– Tranquila -le susurró Mitch a Britt-. Podíais habernos dejado una nota -continuó en voz alta, intentando dominar su enfado-. Creíamos que os habían secuestrado a todos.

– ¿Secuestrado? Jimmy pareció intrigado-. Ay, lo siento no sabíamos que ibais a volver tan pronto. Después de todo… -señaló los paquetes que estaban en el suelo-. Parece que habéis comprado toda la tienda.

Britt se movió y Mitch le rodeó los hombros con el brazo.

– No tienen la menor idea del problema que tenemos -le recordó Mitch a Britt-. No saben que Sonny y Janine existen.

Britt asintió con un movimiento brusco de cabeza, sabía que Mitch tenía razón. Estaba volcando todas sus fuerzas en controlarse y lo lograría, era indispensable que lo hiciera. Y por el bien de las criaturas debía mantenerse tranquila.

Sabía que el dolor que acababa de experimentar era una advertencia. No debería encariñarse tanto con las gemelas. ¿Por qué no se valía de su experiencia? ¿Qué diablos le pasaba?

Fuera lo que fuese, en ese momento podía detenerse. Para calmarse tuvo que abrazar fuerte a cada criatura, durante unos minutos.

– Gracias por vuestra ayuda -logró decir cuando los jóvenes se disponían a salir.

Mitch trató de pagarles, pero Jimmy no quiso aceptar el dinero.

– En vez de eso llévanos a cenar una de estas noches -sugirió-. Sabes que somos estudiantes hambrientos. Nos sentaría bien una comida gratis.

Mitch los acompañó a la puerta, se despidió de ellos y se volvió. Después abrazó con fuerza a Britt que llevaba en brazos a las dos criaturas.

– Menos mal que estáis bien -les susurró a las niñas, aunque miraba a Britt.

Sorprendida, Britt se lo quedó mirando. No se había dado cuenta antes de lo mucho que le había asustado a Mitch no ver a las criaturas. Saber que ella había sentido lo mismo le proporcionó un agradable sentimiento de simpatía. Cuando al final Mitch la soltó, Britt se sintió un poco triste. Le gustaba que él la abrazara.

Mientras Britt permanecía sentada con las niñas, Mitch reunió las compras y comenzó a sacarlas de las bolsas y paquetes.

– Ropa, niñas -les anunció levantando una prenda-. De haber sido niños, yo estaría pidiéndoles disculpas. Pero se dice que a las niñas les gusta la ropa -movió la cabeza-. Estamos llegando a las cosas mejores -arrastró una caja grande, la abrió y comenzó a sacar piezas de metal.

– Mirad qué columpio nuevo -le dijo Mitch a Donna mientras armaba un columpio para bebés-. Dentro de un rato estaréis meciéndoos, si no me equivoco al seguir las instrucciones. Es una pena que a nadie se le ocurra utilizar un inglés claro en las instrucciones.

Britt se echó a reír y levantó a una chiquilla y luego a la otra para que vieran lo que hacía Mitch. Luego éste tomó la siguiente bolsa.

– Aquí están los dados de espuma, niñas -anunció colocándolos en el suelo.

Britt colocó a las niñas boca abajo, cerca de ellos.

Pero los dados no les gustaron tanto como los sonajeros. Britt no sabía lo mucho que les gustaba a las criaturas golpear objetos que hacían ruido, pero pronto se enteró. Jugó con las niñas mientras Mitch terminaba de armar el columpio y colocaba unos móviles sobre las camitas. Britt tenía a las niñas en brazos cuando Mitch volvió.

– Hola, Donna. Hola, Danny -susurraba Britt-. ¿Nos habéis echado de menos cuando hemos salido?

Mitch la observó y tuvo que dominar el deseo de hacerle una advertencia. Era evidente que se estaba encariñando demasiado con las pequeñas. Pero seguía sin saber qué podía hacer al respecto. También él estaba encariñado con ellas.

– Listo -anunció al acercarse-. Todo lo que una niña puede desear. Así que no quiero oír más lloros, niñas, ¿de acuerdo? De ahora en adelante estaréis demasiado ocupadas para quejaros.

Al cabo de un rato a las niñas empezaron a cerrárseles los ojos. Luego Britt calentó dos biberones, después de dárselos, las acostaron y para entonces, los dos estaban agotados. Britt invitó a Mitch a la cocina para que tomara una taza de té. Se sentaron a la mesa, uno frente al otro.

– Me ha gustado conocer a Jimmy -comentó Britt después de darle un sorbo al té-. Me ha gustado mucho.

– Es un gran chico, ¿no? -Mitchell sonrió.

– Eso parece.

– El resto de mi familia también es muy agradable -comentó Mitch, inclinándose y sonriendo de manera afectuosa-. Algún día los conocerás. De vez en cuando ofrecemos reuniones familiares en la Isla Grande. Te llevaré a una.

A Britt le entusiasmó aquella propuesta.

– ¿Creciste allí? -le preguntó a Mitch.

– Sí.

Britt titubeó. Generalmente cambiaba de tema cuando llegaban a ese punto. La familia y la niñez de las personas no eran los temas que más le agradaban. Hablar de ello la hacía recordar cosas muy dolorosas. Pero después de conocer a Jimmy y de haber oído hablar de sus parientes tenía mucha curiosidad.

– ¿Cómo se vive dentro del seno de una familia cariñosa como la tuya? -preguntó abrazándose con fuerza.

– ¿Cómo? -Mitch se encogió de hombros sin saber lo difícil que le había resultado a Britt formular la pregunta-. No lo sé. Entonces, me parecía una vida normal. Reñíamos. Teníamos nuestros altibajos. Pero siempre salíamos adelante porque nos queríamos y respetábamos.

– Ah -murmuró Britt. Parecía demasiado bueno para que fuera verdad-. Pero tus padres no siempre estaban con vosotros, ¿verdad?

– No. Shawnee fue la que nos cuidó. Y la pobre tuvo mucho trabajo -sonrió al recordarlo-. Por ejemplo, mi hermano mayor, Mack, siempre estaba metido en algún lío. Tuvo problemas serios con la policía.

– Pero ése es el que tiene el servicio aéreo.

– Así es. Terminó siendo trabajador y honrado. Pero hubo momentos, muchos de ellos, en los que pensamos que iba a terminar mal.

Britt murmuró algo banal. Ella tenía muchas cosas que contarle sobre lo que era vivir en la adversidad, pero no lo haría, no podría.

– El siguiente en edad es Kam -continuó-. Kam era demasiado serio para meterse en algún lío. El siguiente soy yo… -sonrió abiertamente-. Yo era malditamente adorable.

Britt soltó una carcajada.

– Crees que tu encanto te despejará el camino en la vida, ¿no?

– Hasta ahora me ha dado muy buen resultado -contestó no muy serio.

– No comprendo por qué no has formado una familia propia después de haber tenido una vida familiar tan agradable.

– Tengo tiempo, no soy tan viejo.

– ¿Qué edad tienes?

– Treinta y dos años.

Britt arqueó una ceja e hizo una pregunta que sabía era muy indiscreta.

– ¿Qué edad tenía tu última amiguita?

– Oye -fingió estar enfadado-. Eso ha sido un golpe bajo.

– Es decir, era demasiado joven.

– No, de hecho, hace bastante tiempo que no tengo lo que podría catalogarse como una novia…

– ¿No? ¿Ahora no estás saliendo con nadie?

Mitch la observó fijamente. Britt se ruborizó y él sonrió.

– En estos momentos no -dijo con firmeza, sin querer pensar en Chenille-. Soy un hombre libre.

– Un donjuán. -dijo sin pensar y él hizo una mueca.

– No soy un donjuán.

– Entonces, ¿qué eres?

¿Qué era él? Mitch no se lo había preguntado desde hacía mucho tiempo. En el pasado y muchas veces, había sabido lo que era. En la secundaria, cuando había tocado la guitarra en un grupo era un roquero. Luego se había dedicado al deporte de la tabla hawaiana y casi había vivido para retar a las olas. En algún momento, después de la universidad se había convertido en un buen amante, y luego en investigador para la oficina del fiscal del distrito judicial. Seguía trabajando como investigador y disfrutaba haciéndolo, pero ya no parecía llenarlo como antes. Había pasado demasiado tiempo navegando, por decirlo así, trabajando mucho, flirteando mucho, saliendo con chicas y sin pensar en cómo sería su vida futura.

– ¿Qué eres? -volvió a preguntar Britt, inclinada hacia adelante-. ¿Qué esperas de la vida?

– Satisfacción -respondió.

– Es otra manera de decir «diversión» -dijo con expresión desdeñosa.

– ¿Qué tiene de malo la diversión? -preguntó él-. No la menosprecies hasta que la hayas probado.

– Por favor, no digas tonterías.

– Vamos, Britt -se inclinó hacia adelante como un cazador olfateando su presa-. Presiento que no sabes nada de lo que es diversión.

Britt volvió a ruborizarse y se aferró con fuerza al borde de la mesa.

– No es cierto, sí sé divertirme.

– Demuéstramelo -exigió con los dedos apoyados en la mesa-. ¿Qué haces para divertirte?

– Me divierto en este momento cuidando a las criaturas -respondió después de pensar.

– No me refiero a ese tipo de diversión y lo sabes -torció la boca en un gesto desdeñoso.

– Debería habérmelo imaginado -lo miró poniéndose a la defensiva-. Volvemos al sexo.

– ¿Eso crees?

Britt se puso de pie. Necesitaba huir, levantó las tazas y las llevó al fregadero.

– Olvídalo -dijo con voz dura-. Además de eso, la gente hace otras cosas para divertirse.

– No lo niego -aceptó y giró en la silla para observarla-. Y de eso estoy hablando -Mitch se puso de pie y se detuvo a espaldas de Britt para observarla mientras enjuagaba los platos-. Por lo que he visto, no te has divertido mucho en tu vida, Britt Lee. Al menos, si lo haces, no veo evidencias de ello.

Britt se puso muy tensa.

– Si no es divertido estar a mi lado, lo siento -masculló echando chispas por los ojos.

– No he dicho eso -repuso Mitch y la hizo volverse para que lo mirara de frente-. Me divierto contigo, pero Britt… -le escudriñó los ojos para tratar de ver algo en sus misteriosas profundidades-. ¿Qué te divierte?

– No se trata de la diversión -no estaba segura del hecho, pero esa pregunta la atemorizó hasta el punto de hacerle sentir casi pánico.

– Vamos -insistió Mitch acariciándole la mejilla-. Dime una cosa que te parezca divertida.

– Helado bañado con chocolate caliente -contestó animada y triunfal.

– Comida -movió la cabeza y se rió de ella-. Vamos. ¿No puedes decirme algo mejor, algo diferente?

Britt tenía la mente en blanco, la cercanía de Mitch la impedía pensar con claridad.

– No sé -murmuró nerviosa-. Dime el tipo de cosas a las que te refieres y quizá pueda darte un ejemplo.

– Te diré exactamente a lo que me refiero -asintió y bajó la voz-. Hablo de pasear bajo la lluvia -murmuró despacio para que ella pudiera imaginárselo-. Hablo de nadar a la luz de la luna. De inclinarse arriba del borde de Nuuanu Pali y oír el rugido del viento. De extender el brazo y encontrar una mano que espera estrechar la tuya en la oscuridad. Bailar al ritmo de una canción lenta y desear que nunca termine.

Britt movió la cabeza.

– Nunca he hecho ninguna de esas cosas -aceptó con tristeza.

Mitch sonrió y le acarició la barbilla.

– Es justo lo que quería decir.

Britt se enfrentaba con un dilema. Sabía que debería alejarse de Mitch, pero le gustaba tanto su contacto que todavía no deseaba hacerlo. Sin embargo, se sentía culpable por permitirle tocarla de esa manera.

– No me importa -masculló un poco incómoda y a punto de desistir de tratar de convencerlo-. No necesito diversión.

– Todos la necesitamos, al menos de vez en cuando -le acarició un hombro con un gesto de amigo-. ¿Qué me dices de cuando eras una chiquilla? ¿Recuerdas con qué te divertías?

– No -respondió y se volvió. No quería hablar de su infancia. Sin embargo, Mitch no estaba dispuesto a soltarla con tanta facilidad así que la siguió a la sala.

– ¿Cómo te divertías cuando tenías dieciséis años?

– No hacía nada -¿no lo comprendía? La diversión nunca había sido parte de su infancia.

– Estoy seguro de que acompañabas a los chicos a la hamburguesería o en el puesto de saimin ya que te criaste aquí en Hawai.

– Nunca -negó con un movimiento de cabeza.

– ¿Hablabas largo y tendió por teléfono con tus amigas?

– No.

– ¿Besabas a los chicos en el asiento de atrás de los coches?

– Sabes que no sería capaz -lo miró acongojada.

Mitch estaba anonadado. De acuerdo, ella le había aclarado que era virgen. Pero aquello no se lo esperaba.

– ¿Quieres decir que nunca dejaste que flirtearan contigo? -preguntó incrédulo.

– Por supuesto que no -levantó la barbilla, sabía lo que Mitch estaba pensando, pero se negaba a rendirse ante la presión-. Ya sabes que nunca hice ese tipo de cosas.

Britt se desplomó en un sillón y levantó una revista; fingió interesarse en un artículo acerca de los gases en las cloacas, en Europa oriental. Mitch se sentó a su lado, teniendo cuidado de no tocarla.

– Nunca lo has hecho -repitió-. ¿No te das cuenta de lo que te has perdido? Esa era la mayor diversión en la adolescencia.