– ¡Gracias a Dios que no tengo que pasar por esto todos los días!

– Lloró durante toda la ceremonia -explicó Jake, que estaba a su lado.

– Yo también -admitió Bess.

Llegaron Randy y Maryann y empezaron a conversar con el grupo. Se acercaron Lisa y Mark, cogidos de la mano, y recibieron abrazos y besos de todos. Bess no se había percatado de que Michael estaba detrás de ella hasta que Lisa lo abrazó.

– ¡Mmm, papá, estás apetitoso como un postre! Por cierto, creo que la cena ya está lista. Mamá y papá, estaréis a la cabecera, con nosotros.

Una vez más Michael y Bess se encontraron sentados uno al lado del otro. El padre Moore se puso en pie para bendecir la mesa, y enseguida se sirvieron platos de lomo en salsa de vino, arroz blanco y brécol. Después se acercaron los camareros para llenar las copas de champán y Randy, en calidad de padrino, se levantó para ofrecer un brindis.

– ¡Atención!

Se abotonó la chaqueta del esmoquin y esperó a que se apagaran los murmullos. Algunas personas golpearon sus copas con las cucharas, y por fin se hizo el silencio.

– Bueno, hoy he asistido a la boda de mi hermana mayor -dijo Randy. Hizo una pausa y se rascó la cabeza-. ¡Estoy contento! Ella siempre consumía la última gota de agua caliente y me dejaba con…

Las carcajadas lo interrumpieron. Cuando cesaron, reanudó el discurso.

– No, en serio, Lisa, me alegro mucho por ti, y también por ti, Mark. Ahora tendrás que compartir el baño con ella y pelearte para que te deje el espejo.

Los invitados echaron a reír.

– Lisa, Mark -prosiguió Randy-, creo que los dos sois extraordinarios. -Levantó su copa hacia ellos y agregó-: Con este brindis os deseo amor y felicidad en el día de vuestra boda y durante el resto de vuestra vida. Espero que tengáis mucho de las dos cosas.

Todos bebieron y aplaudieron, y Randy volvió a sentarse al lado de Maryann, quien le dedicó una sonrisa.

– Te ha salido muy natural.

Randy se encogió de hombros.

– Supongo que sí -repuso.

– Creo que no te costará mucho hablar sobre un escenario, cuando subas a él.

Randy bebió un poco de champán y sonrió.

– ¿Crees que nunca subiré a uno?

– No lo sé. Nunca te he oído tocar.

Comieron en silencio. Al cabo de unos minutos Randy dijo:

– Bien, háblame de lo que haces en la escuela. Ya me contaste que juegas en el equipo de baloncesto, y supongo que obtienes unas notas excelentes.

– Por supuesto.

– Y editas tu anuario.

– El diario de la escuela.

– Ah… perdón, el diario de la escuela. -La miró fijamente y preguntó-: ¿Y qué haces para divertirte?

– ¿Qué quieres decir? Todo es divertido. Me encanta el instituto.

– Me refiero aparte de las clases.

– Realizo muchas actividades con el grupo de mi parroquia. Este verano viajaré a México para ayudar a las víctimas de los huracanes. La iglesia se ocupa de todos los trámites. Pueden ir cincuenta personas, pero tenemos que juntar el dinero para pagarnos el pasaje.

– ¿Cómo lo conseguiréis?

– Hacemos colectas.

Randy estaba perplejo. ¿Grupo de la parroquia? ¿Huracanes? ¿Colectas?

– ¿Y qué harás en México?

– Trabajos muy duros -respondió Maryann-, como mezclar cemento, colocar tejados… Tendré que dormir en una hamaca y bañarme sólo una vez a la semana.

– Perdona, pero si vas por ahí sin bañarte, los mejicanos te expulsarán antes de que pase una semana.

Maryann se tapó la boca con la servilleta para reír.

– Esta noche hueles bien -observó Randy en su estilo más galante.

Maryann dejó de reír. Bajó la servilleta, con el rostro encendido, y clavó la vista en el plato.

– ¿Es así como te comportas con todas las chicas?

– ¿Qué chicas?

– Supongo que no te costará conquistarlas. Después de todo, eres bastante atractivo.

Randy decidió ser sincero.

– La última chica con quien salí en serio fue Carla Utley. Entonces estábamos en décimo curso.

– ¡Oh, vamos! No esperarás que me lo crea.

– Es la verdad.

– ¿Decimo curso?

– He salido con otras chicas después, pero con ninguna en serio.

– ¿Significa eso que tienes muchas aventuras de una sola noche?

Randy la miró a los ojos.

– Para ser tan hermosa, eres bastante malvada.

Maryann volvió a ruborizarse, lo que satisfizo a Randy.

Jamás había tenido el placer de pasar una noche con una criatura tan bella y natural como ella; Randy pensó con cierto asombro que sería la primera vez en años que besaría a una chica sin arrojarla sobre la cama.

Alguien empezó a golpear una copa de champán con una cuchara, y los demás invitados captaron el mensaje y llenaron de repiqueteos el salón de baile.

Mark y Lisa se pusieron en pie y cumplieron con el ritual con gran placer. Ofrecieron a sus convidados un apasionado beso que duró cinco segundos.

Randy miraba a Maryann, que observaba a la pareja con los labios entreabiertos y una expresión extasiada.

Cuando los novios se sentaron, todos prorrumpieron en aplausos. Todos menos Maryann, que ensimismada bajó la vista. Después, al notar el insistente escrutinio de su compañero, le lanzó una rápida mirada de desconcierto, que por un instante se posó en los labios de Randy.


Cuando la cena terminó, la banda empezó a marcar el compás. Michael empujó su silla hacia atrás.

– Ven, vamos a levantarnos -indicó a Bess.

Se mezclaron con los invitados y se encontraron con parientes del otro a quienes no habían visto después del divorcio, viejos amigos, amigos nuevos, vecinos cuyos hijos habían jugado con Lisa y Randy… Un salón lleno de gente conocida, que con toda prudencia se abstenían de preguntarles por su situación sentimental.

Por último se acercaron a Barb y Don Maholic, que se levantaron de sus sillas. Los hombres se estrecharon la mano, las mujeres se abrazaron.

– Oh, Barb, qué alegría volver a verte -exclamó Bess emocionada.

– Ha pasado demasiado tiempo.

– Unos cinco años, quizá.

– Por lo menos. Nos alegró mucho recibir la invitación. Lisa está preciosa. ¡Enhorabuena!

– ¿Verdad que está hermosa? Es difícil reprimir las lágrimas cuando tus hijos se casan -reconoció Bess-. Háblame de los tuyos.

– Ven, sentémonos y pongámonos al día.

Los hombres se alejaron en busca de bebidas y cuando regresaron tomaron asiento para charlar los cuatro. Conversaron sobre sus hijos, los negocios, los viajes, los amigos comunes y los padres. Cuando la banda empezó a tocar, alzaron la voz y se acercaron un poco más para poder oírse.

En el fondo del salón, el director de la orquesta llamó a la pareja de novios a la pista cuando el grupo arrancó con Could I have this dance. Lisa y Mark se situaron bajo la lámpara de araña y, mientras bailaban, captaron la atención de todos, incluidos Bess y Michael.

El director exclamó:

– ¡A ver, que se unan a ellos los demás miembros del cortejo nupcial!

Randy se volvió hacia Maryann.

– Supongo que se refiere a nosotros.

Jake Padgett se puso en pie y se dirigió a su esposa.

– ¿Hildy?

Por encima de los hombros de Mark, Lisa divisó a Michael y le indicó con un gesto que sacara a bailar a Bess.

Michael miró a su ex esposa, que con los brazos cruzados sobre la mesa contemplaba a Lisa con una sonrisa en los labios.

– ¿Bailas, Bess? -preguntó Michael.

– Creo que deberíamos salir -respondió ella.

Él le retiró la silla y, mientras la seguía a la pista de baile, reparó en la amplia sonrisa de Lisa, le dedicó un guiño y se dio la vuelta para abrir sus brazos a Bess, que avanzó hacia él contentísima. Habían bailado juntos durante dieciséis años, con un estilo que despertaba gran admiración. Esperaron el compás fuera de la pista y entraron en el ritmo de tres tiempos con una gracia sin igual. No dejaron de sonreír mientras dibujaban amplios giros.

– Siempre se nos ha dado bien, ¿verdad, Michael? -preguntó ella.

– Desde luego.

– ¿No es maravilloso tener por pareja a alguien que sabe bailar?

– En efecto. Ya nadie sabe cómo se baila el vals.

– Keith seguro que no.

– Tampoco Darla.

Ellos lo hacían a la perfección. Si hubiera habido serrín en el suelo, habrían trazado una guirnalda de pequeños triángulos sobre él.

– Se está bien, ¿eh?

– Hummm… Acogedor.

Llevaban un buen rato danzando cuando a Michael se le ocurrió la pregunta.

– Por cierto, ¿quién es Keith?

– El hombre con quien he estado saliendo.

– ¿Es una relación seria?

– No. En realidad ya terminó.

Siguieron bailando, separados por un considerable espacio, felices y sonrientes.

– ¿Cómo están las cosas entre tú y Darla? -inquirió Bess.

– Los divorcios de mutuo acuerdo se resuelven con bastante rapidez en los tribunales.

– ¿Os habláis?

– Claro que sí. Nunca nos quisimos lo suficiente para terminar nuestro matrimonio con una guerra.

– ¿Cómo nos sucedió a nosotros?

– Hummm…

– Nos mostramos tan intransigentes porque todavía nos amábamos, ¿acaso quieres decir eso?

– Es posible.

– Qué curioso, mi madre me dio a entender que así había sido.

– Tu madre está sensacional. Es dinamita pura.

Los dos rieron y permanecieron en silencio hasta que terminó la canción. Después se quedaron en la pista para ejecutar otra pieza, y otra, y otra. Por fin decidieron descansar un rato.

Sonaban melodías más alegres a medida que avanzaba la noche. Entre los invitados predominaba la gente joven, que pedía más ritmo. La orquesta respondió a sus deseos. Las baladas -Wind beneath my wings, Lady in Red- dieron paso a una música más animada que impulsó incluso a los dubitativos de edad madura a salir a la pista. Reinaba el buen humor.

– ¿Te importaría que baile una pieza con Stella? -preguntó Michael.

– Desde luego que no -respondió Bess-. A ella le encantará.

– Ven aquí, muñequita -dijo Michael a Stella-. Quiero bailar contigo.

Gil Harwood bailó con Bess, y al final de la pieza el cuarteto cambió de pareja.

– ¿Te diviertes? -preguntó Michael al recuperar a Bess.

– ¡Lo estoy pasando en grande! -exclamó.

A continuación evolucionaron al ritmo de una música rápida, vertiginosa, y cuando terminaron Bess jadeaba.

– Ven, necesito quitarme la chaqueta -dijo Michael.

Llevó a Bess a rastras hasta la mesa en que habían dejado sus copas y colgó la chaqueta en el respaldo de una silla. Bebían con avidez un trago de champán cuando la orquesta atacó Old time rock and roll. Michael dejó la copa en la mesa al instante.

Condujo a Bess a la pista de baile. Ella caminaba detrás y de pronto lo cogió de los tirantes y los soltó con un chasquido contra la camisa húmeda de sudor.

– ¡Eh, Curran! -exclamó.

Michael se dio la vuelta y ahuecó la mano en la oreja para captar lo que ella decía.

– ¿Qué?

– Estás muy atractivo con ese esmoquin.

– ¡Vaya! -repuso él tras soltar una carcajada-. ¡Trata de controlarte, mi amor!

Se abrieron paso a codazos entre el gentío y se sumergieron una vez más en la alegría que les brindaba la música.

Era fácil olvidar que estaban divorciados, entregarse al júbilo, levantar las manos sobre la cabeza y batir palmas, rodeados de viejos amigos y familiares que hacían lo mismo y entonaban el estribillo de la canción.

I like that old time rock and roll…

Cuando la pieza terminó, estaban acalorados y exultantes. Michael se llevó dos dedos a la boca y silbó. Bess aplaudió y alzó un puño al aire.

– ¡Más! -exclamó.

Sin embargo la orquesta se tomó un descanso, de modo que regresaron a la mesa con Barb y Don, donde los cuatro se derrumbaron en sus sillas al mismo tiempo. Agotados y alborozados, se enjugaron el sudor de la frente y bebieron champán.

– ¡Qué bien toca esta banda!

– Es fantástica.

– Hacía años que no bailaba así.

Los ojos de Barb destellaron.

– Es maravilloso veros juntos otra vez. ¿Salís… con frecuencia?

Michael y Bess se miraron.

– No; en realidad no -contestó ella.

– ¡Qué lástima! Sobre la pista de baile parecía que nunca os hubierais separado.

– Lo estamos pasando muy bien.

– También nosotros. ¿Cuántas veces fuimos los cuatro a bailar?

– ¿Quien sabe?

– Me gustaría saber qué ocurrió, por qué dejamos de vernos -declaró Barb.

Se observaron los cuatro mientras recordaban el afecto que los había unido en el pasado y aquellos meses terribles cuando el matrimonio se derrumbaba.

Bess expresó en voz alta sus pensamientos.

– Yo sé por qué dejé de llamaros. No quería que os sintierais obligados a tomar partido, a elegir entre uno de nosotros.