– No. Ha sido toda una sorpresa.
De la mesita de noche, Bess cogió el mando a distancia, bajó el volumen del televisor y se quitó la diadema.
– El viejo Gilbert… ¿Puedes creerlo? -Randy meneaba la cabeza con asombro.
– Sí, puedo creerlo…, por la manera en que baila.
– Y todo porque toqué en la boda.
– Basta un poco de coraje para triunfar.
Randy sonrió con satisfacción.
– ¿Estas asustado? -preguntó su madre.
– Bueno… -Se encogió de hombros-. Sí; supongo que un poco.
– Yo también estaba asustada cuando monté mi negocio. Sin embargo, todo ha salido bien.
Rándy la miró a los ojos.
– Sí, supongo que todo ha salido bien. -Se quedó pensativo y al cabo de unos minutos preguntó-: Bien, ¿qué hay entre tú y el viejo?
– Tu padre, quieres decir.
– Sí… perdón… papá. ¿Qué hay entre vosotros?
Bess se levantó y se acercó al tocador donde arrojó la diadema y con dedos nerviosos toqueteó algunos frascos y tubos antes de coger uno y destaparlo.
– Somos amigos, eso es todo.
Vertió en un dedo un poco de crema y se la aplicó al rostro mientras se miraba en el espejo.
– Mientes fatal, mamá. Te has acostado con él, ¿verdad?
– ¡No es asunto tuyo!
Bess lanzó el tubo con furia.
– Te has ruborizado -observó él-. Lo he visto en el espejo.
Bess contempló su propio reflejo.
– Te repito que no es asunto tuyo y me molesta tu impertinencia.
Randy alzó las manos y se levantó de la cama.
– ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! Lo que ocurre es que no te entiendo. Primero te divorcias de él, después le decoras el apartamento, y ahora… -Se interrumpió e hizo un gesto de resignación.
Ella se volvió hacia él.
– ¿Por qué no respetas mi vida privada como yo respeto la tuya? Nunca te he preguntado por tu vida sexual, y me gustaría que no me interrogaras al respecto. ¿De acuerdo? Los dos somos adultos, conocemos las consecuencias de nuestros actos.
Randy la miró de hito en hito, desgarrado por sentimientos contradictorios. Por un lado le complacía la posibilidad de que sus padres volvieran a vivir juntos; por otro, le asustaba la idea de tener que hacer las paces con Michael.
– Nunca te mostraste tan quisquillosa con respecto a Keith -comentó Randy antes de salir de la habitación.
Cuando se hubo marchado, Bess reconoció que Randy tenía razón. Se sentó en el borde de la cama, con las manos entre las rodillas, y trató de encontrar un sentido a lo que había sucedido. Al cabo de unos instantes se tendió de espaldas, con los brazos extendidos, y se preguntó cuáles serían las consecuencias de esa noche. Se protegía porque estaba asustada; por esa razón había escapado de Michael y se había enfadado con Randy. El riesgo de comprometerse era tan grande… ¡Caramba!, ya estaba comprometida otra vez con Michael; se engañaba si pensaba lo contrario. Los dos estaban comprometidos y, con toda probabilidad, otra vez enamorados. ¿Y cuál era la conclusión lógica de enamorarse, sino el matrimonio?
Bess se tumbó de costado, con las rodillas dobladas, y cerró los ojos.
«Yo, Bess te tomó a ti, Michael, para lo bueno y para lo malo, hasta que la muerte nos separe.»
Habían creído en ese voto en el pasado, y mira cómo habían acabado; la angustia de destrozar la familia, el hogar, las finanzas conjuntas, dos corazones. La idea de arriesgarse de nuevo se le antojaba temeraria.
La audición estaba programada para el lunes a las dos de la tarde, en un club llamado Stonewings. La banda tenía todo su equipo preparado para el recital de esa noche y estaban probando el sonido cuando Randy entró con un par de palos de tambor en la mano. El local estaba a oscuras, con excepción del escenario, iluminado por focos. Un guitarrista repetía ante un micrófono «uno, dos, probando», mientras otro, agachado en el fondo, escudriñaba la pantalla anaranjada de un sintonizador electrónico de guitarra.
Randy se acercó.
– Hola -saludó cuando llegó al cono de luz.
Cesaron todos los sonidos. El guitarrista principal le echó un vistazo. De rostro macilento, se parecía a Jesucristo tal como se le representa en las estampas sagradas. Sostenía una guitarra Fender Stratocaster azul brillante, con un cigarrillo encendido clavado detrás de las cuerdas, cerca de las clavijas.
– Eh, muchachos, nuestro hombre está aquí. ¿Eres Curran?
Randy se aproximó y le tendió la mano.
– Así, es. Me llamo Randy.
El hombre apoyó la guitarra contra el estómago y se inclinó para estrecharle la mano.
– Pike Watson -dijo, y dio media vuelta para presentar al bajo-. Este es Danny Scarfelli.
El teclista avanzó para saludar a Randy.
– Tom Little.
Le siguió el guitarrista rítmico.
– Mitch Yost.
Había también un hombre encargado del sonido y las luces, que se movía en las sombras y ajustaba los focos encaramado en una escalera de mano.
– Ese que está allí es Lee; está arreglando las luces -indicó Watson, que a continuación ahuecó las manos en torno a la boca y exclamó-; ¡Eh, Lee!
Desde las tinieblas llegó una voz áspera.
– ¡Hola!
– Este es Randy Curran.
– A ver cómo toca -repuso Lee.
– Bien, ¿qué sabes? -preguntó Watson.
Randy agitó los palos como si fueran limpiaparabrisas y respondió:
– Cualquier cosa. Di tú… Algo con algunos toques de música beat o rock puro… No importa.
– De acuerdo. ¿Qué tal Blue Suede Shoes?
– Fantástico.
La batería era sencilla, de cinco elementos. Randy se ubicó detrás de ellos, encontró los pedales del bajo, dio unos golpes rápidos a los tambores y ajustó la altura de los platillos. Adelantó el taburete unos dos centímetros, volvió a probar la distancia y alzó la mirada.
– Listo -anunció-. Cuento yo. Arrancamos en la cuarta.
Pike Watson expulsó una bocanada de humo hacia el techo y volvió a colocar el cigarrillo junto a las clavijas de la guitarra.
– Adelante -exclamó.
Randy dio el golpe inicial en el canto del tambor pequeño y la banda atacó la canción, con Watson como vocalista.
Para Randy, tocar era una terapia que le permitía olvidar cualquier preocupación. Tocar era vivir en total armonía con dos palillos de madera y un equipo de instrumentos de percusión, sobre los que parecía ejercer una especie de control misterioso. Tenía la impresión de que la batería hacía brotar el sonido dirigido por sus pensamientos, más que por sus manos y pies. Cuando terminó la pieza, estaba sorprendido, pues apenas recordaba haberla tocado; parecía que la melodía hubiera salido de él mismo.
Apretó los platillos para silenciarlos, apoyó las manos sobre los muslos y alzó la mirada.
Pike Watson estaba complacido.
– Muy bien, tío. -Randy sonrió.
– ¿Qué tal otra más?
Interpretaron un blues y luego tres canciones más.
– Bonitas improvisaciones -opinó Scarfelli cuando terminaron.
– Gracias.
– ¿Sabes cantar? -preguntó Watson.
– Un poco.
– ¿Armonía?
– Sí.
– ¿Primera voz?
– También.
– Vamos, colega, deja que te escuchemos.
Randy pidió el último éxito de Elton John, The dub at the end of the Street y, aunque la banda no lo había interpretado nunca, lo ejecutaron como expertos.
– ¿Con quién has tocado? -preguntó Watson cuando terminó la canción.
– Con nadie. Esta es mi primera audición.
Watson arqueó una ceja, se frotó la barba y miró a sus compañeros.
– ¿Tienes un equipo de percusión?
– Sí, un Pearls completo.
– Debe de gustarte el heavy metal.
– Pues sí.
– Nosotros casi nunca lo tocamos.
– Soy versátil.
– Muchos escenarios son más pequeños que éste. ¿Te importaría dejar en casa algunas piezas de tu Pearls?
– No.
– ¿Eres casado?
– No.
– ¿Planeas casarte?
– No.
– ¿Tienes hijos?
Randy le sonrió con sorpresa.
– Bueno -agregó Watson-, nunca se sabe.
– No tengo hijos.
– Entonces ¿puedes viajar?
– Sí.
– ¿Ningún otro empleo?
Randy rió entre dientes y se rascó la nuca.
– Empaqueto frutos secos en un almacén.
Los demás se echaron a reír.
– Si me aceptáis en vuestro grupo, no dudaré en dar un beso de despedida a ese empleo.
– ¿Qué clase de jefes tienes?
– Eso no es ningún problema.
Lo era, pero él lo afrontaría si llegaba el caso.
– ¿Perteneces a algún sindicato?
– No, pero me afiliaré si es necesario.
– Si te contratamos tendrás que ensayar durante seis días, porque nuestro batería se va el próximo fin de semana.
– No hay problema. Puedo despedirme de ese palacio de los frutos secos con una llamada telefónica.
Pike Watson consultó a los demás con una mirada y se volvió hacia Randy.
– De acuerdo. Ya te avisaremos, ¿de acuerdo?
– Muy bien.
Randy asintió y se levantó para estrechar la mano a los músicos.
– Gracias por dejarme tocar con vosotros. Sois muy buenos. Daría cualquier cosa por unirme a vuestro grupo.
Minutos después salió al sol de la media tarde. Necesitaba algo que lo ayudara a relajar la tensión. Cerró los ojos, respiró hondo y se encaminó hacia su coche al tiempo que se golpeaba los muslos con la palma de una mano y el par de palillos. Había sido estupendo tocar con verdaderos músicos. Deseaba pasar el resto de su vida dedicado a la música en lugar de empaquetar nueces. La comparación era ridícula. No obstante era consciente de sus escasas posibilidades. Sin duda los Edge habían oído a otros tipos con experiencia, que habían tocado con bandas bien conocidas. No podía competir con ellos.
Subió al automóvil y bajó las ventanillas. Sin aire acondicionado, el interior era como una sauna. Tras poner una casete de Mike and the Mechanics salió del aparcamiento.
De pronto le pareció que una piedra golpeaba su coche.
– Caramba, ¿qué ha sido eso? -masculló.
Frenó y volvió la cabeza. Era Pike Watson, que asestaba puñetazos sobre el maletero. Cuando Randy se detuvo, se asomó por la ventanilla.
– Eh, Curran, no tan rápido.
Randy bajó el volumen del estéreo.
– ¿Eras tú? Pensé que había atropellado a alguien.
– Era yo. Oye, queremos que seas nuestro batería. -Randy se quedó asombrado.
– ¿Hablas en serio?
– Lo sabíamos antes de que te marcharas, pero acostumbramos hablar antes de tomar una decisión. ¿Te apetece ensayar un par de horas?
Randy abrió los ojos como platos.
– Ostras… -susurró y, tras una breve pausa, agrego-: No puedo creerlo.
Watson meneó la cabeza.
– Eres muy bueno, tío, pero sólo disponemos de seis días para practicar. Y bien, ¿qué dices?
– Espera que aparque -pidió Randy con una sonrisa.
Cuando bajó del coche le flaqueaban de tal modo las rodillas que se preguntó cómo conseguiría mover los pedales. Pike Watson le estrechó la mano cuando entraron de nuevo en el club.
– Debes afiliarte al sindicato lo antes posible.
– De acuerdo -repuso Randy, y caminó junto a él hacia el paraíso.
Habían pasado tres días desde que Michael invitó a Bess a cenar. En el trabajo estaba siempre distraído. En el coche conducía con la radio apagada. En casa se pasaba el tiempo sentado en la terraza, con los pies sobre la baranda y la mirada clavada en los veleros.
Allí estaba el martes por la noche cuando sonó el teléfono.
Descolgó el auricular y oyó la voz de Lisa.
– Hola, papá. Estoy abajo, en el vestíbulo. Déjame entrar.
Él la esperaba en el umbral de la puerta cuando ella salió del ascensor. Parecía un globo aerostático con sus pantalones cortos azules y una blusa blanca muy holgada.
Se dieron un fuerte abrazo.
– Cada día estás más redonda.
Lisa se llevó una mano al vientre.
– Sí. Parezco la cúpula de la catedral de St. Paul.
– Esta sí es una grata sorpresa -comentó Michael-. Entra.
Se sentaron en la terraza y tomaron cerveza sin alcohol mientras contemplaban cómo el crepúsculo doraba las copas de los árboles. El agua del lago estaba plateada y el olor dulce del trébol silvestre subía desde los bordes del camino.
– ¿Cómo estás, papá?
– Muy bien.
– Hace tiempo que no sé nada de ti.
– He estado muy ocupado.
Le habló del proyecto en la esquina entre Victoria y Grand y de los problemas que habían planteado los vecinos. Le contó que había salido a navegar, que había visto la película Dick Tracy, que asistía a un curso de cocina y que disfrutaba en él.
– Me he enterado de que preparaste una cena para mamá el sábado por la noche.
– ¿Cómo lo has sabido?
– Randy me llamó y lo mencionó por casualidad.
– Supongo que no se mostró muy complacido.
– Randy tiene otras cosas en que pensar. Se ha presentado a una prueba para una banda llamada The Edge y lo han contratado.
"Un Puente Al Amor" отзывы
Отзывы читателей о книге "Un Puente Al Amor". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Un Puente Al Amor" друзьям в соцсетях.