– Estupendo -murmuró mientras leía el expediente en el ordenador-. He tenido suerte de que algún novato no haya ido a detenerme por equivocación.
Janine aparecía como una de las amiguitas de Sonny. Como no sabía su apellido, Mitch tuvo que suponer que ella debía ser la madre de las criaturas. Lo que averiguó no fue agradable, pero los antecedentes de la mujer no eran tan terribles como los de Sonny. Había entrado en un reformatorio a los quince años, la habían acusado de robo menor. No era una chica decente, pero últimamente no había cometido ninguna fechoría.
– Supongo que estaba demasiado ocupada en tener hijos -masculló entre dientes.
No aparecía su dirección ni los nombres de parientes en el expediente. Ninguna pista que él pudiera seguir.
Mitch apagó la computadora y ordenó el escritorio de Jerry. Saludó con un movimiento de brazo a Sally, salió y volvió a su apartamento, con el ceño fruncido porque no había averiguado nada nuevo que pudiera ayudarlos a tomar una decisión.
– Es decir, aunque Sonny apareciera, no podríamos entregarle las criaturas a una persona como él -dijo Britt después de escuchar el informe de Mitch.
– Sonny es un desgraciado, pero en este momento no está acusado de nada -le recordó Mitch-. Sólo tienen sospechas. Y si él es el padre natural…
– ¿Quieres decir que darías a Danni y a Donna a un hombre como ése? -exigió-. ¿Cómo puedes tan siquiera pensarlo?
– Escucha, Britt. El Servicio Social se las entregará en cuanto él aparezca. Sonny tiene derecho a tenerlas, a menos de que se pueda demostrar que él les haría algún daño. Es su padre.
– Sólo tenemos la palabra de Janine.
– Sé lo que sientes -miró hacia la habitación en la que dormían las gemelas-. Tampoco a mí me gusta la idea de que queden en manos de Sonny o de Janine. Pobrecitas, pero incluso la gente mala tiene hijos. No se puede hacer nada al respecto.
Britt guardó silencio. Mitch se movió inquieto y deseó poder evitar lo que iba a hacer a continuación.
– Creo que lo mejor será llamar a los Servicios Sociales -murmuró-. Preguntaremos dónde hay que llevarlas y yo…
– No.
– ¿Qué?
– No -repitió Britt-. No llamaremos a los Servicios Sociales.
– Britt, no podemos hacer otra cosa. No pueden quedarse aquí, no son nuestras.
Calló y Britt se limitó a mover la cabeza.
– Britt, hablaremos con el que esté a cargo de la oficina. Les diré todo lo que sé de Sonny y de Janine y ellos podrán hacer una petición formal para que la policía les mande los expedientes. Luego harán lo que proceda. Quizá decidan buscarles unos padres adoptivos. Danni y Donna podrían terminar en un hogar agradable…
– ¡No! -se soltó sus manos y se alejó de Mitch-. No. No. No podemos permitir que eso suceda.
– Brin ¿qué te pasa?
– No podemos permitir que unos extraños se queden con ellas -dijo casi sin aliento, mirándolo a los ojos y rogándole que la comprendiera-. Por favor, Mitch, trata de entenderlo -le moldeó el rostro y le escudriñó los ojos-. No podemos hacer eso, no podemos.
Britt estaba temblando. Para intentar tranquilizarla, Mitch la abrazó con fuerza. No tenía idea de por qué eso la asustaba tanto, pero quería ayudarla, hacerla recapacitar para que tratara el asunto de manera racional.
– Britt, Britt -murmuró mientras le acariciaba el pelo-. Cálmate. De alguna manera solucionaremos el problema. Te juro que lo haremos.
Britt respiró hondo y se estremeció. Mitch le besó el pelo, la oreja, la sien, sin dejar de murmurar palabras tontas. Sin darse cuenta le rozó un seno con la mano. Deslizó la mano para moldeárselo y ella no se alejó. Al contrario, pareció gustarle.
En ese momento, Mitch no pensaba en amigas. La deseaba como no recordaba haber deseado nunca a otra mujer. Era una necesidad violenta que lo había dominado sin advertencia previa. La besaba y ella le correspondía con los labios abiertos y candentes. Mitch deslizó las manos por debajo de la bata y la acarició con urgencia.
Britt cerró los ojos y se dejó llevar por aquellas maravillosas sensaciones. Permitió que el calor se convirtiera en una necesidad imposible de negar. No se detuvo a preguntarse si realmente lo deseaba, si estaba dispuesta a arrastrarse en aquel loco abandono. En ese momento sólo deseaba algo que borrara los horribles cuadros que se le aparecían en la mente.
– Deprisa -le murmuró junto al cuello con los ojos bien cerrados-. Hazlo rápido.
Mitch contuvo el aliento y permitió que aquellas palabras llegaran a su mente. Las asimiló al igual que el hecho de que Britt yacía debajo de él, muy quieta, cuando se alejó un poco para mirarla, tuvo que detenerse. Tuvo que valerse de todas sus fuerzas para alejarse más.
– Dios mío -murmuró ronco-. Eres virgen ¿no?
– Vete -abrió los ojos que de pronto estuvieron llenos de lágrimas y bajó la cabeza-. Vete…
Pero Mitch no quería irse. En vez de eso la levantó y la arrulló en sus brazos.
– Britt, lo lamento -murmuró-. Parecías tan triste que quería… -¿ponerla contenta? Sabía que eso sólo era parte de la historia. La había deseado con tanta intensidad que había estado a punto de olvidarse de todo. Seguía deseándola. La sentía fresca y suave en sus brazos y deseó sumirse dentro de su frescura. Pero lo que más necesitaba era que Britt volviera a sonreír.
– Dime qué pasa -insistió con amabilidad, despejándola el pelo y mirándola a los ojos-. ¿Qué puedo hacer?
Britt comenzaba a dominarse y a recobrar el control. Era gracioso que no se sintiera avergonzada por lo ocurrido, o mejor dicho, por lo que había estado a punto de ocurrir.
– Yo soy la que lo lamento -de pronto, se irguió y logró sonreír-. Supongo que anoche no dormí suficiente y estoy un poco aturdida. Ya me encuentro mejor. Gracias, Mitch -le dio un golpecito en el brazo-. Eres un buen amigo.
Mitch estuvo a punto de ruborizarse por la ironía de esa relación.
Sabía que Britt había sentido un dolor profundo que él no había sido capaz de identificar, y que deseaba algo que hiciera desaparecer ese dolor. El no sabía a qué se debía el dolor y era evidente que ella no quería hablar de ello. Maldición, Britt era virgen y él había estado a punto de hacer el amor con ella. Una virgen. Había estado a punto de arruinarle todo. La primera vez para ella debía ser especial. Debía ser maravilloso y él había estado a punto de hacer que fuera horrible.
– ¿De modo que realmente eres virgen? -murmuró incómodo.
Britt lo observó y se preguntó por qué era tan importante para él. No lo era para ella. Su falta de experiencia era un síntoma y no una meta en sí.
– Tenía entendido que te lo había dejado claro desde el principio -dijo.
– Supongo que soy un poco tonto -deseó volver a abrazarla-. De hecho, ignoraba que todavía existieran vírgenes.
– Eso es porque no prestas atención -se volvió y le sonrió-. Hay muchas, pero no son el tipo de mujer que te atrae.
– ¿Qué quieres decir? -abrió los ojos de par en par-. ¿Que me atraen las mujeres fáciles?
– No -sonrió-. Pero te atrae el tipo de mujer que sabe enviar las señales sexuales que captan los hombres -rió al verle la expresión y le dio una palmadita consoladora en el hombro-. Eso no tiene nada de malo. No estoy intentando establecer un juicio de valores, sólo digo…
– Sólo estás diciendo que soy un patán.
Eso era lo que él deseaba, ¿no? Todo sería perfecto si él pudiera dominar aquella necesidad compulsiva de ser algo más que un amigo para ella. Tendría que luchar contra ello porque deseaba su amistad. Deseaba tener una amiga. Hasta ese momento las cosas marchaban con dificultad, pero tendría que seguir intentándolo.
– Escucha, Britt, respecto a las gemelas…
– Por favor, Mitch -lo miró animada-. Ayúdame con esto. No soporto pensar que las vamos a entregar sin saber lo que les va a pasar. Es sábado por la tarde. Tengámoslas aquí hasta el lunes y quizá se nos ocurra algo.
– ¿Hasta el lunes? -no, eso no estaba bien. No podrían hacerlo. Las gemelas deberían estar con alguna autoridad que supiera lo que había que hacer-. Britt, estas niñas están abandonadas.
– No -dijo con firmeza y moviendo la cabeza-. No las abandonaron. Janine las dejó para que el padre las cuidara y él, que no lo sabe, no ha venido. Eso es todo. Míralo de esa manera. ¿Qué pasaría si Janine fuera nuestra amiga? Estaríamos cuidando a sus hijas hasta que ella volviera.
– ¿Cuándo crees que volverá?
– No lo sé -movió la cabeza-. Pero, Mitch, Janine quiere a estas pequeñas. No puedo creer que las deje aquí mucho tiempo más. Tiene que volver a ver cómo están y cuando lo haga…
– ¿Qué haremos cuando lo haga? Tendremos que devolvérselas.
– Nos enfrentaremos al problema cuando suceda. Mientras tanto, debemos esperar. Sólo hasta el lunes -posó una mano en el brazo de Mitch-. Sólo hasta el lunes.
– Está bien -la miró a los ojos y suspiró-. Hasta el lunes.
– Gracias -murmuró antes de inclinarse hacia adelante para darle un beso en la mejilla. Luego se levantó y comenzó a ordenar la habitación-. Esto está hecho un desastre. Tendré que pasar la aspiradora. ¿Haces el favor de estar pendiente de las niñas?
Él asintió, la observaba divertido por sus radicales cambios de humor. Era muy diferente de la mujer que había imaginado al principio. Desde luego era eficiente y una perfeccionista, pero era mucho más. Tenía temores y pasiones, deseos y una voluntad férrea. Se dijo que el hombre que la estorbara necesitaría la ayuda de Dios y sonrió para sus adentros. Britt lo aplastaría como si fuera una apisonadora de vapor.
Pero no lo haría con él. Desde luego que no.
Capítulo Siete
La decisión de seguir cuidando a las criaturas un día y medio más imponía planificar un montón de cosas.
– Como las vamos a tener el fin de semana será necesario tener más provisiones -le dijo Britt contenta a Mitch y comenzó a hacer una lista.
Provisiones. De manera sospechosa, eso sonaba a «ir de compras».
– ¿Qué tipo de provisiones? -preguntó con recelo.
– Más pañales y comida para comenzar. Necesitaremos otras cosas, ropa, por ejemplo.
– ¿Ropa?
– Por supuesto. No pueden estar siempre con lo que llevan puesto. Necesitamos camisetas y ropa para dormir… y dos de esos asientos a los cuales se las amarra. Quizá una mesa para cambiarlas.
– Eso parece como una expedición importante -gimió-. Tendremos que ir los dos y llevarlas.
– No es posible -lo miró acongojada-. No podemos llevarlas en el coche sin los asientos para el coche. Es la única manera segura, además es obligatorio.
– Entonces uno de nosotros tendrá que quedarse con ellas mientras el otro va por las cosas.
Era evidente cuál iba a ser el papel de cada uno y Mitch frunció el ceño, no estaba seguro de estar preparado para quedarse dos horas o más solo con las gemelas. De pronto, chasqueó los dedos.
– Se me ha ocurrido una idea. Llamaremos a alguien para que venga a cuidarlas.
– Qué? -preguntó horrorizada-. No podemos dejarlas con unos extraños.
Mitch la miró un momento, sin decir nada, y preguntándose si ella se había dado cuenta de la ridiculez que acababa de decir. ¿Acaso él y ella no eran extraños para esas criaturas? Incluso ellos no se conocían antes de la medianoche pasada. Pero Britt no dio señales de comprender la ironía.
– No estoy hablando de extraños. Jimmy, el hijo de mi hermana, ha venido de la Isla Grande porque piensa ir a la ciudad universitaria de Manoa. Acaba de llamarme y yo llevo semanas intentando verlo. Esto será perfecto. El y su novia podrán venir para…
– Cuidar bebés no es un asunto social -dijo ella irritada. No pudo contagiarse del entusiasmo de Mitch-. No puede reemplazar una invitación a cenar.
– Lo sé, pero resolverá una necesidad. Jimmy es un chico estupendo. Te gustará.
– ¿Qué sabe de bebés? -seguía con el ceño fruncido.
– Nada en absoluto -le sonrió y le tomó las manos-. Igual que nosotros.
Britt no le devolvió la sonrisa. Sabía que su postura era absurda, pero no podía evitarlo. Era como una leona madre que tenía a los cachorros de otra. Protegería a esas criaturas con su vida. Los sobrinos y sus amiguitas extrañas no la impresionaban.
Se tranquilizó un poco cuando vio al sobrino de Mitch. Jimmy era más alto que su tío, pero tenía su misma mirada bonachona. Le gustó cómo abrazó con fuerza a Mitch cuando llegó.
– Mamá y Ken están en Australia -Jimmy tenía muchas noticias para Mitch-. Se han ido de luna de miel.
– Espera un momento -levantó la mano y frunció el ceño-. Se casaron hace dos años.
– Y ésta será su tercera luna de miel -Jimmy asintió y sonrió-. Ken dice que es para compensar el tiempo que estuvieron separados.
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