Mitch la penetró con lentitud, dominando la satisfacción que le exigía su cuerpo. Hubo un momento de conmoción. Britt abrió los ojos y contuvo la respiración.

– ¿Estas bien? -preguntó Mitch y comenzó a retirarse.

– ¡Sí! -respondió con fiereza y le incrustó los dedos en la espalda-. No te alejes, ay, no lo hagas.

Mitch dominó la intensidad de su deseo y se obligó a ir despacio. Al mismo tiempo se inclinó para acariciar un pezón con la lengua; luego, fascinado vio que ella explotaba debajo de él, que se estremecía y gritaba con los ojos abiertos por la sorpresa.

Britt volvió suspirando a la realidad y Mitch la besó con inmensa ternura.

– ¿Estás bien? -preguntó Mitch sonriendo.

– Sí -murmuró y lo miró un poco cohibida e intrigada.

– ¿Tú no…?

– Todavía no, dentro de un minuto -Mitch sonrió tratando de controlarse.

Britt no sabía nada, todo era nuevo para ella. Nuevo y tan diferente a cualquier otra cosa en su vida que todavía no sabía qué pensar al respecto. Pero Mitch seguía dentro de ella, moviéndose despacio mientras seguía besándola y murmurándole palabras cariñosas. Britt se conmocionó al comenzar a sentir un fuego en el vientre.

– ¿Mitch? -lo miró intrigada.

– Está bien -le dijo acariciándole la mejilla-. Esta vez, estaré contigo hasta el final.

– Ah.

El viaje comenzaba de nuevo y Mitch no tenía forma de detenerlo. La promesa de Mitch se estaba convirtiendo en realidad, Mitch estaba con ella. Mitch gritó su nombre. La sensación fue tan intensa, tan sobrecogedora que Britt tuvo la sensación de que la habitación giraba y que unas luces doradas caían en cascada desde. el cielo. Mitch la abrazaba con fuerza y ella estuvo a punto de gritarle que lo amaba.

Lo amaba, era cierto, pero eso sólo le importaba a ella.

Lo abrazó con ternura y apoyó la cabeza de Mitch en sus senos con todo el cariño que era capaz de dar. Mitch permanecía quieto mientras recobraba el aliento y ella cerró los ojos pensando en cuánto le quería. Estaba completamente enamorada.

– ¿Britt?

Britt bajó la mirada y vio que Mitch la estaba observando.

– Britt, gracias -murmuró al mismo tiempo que le acariciaba los labios con un dedo-. Gracias por haberme permitido ser el primero.

Britt rió quedo. El primero y el único. Después de eso, nunca permitiría que otro hombre se acercara a ella. Nunca.

Capítulo Diez

– Te ayudaré, Britt -le informó Mitch un poco después, cuando estaban ya vestidos y sentados a la mesa de la cocina, tomando un té-. Pero tendrá que ser a mi manera.

Britt lo miró a los ojos y supo que confiaba más en él que lo que había confiado en nadie, sin embargo, él no sabía, no comprendía…

– Quieres intentar adoptar a las gemelas -respiró hondo y suspiró con lentitud-. Quiero que lo pienses cuando estés menos emocionada. Pero -añadió rápidamente, antes de que ella pudiera protestar-. Dije que te ayudaría y eso haré. Tienes que darte cuenta de que no podrás hacerlo sola. No puedes huir para desaparecer con Donna y Danni. Presiento que te has concentrado en el hecho de que nadie sabe dónde están las gemelas y estás pensando que podrías esconderte en algún sitio para criarlas sin que nadie se enterara.

Britt no contestó, pero Mitch comprendió que se había acercado mucho a la verdad.

– No sería una manera de vivir, Britt -murmuró-. De todos modos, no podrías salirte con la tuya. Además, no sería justo que las gemelas no sepan de dónde provienen. Sé que eres sensible a eso.

Le dio un apretón en la mano.

– Tendremos que revelar su existencia a las autoridades y pronto. Es necesario que lo hagamos antes de que descubran la pista y vengan aquí.

Calló y la observó para ver si Britt le estaba prestando atención y asimilaba lo que le estaba diciendo.

– Hay más. Será casi imposible que logres algo por medio de los trámites normales. No hay ningún motivo para que te permitan adoptar a las niñas en vez de entregárselas a alguna pareja que esté esperando una adopción desde hace tiempo. ¿Por qué habrían de hacerlo?

– Gemelas -contestó Britt mirándole esperanzada-. No hay mucha gente que quiera gemelas. Es posible que nadie las quiera y quizá las colocarían en casa de una familia que las cuidara hasta que… -se estremeció y bajó la mirada, soltó la mano y levantó la taza como si de alguna manera ésta pudiera salvarla. Tendría que decírselo, pero nunca le había hablado de su pasado a nadie y no iba a ser fácil.

Mitch la observó sin estar seguro de lo que ella pensaba ni por qué eso parecía afectarla de manera tan intensa. De cualquier manera si eso era lo que Britt deseaba, él haría todo lo posible por ayudarla.

– De acuerdo. Las llevaremos los dos. Pero antes de hacerlo, llamaré a mi hermano Kam para pedirle que venga.

Britt lo miró intrigada.

– Kam es un buen abogado. No está especializado en adopciones, pero tiene colegas que sí lo están. Sabrá lo que tenemos que hacer y qué influencias se necesitan. No puedo garantizarte nada, pero al menos él sabrá lo que puedes hacer. Si es posible, él se encargará del asunto -torció la boca al pensar en su hermano-. Es posible que convenza al juez de que eres la hermana perdida de Janine. No conozco a ningún abogado mejor.

Britt tenía los ojos llenos de lágrimas no derramadas. Le dio la mano e intentó hablar, pero tenía un nudo en la garganta que le impedía hacerlo.

– Tranquila -le advirtió alarmado-. Todavía no ha pasado nada. Sólo digo que es lo mejor que podría suceder. No he dicho que sea un hecho consumado.

– Lo sé -dijo con voz ronca y moviendo la cabeza-. Pero, Mitch…-se puso de pie y le rodeó el cuello con los brazos. Sollozó angustiada y agradecida. Se había sentido muy sola durante mucho tiempo.

– Brin -murmuró sintiendo algo que no podía identificar. Le acarició la espalda-. ¿Te vas a sentar y vas a decirme por qué estás tan tensa? Necesito saberlo.

Britt titubeó, pero sabía que era hora de hablar. Asintió, se sentó a su lado y se enjugó las lágrimas.

– Se debe a que sé demasiado bien lo que puede pasar -dijo indecisa-. Yo pasé por lo mismo.

– ¿Quieres decir después de la muerte de tus padres? -frunció el ceño y ella asintió.

– Sí, estábamos solos. No teníamos parientes y nos pusieron al cuidado de una familia. Yo tenia cinco años y mi hermano, ocho.

– ¿Tu hermano? Creía que me habías dicho que no tenías hermanos.

– Ya no, pero lo tenía entonces. Lo adoptaron de inmediato. Era un niño simpático y bueno. Se lo llevaron a Oregón y nunca tuve noticias de él.

– ¿Qué pasó contigo?

– Nadie me quería -trató de sonreír, pero su mirada era triste, tan triste que a Mitch se le desgarro el corazón-. Yo era una chiquilla flaca y traviesa.

– Estoy seguro de que eras encantadora.

– Quizá no -se encogió de hombros-. No tengo ninguna foto de modo que no puedo decir si era fea o no.

Sin embargo, tuviste una familia que te acogió.

– Eso sí -rió con amargura-. La tuve. De hecho, fueron tres familias durante el primer año -desvió la mirada-. Como podrás observar, no debía de ser fácil quererme. Nadie quiso quedarse conmigo.

– Ay, Dios, Britt -gimió-. No hables así, no era culpa tuya.

Britt se estremeció en sus brazos, pero no volvería a llorar. Mitch la abrazaba con mucha fuerza como si pensara que podía haber olvidado lo que había ocurrido en el pasado. Britt sonrió e inclinó la cabeza hacia atrás para poder verle la cara. Maravillada, levantó la mano para acariciarle la mejilla. Parecía que a él le importaba.

– ¿Qué sucedió después del primer año?

– Me colocaron en casa de la familia perfecta para cuidar niños. Tenían nueve criaturas, yo fui la décima.

– ¿Cuánto tiempo duraste con ellos?

– Unos tres años -se mordió el labio-. Me alimentaron y me vistieron. Nos tenían muy organizados, cada uno tenía su quehacer y lo hacíamos muy bien.

– Suena… -titubeo porque no supo si debía decirlo-. Suena como un anticuado orfanato.

Justo -asintió-. Nos cuidaban. Nos colocábamos en fila sonriendo para que la trabajadora social nos viera así cuando iba a la revisión. La pareja que nos acogió trabajaba mucho para asegurarse de que tuviéramos lo básico. Pensaban que hacían todo lo que podían por nuestro bienestar.

– Pero no os dieron cariño -adivinó.

– Eres muy listo, Mitchell Caine -le sonrió-. ¿Cómo lo has sabido?

– Lo he oído en tu voz. Continúa. ¿Adónde fuiste después?

– La madre, la llamábamos Mamá Clay, se puso gravemente enferma. Yo era demasiado pequeña para comprender lo que estaba pasando. Ya no pudieron cuidarnos de modo que nos repartieron en casas nuevas y diferentes -bajó la mirada a sus manos-. Y en ese momento comenzó mi pesadilla.

– Háblame de ello.

– Me colocaron con una pareja que tenía dos niños. Eran mayores que yo. Eran niños. Eran… supongo que los describiría bien diciendo que eran delincuentes -calló.

– ¿Te hicieron daño?

– Sí. Me hicieron cosas que no quiero recordar. Quizá lo haga algún día. En este momento no puedo hablar de eso.

– ¿No hizo nadie nada al respecto?

– Desde luego. Les pegaban cuando los pescaban. Ellos prometían no volver a hacerlo, pero encontraban nuevas maneras de torturarme.

Mitch cerró los ojos y trató de olvidar la necesidad de averiguar quiénes habían sido esos dos chicos para encontrarlos y hacerles pagar por lo que habían hecho. Pero esa necesidad en él no era muy realista en ese momento.

– ¿Qué me dices de sus padres? ¿Eran buenos contigo?

– Ellos creían que sí, eran muy estrictos.

– ¿Te pegaban? -exigió y se volvió para observarla.

– No -negó con un movimiento de cabeza-. Ese castigo no era aceptable. La trabajadora social se aseguró de que lo supieran. Nunca me tocaron. Pero la familia era un perfecto caos. No sé si podré lograr que comprendas lo horrible que fue. Nadie hablaba, todos gritaban. Se tiraban los platos, se maldecían. Nunca se sabía cuándo iban a empezar una riña. A veces yo despertaba a media noche y Norman -era el padre-, estaba persiguiendo a su esposa por toda la casa, gritándole, tirándole cosas, pegándola. Yo me encogía en la cama y me tapaba las orejas. Cantaba para mis adentros para no oír nada. Pero la casa se estremecía. No había modo de huir.

Se interrumpió un momento y él le apretó la mano.

– Cuando me portaba mal me encerraban en el armario a oscuras. Eso me asustaba mucho y lloraba hasta que me quedaba dormida. Luego sus hijos buscaban la manera de asustarme más. Una vez, pescaron una araña y la metieron en el armario conmigo.

– Britt -la abrazó y comenzó a darle besos-. Lo siento mucho, Britt -repitió una y otra vez-. Lo siento mucho.

– Nunca había hablado de esto con nadie -comentó maravillada-. Creía que era incapaz de hacerlo, pero he podido revelártelo a ti -sonrió y le acarició la cara-. Podría decirte cualquier cosa -murmuró mientras le escudriñaba los ojos como si deseara descubrir por qué él era tan especial para ella.

– tBritt, cuánto tiempo pasaste en ese lugar infernal?

– Hasta que cumplí quince años. Entonces tuve suficiente valor para hablar de la situación con la trabajadora social -sonrió-. Era Kathy Johnson. Fue maravillosa conmigo. Ella ya sospechaba algo, pero me estuvo observando hasta que se lo dije. Ese mismo día me sacó de allí y me llevó a vivir con ella. Sin su ayuda y estímulos nunca habría estado preparada para ir a la universidad. Sigue siendo mi mejor amiga.

– Gracias a Dios. Habías sufrido mucho durante mucho tiempo.

– ¿Comprendes ahora? -le preguntó ella sin dejar de mirarlo a los ojos-. ¿Te das cuenta de por qué no puedo permitir que las gemelas pasen por lo mismo?

– Las circunstancias de tu vida fueron terribles -aceptó después de titubear-. Pero miles de chiquillos terminan en casas maravillosas. No sufren como sufriste tú.

– No puedo arriesgarme -movió la cabeza con firmeza-. Cuando las encontré pensé que podría hacerlo, ya no. No puedo hacérselo a Donna y a Danni. Haré cualquier cosa para quedarme con ellas.

¿Cómo podía él discutir después de lo que ella le había revelado?

– Haremos todo lo posible, Britt.


– No me han dado muchas facilidades -dijo Kam mientras empujaba su silla mirando a Mitchell con una sonrisa sarcástica-. Pero creo que he echado a andar algo en la dirección correcta -movió la cabeza mientras observaba a su hermano menor. Estaban sentados en la cocina de Britt esperando a que ella volviera de acostar a las gemelas. Era martes y las pequeñas eran huérfanas desde hacía tres días.

– ¿Cómo diablos te metiste en esto, hermanito? -Kam hizo una mueca-. Por Dios, gemelas.

– Son unas niñas estupendas.

– Seguro -asintió con expresión cínica-. Todas las criaturas son estupendas. Son como libros que todavía no se han escrito. Podrían ser cualquier cosa.