Al llegar a la sala miró el teléfono sabiendo que debería llamar a Chenille, pero de hacerlo, ¿qué le diría? Ya habría terminado su última actuación y probablemente estaría profundamente dormida en su apartamento.

Por otro lado, quizá estuviera despierta esperándolo. En ese caso… Consultó el reloj. Todavía tenía tiempo para salvar parte de esa noche.

Marcó el número telefónico de Chenille y dejó que el teléfono sonara diez veces antes de cortar la comunicación. Había salido con otro.

¿Quién podía culparla? ¿Por qué habría de esperar a alguien como él? Pero para estar seguro, marcó el número del centro nocturno.

– Sí, Chenille todavía está aquí -le informó el gerente-. Se ha quedado dormida en el camerino y no me gustaría despertarla. Pero si lo desea…

– No -contestó de inmediato-. Déjela dormir, pero después, dígale que la he llamado, ¿de acuerdo?

Colgó el auricular y gruñó. Chenille estaba sola durmiendo en su camerino. Y él estaba cuidando unas criaturas.

Oyó que Britt llegaba a la habitación.

– Toma -le arrojó un libro al entrar, luego sacó otro para ella y se sentó en el sofá-. Lee ése y yo leeré éste.

Mitch sostuvo el libro en la mano y fijó la vista en la cubierta que decía: Desde los biberones hasta los eructos y las sillas indicadas, todo cuanto debe saber sobre la crianza de su bebé. Mitch hizo una mueca y preguntó:

– ¿Por qué no llamarlo simplemente un manual para gente no versada?

– Porque los bebés no son coches -levantó la mirada y al encontrarse con los ojos de Mitch, volvió la cabeza. No quería aceptar lo mucho que le había gustado vol ver a casa y encontrarlo esperándola-. Son mucho más complejos.

– Desde luego -titubeó antes de ofrecerle una de sus mejores sonrisas-. Ahora están dormidos y como están así…

– Sigues queriendo irte, ¿verdad?

Mitch se sintió como un patán pues en cierto sentido, era ella la que le estaba haciendo un favor.

– No, yo…

Britt se puso de pie.

– Pues no vas a marcharte -era preciso mostrarse estricta.

– No será por mucho tiempo -dijo un poco sorprendido por su reacción-. Como mucho sería una hora.

– Tienes una cita, ¿verdad?

– Bueno…

– No puedes irte, lo siento.

Mitch se encogió de hombros. Ya había desistido, pero seguiría alegando para no ceder con tanta facilidad.

– Pero están dormidas.

– ¡Dormidas! -aquel hombre no sabía nada de bebés. De hecho, estaba sorprendida por sus propios conocimientos. ¿Cómo los había adquirido? ¿Por ósmosis? se preguntó-. ¿Realmente crees que van a estar dormidas toda la noche? Se despiertan cada pocas horas.

Mitch se desplomó en el sofá y la sonrió divertido. Podía permitirse el lujo de bromear con ella porque pensaba que tenía la razón de su lado.

– Una hora -repitió y suspiró fingiendo cansancio-. Sólo una hora.

Britt lo miró con expresión desafiante. Si insistía, no podría hacer nada. Mitch podía irse y volver cuando le diera la gana, pero ella se aseguraría de que fuera consciente de la situación en que se encontraban.

– Seguro. Puedes irte y supongo que no puedo detenerte. Adelante Pero antes irás a la farmacia y comprarás uno de esos artefactos con que se aseguran los bebés al pecho. Si te vas, te llevarás a una de las niñas.

– ¿Cómo voy a llevarme a una niña a una cita? -preguntó riendo.

– Es posible que despiertes los instintos maternales de tu amiga.

– Instintos maternales -repitió riendo al imaginar a Chenille meciendo a una de las gemelas-. Es justo lo que más me gusta en mis compromisos.

– Siento que tengas que cambiar de planes. ¿Con quién se suponía que ibas a salir? -añadió y deseó inmediatamente haberse mordido la lengua-. Aunque eso no es asunto mío. Claro.

– Con Chenille Savoy, la cantante.

– Chenille Savoy -repitió pensativa-. ¿Dónde he oído antes ese nombre?

– Canta en el centro nocturno Cartier -cuando Chenille actuaba era como vivir un sueño exótico y sensual-. Es posible que la hayas visto actuar en alguno de los programas de la televisión local. Últimamente está teniendo mucha fama.

– No. Ya lo recuerdo. Es la que cuando la invitaron a poner las huellas de sus manos en el Sendero de las Estrellas en el Centro Ala Moana, sugirió que sería mejor dejar la impresión de sus… senos -lo miró anonadada-. ¿Me equivoco?

– Eso fue sólo un ardid publicitario -frunció el ceño y sorprendió a Britt al ruborizarse un poco-. No fue idea suya, lo sugirió su agente.

– Claro.

Chenille Savoy. Aquella mujer parecía una muñeca. ¿Realmente era lo único que los hombres deseaban en un mujer? Había pensado que un hombre como Mitch desearía algo más. Quizá cierta personalidad. No parecía ser así.

– De modo que ése es el tipo de mujeres que frecuentas, ¿no? ¿Por eso has estado mirando el reloj cada cinco minutos?

Mitch parecía sentirse incómodo.

– Te gustan las mujeres que parecen de plástico. -Eso son prejuicios. De cualquier modo, salgo con todo tipo de chicas.

– Ya lo creo -Britt arqueó una ceja. Le gustaba bromear con Mitch-. ¿Qué tipos? Alocadas, sensuales y desinhibidas. ¿Me acerco?

– De ninguna manera -contestó riendo-. Salgo con mujeres muy elegantes.

– Apuesto a que sé tres tipos de mujeres con las que no sales -dijo con satisfacción.

– ¿Eso crees? ¿Cuáles son? -le sonrió.

– Dulces, recatadas y amantes de su casa.

– Tú no eres exactamente dulce, ni recatada ni casera -rió.

– ¿Quién ha dicho que lo sea? -lo miró con orgullo-. Pero no pretendo que me invites a salir. Tampoco invitarías a una mujer como yo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Me lo imagino -era evidente.

– ¿De verdad? -se apoyó en el asiento y la observó. Britt tenía razón. Nunca salía con mujeres que lo miraran como si pudieran verle el alma, lo sabía-. ¿Soy tan transparente?

Britt asintió y Mitch gruñó.

– ¿Cómo te ganas la vida, Britt Lee?

– Son investigadora del Museo de Historia Natural Waikiki. Mi especialidad es la historia polinesia con especialidad en las islas hawaianas.

– ¡Ah! Bueno, ¿qué crees que no me gusta de ti? -preguntó.

– Soy lista, eficiente y sé pensar.

Mitch se enderezó en su asiento. No se trataba de eso, ¿o sí? Realmente no. Sólo era que algunas mujeres lo atraían y otras no. ¿Qué tenía eso de malo?

– ¿De modo que crees que las chicas con las que salgo necesitan guardianes permanentes? -preguntó despacio-. ¿Crees que yo tengo que pensar por ellas?

– Es evidente que alguien tiene que hacerlo.

– Entonces, ¿debo pensar que tú crees que una mujer bella y sensual no tiene cerebro? -preguntó en tono triunfal-. ¿No crees que es una postura muy sexista?

– De ninguna manera -comprendió que había caído en la trampa de él, pero sabía que todavía no la había vencido-. Creo que algunas adoptan esa actitud para abrirse paso en este mundo y que si alguna vez tuvieran cerebro, probablemente terminan teniéndolo atrofiado.

– Lo que has dicho es injusto.

– ¿Para quién, para Chenille?

– Y para todas las mujeres atractivas.

– Supongo que si estoy equivocada no les gustará mucho -entrecerró los ojos-. Por supuesto, es imposible no hacerse preguntas. ¿Qué ven todas esas mujeres en ti?

– Para que lo sepas, soy un hombre estupendo.

Britt ladeó la cabeza y lo examinó como si fuera un objeto.

– Acepto que eres atractivo -frunció el ceño y volvió a observarlo-. Y parece que tienes un poco de inteligencia.

– No es cierto -sonrió más abiertamente-. De ser inteligente no estaría metido en este lío.

– ¿De modo que piensas que estás metido en un lío? ¿Y no crees que yo tengo menos razones para estar metida en este lío que tú?

– Sí, pero eres más tonta que yo -rió-. Te has metido en esto por tu propia voluntad.

– Correcto. Pero me sería muy fácil desentenderme de vosotros tres. ¿Qué harías entonces?

– Llamaría a la policía -respondió sin titubear.

– No, no debes hacer eso -respondió preocupada.

Qué problema ves en que yo llame a la policía?

– Por favor, prométeme que no lo harás -el pánico se reflejó en su mirada-. No soporto pensar que pueden llevar a estas pequeñas a alguna institución del gobierno.

Mitch titubeó. Comprendió que había alguna razón seria para aquella respuesta, pero Britt se volvió y cambió de tema.

– Veamos estos libros -sugirió ella-. Leamos unos capítulos. Quizá encontremos algunas respuestas al problema que tenemos.

Callaron unos minutos mientras se concentraban en los libros. Después de leer todo lo relativo a los bebés hasta los seis meses de edad, Mitch levantó la vista y observó a Britt. Se había puesto las gafas y estaba concentrada en lo que leía. El cuadro era encantador.

De inmediato se dijo que ella no era el tipo de mujer que le gustaba y no deseaba cambiar de idea.

Se acomodó y fingió leer, pero se limitaba a ver por encima del libro. Britt lo fascinaba, era una mujer con un corazón de oro. ¿Cómo serían los hombres con los que salía? Decidió que debían ser serios. Ingenieros o arqueólogos, hombres obsesionados con el trabajo. Era posible que ella también lo fuera, mostraba todas las señales.

Eso tendría que cambiar. Cuando se hicieran amigos, tendría que encontrar tiempo para tomarse la vida con calma y reír.

– Mitchell.

– Dime -levantó la mirada sorprendido.

– Te estás durmiendo.

– No es cierto -pero se le había caído el libro al suelo. Lo levantó y sonrió-. Sólo descansaba y juro que no volverá a suceder.

– Más te vale -contestó con una sonrisa que lo hizo meditar.

No fue nada especial, sólo un presentimiento. Un pequeño estremecimiento detrás de la oscuridad en los ojos femeninos.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella al ver que la observaba detenidamente.

– Nada. No es nada.

Pero había habido algo especial en su mirada.

Capítulo Cuatro

Mitch dejó el libro y bostezó. Se quedaría dormido si seguía leyendo. Además, no había descubierto nada especial.

– Diría que todo parece marchar con normalidad, ¿verdad? -preguntó cuando Britt levantó la cabeza.

– Sí -asintió pensativa-. Con excepción de las cunas.

– ¿Qué cunas? -tuvo un poco de temor.

– Necesitan camas.

– Pronto serán las tres de la madrugada -comentó después de mirar el reloj; estaba agotado-. No creo que haya tiendas abiertas a esta hora.

– Por supuesto que no. No podemos ir a comprarlas. Lo sé. Pero quizá podamos hacerlas.

– ¿Hacerlas? Esta noche no.

Britt no contestó, pero a él no le importó. No se retractaría. Esa noche no se convertiría en un carpintero.

– Además -continuó con lógica-. No querrías despertarlas sólo para acostarlas en camas mejores. Por Dios, están dormidas.

De pronto oyeron algo en la habitación. Mitch gimió, pero Britt saltó como si lo esperaba.

– Muy bien -dijo como un general frente a sus hombres-. Entraremos. Les cambiaremos los pañales. Les daremos de comer y deberán volver a dormirse.

– ¿Es necesario que les cambiemos los pañales? -dio un paso atrás.

– Creo que no se los hemos cambiado con suficiente frecuencia.

– ¿Si yo las doy el biberón a las dos, las cambiarás tú? -preguntó Mitch, que no quería encargarse de eso.

– ¿Cómo lo harás? -giró los ojos.

– Tengo dos manos, me las arreglaré.

– No seas tonto -levantó la barbilla. El General Britt estaba a cargo del asunto-. Ven, te enseñaré cómo hacerlo. Creo que ya lo tengo resuelto.

Y Britt le enseñó a cambiar pañales. Las niñas despertaban y emitían sonidos de satisfacción. Mitch se sorprendió al darse cuenta de que esos momentos podían causar cierta satisfacción.

– Mira, mamá -le susurró a Britt cuando vio que Donna lo miraba-. Estamos haciéndonos amigos.

– Cambia a esta y yo iré a calentar los biberones -dejó a Danni junto a su hermanita.

Las dos miraron a Mitch. Él las meció y les cantó una canción tonta. Donna sonrió, pero Danni frunció el ceño.

– Danni, Danni, sonrió -entonó él-. Anda, preciosa. Te cantaré una canción.

Mitch repitió sus versos tontos primero dirigiéndose a una y luego a la otra y ellas no tardaron en reír. Mitch sintió un nudo extraño en el pecho, como si dentro de sí tuviera un globo que se inflaba y que pronto iba a explotar. ¿Por qué le causaba tanta alegría la reacción de las niñas?

– ¿Qué canción es ésa? -preguntó Britt sonriendo cuando volvió con los biberones.

– No tengo la menor idea -respondió alejándose de las criaturas a regañadientes-. Quizá mi madre me cantaba cuando yo era pequeño.

– Es posible -se volvió de inmediato-. Toma el biberón, verifica el calor sobre tu muñeca.

Mitch se sentó con Danni en brazos. Sonrió mientras ella bebía con ansiedad.