Sin embargo, por más que la buscó con los ojos, no pudo localizar a Minnie.

Charlie se acercó a él para ofrecerle una copa.

– Gracias, pero ahora ha de ser zumo de naranja. Esta noche no voy a correr riesgos.

– Vamos, toma una cerveza.

– No lo presiones, Charlie -dijo una voz femenina-. No quiere acabar como anoche ni cargar contigo otra vez.

Era ella, arreglada tan vistosamente que lo dejó sorprendido. Llevaba unos pantalones de color púrpura que se ajustaban perfectamente a sus caderas y una blusa de seda de un extravagante color rosa. El efecto era sensacional. Se había peinado hacia atrás y su cara, despejada de cabellos, realzaba su delicada estructura ósea y blanca tez. Parecía una persona totalmente diferente a la austera letrada de la mañana.

– Gracias por venir a salvarme.

Ella se echó a reír.

– Me figuro que una ración doble de Charlie en un día es más de lo que el hombre más sólido podría soportar. Le traeré un zumo de naranja.

Minerva volvió con el zumo y tuvo que ir a atender a otro invitado. Luke la contempló, impresionado a su pesar por su esbelta figura. Era difícil conciliar a esa llameante criatura con la mujer que había muerto con su marido, según palabras de Charlie.

La habitación se llenaba cada vez más a medida que llegaban los invitados. Algunos lo miraban con curiosidad y Luke adivinó que todo el mundo ya estaba enterado de su identidad. Pronto se vio envuelto en innumerables presentaciones y no le pasó por alto el hecho de que todas las jóvenes intentaban coquetear con él.

De pronto empezó la música. En ese espacio tan reducido parecía imposible que alguien pudiera bailar, pero ellos lograron lo que parecía tan poco probable.

Luke participó activamente en la fiesta hasta que empezó a sentir el cansancio de un día sin dormir. Aunque por ningún motivo iba a dejar pasar la oportunidad de alternar con sus inquilinos para facilitar la comunicación con ellos y, de paso, darse el gran placer de poner nerviosa a la signora Minerva.

Cuando tuvo un momento libre vio que Minnie pasaba junto a él.

– Tenemos que bailar-dijo al tiempo que le tomaba la mano.

– ¿Tenemos?

– Desde luego. Cuando dos países están en guerra es costumbre que los jefes de estado bailen juntos.

– Tengo entendido que eso sucede cuando la guerra ha terminado.

– Entonces vamos a establecer un precedente -dijo al tiempo que le enlazaba la cintura con el brazo.

– Muy bien -replicó ella-. Sólo por las apariencias.

Minerva alzó la vista y descubrió en su mirada una mezcla de ironía y de invitación a compartir la broma. «Al diablo con este hombre tan atractivo que podría hacerme bajar la guardia, aunque sólo fuera por un momento», pensó.

– ¿Cómo se encuentra ahora?

– Más humano y bastante más pobre -repuso Luke.

– Espere hasta que vea mis honorarios. Realmente le harán sentirse pobre.

– No olvide incluir lo de Charlie -le recordó.

– ¿Cree que le cobraría algo a Charlie? Es mi cuñado.

En ese momento Minnie deseó que hubiera menos gente en la habitación para no sentirse tan próxima al cuerpo de Luke. Había notado que todas las mujeres lo miraban con admiración y las comprendió, porque algo del encanto varonil que emanaba de ese hombre se había infiltrado en ella misma, aunque se dijo que estaba a salvo de cualquier tentación. Sin embargo, se sentiría más segura si pudiera bailar unos centímetros más separada de él. Hacía demasiado calor y apenas podía respirar.

– Debo ir a ayudar a Netta. Disfrute de la fiesta -Minerva se excusó apenas terminó el baile.

Luke asintió con la cabeza y la dejó marchar. Empezaba a tomar conciencia de que había pasado toda la noche en una celda de la comisaría, totalmente despierto.

Había decidido dormir unas horas en la tarde, pero lo habían bombardeado con llamadas telefónicas por asuntos de negocios y finalmente sólo había tenido tiempo de darse una ducha. En ese momento, se dio cuenta de que no había sido suficiente. Se le cerraban los ojos a pesar de sus esfuerzos por mantenerlos abiertos.

Finalmente, se escabulló del apartamento y tras echar una mirada alrededor, descubrió un pasillo que comunicaba la escalera con los pisos que daban a la calle. Allí no había nadie. Luke se sentó en el suelo, agradecido de haber encontrado un lugar donde descansar la cabeza un momento. Muy pronto volvería a la fiesta. Cerraría los ojos sólo unos minutos… sí, apenas unos minutos…

CAPÍTULO 4

MINNIE fue a la cocina para ayudar a Netta a preparar café.

– Parecías sentirte bien junto a Luke.

– Sencillamente cumplía con mi obligación. Una simple formalidad.

– ¿Cómo puedes ser formal con él? Es un hombre.

– Como tantos que hay en la fiesta.

– No, ellos no son como él. Son chicos débiles con aspecto de hombres, pero no dan la talla. Luke sí que lo es. Él puede devolverte a la vida. ¿Por qué dejaste que se marchara?

– ¿Se ha ido?

– ¿Es que lo ves por ahí? Seguro que se ha escabullido con una mujer y han encontrado un lugar tranquilo para…

– Me lo imagino -la interrumpió Minnie rápidamente-. Supongo que tiene todo el derecho a concederse un placer.

– Debería concedérselo contigo. Y tú con él -afirmó obstinadamente.

– Netta, lo he conocido esta mañana.

– ¿Y qué? Yo conocí a Tomaso un día antes de quitarle la ropa. ¡Y fue glorioso! Por cierto que resultó ser un inútil para todo, pero me dejó embarazada de inmediato y tuvimos que casarnos.

– Razón de más para permanecer virgen.

– ¿Qué mujer quiere marchitarse antes de tiempo, como una planta sin agua y sin sol?

Minutos más tarde, Minnie salió del piso con una botella de agua mineral. Necesitaba calmar una sensación de ansiedad poco habitual en ella y el aire fresco le hizo bien.

«Quizá Netta tenga razón. Me estoy convirtiendo en una mujer mustia, aunque no siempre fue así», pensó con tristeza.

Hubo un tiempo en que Gianni y ella sólo vivían para la pasión. Cada noche era una abrasadora delicia y cada amanecer, una revelación. Un tiempo en el que el mayor bien de la vida era el cuerpo de Gianni, su calor y su aroma masculino. Pero ese tiempo había concluido. Minnie había llegado a convencerse de que la muerte de Gianni había apagado todo su deseo y solía reírse de los intentos de Netta por hacerle cambiar de actitud.

Sin embargo, en ese momento fue incapaz de reír.

De pronto, oyó un ruido cercano, desde uno de los pasillos que comunicaban la escalera interior con los pisos exteriores.

«¡El signor Cayman está disfrutando su noche!», pensó con ironía. Sin embargo, no parecía ser el quejido de una pareja en la agonía del deleite físico; más bien sonaba como un ronquido.

Minerva se aventuró por el pasillo.

Y allí estaba Luke. Sentado en el suelo contra la pared y profundamente dormido.

Minnie se arrodilló junto a él y, a la tenue luz de la lámpara del techo, pudo contemplar su rostro, relajado por primera vez. La boca que había visto convertida en una dura línea en ese momento se había suavizado. Su atractiva forma invitaba al placer. Al placer de una mujer besando esos labios abultados.

«Netta es culpable de lo que estoy sintiendo. No tenía que haber hablado de él y de mí del modo en que lo hizo», pensó irritada consigo misma por permitirse fantasías como aquélla.

Estuvo a punto de marcharse, pero su conciencia la retuvo. No podía permitir que otras personas lo vieran durmiendo en el suelo. Así que tras zarandearlo varias veces, al fin logró que abriera los ojos.

– Se ha quedado dormido como un bebé.

– Oh, Dios. ¿Alguien se ha dado cuenta de mi ausencia?

– ¿Tendría alguna importancia?

– Claro que sí. La fiesta está llena de jóvenes capaces de estar de juerga toda la noche y volver a empezar sin dormir. Cuando era más joven también podía hacerlo, pero que me cuelguen si llegan a enterarse de que ahora no soy capaz.

Con una sonrisa, Minerva le pasó la botella de agua y Luke bebió un largo trago.

– ¿Mejor?

– Sí, gracias. ¿Qué ha sucedido con mi desperdiciada juventud?

– Se la gastó -dijo en tono comprensivo.

– Me imagino que así fue.

– Aunque me pregunto cómo. Apostaría que hasta anoche nunca había visto el interior de una celda.

– No hace falta insultar. Cuando era joven también tuve mis momentos heroicos -dijo con voz adormilada-. Bueno, iré a despedirme de Netta y volveré al hotel.

Cuando intentó ponerse en pie, las piernas no resistieron y se desplomó. Lejos de reanimarlo, el breve descanso lo había arrastrado a las profundidades del sueño y su cuerpo no respondería hasta haber dormido unas buenas horas.

– No va a lograr dar un solo paso en la calle. Tengo una idea mejor. Quédese aquí un momento.

Luke volvió a quedarse dormido y sólo despertó al sentir que ella le zarandeaba el hombro con energía.

– Vamos -ordenó.

Luke tuvo la vaga percepción de haber bajado un tramo de escaleras y atravesado un pasillo hasta llegar ante la puerta de un piso. Tras sacar una llave del bolsillo, Minnie abrió la puerta y entraron en una estancia casi vacía.

– Este apartamento está vacío temporalmente porque el inquilino se ha marchado. Comparado con su habitación en el Contini, no cabe duda de que lo encontrará venido a menos.

– Con tal de que tenga una cama, será suficiente -murmuró.

– Hay una cama, pero no está hecha.

Minerva se apresuró a sacar sábanas, mantas y almohadas de un armario. Cuando luego se acercó a él, vio que se tambaleaba y lo sostuvo con fuerza.

– ¡Eh, quieto ahí! -dijo mientras lo llevaba junto al lecho-. Bueno, ahora puede tenderse.

– Gracias -murmuró Luke entre dientes, y se dejó caer con tanta rapidez que la arrastró consigo.

– Suélteme.

– ¿Mmm?

Otra vez se había dormido como un tronco, totalmente ajeno a ella. Sin embargo, el calor de su cuerpo envolvió a Minnie de modo alarmante hasta casi hacerle perder el control de sí misma. Durante unos segundos, sintió la tentación de quedarse allí, abrazada a Luke. Hacía tantos años que no se encontraba en los brazos de un hombre que no era fácil separarse de él. Pero no, no podía permitirse esa debilidad.

Con todas sus fuerzas se apartó unos centímetros y le propinó un puñetazo en la mandíbula. Como por arte de magia, Luke relajó los brazos y al fin ella pudo liberarse.

– Lo siento.

– ¿Mmm?

Minerva lo cubrió con una manta y salió silenciosamente.


Luke despertó al amanecer. Se encontraba en un lugar extraño. Situada en una esquina de la pequeña habitación estaba la estrecha cama donde había dormido. El resto del mobiliario consistía en una cómoda, una silla y una lámpara. Y nada más.

Tras levantarse, Luke abrió la puerta que conducía a la sala de estar, escasamente amueblada también. Sólo había un sofá, una mesa y dos sillas. El apartamento acababa en una pequeña cocina y un cuarto de baño.

Luke intentó poner en orden sus confusos pensamientos. Si sólo pudiera recordar con precisión… Aunque le pareció que la noche anterior había estrechado a una mujer contra su cuerpo y ella se había retirado con premura. ¿Quién era? No era Olympia, que solía visitar sus sueños. No, era más pequeña, con un cuerpo menos grácil que el de Olympia y con un poderoso derechazo, razón por la que sentía la mandíbula dolorida.

Luke se giró al oír el ruido de la puerta que se abría. Era la signora Manfredi, que en ese instante lo miraba con una descarada sonrisa.

Casi no la reconoció vestida con vaqueros y una camiseta.

– Así que ya se ha levantado -dijo de buen humor-. Es la tercera vez que vengo a verlo y dormía como un tronco. ¿Se encuentra mejor?

– Sí -respondió con cautela al tiempo que se llevaba la mano a la mandíbula.

Para su alivio, ella se echó a reír.

– Lo siento.

– ¿Fue usted?

– Otra mujer tomaría la pregunta como un insulto. ¿Es que las féminas lo aporrean tan a menudo que no puede recordar cuál de ellas lo ha hecho?

– Creo que usted es la primera. ¿Dónde vi el cuarto de baño?

– No lo busque. Todo está desconectado. Suba a mi casa y le prepararé el desayuno.

Luke pudo contemplar el patio a la luz del día y apreciar el esfuerzo de los inquilinos por sacarle el mejor partido posible. A juzgar por sus ladrillos oscuros y la escalera de metal adosada a las paredes interiores, podría haber sido un lugar bastante triste. Pero los vecinos de la finca habían combatido la fealdad con flores. Las había de todas clases y colores, aunque las que más abundaban eran los geranios. Blancos, púrpura y rojos, aparecían por todas partes, sobre las barandillas, colgando de macetas, en el alféizar de las ventanas… La sola visión de las flores contribuía a levantar el ánimo.