Murat se quedó de piedra y, cuando consiguió reaccionar, descolgó el teléfono y pidió que lo pusieran inmediatamente con el aeropuerto.
El lujoso avión privado se deslizaba por la pista y Daphne se arrellanó en la butaca de cuero y cerró los ojos, pero, de repente, el avión paró y dio la vuelta.
– Todo va bien, Alteza -le dijo el piloto por el interfono-. Nos han avisado de la torre de control de que llevamos la puerta de carga mal cerrada. Tenemos que volver un momento al hangar, pero sólo serán un par de minutos.
– Muy bien -contestó Daphne eligiendo una revista de decoración para pasar el rato.
Al mirar por la ventana, vio a varios hombres uniformados alrededor del avión y, en ese momento, se abrió la puerta y vio entrar a un hombre alto, guapo y con aire imperial.
Al instante, sintió que el corazón le daba un vuelco y que la esperanza se apoderaba de ella. Murat se sentó en la butaca de enfrente y se acercó a ella.
– ¿Cómo has podido irte sin decirme que me quieres?
– Yo… yo no creía que te interesara.
– Claro que me interesa saber que mi mujer me ama. Eso lo cambia todo.
Daphne sintió que el aire no le llegaba a los pulmones.
– Me dijiste que me fuera -le recordó.
– Sí, pero porque creía que tú querías irte -contestó Murat-. Todo esto es culpa tuya por no confesarme tus sentimientos -bromeó -, pero, en cualquier caso, estoy encantado de saber que mi amor es correspondido.
Daphne lo miró sorprendida.
– ¿Tú me quieres? -tartamudeó.
– Con todo mi corazón -contestó Murat tomándole la mano-. Cariño, cuando me di cuenta de lo mal que te había tratado, lo único que se me ocurrió que podía hacer para recompensarte fue devolverte tu libertad aunque para mí fuera lo más doloroso que había hecho en mi vida. Cuando aceptaste mi decisión sin decir nada, creí que no me querías.
– No dije nada porque estaba tan sorprendida que no podía hablar. Oh, Murat, claro que te quiero.
– Yo también te quiero, Daphne -dijo Murat poniéndose en pie-. Quiero compartir mi vida y mi país contigo.
Daphne se puso también en pie y lo besó con desesperación.
– Y yo acepto encantada porque amo este país y te amo a ti.
Al oír aquello, el príncipe heredero Murat de Bahania cayó ante ella de rodillas.
– Entonces, quédate conmigo, conviértete en mi esposa y en la madre de mis hijos, ámame, envejece a mi lado y permíteme que pase el resto de mi vida demostrándote lo importante que eres para mí.
– Acepto -murmuró Daphne -. Para siempre.
Murat se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un anillo. Al verlo, Daphne se estremeció. No era la alianza de diamantes que había llevado el último mes sino el anillo de compromiso que le había dado diez años atrás.
– Mi anillo -dijo con voz trémula-. Lo tenías guardado.
– Sí, lo he guardado durante todos estos años en un lugar secreto. Nunca supe por qué, pero ahora lo sé. Lo he estado guardando para dártelo a ti -contestó Murat besándola de nuevo.
– ¿Alteza? -les dijo el piloto por el interfono-. ¿Vamos a Estados Unidos?
– No -contestó Murat sentándose y tomando a Daphne en su regazo-. No, no vamos a Estados Unidos.
– ¿Adonde quiere que ponga rumbo entonces?
– ¿Tienes algo que hacer esta tarde? -le preguntó Murat a Daphne al oído mientras Daphne se sentaba a horcajadas sobre él.
– ¿Qué se te ha ocurrido? -sonrió Daphne.
– Denos una vuelta por Bahania -le dijo Murat al piloto.
– Muy bien, señor.
– ¿Cuánto tiempo nos da eso? -preguntó Daphne.
– Todo el tiempo del mundo, cariño -contestó Murat desabrochándole la blusa-. Todo el tiempo del mundo.
SUSAN MALLERY
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