Detuvo el automóvil en el arcén, apoyó la frente contra el volante y esperó a que desaparecieran las lágrimas y los temblores.

¿Qué le había ocurrido? Sabía muy bien que Keith nunca la ofendería, y sin embargo su contacto le había producido repugnancia y temor. ¿Tendría él razón? ¿Acaso ser su amante le daba derecho a esperar más de ella? Siempre se había mantenido alejada de él; con frecuencia había antepuesto su familia a su relación con él, e incluso a veces su negocio.

Además, empezaba a sospechar que tal vez Michael desempeñaba un papel importante en su repentino deseo de cortar los lazos con Keith. Había sido él quien le había pedido disculpas, pero quizá fuera ella quien se las debía.


Durante la semana siguiente pensó demasiado en Michael. Mientras hojeaba catálogos de papel pintado y muebles, se le presentaba la imagen de sus habitaciones vacías y recordaba el eco de sus voces en ellas. Veía su toalla húmeda, su cepillo de dientes y, en especial, sus colchones sobre el suelo. Aunque estaba divorciada de él, era imposible olvidar todo cuanto sabía de él. A veces lo imaginaba en situaciones íntimas, cotidianas, que sólo una esposa o una amante pueden conocer; con únicamente una toalla alrededor de las caderas y el cutis irritado después de afeitarse, o con el pelo mojado tras una ducha. Se lo representaba vestido con un traje antes de partir hacia el trabajo, guardándose la cartera, que sólo contenía unos billetes, el carnet de conducir y un par de tarjetas de crédito, pues detestaba abultar demasiado el bolsillo. Por último lo veía abrir el corta plumas que siempre llevaba consigo y limpiarse las uñas. Lo hacía todas las mañanas, sin falta. En todos los años que lo conocía, muy raras veces lo había visto con suciedad debajo de las uñas; ésa era una de las razones por las que le gustaban tanto sus manos.

Había postergado a siete clientes para trabajar en el diseño del apartamento de Michael. Sabía qué le gustaba: los sofás largos para tumbarse, sillones de reposabrazos gruesos y divanes a juego, el diario USA Today con el desayuno, las chimeneas encendidas a la hora de la cena, los helechos, la piel legítima, la luz difusa.

Conocía las cosas que le disgustaban: las alfombras, los tapetes de adorno, las plantas colgadas del techo, el desorden, el amarillo y el naranja, los cables de teléfono de más de tres metros, ver la televisión durante las comidas.

Le resultaba difícil recordar un trabajo del que hubiese disfrutado tanto o diseñado con tanta seguridad. Qué ironía que ahora conociera mejor sus gustos que cuando había decorado la casa que habían compartido. Además, le había dado carta blanca en cuanto al presupuesto.

El jueves lo llamó por teléfono.

– Hola, Michael, soy Bess. Ya he terminado los planos. Puedes pasar por mi negocio y examinarlos conmigo.

– ¿Cuándo te va bien? -se apresuró a preguntar él.

– Como ya te expliqué, procuro concertar las citas una vez que he cerrado el local para evitar interrupciones. ¿Qué tal mañana a las cinco?

– Perfecto. Allí estaré.

Al día siguiente, viernes, Bess se fue a su casa a las tres y media. Se lavó la cara, volvió a maquillarse, se retocó el peinado, cambió la ropa que llevaba puesta por un traje recién planchado y regresó al negocio con el fin de disponer los materiales para la presentación y mandar a casa a Heather diez minutos antes.

Cuando Michael entró, estaban encendidas las luces del escaparate, el interior olía a café recién preparado y en el fondo del local, alrededor de un conjunto de muebles de mimbre, estaba el material que Bess quería enseñarle: telas colgadas, catálogos de papel pintado y fotografías.

Bess oyó el ruido del tráfico que se coló dentro al abrirse la puerta y salió al encuentro de Michael.

– Hola, Michael -saludó sonriente-. ¿Cómo estás? Espera un minuto, voy a echar la llave.

Avanzó zigzagueando para sortear las mercancías almacenadas en el reducido espacio, donde sólo quedaba libre un estrechísimo pasillo. Cerró la puerta con llave y dio la vuelta al letrero de ABIERTO. Al regresar vio que Michael examinaba las paredes, de las que colgaban grabados enmarcados y tapices, mientras se desabotonaba el abrigo. Con su presencia, el establecimiento parecía de pronto atestado, ya que sus dimensiones eran mucho más adecuadas para mujeres.

– Has sacado mucho provecho de este local -comentó Michael.

– Está demasiado lleno, y el desván es insoportable en verano, pero cuando pienso en deshacerme de él, me pongo nostálgica y cambio de idea. Hay algo que me retiene aquí.

Bess advirtió que él también acababa de acicalarse para ese encuentro; lo dedujo por el aroma sutil de la colonia inglesa.

– ¿Quieres que te guarde el abrigo? -preguntó.

Era de gruesa lana gris y Bess notó que pesaba cuando se lo entregó junto con una suave bufanda de cuadros. Al pasar junto a él para colgar el abrigo tras la puerta del sótano la envolvió una vaharada de aromas; no sólo el olor de la colonia, sino una combinación de cosméticos, de aire fresco, de su automóvil, de él mismo…, uno de esos legados fragantes que un hombre deja en la memoria de una mujer.

Respiró hondo y dio media vuelta.

– Tengo todo preparado aquí, al fondo -indicó mientras se encaminaba hacia los asientos de mimbre-. ¿Te apetece un café?

– La verdad es que sí. Hace mucho frío fuera.

Esperó de pie delante del canapé hasta que ella dejó las tazas y los platitos sobre una mesa auxiliar y se sentó en un sillón a la derecha de él.

– Gracias.

Michael se desabrochó un botón de la americana al tomar asiento. El canapé era bajo, de modo que las rodillas le quedaban levantadas. Bebió un sorbo de café mientras ella abría un sobre de papel manila y sacaba los planos de las habitaciones.

– Empezaremos con el salón. Te mostraré primero el papel pintado que he elegido para que puedas imaginarlo como fondo de los muebles mientras te los describo.

Rodeada de muestras, le presentó su propuesta para el salón; empapelado en crema, malva y gris, persianas verticales, sillones frente a la chimenea, mesas con superficie de vidrio ahumado y macetas con plantas.

– Creo recordar que te gustaba el helecho que teníamos y lo regabas cuando yo me olvidaba, de manera que he pensado en incluir plantas como elemento decorativo.

Alzó la vista y observó que él estudiaba la colección de muestras y después la miraba.

– Creo que me gusta.

Bess sonrió y reanudó la exposición de sus sugerencias: para el comedor formal, una mesa con superficie de vidrio ahumado y armazón de bronce, rodeada de sillas con el asiento y el respaldo tapizados; para el vestíbulo, una escultura de cristal tallado sobre una consola de diseño audaz, flanqueada por un par de elegantes sillas tapizadas; para la galería, paredes revestidas de espejos y un pedestal debajo de la araña donde se expondría la escultura que él eligiera; para el despacho, un escritorio, una silla, un aparador, un flexo y librerías; para la habitación de los huéspedes, una cama art déco, un tocador lacado de color crema, y cortinas en tonos lavanda, para el dormitorio principal, un juego de tres piezas en laca negra de estilo art déco, junto con candelabros y una silla tapizada. Sugirió, además, que la colcha, el papel de las paredes y las cortinas tuvieran el mismo estampado.

Se reservó para el final la sala de estar, donde propuso colocar un suntuoso sofá de piel italiana a lo largo de toda la pared y curvado en las dos esquinas.

– La piel italiana es la más fina que hay en el mercado -explicó Bess-. Es cara, pero vale la pena y, como me diste carta blanca con el presupuesto, pensé que podrías disfrutar de algo muy lujoso.

– Hummm… podría.

Michael examinó la fotografía del sofá curvado. Ella reconoció la expresión de codicia en su rostro.

– Dices que es caro… ¿Cuánto cuesta?

– Te lo diré después; por ahora sumérgete en la fantasía. El golpe de gracia vendrá al final de la presentación, de modo que, si no te importa esperar…

– De acuerdo, como tú digas.

– El sofá está disponible en crema o negro. Cualquiera de los dos colores iría bien, pero opino que el crema es mejor para la sala de estar. Además, en los tonos oscuros se ve el polvo. Ven aquí, te enseñaré el mueble para el equipo de música y la televisión.

Era amplio, con puertas que al cerrarse dejaban a la vista una superficie sólida, pulida, de roble blanqueado.

– Está de moda la madera blanqueada. Es suntuosa y sin embargo informal; por eso creo que podríamos emplearla también para la mesa y las sillas del comedor de la cocina.

Había más aspectos que considerar: papel pintado, muestras de telas y madera, la disposición de los muebles. A las siete y media Bess advirtió que Michael estaba cansado.

– Sé que te he abrumado con tantas propuestas pero, lo creas o no, aún hay más. Todavía no hemos escogido los elementos decorativos, como jarrones, cuadros, lámparas y estatuillas, pero pienso que hemos hecho bastante. Con la mayoría de la gente sólo hablo de una habitación en cada visita.

Michael dejó caer los hombros y suspiró.

Bess puso sobre la mesa, delante de él, un fajo de papeles sujetos con un clip.

– Aquí están las malas noticias que estabas esperando; un desglose minucioso, habitación por habitación, artículo por artículo, con una asignación para otros complementos que seleccionaré sobre la marcha…, siempre con tu aprobación, por supuesto. El importe total asciende a 76.300 dólares.

Michael torció el gesto.

– ¡Caramba!

Bess prorrumpió en carcajadas.

– ¿Lo encuentras divertido? -preguntó él.

– No; me ha hecho gracia la cara que has puesto.

Michael se mesó el pelo y resopló.

– Setenta y seis mil… Bess, dije que confiaba en ti…

– Ten en cuenta que sólo el sofá ya cuesta ocho mil. Si lo prefieres, renunciaremos a él, y los espejos de las paredes de la galería, que valen quince mil. Además, los artículos que he elegido son de diseñadores de primera clase, los que fijan las pautas en la industria.

– ¿Cuánto debo pagarte a ti?

Bess señaló el fajo de papeles.

– Está todo ahí. Un diez por ciento directo. La mayoría de mis colegas te cobraría el precio de mayorista más el diez por ciento de flete, además de setenta y cinco dólares la hora por el tiempo que les lleven el diseño y las consultas. Te aseguro que esas horas pueden elevar mucho la cuenta. Por otro lado, el término «precio de mayorista» es arbitrario, pues dicen la suma que quieren. Mi precio incluye flete y entrega, y te recuerdo que por gastos de desplazamiento sólo te cobraré cuarenta dólares. Así pues, puedes hablar con otros profesionales y comparar las tarifas si así lo deseas.

Bess se sentó mientras Michael estudiaba con atención la lista. Al cabo de unos minutos ella se levantó, volvió a llenarle la taza de café y regresó a su silla, cruzó las piernas y esperó en silencio hasta que Michael terminó de leer.

– Ha subido mucho el precio de los muebles, ¿verdad? -observó él.

– Sí, pero también ha mejorado nuestra posición social. Ahora diriges tu propia empresa y tienes mucho éxito. Es lógico que tu hogar lo refleje y supongo que, con el tiempo, recibirás más y más clientes en tu casa. Si la decoras como te he sugerido, recibirán una buena impresión de ti.

Michael la miró sin pestañear, y Bess reprimió el impulso de desviar la vista. La luz de la lámpara de pie confería un brillo plateado a su pelo y le teñía de dorado las mejillas. Era muy apuesto, y ella había asociado ese atractivo con la infidelidad y por eso, con toda premeditación, había elegido a un hombre más bien feo, como Keith. Ahora se daba cuenta de ello.

– ¿Cuánto dices que vale el sofá de piel? -preguntó él.

– Ocho mil.

– ¿Cuánto tiempo tardarán en enviarlo?

– Los pedidos suelen recibirse al cabo de doce semanas. En este caso no llegará antes de dieciséis, porque lo mandan desde Italia en barco y el trayecto dura unas cuatro semanas. No te negaré que en los últimos tiempos ha habido algunos problemas debidos a huelgas en los puertos, por lo que podría demorarse un poco más. Por otro lado, tal vez tengamos suerte y el fabricante tenga una pieza lista en el color que queremos; entonces la recibiríamos en unas seis semanas.

– ¿Tiene alguna clase de garantía?

– ¿Contra defectos de fabricación? Por favor, tratamos con nombres de gran categoría, no con mercachifles. Garantizan la calidad de sus productos.

– ¿Y qué hay del papel pintado y las cortinas? ¿Cuánto tiempo tendré que esperar por ellos?

– Los pediré sin demora, y los cortinajes deberían estar instalados en seis semanas. El empapelado es mucho más rápido, tal vez dos semanas.

– ¿Te encargas de todo eso?