En ese momento, Luke supo que debía marcharse, pero algo lo retuvo allí.
Minerva permanecía entre ellos, arrodillada ante la tumba de su marido, pálida y serena.
Más tarde, empezaron a alejarse lentamente. Minnie hizo una pausa y se volvió para echar una última mirada. Sus ojos estaban cargados de angustia y desolación. En esa mirada, Luke pudo ver todo lo que le habría gustado negar. Al fin pudo comprender que la alegría de su vida estaba sepultada junto a su marido. Luke se llevó las manos a los ojos, incapaz de soportar esa visión.
Cuando alzó la cabeza, vio que Minerva lo miraba fijamente con una expresión de indignación. Seguro que pensaba que deliberadamente había ido a espiarla. Entonces, ella le dio la espalda y se dirigió a la iglesia.
Luke se alejó apresuradamente hacia la Residenza. Necesitaba un momento de reflexión en soledad. Ante sus ojos, Minerva se había convertido en otra persona. La había conocido como una mujer dura, divertida, fría y controlada. La otra noche, había sido testigo de su dulce melancolía abrazada a la fotografía de Gianni. Sin embargo, la mujer del cementerio, asolada por el dolor, le pareció diferente y terrible.
Al atardecer, Luke fue a su apartamento. Las luces estaban encendidas, pero había corrido las cortinas.
– Minnie -llamó mientras golpeaba la puerta-. Minnie, abra por favor. Debo verla.
La puerta se abrió unos centímetros.
– Váyase.
– Me iré cuando hayamos hablado. Por favor. Déjame entrar -pidió, tuteándola sin darse cuenta-. He venido a pedirte que me perdones.
Muy a su pesar, ella retrocedió para dejarlo pasar. Parecía que la breve intimidad de la otra noche nunca hubiera existido. En ese momento era su enemiga, aunque no a causa de los problemas de la Residenza.
– ¿Crees que con disculparte vas a borrar el hecho de que me estabas espiando?
– No es cierto. Fui a la farmacia y decidí volver a casa por esa calle. Fue una simple casualidad. Debes creerme.
Ella se volvió hacia él y Luke pudo ver su rostro pálido y amenazador.
– De acuerdo, te creo -dijo con fatiga-. Pero esto no te incumbe y no deseo hablar de ello.
– ¿Hablas alguna vez con alguien?
Ella se encogió de hombros.
– Realmente, no. Algunas veces hablo con Netta.
– ¿No crees que deberías hacerlo? -preguntó con suavidad.
– ¿Para qué? -replicó con vehemencia-. ¿Por qué no puedo tener algo de intimidad? Los recuerdos de mi relación con Gianni me pertenecen. ¿Es que no puedes comprenderlo? Es algo sólo entre Gianni y yo.
– Excepto que no hay ningún Gianni -replicó con repentina aspereza-. Ahora sólo es un recuerdo. O quizá nada más que una fantasía.
– ¿Y qué importa? Me hizo feliz en el pasado y continúa haciéndolo. Una felicidad que no muchas personas han experimentado en su vida. Y quiero conservarla.
– Pero no puedes conservarla, Minnie. Se ha ido, aunque prefieras volver la espalda a la vida antes que admitirlo.
– ¿A quién le importa la vida si posees algo mejor?
– No hay nada mejor.
– Algunos ignoran lo que significa estar tan unido a una persona que es como si ambos fueran un solo ser. Una vez que la has tenido, no la pierdes jamás. Así que no puedes dejar que se marche. ¿Por qué deberías persuadirme de lo contrario?
– ¿Es que no ves que eres demasiado joven para vivir con un fantasma? -repuso, en un tono casi de ruego.
– Lo único que veo es que no tienes derecho a interferir en mi vida. Lo que haga o deje de hacer no tiene nada que ver contigo.
– No puedes impedir que desee evitar que arrojes tu vida por la borda.
– Puedo hacer con ella lo que quiera -replicó, frustrada por su falta de comprensión-. Mira, eres un buen hombre…
– Sé sincera. Eso no es lo que en realidad piensas de mí.
– ¡De acuerdo, no! Creo que eres muy suficiente, entrometido, condescendiente, arrogante… Un hombre que se divierte haciendo juegos mentales conmigo. No me agradas. Eres demasiado seguro de ti mismo. ¿Te parezco suficientemente sincera ahora?
– Está muy bien para empezar.
– Entonces márchate y déjame sola, por favor.
– ¿Para qué? ¿Para mantener otra charla con un hombre que ya no existe? -inquirió con dureza-. ¿A cuál de vosotros desagrado más? ¿A él o a ti?
– A ambos.
– ¿Y haces todo lo que él te dice? -gritó.
– ¡Vete de aquí!
Luke nunca había tenido intención de pronunciar esas palabras, pero la obstinación de Minerva había hecho surgir en su interior algo cruel y peligroso que le obligó a marcharse dando un portazo.
Entonces salió apresuradamente de la Residenza y pasó el resto de la noche paseando por las calles del Trastevere, sumido en negros pensamientos.
CAPÍTULO 6
AL DÍA siguiente, la secretaria de Minerva llamó al signor Cayman para citarlo formalmente en el despacho. Luke se puso un traje gris, una camisa blanca y corbata de color rojo oscuro.
Más tarde, al ver la lujosa y amplia estancia, el gran ventanal y las paredes cubiertas con estanterías llenas de textos jurídicos, se alegró de su aspecto.
Minnie también llevaba un sobrio traje gris y blusa blanca. Luke pensó en gastarle una broma sobre la semejanza de la vestimenta, pero desistió al ver su cara. Estaba pálida, muy poco maquillada y con el pelo tirante hacia atrás.
– No hacía falta tanta formalidad -observó Luke.
– No sé a qué se refiere.
– ¿No lo sabes? Bueno, no tiene importancia.
– Signor Cayman, si nos atenemos al asunto que nos interesa, creo que avanzaremos más rápidamente.
Su tono impersonal era el de una mujer dueña sí misma que mantenía la situación bajo control. Aunque bajo esa serenidad Luke percibió una tensión que le hizo observarla más atentamente y descubrir unos ojos sombríos y atormentados.
– Lo siento -dijo, sin poderlo evitar.
– No hace falta disculparse si nos atenemos estrictamente a los negocios.
– Me refería a las cosas que dije la otra noche. No tenía derecho. No era asunto mío.
– Perdóneme -dijo ella rápidamente y salió de la habitación.
La secretaria le llevó un café y Luke lo bebió mientras contemplaba la hermosa vista de Roma desde la amplia ventana.
Minnie regresó minutos más tarde, totalmente repuesta.
– Le ruego que me disculpe. Había olvidado que tenía que hacer una llamada urgente.
– No hay problema.
Luego se sentó tras su mesa de trabajo y le indicó una silla frente a ella.
– Entiendo que ha inspeccionado la finca a fondo y ha comprobado por sí mismo que hay que hacer varias reparaciones.
– Así es -repuso Luke al tiempo que abría su cartera-, aunque tal vez no compartamos el mismo criterio al respecto. Creo que hacer reparaciones como las que usted propone no son más que soluciones de parche. Hay que renovar la finca entera. No se trata sólo de trozos de yeso que se desprenden de las paredes sino de estructuras de madera podrida que hay que cambiar por completo.
– Sus inquilinos estarán muy contentos.
– Minnie…
– Creo que signora sería más apropiado -lo interrumpió al tiempo que desviaba la vista a la pantalla del ordenador.
Luke sintió que empezaba a perder la paciencia. Muy bien. ¡Si ella quería jugar duro, él estaba de acuerdo!
– Muy bien, signora, permítame explicarle mi punto de vista. Actualmente mis inquilinos están pagando la mitad de la renta que corresponde a esa zona, razón por la que posiblemente mi predecesor tuvo problemas financieros.
– El Trastevere no es un barrio acomodado.
– Permítame decirle que, según mis averiguaciones, ha crecido mucho en los últimos años. Las personas que no podían permitirse rentas caras en el resto de Roma empezaron a trasladarse a ese sector y elevaron su categoría. Y eso trajo como consecuencia que tanto los precios del suelo como de las viviendas a estrenar y las de alquiler, subieran considerablemente. Hoy por hoy, el Trastevere es un barrio de moda.
– Veo dónde quiere llegar. Una promotora inmobiliaria le ha hecho una oferta y proyecta vender la finca. Olvídelo. Su predecesor intentó hacer lo mismo, pero yo lo obligué a desistir probando ante los tribunales que los vecinos de la Residenza están protegidos legalmente. No pueden ser expulsados hasta que se cumpla un plazo de diez años. Eso desanimó a los promotores inmobiliarios, aunque algunos intentaron emplear tácticas intimidatorias. Es posible que hayan deseado no haberlo hecho, como podrá comprobar si intenta desafiarme.
– ¿Me permite hablar? -disparó Luke-. Deseo hacerme cargo personalmente de todas las obras que requiera la Residenza con la ayuda de la comunidad de vecinos. Y respecto a tácticas intimidatorias, si eso es lo que piensa de mí, no sé por qué nos tomamos la molestia de hablar. ¡Así que váyase al diablo por pensar algo así! -exclamó al tiempo que arrojaba los documentos sobre la mesa y luego se acercaba a la ventana a grandes zancadas.
Y allí se quedó, fingiendo mirar la ciudad sin ver nada. Todo lo que podía percibir era el torbellino de su propia mente. No le importaba tanto la opinión de Minerva sobre él como esa actitud despectiva que lo sumía en el desaliento.
– Le pido disculpas -dijo Minnie a sus espaldas-. No debí haber hablado con tanta aspereza. Debo confesarle que no me gusta que me tomen por sorpresa y usted siempre me sorprende. Entonces voy al ataque directo.
– Lamento mucho lo del otro día -Luke se arriesgó a decir-. Créame que no la espiaba. Fue una casualidad.
– Lo sé. Pero a veces no me gusta que me miren.
– Pienso que eso le sucede la mayor parte del tiempo -insinuó con calma.
En ese momento sonó el teléfono y Minerva habló casi diez minutos.
– ¿Podría decirle a su secretaria que no pase más llamadas hasta que hayamos terminado? -sugirió cuando ella hubo cortado la comunicación.
– No puedo. Tengo un asunto importante esta mañana.
– Y así aprovecha la oportunidad para escapar de mí, ¿verdad?
Antes de que ella pudiera responder, el teléfono volvió a sonar.
Sin pensarlo dos veces, Luke se abalanzó sobre el auricular, lo levantó un segundo y luego lo colocó de golpe en su sitio. A continuación, aferró a Minerva de la mano y salió con ella precipitadamente de la habitación.
– ¿Pero qué pretende hacer? -exclamó, indignada.
– Llevarla a un lugar donde no pueda escapar -respondió sin soltarle la mano.
Cuando salieron al otro despacho, la mirada curiosa de la secretaria obligó a Minerva a mostrarse alegre.
– Por favor, encárgate de los mensajes hasta mi vuelta -alcanzó a decir.
– ¿Y cuándo será eso?
– No tengo ni idea -se las arregló para responder antes de que la puerta se cerrara a sus espaldas.
– Una sabia respuesta -dijo Luke en tono irónico.
– ¿Qué clase de hombre es usted? -inquirió cuando bajaban en el ascensor.
– Un hombre poco inclinado a que lo desorienten. Un hombre que cree en la acción directa.
– ¿Así que intenta convertirme en su prisionera? ¿Y dónde me va a encerrar? ¿En un calabozo?
– Espere y verá -dijo con una repentina sonrisa.
Al ver su expresión sonriente, Minerva sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Aunque la actitud imprevisible de Luke era exasperante, en ese momento sentía una gran curiosidad por saber qué pensaba hacer con ella.
Hicieron el trayecto al «calabozo» en una de las calesas que recorrían las calles de Roma.
– Al lago de los jardines de la Villa Borghese -indicó Luke al cochero mientras los dos se acomodaban en el asiento.
– ¿Me va a arrojar al lago?
– No me tiente -repuso, sin soltarle la mano.
Al final de la Via Veneto, el cochero entró en los jardines y muy pronto los caballos trotaron bajo las tupidas ramas de los árboles que ocultaban el sol hasta que al fin llegaron al lago con sus aguas resplandecientes bajo la cálida luz estival.
Tras bajar del carruaje, Luke la condujo a un lugar donde alquilaban botes.
De pronto, Minerva se estremeció al tiempo que intentaba librarse de la mano de Luke.
– Aquí no, Luke.
– Sí, aquí -replicó con firmeza y sin soltarla-. Vamos a dar un paseo en bote. Nos relajaremos, hablaremos y nos olvidaremos de todo, salvo de que hoy hace un día precioso.
– Pero…
– ¡Silencio! Le dije que no hay escapatoria y va en serio. Signora avvocato, hoy hará lo que se le dice, aunque sea por una vez en su vida.
Minerva se instaló en la proa y no dejó de mirarlo mientras Luke remaba hacia el centro del lago.
– Tenía razón -bromeó-. No hay escapatoria.
– Siento haber estado tan agresivo.
– No importa, tenía que suceder. Supongo que me puse muy tonta.
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