoles.

– Como haría cualquier hombre decente que no abandona a su hijo. Gianni guardó silencio para no herir a Minnie, porque era la única mujer que quería de verdad. Se necesitaría algo más para destruirlo ante sus ojos.

– Pero siguió durmiendo con esa mujer -indicó Hope-. Ahí está la traición. Cuéntaselo a Minnie y procura hacerque acepte la verdad. Entonces tendrás el camino libre.

Sin decir palabra, Luke se volvió a mirarla.


El teléfono de Minnie sonó a las once en punto de la noche.

– He esperado hasta ahora para no interrumpir tu tra bajo -dijo Luke.

– A esta ahora podría estar durmiendo.

– No es cierto. A esta hora normalmente estábamos charlando y luego preparabas el chocolate. ¿Qué estás haciendo ahora?