La cara de Michael se iluminó.

– ¡Magnífico!

– Está entusiasmado. Ensaya toda la mañana con cintas grabadas y por la tarde con la banda.

– ¿Cuándo ocurrió?

– Ayer. ¿No te ha llamado mamá para explicártelo?

– No.

– Pero si estuvisteis juntos el sábado por la noche y… -Lisa se interrumpió.

– La cosa no salió demasiado bien.

Lisa se levantó y se acercó a la baranda.

– ¡Maldita sea! -masculló.

Michael le miró la espalda, el cabello recogido con una cinta azul.

– Lisa, no debes hacerte ilusiones. Me temo que tu madre y yo no volveremos a vivir juntos.

Lisa se volvió hacia él con evidente irritación y apoyó la espalda contra la baranda.

– ¿Por qué? Tú te has divorciado, ella es libre, los dos estáis solos. ¿Por qué?

Michael se levantó, le pasó un brazo por el cuello y la hizo volverse hacia el lago.

– No es tan sencillo. No es fácil olvidar lo que sucedió entre nosotros.

– ¿A qué te refieres? ¿A que la engañaste?

Lisa jamás había aludido a ese episodio, por lo que a Michael le sorprendió que de pronto lo sacara a relucir.

– Tú y yo nunca hemos hablado de eso…

Lisa se encogió de hombros.

– Siempre lo he sabido.

– Sin embargo nunca me lo has reprochado como los demás.

– Supe que tenías tus razones.

Michael no estaba dispuesto a explicárselas ahora, después de tanto tiempo.

– Siempre he oído la versión de mamá -agregó Lisa-, pero recuerdo que las cosas no marchaban bien en casa por aquel entonces, y en parte era por culpa de ella.

– Gracias por otorgarme el beneficio de la duda.

– Papá, si te hago una pregunta, ¿la responderás con sinceridad?

– Depende de la pregunta.

Michael advirtió que su parecido con Bess era notable.

– ¿Todavía amas a mamá, aunque sea un poquito? -inquirió Lisa llena de esperanza.

Michael dejó caer el brazo con que le había rodeado el cuello y suspiró.

– Oh, Lisa…

– ¿La amas? La forma en que os comportasteis durante mi boda indicaba que hay algo entre vosotros.

– Tal vez lo haya, pero…

– Entonces, por favor, no te des por vencido.

– No me has dejado terminar. Tal vez sea así, pero los dos somos más cautelosos ahora. En especial tu madre.

– Creo que te quiere, y mucho, pero comprendo que no se atreva a demostrártelo. Es una actitud lógica, puesto que la abandonaste por otra mujer. No te enfades conmigo por haberlo dicho. Yo no tomé partido cuando dejaste a mamá, pero ahora tomo partido por los dos, porque deseo con toda mi alma veros otra vez juntos. -Se volvió hacia él con los ojos empañados por las lágrimas-. Dame la mano, papá -rogó.

Él advirtió qué haría en cuanto accediera a su petición. En efecto, Lisa puso la palma de su mano contra su vientre y añadió:

– Es tu nieto el que está aquí dentro, y con toda probabilidad se parecerá un poco a ti y a mamá. Quiero que tenga lo mismo que todos los niños, y eso incluye unos abuelos a cuya casa ir en Navidad, que le lleven al circo o al parque de atracciones y asistan a sus fiestas escolares, o… o… ¡Oh, ya sabes a qué me refiero! Por favor papá, no te des por vencido con mamá. Fuiste tú quien la dejó, de modo que debes ser tú quien vuelva y la convenza de que todo fue un error. ¿Lo intentarás?

Michael la abrazó con fuerza.

– Es peligroso idealizar tanto las cosas.

– ¿Lo harás?

Michael no respondió.

– No idealizo nada. Os he visto juntos -añadió Lisa-. Sé que había algo entre vosotros el día de mi boda. Por favor, papá…

Había sido muchísimo más fácil prometerle que le costearía siempre la mudanza del piano.

– Lisa, no puedo prometer semejante cosa. Si la velada que pasamos juntos hubiera ido mejor…

Desde aquella noche, Michael consideraba necios y tristes todos sus actos. Las palabras de Lisa no hacían más que llevar su desencanto a un grado de total confusión. Si Bess lo amaba, como Lisa suponía, tenía una extraña manera de demostrarlo. Si no lo amaba, su comportamiento resultaba aún más extraño.

Lisa se apartó de los brazos de su padre con semblante triste.

– Bueno, debía intentarlo -dijo-. Creo que es mejor que me vaya.

Michael la acompañó hasta la puerta y bajó con ella en el ascensor. En el vestíbulo del edificio, Lisa se detuvo y lo miró.

– Hay otra cosa más que quisiera preguntarte, papá.

– Adelante.

– Tiene que ver con el nacimiento del bebé. Tal vez te gustaría venir el día del parto. Pensamos invitar también a los padres de Mark.

– Y a tu madre, sin duda.

– Por supuesto.

– ¿Otra tentativa para unirnos, Lisa?

Ella alzó los hombros.

– ¿Por qué no? Podría ser la única oportunidad de… -Dejó la frase inconclusa.

– Gracias por pedírmelo. Lo pensaré.

Cuando Lisa se fue, los pensamientos de Michael se centraron en Bess y lo sumieron en un limbo de indecisión.

Desde la noche del sábado, al ver un teléfono, sentía la tentación de descolgar el auricular, marcar el número de Bess y decir que se arrepentía y necesitaba su absolución. Sin embargo llamarla significaba colocarse en una posición de vulnerabilidad aún mayor. Así pues, resistía el impulso.

Al día siguiente, no obstante, telefoneó a su casa a las once de la mañana con la esperanza de que contestara Randy.

Para su sorpresa fue Bess quien respondió.

Se inclinó en la silla de su escritorio y notó que se ruborizaba.

– ¡Bess! -exclamó-. ¿Qué haces en casa a esta hora?

– Me preparo un bocadillo y recojo unos catálogos antes de salir para una cita que tengo a las doce.

– No esperaba que estuvieras ahí. Llamaba para hablar con Randy.

– Lo siento, no está.

– Quería felicitarlo. Me he enterado de que lo ha contratado una banda.

– Es cierto.

– Supongo que estará entusiasmado.

– Muchísimo. Ha dejado el trabajo en el almacén de frutos secos y practica aquí todas las mañanas y con el grupo por las tardes. Ha salido para comprar una camioneta de segunda mano. Dice que la necesita para transportar el equipo.

– ¿Le han pagado algún anticipo?

– Es probable que no, y yo no le he dado dinero.

– ¿Qué opinas? ¿Debería ofrecérselo yo?

– Eso es asunto tuyo.

– Te estoy pidiendo un consejo, Bess. Es nuestro hijo y quiero hacer lo que consideres que será lo mejor para él.

– Está bien. Creo que lo mejor es dejar que luche y se las arregle por su cuenta para conseguir una camioneta. Si tan grande es su deseo de obtener ese empleo, y sin duda lo es, lo logrará.

– De acuerdo.

Se produjo un breve silencio. Fin de un tema, campo abierto para otro.

Michael cogió una grapadora, la cambió de sitio en su escritorio y volvió a dejarla donde estaba.

– Bess, acerca del sábado por la noche… Durante toda la semana he deseado llamarte para pedirte disculpas.

Permanecieron callados varios minutos. Michael continuaba jugueteando con la grapadora.

– Bess, creo que tenías razón, que lo que hicimos no fue muy inteligente.

– No. Sólo complica la situación.

– Supongo que no deberíamos volver a vernos, ¿verdad, Bess?

Ella no respondió.

– Sólo conseguiríamos que Lisa abrigara vanas esperanzas -añadió Michael-. Quiero decir que eso no conducirá a nada.

Michael notaba que el corazón le latía muy deprisa.

– Bess, ¿estás ahí? -susurró.

Ella habló con un hilo de voz.

– Lo cierto es que no disfrutaba tanto desde la última vez que hicimos el amor cuando todavía estábamos casados. Debo reconocer que me gusta acostarme contigo, que todo resulta muy natural a tu lado. ¿A ti te ocurre lo mismo?

– Sí… -respondió él con voz ronca.

– Eso es importante, ¿verdad?

– Por supuesto.

– Sin embargo no es suficiente. Es la clase de razonamiento que suelen hacer los adolescentes, y nosotros ya no lo somos.

– ¿Qué estás diciendo, Bess?

– Estoy asustada, Michael. Desde el sábado por la noche sólo pienso en ti y temo dar rienda suelta a mis sentimientos. Tengo miedo de volver a salir herida.

– ¿Y crees que yo no?

– Para un hombre es diferente.

– Oh, Bess, vamos…

– Michael, cuando entré en tu cuarto de baño para buscar el cepillo, encontré en un cajón una caja entera de preservativos. ¡Una caja entera!

– ¿Por eso te pusiste de tan mal humor y te marchaste?

– ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar? -preguntó ella con irritación.

– ¿Te fijaste en cuántos había usado? -Como Bess no contestó, Michael agregó-: ¡Uno!, que me guardé en el bolsillo antes de que llegaras esa noche. Bess, yo no ando fornicando por ahí.

– Esa palabra es muy ofensiva.

– Está bien, entonces llamémoslo hacer el amor. No lo hago, y tú lo sabes.

– ¿Cómo puedo saberlo si hace seis años, o mejor dicho siete, eso provocó que nuestro matrimonio se rompiera?

– Ya hemos hablado de lo que sucedió y coincidimos en que ambos tuvimos nuestra parte de culpa. Ahora empezamos de nuevo; nos acercamos, hacemos una vez el amor y tú ya me estás lanzando acusaciones. No estoy dispuesto a oír reproches sobre lo que hice el resto de mi vida.

– Nadie te ha pedido que lo hagas.

Después de un prolongado silencio, Michael habló con un tono de ira contenida.

– De acuerdo. No hay nada más que añadir. Di a Randy que lo he llamado, por favor, y que volveré a telefonearle más tarde.

– De acuerdo.

Michael colgó sin una palabra de despedida.

– ¡Mierda! -masculló. Cerró la mano y la descargó sobre la grapadora-. ¡Mierda, mierda, mierda!

La golpeó tres veces más, con lo que consiguió que saltaran las grapas. Se quedó mirándola con el entrecejo fruncido y los labios apretados.

– Mierda -repitió más calmado, acodado sobre el escritorio, con las manos juntas y los pulgares apoyados contra los ojos.

¿Qué quería Bess de él? ¿Por qué debía sentirse el único culpable, cuando ella había estado tan dispuesta y anhelante como él el sábado por la noche? ¡No había hecho nada malo! ¡Nada! Había seducido a su ex esposa con su consentimiento, y ahora Bess se lo reprochaba. ¡Malditas mujeres!


El fin de semana siguiente fue a su cabaña. Se lo comieron los mosquitos y deseó que hubiera sido la temporada de caza, que alguien lo hubiera acompañado, que hubiera un teléfono cerca para llamar a Bess y decirle qué pensaba de sus acusaciones.

Regresó a su apartamento de muy mal humor el sábado por la noche, descolgó el auricular y volvió a colgarlo sin siquiera marcar el número.

El martes por la noche asistió a otra reunión de la Asociación de Ciudadanos para abordar una vez más el asunto de Victoria y Grand. Salió de ella más furioso que nunca, porque le habían pedido que plantara veinticuatro árboles a lo largo de Grand Avenue para convertirla en alameda. Cualquiera que fuese el propósito, no tenía nada que ver con el edificio que quería levantar, pero era evidente que pretendían chantajearlo: si abonaba veinticuatro mil dólares para los árboles le concederían el permiso de edificación y no habría más protestas.

Había telefoneado a Randy en tres ocasiones para felicitarlo y nunca lo había encontrado en casa, lo que también lo irritaba.

Cada vez que pasaba por la galería, con el pedestal vacío todavía, a la espera de una pieza escultórica, despotricaba contra Bess por no haber terminado su trabajo.

Ella era la causa de su descontento con la vida en general, y Michael lo sabía.

Transcurrieron dos semanas y su humor no mejoró. Una noche de fines de julio, después de cocinar a la parrilla unas ostras frescas que acabaron chamuscadas; de cerrar las puertas de la terraza para no oír el rugido de las lanchas; de comprobar que no había nada interesante en la televisión; de permanecer dos horas sentado a la mesa de dibujo sin conseguir hacer nada, se dirigió con paso decidido al cuarto de baño, cogió la caja de preservativos, bajó furioso en el ascensor, subió a su coche, condujo hasta la casa de Bess, tocó el timbre y esperó.

Al cabo de unos segundos se encendió la luz del vestíbulo, se abrió la puerta y apareció Bess. Estaba descalza, vestía una especie de albornoz blanco, tenía el pelo mojado y olía muy bien.

– ¿Qué diablos haces aquí?

– He venido para hablar contigo.

Entró y cerró la puerta.

Ella se miró la muñeca para consultar el reloj de pulsera, pero no lo llevaba puesto. Era evidente que acababa de salir de la ducha.

– ¡Son las diez y media de la noche!

– Me importa un bledo, Bess. ¿Estás sola?

– Sí. Randy ha salido para tocar con la banda.

– Bien. Vamos a la sala de estar -indicó con resolución al tiempo que se encaminaba hacia allí.

– ¡Vete a la mierda, Michael Curran! -exclamó Bess-. Irrumpes en mi casa y empiezas a dar órdenes. ¡No tengo por qué soportarlo! ¡Lárgate y cierra la puerta cuando salgas!