– No, pero Lisa sí lo hará. ¡Buenas noches, Michael!

Capítulo 10

A Lisa le resultó agradable pasar la víspera de su boda en el hogar de su infancia. Poco después de las once, cuando dejó caer sobre su cama la maleta, pensó que todo era más o menos como durante su adolescencia. Randy estaba abajo, en su habitación, oyendo la radio con el volumen bajo. Mamá se desmaquillaba en el cuarto de baño. Por un momento pensó que su padre apagaría las luces del vestíbulo, se acercaría a la puerta de su dormitorio y diría: «Buenas noches, mi amor.»

Se sentó sobre el colchón y observó la estancia. El mismo papel floreado en tonos azul pálido en las paredes, la misma colcha de rayas, las mismas cortinas, los mismos…

Se aproximó al tocador y vio que en el marco del espejo su madre había prendido sus fotos de la escuela; no sólo la de segundo grado, de la que se habían reído el día en que se probó el vestido de novia, sino de todos los trece, desde la guardería hasta el último curso. Con una sonrisa en el rostro, las examinó una por una antes de darse la vuelta y ver sobre la mecedora del rincón su muñeca Melody y, apoyada contra su manita, la nota de Patty Larson.

Cogió a Melody, se sentó con ella en el regazo y miró hacia la entrada del vestidor, donde estaba su traje de novia.

Estaba totalmente preparada para el matrimonio. La nostalgia era divertida, pero no conseguía llevarla al pasado. Se sentía feliz por subir al altar, por estar embarazada, por no haber aceptado vivir con Mark sin casarse.

Bess apareció en la puerta con un bonito camisón y una bata color melocotón.

– Sentada ahí pareces muy adulta -comentó mientras se aplicaba una loción en la cara.

– Me siento muy adulta. Precisamente ahora mismo pensaba que estoy preparada para el matrimonio. Es una sensación maravillosa. ¿Recuerdas cuando, años atrás, te pregunté qué pensabas de las chicas que conviven con un hombre sin casarse? Tú respondiste:

«Si lo haces, te arrepentirás siempre.» Gracias por eso, mamá.

Bess entró en la habitación con su fragancia de rosas, se inclinó sobre Lisa y la besó en la frente.

– De nada, cariño.

Lisa apoyó la cabeza contra el pecho de Bess y la abrazó.

– Estoy contenta de estar aquí esta noche. Así es como debía ser.

Cuando se separaron, Bess se sentó en la cama.

– Sin embargo -agregó Lisa-, ¿sabes qué es lo que me hace más feliz?

– ¿Qué?

– Tú y papá. Es tan hermoso veros juntos otra vez.

– Es increíble lo bien que nos llevamos…

– Algún, eh… -Lisa hizo un gesto de prestidigitador con la mano.

– Ningún «eh» de nada. Sencillamente hemos recuperado nuestra amistad.

– Es un buen comienzo, ¿no?

– ¿Necesitas ayuda mañana? Me tomaré todo el día libre, de modo que tendré tiempo.

– No lo creo. Por la mañana iré a la peluquería y a las cinco deberé estar en la iglesia para las fotografías.

– Por cierto, tu padre me ha preguntado si puede llevarte en su coche a la iglesia. Dijo que pasaría a buscarte a las cinco menos cuarto.

– ¿Tú también vendrás? ¿Y Randy?

– No veo por qué no.

– Después de seis años, juntos otra vez.

Bess se puso en pie.

– Vaya, es temprano. Tendré toda una noche para descansar y mañana me despertaré lúcida. -Besó a Lisa en la mejilla y la miró a los ojos, radiantes de felicidad-. Buenas noches, querida. Felices sueños, mi pequeña novia. Te quiero mucho.

– Yo también te quiero, mamá.

La luz de la cocina estaba encendida. Bess bajó para apagarla. Era una de las raras ocasiones en que Randy se encontraba en casa a esa hora, de modo que decidió ir a su habitación para desearle las buenas noches. Llamó con suavidad a su puerta. La música sonaba a bajo volumen, pero no obtuvo respuesta. La abrió y asomó la cabeza. Randy estaba en la cama, tendido de costado, de cara a la pared, vestido todavía. En el lado opuesto del dormitorio una luz mortecina iluminaba la parte superior de la cómoda, y los focos alumbraban su equipo de música.

Randy siempre dormía con la radio encendida. Ella nunca había logrado entender por qué, y sus sermones no le habían hecho cambiar el hábito.

Se acercó a la cama y se inclinó para besarlo en la mejilla. Al igual que su padre, parecía joven e inocente cuando dormía. Le acarició el pelo, oscuro y ondulado, como el de Michael.

Su hijo…, tan orgulloso, tan herido, tan reacio a doblegarse. Esa noche lo había visto desairar a su padre y había sufrido por ello. Su corazón estaba de parte de Michael, y en ese momento sintió un destello de rencor hacia Randy. ¡Era tan complejo ser madre! No sabía cómo tratar a ese jovencito, que hacía equilibrio sobre una cornisa en la que una influencia en cualquier dirección podía decidir su destino. Ella veía con toda claridad que Randy podía fracasar en muchos sentidos; en las relaciones humanas, en los negocios y, más importante aún, en la consecución de la felicidad.

Si él fracasa, será en parte por mi culpa, pensó.

Se enderezó, lo contempló un momento más, apagó la luz y salió con sigilo de la habitación mientras la radio seguía sonando a bajo volumen.


Cuando la puerta se cerró, Randy abrió los ojos y volvió la cabeza. Uff, por poco me pilla, pensó mientras se tendía de espaldas. Pensó que había entrado para hacerle alguna pregunta y, mientras le acariciaba el pelo, temió que lo zarandeara y obligara a darse la vuelta. Con una mirada a sus ojos ella habría comprendido. Entonces lo habría puesto de patitas en la calle. Estaba seguro de que había hablado en serio la última vez que lo amonestó.

Todavía estaba bajo el efecto de la marihuana. Las luces sobre el equipo de música parecían amenazarlo, y empezaba a sentir la boca seca y retortijones en el estómago.

Los retortijones… Siempre lo atacaban fuerte. Además, la comida nunca le sabía tan bien como cuando estaba eufórico. Necesitaba comer algo. Se levantó de la cama y caminó lo que le parecieron kilómetros hasta la puerta. Las luces del piso superior estaban apagadas. Caminó a tientas hasta la cocina, encendió la luz y encontró una bolsa de patatas fritas. Abrió la nevera en busca de cerveza, pero sólo encontró zumo de naranja y una jarra de té helado, que bebió directamente del recipiente; sabía a ambrosía.

Alguien susurró desde arriba:

– ¿Randy eres tú?

Se alejó con disimulo del frigorífico y salió descalzo al pasillo. Lisa se inclinó sobre la barandilla.

– Hola, hermanita.

– ¿Qué has encontrado?

– Patatas fritas… -Unos segundos después agregó-: Y té helado.

– No puedo dormir. Tráelos arriba.

– Detesto el té helado -masculló Randy mientras subía por la escalera.

Lisa se sentó en la cama con las piernas cruzadas. Llevaba puesto un chándal.

– Ven aquí y cierra la puerta -indicó.

Randy obedeció y cayó al pie de la cama.

– Ven, dame las patatas -pidió Lisa al tiempo que se inclinaba para quitárselas-. ¡Oh, Randy! -Dejó caer la bolsa y le cogió la cara para levantarla hacia ella-. ¡Qué estúpido eres! ¡Has vuelto a fumar marihuana!

– No… -gimoteó él-. Vamos, hermanita…

– Tienes los ojos desencajados. ¡Eres un idiota! ¿Y si te pesca mamá? Te echará a la calle.

– ¿Vas a chivarte? -preguntó Randy.

Lisa pareció considerar esa posibilidad.

– Debería contárselo, ya lo sabes, pero no quiero que nada estropee el día de mi boda. ¡Me prometiste que no volverías a fumar esa mierda!

– Lo sé… sólo di un par de caladas…

– ¿Por qué?

– No lo sé. -Randy se tendió de espaldas a los pies de la cama, con un brazo en alto-. No lo sé -repitió.

Lisa le quitó el té helado de las manos, tomó un buen trago y se estiró para dejar la jarra sobre la mesita de noche. Después volvió a sentarse al estilo indio y se preguntó cómo podía ayudarlo.

– Hermanito, ¿tienes idea de lo que estás haciendo con tu vida?

– Es sólo marihuana. Jamás tomo cocaína.

– Sólo marihuana… -Meneó la cabeza y se quedó mirándolo un rato mientras él seguía con la vista clavada en el techo-. ¿Cuánto gastas cada semana en esa porquería?

Randy se encogió de hombros.

– ¿Cuánto? -insistió ella.

– No es asunto tuyo.

Lisa se inclinó y lo cogió de los hombros.

– Mírate, tienes diecinueve años. ¿Qué tienes, aparte de una batería Pearls? ¿Un trabajo decente? ¿Un buen coche? ¿Un amigo que valga algo? Bernie, ese gilipollas. Te juro que no entiendo por qué sales con él.

– Bernie es un buen tío.

– Bernie es un fracasado. ¿Cuándo te darás cuenta de eso?

Randy volvió la cabeza para mirarla. Lisa comió una patata frita y se inclinó para introducirle otra en la boca.

– ¿Sabes qué te pasa? -preguntó ella-. Creo que no te quieres mucho.

– ¡Oh, ha hablado Lisa Freud! -replicó él con soma.

Ella le puso otra patata en la boca.

– No te quieres, y lo sabes. Por eso te rodeas de fracasados. Reconócelo, Randy, algunas de las chicas con las que sales son unas andrajosas. Cuando las llevas a mi apartamento, querría ponerme un preservativo en la mano antes de estrechar las suyas.

– Gracias.

Esta vez le metió dos patatas en la boca, después dejó la bolsa sobre la mesita y se frotó las manos.

– Esta noche has tratado fatal a papá.

– Lo trato como se merece -repuso Randy.

– ¡Déjate de estupideces! Papá se esfuerza por reconciliarse contigo. ¿Por qué no te comportas como un adulto y adoptas otra actitud? ¿No te das cuenta de que esta situación te está consumiendo?

– No es él quien me preocupa esta noche.

– ¿Ah, no? Entonces ¿de qué se trata?

– Maryann.

– ¿También te has peleado con ella? -preguntó Lisa.

– Mira, lo he intentado, en serio.

– ¿Qué has intentado? ¿Quitarle las bragas? Déjala en paz, Randy, es una buena chica.

– ¡Vaya! ¡Menudo concepto tienes de mí! -exclamó Randy.

– Te quiero, hermanito, a pesar de tus defectos, y te querría mucho más si te comportaras como es debido, dejaras de fumar porros y consiguieras un empleo.

– Ya tengo uno.

– ¡Oh, sí, en un almacén de frutos secos! ¿De qué tienes miedo? ¿De no ser un buen músico?

Estiró una pierna, colocó un pie sobre las costillas de Randy y le hizo cosquillas con la punta de los dedos.

Randy la miró.

– ¿Te acordarás mañana de nuestra conversación? -preguntó Lisa.

– Sí, ahora estoy bien. Ya estoy bajando.

– Bien, entonces, escúchame. Eres el mejor batería que jamás he oído. Si quieres dedicarte a la música, entrégate a ella en cuerpo y alma, pero debes dejar los canutos. De lo contrario, pronto pasarás a la cocaína, después al crack y, antes de que te des cuenta, estarás muerto. Busca un grupo serio, profesional.

Él la miró largo rato y se sentó.

– ¿De verdad crees que soy bueno?

– El mejor.

– ¿En serio? -preguntó con una sonrisa.

Lisa asintió con la cabeza.

– Bien, ahora explícame que ha ocurrido con Maryann -pidió-. No parecía muy contenta cuando entró en su casa.

Randy bajó la mirada al tiempo que se mesaba el cabello.

– No ha pasado nada. Solté unos tacos, esto fue todo.

– Ya te he dicho que es una buena chica.

– Me disculpé, pero ella ya entraba en su casa.

– La próxima vez que estés con ella, cuida tu vocabulario. De todos modos no te vendrá mal.

– Además, en el restaurante me regañó por la forma en que había tratado a papá -explicó Randy.

– Así pues, no fui la única que lo noté.

– ¡Ni siquiera sé por qué me gusta esa chica!

– ¿Por qué te gusta?

– Ya te he dicho que no lo sé.

– Pues yo sí lo sé.

– ¿De veras? Entonces, dímelo.

– Maryann no es una andrajosa; ése es el motivo.

Randy reprimió la risa. Permaneció unos minutos en silencio.

– La primera vez que la vi quedé impresionado -reconoció-. Tuve la sensación de que me faltaba el aire.

Lisa esbozó una sonrisa pícara.

– Esta noche he tratado de comportarme como un hombre educado, te lo aseguro. Incluso me compré ropa nueva -añadió mientras se tiraba del jersey-, limpié el coche, le retiré la silla para que se sentara y le abrí la portezuela del automóvil, pero ella es dura.

– A veces una mujer dura es lo mejor -afirmó Lisa-, al igual que los amigos. Si tuvieras a tu lado a alguien más duro, que te exigiera más, tal vez serías bueno para Maryann.

– ¿No crees que lo sea?

Lisa lo observó un momento antes de encogerse de hombros y tender la mano hacia la mesita de noche.

– Creo que podrías serlo, pero te costará un poco. -Le entregó la bolsa de patatas fritas y el té helado-. Ahora ve a dormir un poco. Espero que no tengas los ojos rojos mañana, cuando entres en la iglesia.