– Creo que te das cuenta de lo que esto significa. Acabamos de cambiarles los pañales y están bebiendo. Tendremos que cambiarles los pañales otra vez.

– Así es ¿no te parece gracioso?

– ¿Gracioso? -gruñó él-. Me parece que es casi trágico.

Danni lo observaba con los ojos bien abiertos y sin dejar de comer y de pronto, Britt notó que Donna, en sus propios brazos, volvió la cabeza para mirarlo también. Cada vez que Mitch hablaba, Donna volvía la cabeza.

– Dios santo -dijo mirándolo sorprendida-. Incluso a esta edad, les gustas a las niñas. ¿Qué tienes que las atrae?

– Quiero saber por qué no lo ves tú -fingió sentirse ofendido.

– ¿Yo? -no comprendió, pero luego se tranquilizó porque supuso que estaba bromeando. Por lo visto él no lo había notado. ¿Estaría ciego?

– Supongo que soy inmune. ¡Qué suerte la mía! -murmuró.

– No sabes distinguir la buena calidad -cambió a Danni de postura-. 0 quizá no tienes sentido del humor. Las atraigo con mi personalidad de amante de la diversión. ¿No te das cuenta?

– Quizá eso atraiga a las niñas. Presiento que hay algo más que atrae a las mayores.

– ¿De modo, que te has dado cuenta? -sonrió.

– Bueno -repuso evitando mirarlo de frente-. Veo que ocurre, pero ignoro el motivo.

– Te diré qué atrae a las mujeres -se inclinó hacia la cabecera de la cama-. Definitivamente mi forma de besar.

– ¿Qué has dicho?

– Mis besos -repuso divertido-. Nunca se cansan de que las bese.

– Vaya, eso es algo que debe enorgullecerte. No olvidaré grabar en tu lápida, cuando te hayas ido, las siguientes palabras: «Al menos, sabía besar».

Mitch soltó una carcajada y Danni soltó el biberón para mirarlo. Con suavidad, él volvió a metérselo en la boquita antes de preguntarle a Britt:

– ¿Qué quieres que escriban en tu lápida?

– Era lista y supo cuidarse -contestó sin titubear.

– ¡Qué par! -rió después de pensar un momento-. La mayoría de la gente quiere que sus lápidas digan: «madre querida» o «buen padre y esposo» o «fue honrado». Y nosotros estamos hablando de besos y de amor propio. ¿No te parece que somos muy superficiales?

– Habla por ti, no creo que yo sea superficial -apoyó a la criatura en su hombro y le dio unas palmaditas para que eructara-. ¡Pero tú! Piensas que besar lo es todo.

– ¿Cómo sabes que estoy equivocado si no lo has probado?

– Probado, ¿qué? -preguntó a su vez.

– Besarme -respondió-. ¿Quieres ver si puedo hacerte cambiar de opinión?

– No -Britt se ruborizó.

– ¿Qué edad tienes? ¿Unos veinticinco? Britt no contestó.

– Seguro que tienes ya unos diez años de experiencia en besos. Podría besarte para que me dieras tu opinión.

A Britt empezaba a resultarle insoportable la forma en la que se estaba desarrollando esa conversación. Estaba poniéndose nerviosa. Además, nunca besaría a Mitch, no tenía motivos para hacerlo.

– No tengo experiencia en los besos -replicó-. Nunca ha sido uno de mis pasatiempos favoritos. De hecho, casi no he besado.

Mitch la miró sorprendido.

– ¿Por qué será? -preguntó quedo.

Britt deseó no haber revelado esa información. Era algo de lo que nunca hablaba con nadie, ni siquiera con otras mujeres. ¿Por qué, entonces, se lo había dicho con tanta facilidad a él? Tendría que tener más cuidado en el futuro.

– Porque no creo en ese tipo de cosas -dijo para explicar sus sentimientos-. Hay cosas mejores en la vida que salir con un estúpido que no piensa en otra cosa que no sea compartir la cama.

– Quieres decir que nunca has tenido una relación con un hombre?

Britt comprendió que su declaración la hacía parecer como una persona inadaptada, pero tenía la suficiente valentía como para rechazar ser parte de los estereotipos. Se trataba de su vida y ésta no la avergonzaba.

– Nada serio.

– Sé que no es porque no les parezcas atractiva a los hombres -frunció el ceño y movió la cabeza como si no pudiera creer lo que había oído-. Seguro que intentas mantener siempre a los hombres a distancia.

– ¿Y a ti qué te importa? -preguntó a la defensiva.

Mitch se preocupó realmente por ella. Era muy bonita, inteligente y tenía muchas cualidades que deberían permitirle disfrutar de la vida. ¿Cómo podía desperdiciarla de esa manera?

– Debes vivir con plenitud, Britt. Tienes que aceptar la experiencia y probarlo todo. No puedes ocultarte de la vida.

– ¿De lo contrario? -se burló en tono sarcástico-. ¿Sería infeliz?

– Bueno… sí.

– Por favor -no era la primera vez que oía esas palabras-. Algunas de las mujeres más infelices que conozco comenzaron a probar demasiado pronto y a los veintiún años terminaron con dos hijos y un esposo al que no soportan. ¿Feliz? Comparada con ellas, vivo en el paraíso.

Mitch enmudeció; pensándolo bien, ella tenía cierta razón. Conocía a muchas mujeres como la que ella había descrito y también a muchos hombres sufriendo por haberse dejado llevar por la pasión.

La observó con el ceño fruncido y se preguntó qué más podría decir Britt al respecto y si él realmente deseaba iniciar una campaña para que ella cambiara de modo de vida. Sabía que si lo lograba, él correría algunos riesgos que todavía no estaba dispuesto a correr. Valoraba su libertad como cualquier otro y de alguna manera, ella había insinuado que también valoraba la suya.

Britt estaba pensando en otra cosa. No tenía mucho que decir sobre las relaciones sentimentales y prefería dejarlas en el trasfondo de su mente. Cuando su niña terminó de comer, Britt se puso de pie con Donna en brazos, y miró a su alrededor mordiéndose el labio.

– No soporto que tengan tan poco espacio en un canasto -dijo por fin-. Se me ha ocurrido algo -se volvió animada-. Coloquémoslas en unos cajones.

– ¿Qué? -preguntó horrorizado. Instintivamente abrazó con más fuerza a Danni.

– No seas tonto, no he sugerido que cerremos los cajones -lo amonestó moviendo una mano-. Sacaremos los cajones.

Mitch debería haber imaginado que Britt volvería a hablar de las cunas. Suspirando, tuvo que aceptar que Britt Lee era una mujer decidida.

Britt no esperó a que Mitch estuviera de acuerdo. Dejó a Donna en la cama, se volvió y sacó un cajón; volcó el contenido en el suelo sin fijarse que se trataba de su ropa interior.

– Perfecto -comentó contenta mientras deslizaba la mano sobre los bordes para cerciorarse de que no tuvieran astillas-. Forraré los lados con toallas. Luego tendremos que buscar algo que sirva de colchón. Por lo que he leído, los problemas aparecen cuando bajan el rostro sobre algo demasiado blando que les impide respirar.

Sacó otro cajón y comenzó a buscar en el armario.

Mitch sonrió. Le gustaba su entusiasmo y su forma de enfocar un problema para solucionarlo. Sin duda, podría ser una amiga estupenda.

Cuando Britt terminó, los cajones habían dejado de parecerlo. Colocaron las camitas una al lado de la otra, en el suelo y acomodaron a las pequeñas.

– En el libro he leído que es mejor tumbarlas de espalda -comentó Mitch mientras acostaba a Danni.

– ¿De espaldas? ¿Estás seguro?

– Sí. Dicen que antes se les aconsejaba a las madres primerizas que los tumbaran boca abajo, pero por lo visto se ha demostrado que es preferible que se tumben de espaldas.

Qué dirán el año que viene? -miró a las niñas con preocupación-. Ya no sé qué debo hacer.

Mitch se encogió de hombros.

– Las acostaremos de lado. Si las apoyamos con mantas y mantenemos éstas alejadas de sus caritas, estarán cómodas.

– De acuerdo. Está bien.

Las criaturas no tardaron en estar acomodadas en sus camitas nuevas y las dos gorjeaban de manera perezosa. Mitch estaba de pie, al lado de Britt y las observaba. Se sentía satisfecho, pero cuando trató de rodear los hombros de Britt con un brazo en gesto amistoso, ésta se alejó con un movimiento brusco.

– Lo siento -murmuró él, pero Britt ya no lo miraba y había empezado a recoger los pañales usados.

«De modo que es cierto», se dijo Mitch. Britt se consideraba intocable. ¿Qué le había pasado para que huyera como una animalito asustado?

Se volvió para ayudarla a ordenar la habitación pero antes de poder comenzar, su atención se desvió por algo. Fijó la mirada en el suelo, donde estaba el montón de ropa interior que Britt había dejado en el suelo al vaciar el cajón. Aquellas prendas de nylon y encaje eran la ropa interior más sensual que había visto en su vida. Eran sencillas y bonitas, como pedazos de niebla y rocío al calor del sol en tonos de malva y lavanda. Nunca hubiera imaginado que aquella mujer usaría ropa interior tan romántica.

– Muy revelador -murmuró.

– ¿Revelador? -Brin se volvió para ver de qué estaba hablando y rió con desdén mientras recogía la ropa-. No son reveladoras, simplemente tienen encaje.

– Quería decir que revelan mucho acerca de ti.

– ¿La que realmente soy? De verdad, no te compliques la vida. Soy exactamente lo que parezco. '

– No lo sé -Mitch la miraba pensativo-. No lo creo. Pienso que debajo de tu aspecto tranquilo, con la ropa que te pongas para ir al trabajo, hay mucha pasión reprimida.

– ¿Cómo sabes qué me pongo para ir al trabajo?

– Te he visto.

– Psicoanálisis a distancia -replicó-. Deberías trabajar como reportero.

Britt bajó la intensidad de la luz y salieron de puntillas de la habitación. Pero los gritos comenzaron en cuanto cerraron la puerta. Los dos se quedaron quietos, sin atreverse a respirar. Britt lo miró preocupada.

– ¿Debemos dejar que lloren un rato o entramos para tranquilizarlas?

– ¿Me lo preguntas a mí?

Permanecieron junto a la puerta muy atentos. Los llantos aumentaban de intensidad y se miraron intrigados.

– No lo soporto, tengo que entrar -dijo Britt finalmente.

Mitch suspiró, pero la siguió. Las dos diablitas se contorsionaban. Era evidente que no les había gustado que las dejaran solas en la oscuridad y que no tenían ganas de dormir.

– Ahora que tenéis cunitas no queréis dormir -dijo Mitch moviendo la cabeza.

– No podemos dejarlas aquí -Brin levantó a Danni.

Mitch frunció el ceño. No estaba seguro de que estuvieran haciendo lo correcto. Además, estaba agotado. De hecho, añoraba su propia cama.

– ¿Qué haremos? -preguntó.

– Caminar con ellas en brazos, supongo -respondió Britt-. ¿Qué otra cosa podemos hacer?

Mitch levantó a Donna y también comenzó a pasearse de un lado a otro. Las niñas se calmaron, pero tenían los ojos abiertos de par en par.

– Dime una cosa, ¿cuándo duermen los padres? -preguntó Mitch pasados unos quince minutos agonizantes.

– Tengo entendido que no duermen.

– Tienen que dormir en algún momento -repuso con fingido enfado-. ¿Cómo ha podido ocurrir esto? -preguntó Mitch al cabo de un rato.

– ¿El qué? -murmuró Britt mirándolo.

– Cómo ha podido una madre abandonar a dos criaturas en el pasillo de un edificio?

– Seguro que estaba desesperada.

– ¿No crees que debería haber venido para ver si estaban bien?

– Si ha vuelto, se ha equivocado de apartamento -contestó Britt.

– Puedes poner una nota que diga: «Para recabar información sobre las gemelas, pregunte al otro lado del pasillo».

– Muy bien -lo anotó, cogió un rollo de cinta adhesiva y salió para colocar el letrero-. Hecho. Ya me siento mejor.

¿Tendría algún sentido? Janine comenzaba a parecerle cada vez menos real y las niñas más reales. Observó a Mitch que seguía paseándose con la criatura en brazos, y lo compadeció.

– ¿Por qué no tratas de mecer a la tuya en esa silla rosa de la sala? -sugirió-. Se mece un poco.

Mitch lo intentó, pero Donna no quería que la mecieran. Quería jugar y se contorsionó en brazos de Mitch hasta que la dejó otra vez en la cama y la hizo retozar mientras le cantaba una sencilla tonada.

– Escucha -dijo Mitch después de llamar a Britt-. Mira, está intentando cantar -emitió unos sonidos que la niña trató de imitar riendo. Mitch miró a Britt encantado-. ¿No es maravillosa?

– Las dos lo son -Brin asintió enternecida-. Pobrecitas -añadió acariciando a Danni que ronroneaba en sus brazos. Era terrible que las hubieran abandonado…

Tarareó quedo y fue con la niña en brazos a la cocina para ordenar un poco y poner a hervir agua para el té. Mientras tanto, Danni se acurrucó en sus brazos con el ceño fruncido, lo observaba todo. Britt tuvo que aceptar que la situación le gustaba. Era bonito proteger de esa forma a una pequeña.

– Eres muy dulce -murmuró y le dio un beso en la cabecita.

Volvió a la sala y vio que Mitch estaba en la mecedora con Donna en su regazo. Los dos estaban dormidos. Britt se detuvo para observar atentamente su rostro. Se fijó en todos los detalles: los pómulos pronunciados, los músculos del cuello y se estremeció.