– El bueno de Ken -Mitchell rió-. Él sabe cómo hacer las cosas -arqueó una ceja y miró a su sobrino-. ¿Sigues llamándolo Ken? -preguntó curioso.

– A veces -Jimmy se calmó-. Sobre todo cuando hablo de él con otras personas. Cuando estamos cara a cara, es mi padre.

Mitchell asintió y calló un momento. Britt se sorprendió al comprender que él estaba enternecido y eso la dejó confundida.

– Shawnee, la madre de Jimmy, es mi hermana mayor -le explicó a Britt un momento después-. Éramos muy pequeños cuando nuestro padre murió y yo era un adolescente cuando murió nuestra madre. Así que Shawnee nos crió.

– ¿Cuántos hermanos sois? -preguntó Britt.

– Cuatro. Moki, supongo que ahora lo llaman Mack, Shawnee, mi hermano Kam y yo.

– ¿Eres el más joven?

– Sí, el bebé.

– Y se nota -dijo Jimmy-. Mamá siempre dice que es un mocoso mimado.

– tY qué me dices de ser hijo único, Jimbo? -repuso Mitchell-. ¿En qué te convierte eso?

– Supongo que en un niño mimado también -aceptó sonriendo-. Acepto que todos los parientes me han mimado en un momento u otro -su sonrisa se desvaneció un poco-. Mamá y Ken han intentado darme un hermanito o hermanita, pero hasta ahora…

– No lo sabía -Mitch frunció el ceño-. Creí que a su edad, ya no insistirían.

Britt no dijo una palabra, pero pensó en las dos criaturas que estaban en la otra habitación. Por primera vez había comprendido por qué la gente trataba de tener hijos. El milagro de la vida se reflejaba en los ojitos de las criaturas. Su existencia bastaba para darle a todo un nuevo significado, un sentimiento nuevo. Sintió un poco de tristeza porque sabía que quizá nunca tendría hijos propios.

– Taylor está embarazada otra vez -dijo Jimmy, sin haber respondido al comentario de Mitch sobre sus padres.

– Es la mujer de Mack, mi hermano mayor -le dijo Mitch a Britt-. Con éste serán tres, ¿no?

– Taylor jura que será el último -Jimmy asintió.

– ¿Cómo va el negocio de Mack? ¿Compró el estupendo avión Cessna del cual le hablé hace un mes?

– No creo -Jimmy movió la cabeza-. Era demasiado pequeño. Pero su negocio va de maravilla. Se han extendido hasta el aeropuerto Hilo.

– Sabía que Mack lo lograría -Mitchell asintió satisfecho.

– La semana pasada vi al tío Kam -dijo Jimmy-. Me invitó a cenar y me dijo que debería estudiar derecho. Luego se quejó de lo aburrida que es su vida porque no para de trabajar.

– Ese es mi hermano Kam -Mitchell rió-. Es incapaz de pensar en algo que no sea el trabajo.

– A diferencia de otros parientes que tenemos -continuó Jimmy-. Creemos que el tío Reggie está a punto de sumirse en las profundidades. Cree que está enamorado de una sirena. ¿Lo sabías?

– Tenía entendido que eso se le pasó el año pasado -Mitchell frunció el ceño-. Creía que ya estaba bien. ¿No le consiguió Shawnee trabajo en una serie de televisión que filmaban en la Isla Grande?

– Sí -Jimmy asintió-. Pero lo despidieron porque siempre faltaba del trabajo para ir a sentarse en Hamakua Point y fijar la vista en el océano -movió la cabeza-. ¿Qué me dices de eso? Enamorado de una sirena. Dice que una vez se le presentó y que le prometió volver. No quiere perder esa oportunidad.

– Dios mío -exclamó Mitch-. ¿Le habéis llevado al psiquiatra?

– ¿Bromeas? A mamá le es difícil convencerlo de que coma algo, le es imposible tratar de proporcionarle ayuda médica. Es una locura, pero así es el tío Reggie.

– Reggie es mi primo, el hijo de la hermana de mi madre -le explicó Mitchell a Britt-. Siempre está ocupado con algún proyecto alocado.Es posible que hayas visto su documental acerca de la vida marina del Hamakua Point. Lo transmitieron por televisión hace como un año. ¿No te pareció que hizo demasiado hincapié en las sirenas?

– Yo participé en el documental -comentó Jimmy sonriendo-. Todos participamos. Fue divertido ayudar al tío Reggie. Pero creo que fue demasiado para él. Pobre tipo.

Britt estaba sentada en el sofá escuchando con aparente tranquilidad la conversación sobre los Caine,.pero si alguien se hubiera fijado habría visto que tenía los nudillos blancos. Oír hablar de familias la ponía muy nerviosa. De cierta manera le encantaba tener información sobre la familia de Mitch. Pero una parte de ella no quería oír nada.

Finalmente las noticias familiares se terminaron. Britt suspiró y llevó a Jimmy a conocer a las criaturas. Al principio, él las levantó con temor, pero con la práctica mejoró.

– Mi novia llegará en cualquier momento -le aseguró a Britt-. Y ella sabe mucho de bebés. Ha cuidado a bastantes criaturas.

– Estupendo -el timbre de la puerta sonó en ese momento-. Seguro que es ella.

La novia de Jimmy no era como Britt la había imaginado. Pensaba encontrarse con una especie de versión más joven de las mujeres con las que salía su tío Mitchell. Pero la chica era pequeña, delgada, de aspecto inteligente, vestida con un pantalón y una camisa de una pieza. Tenía el pelo corto y nada de maquillaje.

– Pido disculpas por la forma en que estoy vestida -comentó al entrar-. Vengo del aeropuerto donde estaba probando el nuevo Apache que han recibido. No he tenido tiempo para cambiarme de ropa.

– Lani es piloto. Durante el verano trabaja para mi tío Mack -le informó Jimmy a Britt-. El es el que dirige el servicio de fletes aéreos en la Isla Grande.

– Comprendo -Britt sonrió, pero deseó que no volvieran a hablar de recuerdos familiares.

– Supongo que debo presentaros formalmente -dijo Jimmy sonriéndole a su amiga-. Esta es mi buena amiga Lani Tanaka. Lanie, seguro que recuerdas a mi tío Mitch. Y ésta es Britt, su… amiga.

Lani se encargó inmediatamente de las criaturas. Pero a Britt le resultaba difícil dejarlas. ¿Qué pasaría si Sonny llegaba a buscarlas? t0 si lo hacía Janine? Estuvo dándoles consejos a Lani y a Jimmy hasta que Mitchell le ciñó el brazo para conducirla afuera. Ella se quejó durante el trayecto al coche y se mantuvo enfurruñada mientras recorrían las calles de Honolulu.

Pero su estado de ánimo cambió cuando llegaron la tienda especializada en todo lo necesario para los niños. Nunca había visto un mundo de ensueño como ése. Quiso todo lo que veía.

– Mira esos vestiditos -gritó señalando unos vestidos multicolores.

– ¿Vestidos? -Mitchell no se dejaba impresionar con tanta facilidad. Hizo una mueca-. Todavía no pueden sentarse solas. No necesitan vestidos.

– ¡Los zapatos! -Britt ya estaba en la siguiente fila-. ¿No son encantadores? Tenemos que comprar dos pares.

– ¡Todavía no andan!

– Sacos de dormir para bebés -exclamó Britt-. Mira uno es amarillo y el otro es naranja. Con sus bolsas para guardarlos.

– ¿No crees que son demasiado pequeñas para ir de campamento? -comentó el señor Gruñón-. Espera al menos, hasta que crezcan lo suficiente para ponerse unos zapatos.

Britt no le hizo caso. Estaba divirtiéndose demasiado para permitir que Mitch le arruinara la diversión.

– Mira esas almohadas con los patos bordados. ¡Son preciosas!

– En el libro que leí decía que no deben usar almohadas antes del año de vida -frunció el ceño y ella se burló de él.

– Ay, Mitch, eres un aguafiestas -le dio una palmadita condescendiente en el brazo y siguió caminando. Él la siguió gruñendo.

De pronto, la actitud de Mitch cambió al ver algo que le llamó la atención.

– Mira estas bicicletas y los baloncitos -levantó uno y lo tiró de una mano a la otra-. Las niñas ya juegan al fútbol, ¿no? -preguntó esperanzado-. Y el coche de carreras en miniatura. Las dos cabrían en él. Mira, se presionan estos pedales…

– Mitch, no bromees -Brin suspiró y volvió a mirar los vestidos-. Todavía no pueden jugar con eso. Pero mira esos calcetines y esos zapatos de charol.

Pasaron una hora riendo y admirando las cosas que el mundo moderno ofrecía para los bebés y llegado el momento, Mitch sacó su tarjeta de crédito para pagarlo todo.

– Déjame pagar la mitad -insistió Britt, pero él no se dejó.

– Dejaron las criaturas a mi puerta. Ya has hecho más de lo que debías hacer -le dijo.

Britt se sintió un poco culpable porque ella había sido la que había decidido la mayor parte de las compras. Cedió porque parecía que para Mitch era importante hacerlo a su manera.

– ¿Bebé nuevo? -preguntó el cajero sonriendo-. Tiene suerte el pequeño. Sus padres son muy generosos.

– Mamá es la generosa -dijo Mitch sacando el pecho y sonriéndole a Britt con malicia-. Yo he venido sólo a dar un paseo -le guiñó un ojo al empleado-. Pero ya sabe cómo son las mujeres. Gastan, gastan y gastan.

– Tiene razón -dijo el empleado, inclinado hacia adelante y con una mirada significativa-. Se le pondrían los pelos de punta si le contase cómo gastan algunas mujeres. Compran cualquier cosa si uno se la presenta de la manera adecuada.

– Más le vale rogar que sigan haciéndolo -tronó Britt irritada-. El día en que dejen de gastar usted perderá su trabajo, ¿no cree? -el empleado la miró desconcertado.

– ¿No puedes aceptar una broma? -le susurró Mitch al salir de la tienda.

– Soporto las bromas, pero no los insultos -protestó.

– No sabía que fueras feminista. Cada día descubro algo nuevo en ti.

– Me gusta defender mis puntos de vista -replicó-. Y no creas que no me he dado cuenta de quién ha empezado. Has incitado al cajero antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Supongo que no puede esperarse mucho más de un hombre que piensa que las mujeres son muñecas con las que se juega cuando se tienen ganas.

– ¿Te refieres a mí? -Mitch giró sobre sus talones y se la quedó mirando; la diversión había desaparecido de sus facciones. ¿Cómo podía estar tan equivocada respecto a él?

– Exactamente.

– ¿Es eso realmente lo que piensas de mi? -preguntó quedo.

Britt abrió la boca para decir algo mordaz, pero al ver su expresión fue incapaz de hacerlo. De pronto, comprendió que sus palabras lo habían herido y se arrepintió.

– No, Mitch -dijo tocándole el brazo. Sonrió titubeante-. ¿No soportas una broma?

– Por supuesto, muchacha -sonrió-. Soporto las bromas -se volvió-. Espero que encontremos el sitio en el que hemos dejado el coche.

Britt se protegió los ojos con la mano para buscar el coche, pero le costaba concentrarse, pues no podía dejar de pensar en Mitch. Él parecía de buen humor, pero había una extraña dureza en su interior. Deseó no tener que verlo emerger nunca. Algo le decía que Mitch podía ser peligroso si se le irritaba mucho.

Pero Mitch también debía conocer sus límites. Britt no permitiría que nadie la menospreciara por ser mujer.

– Allí está -señaló el coche y mientras se acercaban a él, a ella se le ocurrió otra cosa.

– Espero que alguien les enseñe a Danni y a Donna a respetarse -murmuró, para sí.


Fueron tambaleándose hacia el ascensor, cargados de paquetes. El estado de ánimo festivo los acompañó desde el pasillo hasta el apartamento. Pero cuando Mitch abrió la puerta y entraron, Britt cambió completamente de expresión, dejó los paquetes en el suelo y miró a Mitch con los ojos abiertos de par en par.

– Mitch -dijo-. No están aquí.

– ¿Qué quieres decir con que no están aquí? -guardó la tarjeta de Britt en su bolsillo e hizo una mueca-. Todavía no hemos buscado en la habitación.

– No están aquí -insistió-. Lo presiento -se volvió y le agarró el brazo-. ¿Habrán venido Janine o Sonny?

A Mitch se le hizo un nudo en el estómago. Fue hacia la habitación y la encontró vacía. Se volvió y vio que Britt estaba a su espalda, abrazándose los brazos y tratando de dominar el pánico.

– Tienes razón, no están -comentó él-. ¿Dónde diablos estarán Jimmy y Lani?

Britt lo miró a los ojos con la esperanza de encontrar en ellos algo que le diera fuerzas.

– ¿Qué hacemos? -preguntó con voz tensa-. ¿Llamamos a la policía?

– Exageras un poco -movió la cabeza-. Es posible que estén por aquí.

Britt volvió a agarrarle del brazo.

– No podemos quedarnos sin hacer nada -gritó-. ¿No puedes llamar a tus amigos de la comisaría?

Mitch podía hacerlo, pero no sabía qué iba a decirles. Sin embargo, debía intentarlo. Él tenía su propia idea de lo que podía estarles ocurriéndoles a las dos niñas.

– Llamaré a Jerry -anunció mientras buscaba el teléfono, pero antes que marcara el número, la puerta de entrada se abrió.

– Hola -Jimmy entró con una de las niñas en el hombro-. ¿Ya habéis vuelto?

Britt se adelantó cuando Lani entró detrás de Jimmy con Danni en brazos. Sin decir nada, le quitó a la criatura.

– ¿Dónde habéis estado? -preguntó Mitch muy serio.

– Hemos bajado al patio para dar un paseo -Jimmy pareció sorprendido.

– Las niñas necesitan vitamina D -les recordó Lani tranquila-. Miradlas. ¿No veis qué contentas están?