– ¿Y no pensarás que no te atiendo lo suficiente por mi trabajo?
– Jamás, lo juro.
Minnie le rodeó la cara con las manos.
– Cuando pensé que te había perdido fue como el fin del mundo para mí. Te quiero. Sin ti nada puede existir.
– No lo digas hasta estar completamente segura.
– Estoy totalmente segura. Una vez pensé que nunca podría volver a amar a otro hombre, pero fue porque te esperaba a ti.
Mientras se besaban apasionadamente, pudieron oír murmullos de aprobación desde las sombras que los rodeaban.
– Mi familia está disfrutando esta escena romántica. Los Rinucci son como los Manfredi. El amor y el matrimonio les conciernen a todos -murmuró al oído de la joven.
– Luke, hay algo que quiero decirte.
– ¿Qué es, mi amor?
– Ayer me despedí para siempre de Gianni. Y él lo comprendió.
Bastante tiempo después todavía se comentaba el encuentro de Netta Manfredi y Hope Rinucci como el de dos reinas, tras la visita oficial de los Rinucci a Roma.
Ambas inspeccionaron los pisos que se iban a convertir en uno solo y dieron su aprobación.
– Hijo, desde el principio supe que nunca le ibas a decir a Minerva lo que sabías -comentó Hope mientras probaban un delicioso bizcocho casero en el salón de Netta-. La amas demasiado para herirla, aunque no estaba segura de que tú también lo supieras. Te conozco más de lo que tú te conoces a ti mismo.
– Aunque creo que todavía puede sorprenderte -observó Toni, que se había acercado a ellos-. Cuéntale, Luke.
– Hace años Toni me ofreció la posibilidad de convertirme en un Rinucci. Hace una hora le pregunté si el ofrecimiento seguía en pie.
– Y yo le dije que sí -declaró Toni.
Hope abrazó a su hijo con los ojos llenos de lágrimas.
El día de la boda, Minerva llevó el elegante traje de novia con su blanco velo que Netta había visto en la revista y se casó en Santa María del Trastevere.
Y tras la ceremonia, pasearon en calesa por las calles aledañas a la Residenza aclamados por los vecinos del barrio. Hasta que por fin llegaron a la finca, donde los esperaban los familiares y los inquilinos para dar comienzo a la celebración del banquete nupcial.
Cuando los novios cruzaron el arco del patio, totalmente decorado con flores blancas, una lluvia de pétalos cayó sobre ellos mientras contemplaban maravillados el espectáculo.
Y las que iniciaron los vítores de alegría, las que más rieron y lloraron, fueron Hope y Netta, las reinas de los Manfredi y de los Rinucci.
Lucy Gordon
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