– Supongo que tampoco quieres esto -extendió un brazo riendo al ver que él la miraba sorprendido-. No quieres que yo lo toque ni lo bese…

– Eres una mujer desvergonzada y osada -dijo riendo también-. Ven aquí.

La acercó y la besó con todo el cariño que había tratado de negar durante tanto tiempo. Le quitó el camisón y se desnudó con rapidez. Hicieron el amor en el sofá, con lentitud y ternura. Mitch se dominó hasta que ella le exigió más pasión. Mitch la penetró y encontró nuevos misterios en ella, nuevas sensaciones que le hicieron sentirse estrechamente unido a ella. Al final la miró y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Te he hecho daño? -preguntó preocupado.

– No -murmuró ella-. Creo que después de estar contigo soy incapaz de estar con cualquier otro hombre.

Mitch rió y la besó con deseo para libar una dulzura que ya consideraba suya. Finalmente, se alejó y gimió.

– No es posible que sigamos haciendo esto si te casas con otro.

– Eso había planeado -se enderezó y se puso el camisón.

– Lo sé, pero no quiero que Gary te toque -le recordó en tono decidido.

– Si me caso con él, pensará que tiene derecho a eso.

– Lo sé -se puso su pantalón y se volvió para mirarla muy serio-. Por eso no puedes casarte con él. -Pero Mitch…

– Oye, tengo otra idea -volvió a sentarse a su lado-. Huiremos.

– ¿Huir?

– Sí -asintió convencido-. Podríamos hacerlo. Nos llevaremos a las gemelas y nos iremos hacia el sureste de Asia. Hay miles de islitas a lo largo de algunas de sus costas. Encontraremos una que no esté habitada y construiremos una nueva vida.

– ¿Algo como la familia Caine suiza? -se dominó para no sonreír y trató de mostrarse interesada.

– Lo has comprendido muy bien.

– Mitch… -le acarició la mejilla con ternura-. ¿No sería eso como casarse?

– Si, pero… -se la quedó mirando.

¿Qué había dicho ella? ¿Qué había querido decir?

De pronto se rompió algo en el interior de Mitch. El sol salió e iluminó el cielo. Vio la luz.

Él podía hacerlo. Se casaría. ¿Por qué no? Aquella era la mujer a la que amaba. Sí, la amaba.

– Britt -gritó emocionado por su descubrimiento-. ¡Te amo!

– Lo sé y yo también te amo -asintió riendo.

– Britt! -el cielo se despejaba para él-. Podría casarme contigo.

– Sí, podrías hacerlo -volvió a asentir contenta.

– Ay, Dios, ¿por qué no me he dado cuenta antes?

– No lo sé y no me importa, siempre y cuando lo sepas ya.

– Lo sé. Los dos atenderemos a las gemelas y nos cuidaremos el uno al otro. Ya no tenemos que preocuparnos por Gary. Llamémoslo para decirle que desaparezca. Deja que lo haga yo.

– No. No tienes que hacerlo. Gary me ha llamado para cancelar la boda.

– ¿Qué? -se puso sombrío-. ¿Se ha acobardado?

– No exactamente -le sonrió con cariño-. Me ha llamado para decirme que él y Lani se han pasado la noche planeando un centro nuevo de aviación en el museo y que él se había dado cuenta de que está enamorado de ella.

– ¿De Lani? ¿Y qué pasará con Jimmy?

– Parece que han decidido separarse.

– Ah -se encogió de hombros. En ese momento no podía pensar en las peleas de otros enamorados. Acababa de tomar la decisión más importante de su vida-. Oye, nos casaremos.

Britt asintió con los ojos llenos de lágrimas de alegría. Después de todo habían encontrado la felicidad. Al cabo de muchos años había encontrado el secreto para lograrla.

– Será mucho mejor que casarte con Gary, créeme -dijo Mitch mirándola como si no pudiera creerlo.

– Lo sé -le enmarcó el rostro con las manos y le sonrió-. Quiero que sepas que no pensaba casarme con él.

– ¿No? -frunció el ceño-. Pues parecía que sí.

– Sólo quería que despertaras y aceptaras lo inevitable, cariño -murmuró con cariño-. Siempre he sabido que seríamos tú y yo.

– Tú y yo -repitió asombrado-. Y con las niñas somos cuatro.

– Nos casaremos los cuatro -rió.

– Y viviremos felices. Lo juro.

De pronto oyeron el sonido de dos niñas que despertaban. Otro día feliz, aunque no del todo perfecto, estaba a punto de empezar.

Morgan Raye

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