El hombre exclamó sorprendido pues no era normal que un príncipe tratara así a un anciano. El sabio, temblando, se puso en pie y se perdió en la noche.

Murat volvió a sentarse y miró a los seis hombres que tenía ante sí.

– ¿Alguien más me sugiere que pegue a mi mujer?

Nadie contestó.

– Sé qué habéis venido a ofrecerme ayuda y consejo y os lo agradezco, pero quiero que tengáis muy claro que la princesa Daphne es mi esposa, la mujer que yo he elegido para ser la madre de mis hijos y para compartir mi vida. Tenedlo en cuenta cuando habléis de ella.

Los ancianos asintieron.

Murat se quedó mirando las llamas. Aunque era cierto que Daphne lo sacaba de quicio, jamás había pensado en pegarle. ¿De qué servía pegar a una mujer? ¿Acaso para demostrar que uno era más fuerte físicamente? Murat creía que lo único que se demostraba pegando a la compañera de vida era que se era un cobarde y que no se sabía arreglar las cosas dialogando.

– ¿Y usted sabe por qué se ha ido la princesa? -preguntó uno de los sabios tímidamente.

«Interesante pregunta», pensó Murat.

– Me ha hecho enfadar y he hablado apresuradamente -admitió.

– Podría ordenarle que volviera -sugirió otro.

Sí, Murat era consciente de que podía ordenarle a Daphne que volviera, pero ¿para qué? ¿Para tenerla allí mirándolo con ira? No, no era eso lo que Murat quería. Claro que no tenerla a su lado lo estaba matando.

– El príncipe quiere que la princesa vuelva por voluntad propia -opinó otro de los hombres.

Murat lo miró.

– Efectivamente -contestó -. Quiero que vuelva porque a ella le apetezca hacerlo.

– Pero no lo va a hacer. Las mujeres son como el jazmín, ofrecen su dulzura por la noche, cuando el mundo duerme. Otras flores dan su aroma durante el día, cuando todos están despiertos para disfrutar de ellas, pero el jazmín es una flor muy testaruda.

– ¿Y ahora qué hago? -quiso saber Murat.

– Ignórela -le aconsejo uno de los ancianos-. Lo mejor será que la deje sola un tiempo para que, cuando lo vuelva a ver, se sienta agradecida y feliz y se pliegue a sus deseos.

Murat se dijo que aquel hombre no conocía a Daphne, una mujer que no se plegaba a los deseos de nadie.

– Podría tomar una amante -sugirió otro-. Hay varias chicas jóvenes muy guapas en la caravana. Un hombre no echa de menos el plato principal si hay dulces variados sobre la mesa.

Murat negó con la cabeza. No le interesaba ninguna otra mujer y, además, había dado su palabra de serle fiel a Daphne y la cumpliría hasta la muerte.

– Una flor necesita que la atiendan -opinó el más sensible de todos ellos-. Si se la deja sola, crece salvaje o se seca y muere.

Los demás ancianos lo miraron.

– ¿Estás diciendo que el príncipe Murat debería ir tras ella?

Murat también lo miraba sorprendido.

– Te recuerdo que soy el príncipe heredero Murat de Bahania.

El sabio sonrió en la oscuridad.

– Yo creo que la princesa Daphne eso lo tiene muy claro.

Daphne había dicho exactamente lo mismo.

– El jardinero se ocupa de sus flores -continuó el sabio-. Se arrodilla ante ellas y mete las manos en la tierra. Como recompensa a su trabajo, obtiene la belleza y la fuerza que aguanta a las peores tormentas.

– ¿De verdad quieres que vaya a buscarla?

– Sí, Su Alteza debería ir a buscarla. Déle un suelo fértil y ella florecerá para usted.

Murat pensó que, más bien, a Daphne le saldrían espinas y él se pincharía. ¿Ir tras ella? ¿Ceder? ¿Él? ¿El príncipe heredero?

Murat se puso en pie y se fue a su dormitorio sin decir palabra. Una vez allí, percibió el perfume de Daphne y pensó en cuánto la echaba de menos.

«Su Alteza debería ir a buscarla», le había aconsejado el sabio.

¿Y luego qué?


A Daphne le costó un gran esfuerzo que los criados la ayudaran a bajar sus herramientas de trabajo al jardín del harén, pero, por fin, lo consiguió.

Llevaba tres noches sin dormir y sabía que lo único que la tranquilizaría sería modelar la arcilla, así que estuvo todo el día trabajando.

Al atardecer, se sentó en un banco y admiró su obra.

– Tenías prohibido volver aquí -gritó un hombre a sus espaldas.

Daphne se giró y comprobó que se trataba de Murat.

– Tranquilo, sólo he vuelto para trabajar -contestó Daphne.

Murat la miró sorprendido.

– ¿Eso quiere decir que sigues viviendo en la suite conmigo?

– Sí, pero me estoy pensando muy seriamente cambiar de opinión -contestó Daphne limpiándose las manos en una toalla y yéndose.

Murat se quedó observándola. En el helicóptero que lo había llevado hasta allí, había pensado en todas las palabras bonitas que le iba a decir, pero, al entrar en su suite y no verla, se había enfurecido.

Al salir del harén para ir en su busca, se encontró con su padre.

– Me acabo de encontrar con tu esposa y no parecía muy contenta.

– Ya lo sé.

El rey Hassan suspiró.

– Murat, eres mi primogénito y no podría pedir un heredero mejor, pero, en lo que se refiere a Daphne, lo estás haciendo fatal. A ver si te espabilas un poco porque me ha costado mucho volverla a traer a Bahania para que ahora lo estropees todo.

Capítulo 14

Daphne entró en la suite que compartía con Murat y se dio cuenta de que no sabía qué hacer.

Tras recorrer la espaciosa estancia dos veces, se paró junto al sofá en el que estaba durmiendo uno de los gatos del rey y recordó que hacerle caricias a una mascota aliviaba, así que tomó al gato en brazos.

Aun así, sentía que la sangre le bullía en las venas.

– Este hombre es arrogante, terrible y duro de corazón. ¡Y pensar que lo echaba de menos! ¡Nunca más! Jamás volveré a pensar nada agradable ni bueno de él ni…

En ese momento, se abrió la puerta y entró Murat.

– ¡Estoy muy enfadada, así que ni me hables!

– Acabo de hablar con mi padre.

– A no ser que me digas que ha accedido a concederme el divorcio, no me interesa.

– Me ha reprendido por hacerte enfadar.

– ¿Ah, sí? Vaya, eso demuestra que es un hombre muy inteligente.

Murat ignoró aquel comentario.

– Está muy preocupado porque no nos llevamos bien después de todo lo que ha hecho para juntarnos.

– Bueno… -comentó Daphne-. ¿Cómo? – se sorprendió.

Murat se encaminó al sofá y Daphne esperó a que se sentara frente a ella.

– Me ha dicho que llevaba mucho tiempo esperando a que yo eligiera una mujer con la que casarme. Cuando no lo hacía, a pesar de las mujeres que pasaban por mi vida, decidió que debía de haber alguna razón y, repasando mi pasado, llegó a ti y a nuestro compromiso que no terminó en boda. Cuando investigó y vio que tú tampoco te habías casado, decidió tomar cartas en el asunto.

– No me lo puedo creer -contestó Daphne-. Es imposible. Yo vine a Bahania porque mi sobrina se iba a casar contigo y me parecía una barbaridad -le recordó.

En aquel momento, Daphne vio las cosas con otra luz. Así que a su sobrina se le ocurre de repente, de un día para otro, que se va a casar con un hombre al que jamás ha visto y que vive en la otra punta del mundo.

– No es posible… -suspiró llevándose la mano a la boca.

– Sí, parece que tu sobrina y mi padre estaban compinchados.

– No, Brittany nunca me haría una cosa así. Además, no sabe mentir.

– Llámala y se lo preguntas -le propuso Murat.

– Eso es exactamente lo que estaba pensando -contestó Daphne.

Acto seguido, descolgó el teléfono y marcó el número de casa de su hermana. Cuando la empleada de servicio contestó, le indicó que le pasara con Brittany.

– ¡Hola, tía! -la saludó la chica-. ¿Qué tal por ahí? ¿Sabes que empiezo la universidad dentro de diez días? Estoy encantada. Mi madre sigue un poco enfadada conmigo, pero ya se le está pasando. Por lo visto, ahora le parece que debería empezar a salir con el hijo del gobernador. No está mal, pero no es mi tipo. ¿Y a ti qué tal te va?

– Me va bien -contestó Daphne-. Te echo de menos.

– Yo también te echo de menos. ¿Qué te parece si voy a veros en Navidad? Así conocería a Murat.

– Me parece muy bien, pero primero necesito saber algo. Brittany, ¿se puso el rey de Bahania en contacto contigo hace un par de meses?

– ¿Cómo?

– ¿Te propuso el rey Hassan que fingieras que te querías casar con Murat para obligarme a volver a Bahania? Brittany, por favor, cuéntame la verdad. Es muy importante.

La adolescente suspiró.

– Bueno, puede, o sea, sí. El rey me llamó y hablamos. Me pareció un hombre encantador. Cuando me dijo que él creía que no te habías enamorado de otro hombre porque seguías enamorada de Murat aunque no quisieras admitirlo ante nadie, ni siquiera ante ti misma, al principio pensé, y se lo dije, que estaba loco, pero luego me lo pensé y comprendí que tenía razón.

– Dios mío.

– Así que dije que me iba a casar con Murat para que te preocuparas y esas cosas, que fue exactamente lo que sucedió. En el avión, me sentí fatal. Me estaba comportando mal porque te estaba engañando, pero era necesario hacerlo.

– ¿Lo sabía alguien más?

– No, por supuesto que no. Mi madre se hubiera opuesto a la idea. Pero todo va bien, ¿no? Quiere decir, te has casado con él y eres feliz, tía, ¿verdad? Sabes que jamás haría nada que te hiciera daño.

– Ya lo sé, cariño, no te preocupes. Te aseguro que sigues siendo mi sobrina preferida -la tranquilizó Daphne.

Aquello hizo reír a Brittany.

– Te recuerdo que soy la única sobrina que tienes.

– En cualquier caso, te quiero mucho y estoy bien.

– Yo también te quiero, tía. Llámame pronto.

– Claro que sí. Adiós.

Daphne colgó el teléfono y miró a su marido.

– Es cierto. Brittany estaba implicada en todo esto con tu padre desde el principio. Por lo visto, accedió a hacernos creer que se quería casar contigo para que yo la acompañara hasta aquí.

– Y yo caí también en la trampa perdiendo la compostura y encerrándote en el harén, que era lo que mi padre quería -contestó Murat.

«Por no hablar de lo que hiciste luego», pensó Daphne.

– Estoy enfadada, pero, sobre todo, me siento como una estúpida. No me puedo creer que esos dos nos hayan engañado. ¿Y ahora qué hacemos?

– No debería haberte gritado -contestó Murat-. Cuando te he encontrado en el jardín, creía que me habías abandonado.

A Daphne le pareció que el príncipe heredero Murat de Bahania estaba pidiendo perdón.

– Lo siento, no fue mi intención darte esa impresión. Simplemente, quería modelar un rato.

– Claro que sí, tienes todo el derecho del mundo a hacer lo que tú quieras.

Daphne sintió que se le encogía el corazón de emoción.

– ¿Sabes? En realidad, no me quería ir del desierto, pero no sé lo que me pasó.

Murat se puso en pie y se sentó a su lado, tomándole las manos entre las suyas.

– Daphne, te he echado de menos.

Daphne estaba encantada disfrutando de su mirada sincera y del hecho de que acabara de admitir que la había echado de menos.

– Estaba tan mal que los ancianos jefes de las tribus vinieron a verme para ofrecerme su consejo.

– ¿Y qué te dijeron?

– Uno me sugirió que te pegara y le dije que se fuera.

– Gracias. No me hubiera gustado nada la experiencia.

– Soy muchas cosas, pero te aseguro que no soy un maltratador.

– Ya lo sé -contestó Daphne sinceramente.

– Otro me dijo que debería tener una amante.

Daphne sintió un terrible dolor en la boca del estómago.

– ¿Y qué te pareció esa sugerencia?

– Yo no quiero otra mujer, Daphne -contestó Murat acariciándole la mejilla.

Daphne sintió que el dolor desaparecía.

– Al final, el mayor de todo ellos me aconsejó que te tratara como a una flor y que atendiera tu jardín.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Yo creía que tú me lo ibas a explicar.

– No tengo ni idea.

Murat se miró en los profundos ojos azules de Daphne y le acarició los labios con las yemas de los dedos.

– Quédate conmigo.

Daphne no sabía si Murat le estaba pidiendo que se quedara aquella noche o que se quedara para siempre, pero su corazón le decía que se rindiera, que con el tiempo Murat aprendería a tenerla en cuenta mientras que su cabeza le recordaba que quedarse por un inesperado cambio de comportamiento era una locura.

¿Podría aceptar a Murat tal y como era? ¿Podría vivir con él sabiendo que siempre haría con ella lo que quisiera y que jamás la consideraría una igual? Daphne era consciente de que podía volver a enamorarse de él, pero no sabía si Murat se enamoraría algún día de ella.

– Quédate -insistió Murat besándola y consiguiendo que Daphne cediera ante sus caricias.