– ¿De modo que eres el jefe de Britt en el museo? -dijo a manera de reto.
– Sí -contestó Gary-. Lo soy.
– ¿Puedo preguntarte qué tal trabaja?
– Muy bien, por supuesto. Aunque eso no es asunto tuyo.
– Estoy seguro de que ella es muy eficiente -continuó Mitch-. También estoy seguro de que podría llevar el museo sola. ¿No es hora de que le den un ascenso?
Gary balbuceó y Mitch sonrió.
– Estoy seguro de que podría hacer su trabajo con la mitad de su cerebro atado -continuó contento de poder enfadar al pobre hombre-. ¿Se te ha ocurrido eso alguna vez? ¿Qué debe ella hacer para lograrlo?
Gary volvió a balbucear sin decir nada inteligente. Britt había salido de la cocina y había oído lo último que había dicho Mitch.
– iMitch! -le advirtió-. Basta -los ojos de Gary reflejaban angustia y ella lo tranquilizó-. Mitch está diciendo tonterías, Gary, no quiero tu puesto.
– Aún no -dijo Mitch con indiferencia-. Pero la semilla ya está plantada…
– Mitch -lo miró fijamente-. Gary, creo que será mejor que te vayas.
– Odio dejarte con él así -se puso de pie a regañadientes y le entregó a la criatura que tenía en brazos. Miró a Mitch como si fuera algo que debía evitar a cualquier precio.
– No te preocupes, estaré bien -Brin le dio una palmadita en el brazo al mismo tiempo que miraba a Mitch enfadada. Se dominó para no sonreír con malicia-. En realidad es inofensivo.
– Te llamaré más tarde -dijo Gary poco convencido después de observar a Mitch.
– Muy bien, hazlo -le abrió la puerta y sonrió.
– Recuerda que estoy disponible, de día o de noche…
– Hasta luego, Gary -casi lo sacó antes de cerrar la puerta.
Se volvió para regañar a Mitch con la mirada. -Vamos a darles el biberón -dijo y se dirigió a la cocina.
Eso hicieron, sentados uno frente al otro, sin hablar mucho.
Mitch pensó en lo que había ocurrido y se preguntó por qué había actuado de esa manera tan extraña. ¿Por qué había sido tan posesivo con Britt? No era algo normal en él. Su lema era vivir y dejar vivir a los demás, pero se había enfadado cuando Britt le había sonreído a Gary.
Miró a Britt pero era evidente que ella estaba pensando en otra cosa. Entre los dos se había creado un sentimiento nuevo de reserva y él no estaba seguro de que le gustara. Pero quizá fuera algo normal. Era como si la visita de Gary los hubiera devuelto a la realidad y el embrujo se hubiera roto. La verdad era que eran dos solteros que de alguna manera habían terminado cuidando a dos gemelas. Eso era todo. No había nada más. El tiempo que iban a pasar juntos pronto se acabaría.
Capitulo Seis
Mitch bajó la mirada hacia Danni que comía con avidez en sus brazos y se preguntó por primera vez en la vida qué se sentiría tener un hijo propio. Levantó la vista y vio que Britt lo observaba con expresión divertida, como si le hubiera adivinado el pensamiento.
– ¿Alguna vez tendrás hijos? -le preguntó él sin morderse la lengua.
– No, nunca -respondió sin titubear.
– ¿Qué quieres decir? -se puso ceñudo porque no era la contestación que quería oír-. Quiero una explicación más completa.
– No me voy a casar -dijo mirándolo con franqueza-. Y no voy a tener hijos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Siempre lo he sabido -se encogió de hombros.
– No puedes estar segura de eso. Si llegas a conocer al hombre indicado y si las cosas marchan por buen camino…
Britt advirtió cierto reproche en la voz de Mitch, pero no comprendió por qué le importaba a él.
– ¿Qué me dices de ti? No llevas el tipo de vida destinado a terminar con una familia feliz. ¿Me equivoco?
– No sé de qué hablas -se puso a la defensiva-. Por supuesto que te equivocas.
– Por supuesto. Por eso has pasado fuera casi todas las noches de esta semana.
A Mitch le molestó la insinuación. Le gustaba divertirse. ¿No le gustaba hacerlo a todo el mundo? Pero en el fondo no era un loco desenfrenado. Al menos, no creía que lo fuera. De cualquier manera, eso no significaba que nunca cambiaría de modo de vida para formar una familia. La familia era la base de la vida. Él procedía de una familia y algún día tendría una propia. Así se suponía que debía ser.
– Por el momento sólo… pruebo lo que se me ofrece. Cuando finalmente encuentre algo que me guste, lo compraré. Algún día decidiré echar raíces.
– Comprendo -comentó con sagacidad al mismo tiempo que cambiaba la postura de la criatura-. ¿De modo que de momento dedicas tu tiempo a conducir Porsches y Lamborghinis, pero algún día te establecerás con una furgoneta y quedarás satisfecho?
– No creo que las situaciones sean análogas.
– ¿De verdad? Ya lo veremos.
– ¿Con qué tipo de coche te compararías? -preguntó Mitch para irritarla-. ¿Quizá un deportivo fabricado en Estados Unidos?
– Jamás -respondió y se puso de pie con la criatura en brazos-. Soy un camión de reparto. Estable y confiable, y hay algunas cosas que de ninguna manera haré.
Britt entró a la habitación y Mitch la siguió, pero se mantuve de espaldas a ella mientras colocaba a las gemelas en las camas improvisadas. Después la ayudó a hacer la cama.
Ella levantó la vista cuando él estiró una sábana, estaba sorprendida y un poco cohibida. Le parecía que hacer una cama juntos era demasiado íntimo. Pero era una tontería. Habían dormido en esa cama la noche anterior, Mitch se había asegurado de que Gary lo supiera. Hacerla por la mañana no podía ser más íntimo que dormir en ella.
Pero de alguna manera lo era. No pudo evitar mirarlo y le pareció que era un hombre estupendo.
– De modo que ese es tu jefe -dijo Mitch por fin. El tema de Gary había estado pendiente entre los dos desde que éste se había ido y Mitch consideraba que ya era hora de mencionarlo.
– Sí. ¿Me haces el favor de estirar esa sábana?
Mitch obedeció y se volvió para mirarla.
– ¿Os lleváis bien en el trabajo?
– ¿Qué? -lo miró distraída-. ¿Te refieres a Gary? Llevamos trabajando juntos unos cinco años. ¿Por qué lo preguntas?
– No te he preguntado cuánto tiempo lleváis trabajando juntos, he preguntado si es muy íntima vuestra relación.
– ¿Por qué lo preguntas? ¿Por qué quieres saberlo?
– ¿Quién, yo? -trató de fingir inocencia, aunque los dos sabían que ya era tarde para adoptar esa postura. Levantó una almohada y la arrojó a la cabecera de la cama-. Simplemente trato de entablar una conversación.
– Comprendo. Entonces no te importará que no conteste tu pregunta -comenzó a volverse.
– Vamos, Britt -le agarró el brazo y la volvió para que lo mirara a los ojos-. ¿Qué significa Gary para ti?
– Es mi jefe -mintió Britt; el corazón le latía con una fuerza inusitada-. Supongo que podría decirse que es un amigo. Sólo eso.
Esa era la respuesta que Mitch quería oír, pero casi no la escuchó. Su estado de ánimo había cambiado, era algo natural, pero extraño. Enroscó los dedos en el brazo de Britt y la mantuvo cerca.
– ¿Quieres ser amiga mía? -le preguntó.
Britt frunció el ceño, estaba confundida porque no estaba segura de si se trataba de una broma. Pero en los ojos de Mitch no había rastro de diversión. La miraba y ella le sostuvo la mirada. Parecía que su mente no podía funcionar ni protegerla como de costumbre, no podía construir los muros y crear la distancia que siempre lograba salvarla.
Sin darse cuenta extendió una mano y le rozó la mejilla. Entreabrió los labios, pero no dijo nada. Mitch le cubrió la boca con la suya y ella se oyó jadear.
Fue un jadeo breve porque no hubo tiempo para más.
Britt le rodeó el cuello con los brazos y se estrechó contra Mitch mientras éste la besaba. Se aferró a Mitch como si fuera una balsa en un mar de misterio que le iba ser explicado en ese momento: por qué la gente se besaba, por qué se abrazaba, por qué se enamoraba. Dentro de un momento ella conocería las respuestas, pero para eso él debía seguir besándola, abrazándola con fuerza y llenándola de calor.
Las gemelas empezaron a llorar. Britt tardó un poco en advertirlo y no lo asimiló de inmediato. Pero lloraban y tendrían que atenderlas. Aquello significaba que deberían dejar de besarse. A regañadientes se alejó y Mitch hizo lo mismo.
– No -mascullaba él como si estuviera enfadado; tenía los ojos llenos de remordimiento-. No, tonto de capirote, así no.
Britt no comprendió. Durante un momento temió que Mitch le estuviera hablando a ella, pero se dio cuenta de que estaba hablando consigo mismo. Seguía sin comprender. Pero no había tiempo para explicaciones. Las criaturas lloraban.
Mitch la observó cuando se acercó a las gemelas y se maldijo en silencio. Aquella no era manera de tratar a una amiga. Si no tenía cuidado lo echaría todo a perder.
Britt no se parecía a las otras mujeres que él conocía. Desde que tenía memoria, siempre había estado rodeado de mujeres. En párvulos, las niñas lo habían elegido como el chico más guapo. En la secundaria, había sido el mayor conquistador y así constaba en el libro escolar del año. En la preparatoria había salido con varias chicas, con algunas durante poco tiempo y con otras durante más tiempo. Había salido con mujeres bellas, sensuales, divertidas. Nada había durado mucho porque la mitad de la alegría era la novedad, el misterio, la persecución. Lo había hecho mil veces y podría hacerlo cuando quisiera.
Pero quería algo diferente con Britt. Por eso se le había ocurrido que podrían ser amigos. Los amigos no llegaban y se iban como los amantes. Un amigo era de por vida. Y por experiencia, él sabía que la manera más rápida de perder a una mujer era tener una relación sentimental con ella.
– ¿Podrás cuidar sola a las criaturas? -preguntó de pronto-. Quiero ir a la fiscalía antes del mediodía. Creo que obtendré mejores resultados con el turno matutino. Hay algunos tipos en la tarde que de poder, se divertirían fastidiándome.
– Adelante -respondió-. Cuanto antes lo averigüemos, mejor.
Mitch asintió y se volvió.
Britt lo observó salir con sentimientos ambiguos. Nunca había conocido a un hombre que desencadenara todos esos conflictos en ella. Él le gustaba. Tendría que aceptarlo, al menos para sí. Le gustaba mucho y cuando la había besado…
Nunca se había sentido así. No sabía que era posible. En las novelas y en las películas se hablaba del flechazo amoroso y la pasión sobrecogedora, pero ella siempre había pensado que aquellos sentimientos pertenecían al mundo de la fantasía, como las princesas y los príncipes que mataban dragones. Se inventaban para divertir y entretener; no existían en la realidad. Pero ya no estaba tan segura.
El problema era que eso podría llegar a ser muy embarazoso. Britt sabía que ese tipo de relación no duraría. En cuanto resolvieran el problema de las gemelas, Mitch desaparecería y si seguía enamorada de él, el asunto podría ser bastante molesto.
La solución, por supuesto, era no permitir que las cosas se le subieran a la cabeza. Con sensatez se dijo que no se tomaría en serio nada de lo que él dijera o hiciera. Seguramente lo había dicho todo cientos de veces antes.
Pero una parte pequeña de ella se rebeló. ¿Por qué no disfrutar cuando pudiera mientras durara? ¿Por qué no?
Mitch olvidó la inquietud bastante pronto. Salió del apartamento sintiéndose ligero y excitado. Le pareció gracioso el hecho de ver chiquillos por doquier. Nunca les había prestado atención. Simplemente habían sido parte del paisaje.
– Oye, Sally -le dijo a la rubia despampanante de recepción y le hizo un guiño lascivo.
– Hola, Mitch -respondió siguiéndole la corriente-. ¿Cómo estás?
– Igual que siempre, Sal. Sigo buscando el corazón de oro, como de costumbre.
– Avísame cuando estés dispuesto a buscar a una mujer verdadera, cariño -dijo y se movió de forma provocadora-. Es posible que quieras tratar que sea tuya luego de haberla probado.
Mitch hizo una mueca y se protegió los ojos como si hubiera demasiada luz.
– ¿Quién está? -preguntó-. ¿Jerri? ¿Craig Hattori?
– No, los dos han salido.
– Muy bien -miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oírlo-. ¿Podría ir a hacer una investigación en la oficina de Jerry? Sólo necesito las claves de entrada y salida.
– No sé, Mitch.
Desde hace cuánto tiempo nos conocemos, Sally? Sabes que no haré nada que pueda causarle problemas a nadie. Además, sabes que Jerry me dejaría usar su oficina.
– Está bien, pero hazlo deprisa -asintió a regañadientes-. Si sigues allí cuando el capitán Texiera llegue, diré que no sé cómo has entrado.
– Hecho -le dio un beso fugaz en la mejilla-. Muchas gracias, Sal, me has salvado la vida.
Los antecedentes criminales de Sonny eran largos y sensacionales. Había entrado y salido de prisión desde los dieciséis años; acusado de todo. En ese momento era el sospechoso principal de un asesinato en un hotel. Había una orden de arresto contra él. La última dirección que se le conocía era el apartamento que ocupaba Mitch.
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