– ¿No es muy tarde? -Netta preguntó de inmediato.

– No, todavía no es mi hora de ir a la cama.

– Trabajas demasiado. Todas las noches te quedas hasta tarde. Te he traído la compra porque sé que no tienes tiempo para hacerla.

Era una ficción que mantenían durante años. Minnie había puesto un lujoso bufete en la Via Veneto y tenía una secretaria que podía hacerle la compra. Sin embargo, la costumbre de confiar en Netta había comenzado a sus dieciocho años, cuando era novia de Gianni Manfredi y esa cálida y sonriente mujer la había abrazado por primera vez.

Entonces estudiaba Derecho y el ritual continuó durante las prácticas y se mantuvo hasta el presente, cuando Minerva ya era una abogada de éxito. Hacía cuatro años que Gianni había fallecido. Sin embargo, Minnie no se mudó a un piso más lujoso ni tampoco se debilitaron sus lazos afectivos con Netta, a quien quería como a una madre.

– Jamón, queso parmesano y tu pasta favorita -canturreó Netta al tiempo que dejaba las bolsas sobre la mesa-. Revisa la cuenta.

– No es necesario, siempre está correcta -dijo Minnie con una sonrisa-. Siéntate y toma algo. ¿Un café? ¿Un whisky?

– Whisky -respondió Netta con una risita al tiempo que acomodaba su voluminosa figura en una silla.

– Yo tomaré té.

– Todavía eres inglesa. Hace catorce años que vives en Italia y todavía tomas té inglés.

Minnie apartó las bolsas e hizo una pausa al ver un pequeño ramo de flores.

– Pensé que te gustarían -dijo Netta en un tono fingidamente casual.

– Me encantan -respondió Minnie al tiempo que la besaba en la mejilla-. Se las vamos a poner a Gianni.

Luego arregló el ramo en un florero lleno de agua y lo colocó en una estantería, junto a la fotografía de Gianni. Se la habían hecho una semana antes de su muerte y mostraba a un joven con una amplia boca sonriente y ojos de brillante mirada. El pelo rizado, más bien largo, le caía sobre la frente y el cuello, lo que aumentaba su encanto. Junto a aquélla, había una fotografía de la jovencita que había sido Minnie a los dieciocho años. Sus facciones eran suaves, redondeadas, todavía sin definir y con una mirada llena de ilusiones. Aún no conocía las penas y la desesperación.

En la actualidad, su rostro era más fino, de rasgos más marcados, pero todavía abierto al buen humor. Los largos cabellos rubios de la joven de la fotografía se habían transformado en una melena que apenas le rozaba los hombros.

Minnie cambió dos veces la posición de las flores antes de quedar satisfecha.

– Le gustarán. Siempre le han gustado las flores -comentó Netta-. ¿Te acuerdas que siempre te las regalaba? Flores para tu cumpleaños, flores para la boda, flores para vuestro aniversario…

– Sí, nunca se olvidaba.

Ninguna de las dos se daba cuenta de que hablaban tanto en presente como en pasado cuando se referían a él. Para ellas era natural.

– ¿Cómo está Pappa?

– Siempre quejándose.

– Normal -comentó Minnie y ambas se echaron a reír-. ¿Y Charlie?

Netta dejó escapar un gemido al oír el nombre de su hijo menor.

– Es un chico malo. Cree que ya es un hombre porque llega tarde por las noches, bebe demasiado y frecuenta demasiadas chicas.

– De lo más normal en un joven de dieciocho años -repuso Minnie, con suavidad.

De hecho, ella también se había inquietado un poco a causa de los hábitos exuberantes de su joven cuñado, pero había evitado mencionarlo por la tranquilidad de Netta.

– Se comportaba mejor cuando estaba enamorado de ti -se lamentó la madre.

– Mamma, no estaba enamorado de mí. Recuerda que tiene dieciocho años y yo treinta y dos. Sólo fue una ilusión ingenua, propia de la adolescencia, que me encargué de apaciguar; al menos eso espero. Y naturalmente que no me interesa en ese aspecto.

– Ningún hombre te interesa. Eso no es normal. Eres una hermosa mujer.

– Soy una viuda.

– Llevas siéndolo demasiado tiempo. Ya es hora de cambiar.

– ¿Y lo dice mi suegra?

– No, una mujer que habla a otra mujer. Hace cuatro años que eres viuda y todavía no te interesas por un hombre. ¡Scandaloso!

– No es del todo cierto que no haya habido hombres en mi vida -dijo Minnie, con cautela-. Y lo sabes bien porque vives en la misma finca.

– De acuerdo, los veo entrar y los veo salir. Pero no veo que se queden.

– No los invito a quedarse -dijo Minnie con calma.

– La esposa de ningún hombre podría ser mejor que la que tuvo Gianni -puntualizó al tiempo que la abrazaba-. Ahora es tiempo de que pienses en ti. Necesitas un hombre en tu vida, en tu cama.

– Netta, por favor…

– A tu edad yo tenía…

– Un marido y cinco hijos -le recordó Minnie.

– Es cierto, pero… bueno, eso fue hace mucho tiempo.

– Estoy muy bien sin un hombre -insistió Minnie.

– Tonterías. Ninguna mujer es feliz sin un hombre.

– Y si quisiera uno, no sería Charlie. No soy una asaltacunas.

– Desde luego que no. Pero puedes hacer que te escuche. ¿Dónde ha ido esta noche? No lo sé. Aunque podría asegurar que anda en malas compañías.

– Y yo estoy segura de que cuando llegues a casa lo encontrarás con una expresión de niño tímido y culpable.

– Entonces me voy. Y le diré que debería avergonzarse por preocupar a su madre de esta manera.

– Yo también se lo diré. Vamos, te acompaño.

El hogar de Minnie se encontraba en la tercera planta y daba al patio. Algunos de los otros pisos también estaban ocupados por miembros de la familia Manfredi, porque siempre les había gustado vivir en cercanía. Luego subieron la escalera de hierro que recorría la fachada del edificio que daba al patio y llegaron a la cuarta planta, donde estaba el piso que Netta compartía con su marido, su hermano y Charlie, el hijo menor que, por cierto, no estaba en casa.

– Pronto llegará. Está probando sus alas, como todos los jóvenes.

Minnie besó a su suegra y volvió a su pequeño apartamento. Como siempre, estaba muy silencioso. Desde el día que su joven marido había muerto en sus brazos.

De pronto, se sintió muy cansada. La charla con Netta le había hecho recordar cosas en las que normalmente intentaba no pensar.

Minnie sonrió a la fotografía de Gianni para encontrar el consuelo que siempre sentía al mirarlo. Sin embargo, esa vez no lo consiguió.

La mesa de la cocina estaba llena de papeles. Sin mayor entusiasmo, se sentó con la intención de acabar su trabajo pero, incapaz de concentrarse, fue un alivio oír el timbre del teléfono.

– ¡Charlie! La Mamma está preocupada por ti. ¿Dónde te has metido? ¿Dónde?

CAPÍTULO 2

CUANDO Minerva entró precipitadamente en la comisaría, el joven agente la miró con admiración.

– Buona notte. Siempre es un placer verla por aquí, signora.

– Ten cuidado, Rico -le advirtió Minerva-. Esa observación puede ser interpretada como un recordatorio de que mis familiares siempre se buscan problemas con la policía. Y eso se llama hostigamiento.

– No, sólo decía que siempre que la veo está más bonita que la vez anterior.

Minnie se echó a reír. Le agradaba Rico, un joven ingenuo, recién llegado del campo y todavía abrumado por su designación a Roma. Todo lo miraba con los ojos muy abiertos, incluso a ella.

– ¿Siempre?

– Bueno, cada vez que uno de sus parientes se busca un lío. No sé cómo una abogada tan importante como usted puede estar emparentada con tantos delincuentes.

– Basta -dijo con severidad-. Puede que algunos sean un poco rebeldes, pero nunca violentos.

– Me atrevería a decir que el signor Charlie ha intervenido en una pelea a juzgar por su aspecto. Su camisa está desgarrada y con manchas de sangre. Y el tipo que lo acompaña se encuentra en peor estado. Es grande y con una cara desagradable. Un mal hombre. No tiene documentación. Ni carné de identidad ni pasaporte.

– Bueno, no siempre llevamos el pasaporte en el bolsillo.

– Pero ese hombre habla italiano con acento. Creo que es inglés -cuchicheó, horrorizado.

– Mi madre también lo era -replicó Minnie, tajante-. No es un delito que merezca la horca.

– Pero no tiene documentación y se niega a decirnos dónde vive, así que es posible que duerma en la calle. Está muy borracho.

– ¿Y se peleó con Charlie?

– No, creo que estaban en el mismo bando, aunque es difícil asegurarlo porque su hermano también está muy ebrio.

– ¿Dónde se encuentra?

– En una celda con el otro. Creo que le tiene miedo. No dirá una palabra en su contra.

– ¿Y ese tipo tiene nombre?

– Se niega a dar su nombre, aunque Charlie lo llama Lucio. La acompañaré a la celda.

Minerva conocía el camino, acostumbrada como estaba a sacar a un pariente del calabozo de la comisaría cuando alguna vez se veía envuelto en un lío. Incluso así, se quedó espantada al ver el aspecto sucio y magullado de su joven cuñado, sentado contra la pared y dormitando.

Rico había olvidado la llave de la celda, así que tuvo que regresar a buscarla. Minnie se quedó mirando a Charlie y al otro hombre que, efectivamente, estaba en peor estado. Era como si hubiese peleado con diez hombres a la vez. Alto, atlético, con la barba crecida, parecía ser lo suficientemente fuerte para enfrentarse a cualquier cantidad de adversarios. Al igual que su cuñado, su camisa estaba desgarrada y tenía la cara magullada y un corte en una ceja. Aunque, a diferencia de Charlie, no parecía abrumado por lo sucedido.

Así que ése era Lucio, un hombre habituado a utilizar la fuerza de sus puños para conseguir lo que quería. Minerva se estremeció de repugnancia.

Charlie despertó a medias. Tras frotarse los ojos, se inclinó con las manos entre las rodillas y bajó la cabeza con un gesto de desaliento. Lucio se sentó junto a él y, con una mano en el hombro, lo zarandeó con suavidad. Charlie dijo algo que ella no pudo oír y Lucio respondió en voz baja, aunque Minnie notó que le hablaba en un tono comedido. Y entonces sonrió. Un gesto que sorprendió a Minerva. Era una sonrisa maliciosa, burlona y amable que conmovió al chico.

Rico volvió con la llave.

– Lo dejaré salir y podrán hablar en la sala de reuniones, lejos de ese otro.

Al oír el sonido de la llave en la cerradura, los hombres alzaron la vista.

– Signor Manfredi, su hermana se encuentra aquí. Y también su abogada -anunció tras abrir la puerta de la celda. Y luego añadió con la intención de mostrarse ingenioso-: Han venido juntas.

Con el rabillo del ojo, Minerva vio que Lucio, estupefacto, lanzaba una brusca mirada a Charlie y luego a ella. Le pareció ver en esa mirada una cierta agresividad y también una interrogación mientras la recorría de arriba abajo con tanta atención que a ella le pareció casi insultante. Sin embargo, Minerva se equivocaba en ese punto. Luke estaba muy lejos de pensar en nada sino en que aquello no podía ser posible.

¿Manfredi? ¿Abogada? ¿Ésa era la signora Manfredi? ¿Esa delicada criatura rubia era el dragón?

Y él, que había hecho planes para doblegarla, se encontraba en una celda con un aspecto lastimoso y borracho. Y lo peor de todo, dependiente de ella.

Charlie intentó abrazarla.

– Aléjate de mí, rufián -lo rechazó con firmeza-. Pareces salido de una alcantarilla y hueles como si te hubieras bebido una bodega entera. Supongo que pretendes contar conmigo para que te saque de aquí, ¿verdad?

– A mí y a mi amigo.

– Seguro que tu amigo querrá arreglárselas por su cuenta.

– No, le he dicho que tú lo ayudarías. Me salvó la vida, Minnie. ¿No abandonarás a su suerte a un hombre pobre y solo que no cuenta con la ayuda de nadie, verdad?

– Si no te callas también te dejaré abandonado a tu suerte.

– Los llevaré a la sala de reuniones -dijo Rico.

– No, gracias. Hablaré aquí con los dos.

– ¿Aquí? ¿Y con ése también? -preguntó, espantado.

– No me inspira temor -replicó, irritada-. Tal vez él debiera tener miedo de mí. ¿Cómo se ha atrevido a hacerle esto a mi hermano?

– Mire -replicó Luke, en tono aburrido-. Pague la fianza de su hermano o haga lo que le parezca oportuno y márchese de aquí. Puedo arreglármelas solo.

– ¡Lucio, no! -exclamó Charlie-. Minnie, tienes que ocuparte de él. Es mi amigo.

– Es bastante mayor que tú y debió haber tenido más criterio.

– Tiene razón, todo ha sido culpa mía. Y ahora, márchese -dijo Luke.

Entonces se prometió que cuando volviera a verla estaría bañado, afeitado y vestido como un señor respetable. Con un poco de suerte ni siquiera lo reconocería.

– ¿Qué has querido decir con eso de que te salvó la vida? -inquirió Minerva, sin hacer caso de la orden de Luke.