La casa era un reflejo de su espíritu. Tenía tres niveles, amplias superficies acristaladas y estaba decorada en tonos melocotón, crema y negro satinado. Cuando entraba en ella, Bess siempre experimentaba una descarga de vitalidad. Ese día no fue diferente. Llegó diez minutos después de llamar a su madre, y el interior ya olía a costillas de cerdo asadas.
Stella la recibió vestida con un chándal con los colores de una paleta de pintor: fondo blanco con manchas rojas, amarillas, verdes y violeta. Sobre él llevaba una bata lavanda en un estado deplorable. Tenía el pelo áspero, con la raya en el medio, y le caía ondulado hasta las mandíbulas. Acostumbraba echárselo hacia atrás con la mano. Eso fue lo que hizo mientras saludaba a su hija.
– Bess, querida, es maravilloso. Estoy tan contenta de que me hayas llamado. -Era más baja que Bess, de modo que se puso de puntillas para abrazarla-. ¡Cuidado! No te manches de pintura.
– ¿Pintura?
– Me he matriculado en un curso de pintura al óleo y estaba con mi primer cuadro.
Mientras cerraba la puerta, volvió a apartarse el cabello de la cara.
– ¿De dónde sacas el tiempo? -preguntó Bess.
– Es fácil encontrar tiempo para las cosas que te gustan.
Stella la condujo a la sala, donde la luz que entraba por la ventana orientada hacia el oeste era intensa, aunque aún no le daba el sol de la tarde, que iluminaba el campo de golf cubierto de nieve. Enfrente había un sofá largo tapizado con motivos florales. El equipo de música y la televisión, que transmitía un partido de fútbol, estaban colocados sobre un mueble de ébano que ocupaba toda una pared. Las mesas tenían el armazón de la misma madera y la superficie de cristal. Frente a las puertas correderas de vidrio había un caballete con un cuadro inacabado que representaba una violeta africana.
– ¿Qué opinas? -preguntó Stella.
Bess se quitó la chaqueta y lo observó.
– Hummm… Me parece muy bueno.
– Es probable que no lo sea, pero qué importa. Me entretengo, y ése es el objeto.
Stella se acercó al televisor y bajó el volumen.
– ¿Te apetece una coca-cola? -preguntó.
– Voy a buscarla. Sigue con tu trabajo.
– De acuerdo. -Se echó el pelo hacia atrás y cogió un pincel mientras Bess se dirigía a la cocina y abría la nevera.
– ¿Te llevo una?
– No, gracias. Estoy tomando té.
Al lado de Stella, sobre una mesa plegable alta descansaban la taza y los tubos de pintura. Bebió un sorbo mientras observaba su obra de arte.
– ¿Cómo están los chicos? -exclamó.
– De ellos quería hablarte -respondió Bess mientras regresaba al salón con el refresco. Se quitó las botas negras, se tendió en el sofá y apoyó el vaso sobre las rodillas-. Mejor dicho, es uno de los temas de que deseaba hablar contigo.
– Humm.
– Lisa va a casarse… y espera un bebé.
Stella miró a su hija fijamente.
– Tal vez sea mejor que deje el cuadro de momento. -Tomó un trapo y empezó a limpiar el pincel.
– No, por favor. No te interrumpas -repuso Bess.
– No seas tonta. Ya continuaré más tarde. -Dejó el pincel en una lata con trementina, se quitó la bata, cogió la taza con una mano, se echó el pelo hacia atrás con la otra y se sentó en el sofá junto a Bess-. Vaya, vaya. Lisa embarazada. De modo que me convertiré en bisabuela.
– Y yo en abuela.
– Es espantoso, ¿verdad?
– Ajá…
– Con todo, eso es lo de menos. Supongo que estás conmocionada -conjeturó Stella.
– Quedé sorprendida cuando me enteré, pero ya se me ha pasado.
– ¿Quiere Lisa tener el bebé?
– Sí, mucho -contestó Bess.
– Es un alivio.
– Hay algo más. Adivínalo.
– ¿Qué más? -inquirió Bess.
– He visto a Michael -informó Stelia.
– ¡Dios mío! Qué semana.
– Lisa organizó el encuentro. Nos invitó a los dos a su apartamento para anunciar la noticia.
Stella levantó la barbilla y soltó una carcajada.
– ¡Bien por Lisa! Esa chica vale mucho.
– Me entraron ganas de estrangularla.
– ¿Cómo está mi nieta?
– Feliz, entusiasmada y, según nos aseguró, muy enamorada.
– ¿Y cómo está Michael?
– Se ha separado de nuevo y ha iniciado los trámites de divorcio.
– ¡Cielo santo!
– Me pidió que te saludara de su parte. Afirmó que te echa mucho de menos.
– Oh, Michael… -Stella bebió un poco de té y observó a Bess por encima de la taza-. No me extraña que necesitaras hablar. ¿Qué actitud ha adoptado Randy ante todo esto?
– La de siempre. Se muestra muy resentido y distante con su padre.
– ¿Y tú?
Bess exhaló un profundo suspiro.
– No sé cómo tomármelo, mamá. -Bajó la mirada, volvió a suspirar, echó la cabeza hacia atrás y añadió con la vista clavada en el techo-: Le he guardado un gran rencor durante seis años. Es muy difícil olvidar lo ocurrido…
Stella tomó un sorbo de té y esperó. Al cabo de un minuto Bess la miró.
– Mamá, ¿he hecho…? -Se interrumpió.
– Has hecho ¿qué?
– Cuando nos divorciamos, no dijiste nada.
– No lo juzgué oportuno.
– Cuando descubrí que Michael tenía una aventura amorosa, deseé que le mostraras tu enojo, que lo insultaras, que te pusieras de mi parte, pero no lo hiciste.
– Michael me caía bien.
– Sin embargo, yo consideraba que debías estar indignada por lo que me había hecho, pero en ningún momento te mostraste irritada. Debía de existir alguna razón.
– ¿Estás segura de que estás preparada para oírla?
– ¿Me va a enfurecer?
– No lo sé. Depende de cuánto hayas crecido en estos seis años.
– Opinas que en parte fue culpa mía, ¿verdad? -dedujo Bess.
– Cuando un hombre tiene una aventura amorosa, todo el mundo le responsabiliza de la ruptura del matrimonio.
– De acuerdo, ¿qué error cometí? -Bess se había puesto a la defensiva-. ¡Volví a la universidad para obtener un título! ¿Qué hay de malo en ello?
– Nada, pero mientras estudiabas desatendiste a tu marido.
– ¡No es cierto! Michael jamás me lo habría permitido. Durante ese tiempo seguí cocinando, lavando la ropa y manteniendo la casa en orden.
– Eso no es importante. Yo me refiero a la relación personal entre vosotros.
– ¡Mamá, no había tiempo!
– Vaya… creo que ahora has dado en el clavo…
Stella se dirigió a la cocina para servirse más té. Cuando regresó al salón, Bess estaba sentada, con un codo apoyado en el brazo del sofá, la yema del pulgar entre los dientes, y miraba por la ventana.
Stella volvió a tomar asiento.
– ¿Te acuerdas de que al poco de casaros solíais pedirnos a papá y a mí que nos quedáramos con los chicos mientras vosotros ibais de camping? ¿Y de esa Navidad en que le compraste la escopeta que Michael deseaba tanto? La escondiste en nuestro apartamento para que no la encontrara y luego la llevamos a hurtadillas a tu casa, ¿Recuerdas aquel día de los Santos Inocentes en que le enviaste a la oficina una caja llena de tuercas y tornillos?
Bess contemplaba el campo de golf nevado.
– Ésa es la clase de detalles que no conviene descuidar -afirmó su madre.
– ¿Fui la única que los olvidó?
– No lo sé. ¿Lo fuiste?
– No lo creí así entonces.
– Estabas muy concentrada en tus estudios y, cuando te licenciaste, en abrir tu negocio. Empezaste a visitarnos sola, nunca con Michael, y siempre venías con prisas. Dejaste de invitarnos a comer a papá y a mí y algunas veces los chicos acudían a nosotros porque se sentían tristes y abandonados.
Bess se volvió hacia su madre.
– Eso fue cuando Michael me acusó de descuidar mi aspecto personal.
– Si mal no recuerdo, lo hiciste.
– Le pedí que me ayudara en las tareas domésticas y se negó. Creo que también tiene su parte de culpa.
– Tal vez. Sin embargo, en una pareja ambos han de hacer concesiones. Quizá Michael se habría mostrado dispuesto a echarte una mano si no hubiera descendido al último lugar de tu lista de prioridades. ¿Qué tal funcionaba vuestra vida sexual?
Bess esquivó la mirada de su madre.
– Penosa -respondió.
– No tenías tiempo para eso, ¿verdad?
– Pensaba que, en cuanto terminara mis estudios y montara mi negocio, todo se arreglaría. Tenía previsto contratar a una asistenta con el fin de disponer de más tiempo para él.
– El problema es que él no esperó.
Bess se puso en pie, se acercó a la ventana y se quedó detrás del caballete. Bebió un trago de refresco y se volvió hacia Stella.
– Anoche me dijo que estaba espléndida. No sabes cómo me enfureció el comentario.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? -Bess agitó una mano-. Porque… ¡caramba!, no lo sé. Porque acaba de separarse de su mujer, es probable que se sienta solo y no quiero que intente volver a mí en esas circunstancias. ¡Para colmo Randy nos observaba desde el otro extremo de la mesa! Además, estaba irritada conmigo misma porque había dedicado más de una hora a arreglarme para esa maldita cena con el único propósito de demostrarle que todavía podía impresionarlo y… y… entonces… -Bess se tapó los ojos y meneó la cabeza-. ¡No entiendo qué me ocurre, mamá! De pronto me siento muy sola, hay que pensar en la boda de Lisa y me planteo muchas preguntas. -Perdió la mirada en el exterior y, más serena, concluyó-: No comprendo nada.
Stella dejó la taza sobre la mesita auxiliar y se acercó a su hija. Le acarició el cabello y luego comenzó a darle un masaje en los hombros.
– Atraviesas por una crisis que empezó a gestarse hace seis años -afirmó-. Durante todo este tiempo lo has odiado y culpado de tu fracaso matrimonial, y ahora comienzas a analizar hasta qué punto tú también fuiste responsable, y eso no es fácil.
– Ya no le amo, mamá.
– De acuerdo, no lo amas.
– Entonces ¿por qué sufro tanto al verlo?
– Porque él te induce a reflexionar sobre el pasado. Ten -añadió Stella mientras le tendía un pañuelo de papel.
Bess se sonó la nariz y le pareció que olía a trementina.
– Lo siento, mamá -se disculpó al tiempo que se secaba los ojos.
– No tienes por qué excusarte. Soy una mujer mayor, ¿no? Sé afrontar situaciones corno ésta.
– Te estoy estropeando el día…
– En absoluto -repuso Stella-. En realidad creo que lo has enriquecido. -Le rodeó los hombros con un brazo y la condujo al sofá-. ¿Te sientes mejor ahora?
– Sí, un poco mejor.
– Entonces, escúchame. Era lógico que estuvieras enojada al principio, inmediatamente después del divorcio. La indignación te ayudó a superarlo. Te volviste práctica y volcaste todas tus energías en demostrarle que podías arreglártelas sola y lo lograste. Sin embargo ahora te encuentras en otra etapa de tu vida, en la que te harás más preguntas, y sospecho que te sentirás triste con frecuencia, como te ha ocurrido hoy. Cuando eso suceda, ven aquí y charlaremos, largo y tendido. Ahora cuéntame los planes para la boda. Háblame del novio de Lisa, dime qué debo ponerme para el convite y si crees que conoceré a algún hombre interesante en él.
Bess soltó una carcajada.
– ¡Mamá eres incorregible! Pensaba que ya no querías cadenas.
– Por supuesto que no, pero después de soportar la cháchara de las mujeres necesito oír una voz masculina. Además, este invierno me he hartado de jugar al bridge.
Bess abrazó a su madre en un acto impulsivo.
– Mamá, te admiro mucho. Me gustaría parecerme más a ti.
Stella la estrechó.
– Lo cierto es que cada vez te pareces más a mí.
– Sin embargo tú nunca te desanimas.
– ¡Claro que no! Cuando me siento triste, salgo y me inscribo en otro club.
– O buscas un hombre.
– No tiene nada de malo, ¿verdad? A propósito, ¿cómo te va con Keith?
Bess hizo una mueca y se encogió de hombros.
– Oh, Keith… Se enfadó cuando cancelé mi cita con él para ir a cenar con los Padgett. Ya sabes cómo es.
– Ya que hablamos con total sinceridad, te diré que ese hombre no te conviene -aseguró Stella.
– ¿Acaso tú y Lisa os habéis puesto de acuerdo?
– Puede ser…
Bess se echó a reír.
– ¡Las dos sois unos diablillos! Si esperas que la boda me haga volver con Michael, siento desengañarte.
– Yo no he dicho nada al respecto.
– No, pero lo estás pensando, y es mejor que lo olvides.
Stella arqueó una ceja con escepticismo.
– ¿Qué tal está? ¿Sigue tan apuesto como siempre? -preguntó.
– ¡Mamá! -exclamó Bess exasperada.
– Es mera curiosidad.
– Nunca nos reconciliaremos, madre -prometió Bess con tono solemne.
Stella la miró con expresión satisfecha.
– ¿Cómo lo sabes? Cosas más extrañas han sucedido.
Capítulo 5
Esa misma mañana de domingo, a las diez, Michael Curran se despertó, se estiró y puso las manos bajo la cabeza. No le apetecía levantarse y, aunque le gruñía el estómago, permaneció acostado, con la mirada fija en el techo, donde se reflejaba la luz del sol. El dormitorio era muy amplio, cuadrado, con una puerta corredera de vidrio con tres hojas y vistas al lago. En la habitación sólo había una chimenea de mármol, un aparato de televisión y un par de colchones pegados contra la pared norte para evitar que se cayeran las almohadas.
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