Mitch era muy atractivo. ¿Cómo era posible no reaccionar a su encanto? Lo observó un momento más. A pesar de que estaba dormido, abrazaba a la criatura con ternura. Bajó la mirada hacia Danni y vio que ésta también se había dormido.
Colocó a Danni en la cama y volvió a buscar a Donna, pero antes tuvo que despertar a Mitch.
– Mitch. Mitch.
– ¿Dime? -parpadeó.
– Donna está dormida. Dámela y vete a la cama.
– Está bien -se frotó los ojos.
¡Qué alivio! Las dos niñas finalmente dormían. Britt se inclinó para tomar a Donna y le sonrió a Mitch.
– Vete a la cama -le dijo mirándolo con más cariño del que hubiera demostrado si Mitch estuviera bien despierto-. Vete a tu apartamento. Yo me encargaré de todo.
Levantó a Donna y la llevó a la improvisada camita.
– Tranquilas -murmuró-. Haced el favor de dormir unas horas. Es lo único que os pido.
Britt se puso de pie y se dirigió a su habitación donde descubrió que Mitch había seguido su consejo. Cuando le había dicho que se fuera a la cama, no hablaba de la de ella. Pero él estaba ahí profundamente dormido, tumbado en su cama de matrimonio.
– No quería decir eso -murmuró y se acercó, pero se detuvo antes de despertarle. Estaba agotado.
Le quitó los zapatos a Mitch y lo tapó con una manta. Recogió algunas cosas y se volvió para verlo de nuevo. Definitivamente era muy guapo.
Y ella estaba muy cansada. ¿Debería ir a dormirse en el sofá?
No, eso era una tontería. Mitch estaba durmiendo. Ella podría quitarse la blusa, la falda y las medias y deslizarse debajo de las sábanas. No había ningún problema.
Se colocó, apagó la luz y se quitó las horquillas. Ya estaba lista para conciliar el sueño. Estaba a punto de dormirse cuando la voz de Mitch la sobresaltó hasta tal punto que casi se cayó de la cama.
– Buenas noches -balbuceó como si estuviera borracho.
– Buenas noches -respondió con el corazón desbocado. Acostarse al lado de un hombre dormido era una cosa, pero al lado de uno despierto era otra muy distinta. ¿Qué debía hacer?
Sin embargo, no tenía motivos para preocuparse porque Mitch controlaba perfectamente la situación. Había habido momentos en los que Britt lo había atraído. Normalmente, cuando una mujer se acostaba con él, él tenía ciertas expectativas. Con ella sería diferente.
Serían amigos y no amantes. Incluso en su estado de semiconsciencia, lo recordaba. Pero se preguntó cómo sería la relación entre los dos. Todo era nuevo para él, pero necesitaba aclarar la situación. ¿Cuáles serían las reglas a seguir? Y más que nada ¿qué haría con su nueva mejor amiga?
– Brin -dijo con la voz pastosa-, ¿qué tipo de películas te gustan?
– ¿Películas? -preguntó con la mirada fija en la oscuridad-. No voy al cine.
– ¿No vas al cine? -se incorporó apoyado en un codo y la miró intrigado-. ¿Qué quieres decir?
Britt se volvió de lado para darle la espalda y siguió mirando la semioscuridad.
– Leo. No me decepcionan con tanta frecuencia.
Mitch hizo una mueca y se frotó la cara. Leía libros. No se podía hacer eso con una amiga. No daría resultado. Bostezó.
– ¿Qué me dices del desayuno? ¿Sales a desayunar? o…
– No desayuno -respondió impaciente preguntándose qué le pasaba a ese hombre.
– ¿Qué? ¿Y te consideras un amante de lo sano?
– No he sido yo la que ha dicho que lo sea -murmuró deseando que Mitch volviese a dormirse-. Has sido tú.
– Entonces, ¿qué te gusta hacer? -volvió a bostezar.
– Leer y trabajar.
Leer y trabajar. Mitch volvió a tumbarse y fijó la mirada en el techo. Él no podría hacer ninguna de esas dos cosas con ella. No tenía más remedio que enseñarle a llevar una nueva vida.
– Te llevaré a la playa -dijo quedo.
– ¿Qué?
– A la playa. Te enseñaré a practicar el deporte de la tabla hawaiana.
– Nunca -quedó boquiabierta.
– Sí. Espera y verás -suspiró y a los pocos segundos su respiración dio a entender que dormía de nuevo.
Britt se mantuvo quieta con los ojos bien abiertos y se preguntó qué diablos había querido decir. Mitch no se parecía a ninguno de los hombres que ella conocía. Esbozó una sonrisa. Debería saborear ese momento. No creía probable que volviera a compartir una cama con un hombre tan apuesto.
Pero ella no había planeado estar en la cama con nadie. No tenía necesidad de ello. ¿Para qué servía una relación con un hombre? Se necesitaba cuando se quería tener hijos y educarlos. Ella no pensaba tenerlos. Tenía su trabajo. Tenía su vida. No necesitaba nada más.
De pronto descuidó la guardia y permitió que un recuerdo acudiera a su mente. Inmediatamente cerró los ojos y se obligó a no pensar en ello. Su vida tal como estaba era perfecta. El pasado estaba muy lejano y no tenía por qué recordarlo.
Decidida, cerró los ojos e inmediatamente concilió el sueño.
Capítulo Cinco
Cuando Mitch se despertó tenía la cabeza pegada a la melena de Britt. Antes no se había dado cuenta de lo largo, tupido, sedoso y fragante que era. Se estiró con los ojos a medio abrir y respiró su aroma. Durante un momento, olvidó su plan de fomentar una amistad con ella.
Britt se despertó al mismo tiempo. Miró el reloj, igual que siempre. Después permaneció quieta porque presintió que Mitch también estaba despierto. A pesar de que le daba la espalda lo sentía. De pronto fue consciente de que la estaba tocando el pelo.
Aquella situación era ridícula. Eran dos adultos, medio vestidos, separados sólo por unas sábanas, que se habían despertado al mismo tiempo, pero no sabían cómo mirarse a los ojos.
– Qué haces? -murmuró Britt.
– Aspiro el aroma de tu pelo -respondió sin titubear.
Ay Dios. Aquello empeoraba la situación.
– Por qué?
– Porque huele muy bien. Es un olor exótico como el del sándalo. Me recuerda ritos extraños en templos antiguos…
– Tienes alucinaciones -consiguió decir ahogando una carcajada.
– Si esto es la locura, no intentes curarme -murmuró mientras enroscaba un mechón en sus dedos.
La risa desapareció y de pronto Britt tuvo dificultad para respirar. Si permanecía en esa postura, casi imaginó…
Imaginó, ¿qué? ¿Estaba loca? Debía acabar con aquella situación inmediatamente. No necesitaba a ningún hombre en su vida. No quería a un hombre en su cama todas las noches. Y definitivamente no quería casarse. Había rechazado todo eso durante toda su vida.
Era necesario que lo detuviera, que alejara su mano, debía decir algo mordaz.
Mitch la observaba apoyado sobre un codo. La luz del sol de la mañana se filtraba y le daba un color dorado cremoso a la piel femenina. La línea de su cuello, la curva de su hombro, el tirante deslizado por su brazo… era un cuadro de tanta belleza que no podía dejar de mirarla.
Ahí estaba su amiga.
En ese momento sus sentimientos no eran los de un amigo así que debía dominarlos. Aquella relación no daría resultado si no dominaba su libido.
Lo logró a base de un esfuerzo sobrehumano.
– Las niñas no se han despertado -dijo él animado y mirando a su alrededor-. ¿Cómo hemos tenido tanta suerte?
Britt suspiró aliviada.
– Ni siquiera han chistado -aceptó y se cubrió el pecho antes de volverse para verlo.
Se dijo que mirarlo la ayudaría porque así desaparecía el misterio.
– Llevan horas durmiendo -dijo él.
– Tres, para ser exacta. No lo considero un récord.
– Parecen horas después de anoche -se desperezó-.
Gracias por dejar que me quedara aquí, Britt. Te lo agradezco.
– No. Gracias a ti. Sin ti no hubiera podido con las niñas.
Mitch le sonrió y ella le correspondió. Todo iba a marchar bien. Los dos se dominarían. Era un acuerdo tácito entre los dos.
Mitch fue el primero en desviar la mirada. Estaba un poco nervioso como si no supiera qué se suponía que debía hacer. Últimamente cuando despertaba en la cama con una mujer lo primero que pensaba era en cómo escapar con el menor sufrimiento.
Chenille Savoy debía haber sido la que cambiara las cosas, la que cambiara su mala suerte con las mujeres. ¡Vaya broma! Se preguntó si Chenille volvería a hablarle alguna vez. Seguramente no. Las mujeres como ella no soportaban que nadie las dejaran plantadas.
– Ha sido divertido -dijo Britt-. Como la primera vez en la que me dieron permiso para pasar la noche fuera.
– Como mi primera fiesta -sonrió-. Pero no diría que ha sido divertido aunque sí interesante.
– Supongo que está a punto de terminar -comentó Britt inquieta y desvió la mirada.
– ¿Eso crees? ¿Por qué lo dices?
– No podemos seguir así. Tendremos que hacer algo con estas criaturas.
– Tienes razón -se volvió y dirigió la mirada hacia el lugar en el que las pequeñas seguían durmiendo-. Son encantadoras, ¿verdad?
Britt asintió, era cierto. Pero necesitaban volver a su casa, dondequiera que estuviera. Miró a Mitch y pensó que iba a pasarlo mal cuando se llevaran a las gemelas. ¡Nunca lo hubiera imaginado!
– ¿Crees que Janine vendrá a buscar a sus hijas esta mañana? -preguntó Mitch.
– No tengo la menor idea -no podía describir lo que pensaba de una madre capaz de abandonar así a sus hijas.
– Si no encontramos a Janine ni a Sonny, supongo que tendremos que permitir que el Servicio Social cuide a las criaturas hasta que encuentren a sus padres.
– Aquellas palabras enfriaron la mañana.
– ¿Trabajan los sábados? -preguntó él.
– Estoy segura de que deben tener algún teléfono de emergencia -se encogió de hombros.
Los dos permanecieron sentados un momento mientras pensaban. Pocas horas antes, Mitch había querido deshacerse de las chiquillas, pero por algún motivo había cambiado de opinión. Desde luego, quería que estuvieran en el hogar que les correspondía, pero sólo si era lo mejor para ellas.
– Se me ha ocurrido algo. Te dije que trabajo en la oficina del fiscal del distrito. Tengo facilidad para hablar con la policía y podría ir al centro de la ciudad para tratar de averiguar cómo está la situación sobre Sonny. Es posible que también averigüe algo sobre Janine. ¿Qué dices?
Britt levantó la mirada contenta, sintiendo que le habían quitado un peso de encima.
– Sería maravilloso. ¿Crees que realmente podrías averiguar algo?
– Lo averiguaré si ellos saben algo -le pareció extraño que le agradara complacerla-. Te prometo que buscaré en todos los rincones. Tienen una red de información muy amplia, no te imaginas lo grande que es.
– Estupendo.
Britt desvió la mirada porque presintió que se iban a sonreír de nuevo y temió lo que aquello podría desencadenar. Ya era hora de seguir la rutina acostumbrada. Midió la distancia que había hasta el baño y pensó en cómo llegar allí sin tener que ponerse la blusa y la falda.
– Creo que me voy a dar una ducha -anunció-. Hay otro baño al lado de la sala si quieres…
– También yo tengo un baño al otro lado del pasillo -le recordó-. Será mejor que vaya a mi apartamento -añadió y se frotó la barba.
– Muy bien, pero… -sonrió.
– Pero, ¿qué? -preguntó él.
– Iba a decir que no dejes que ningún vecino te vea. Pero acabo de recordar que no conocemos a ninguno, ¿verdad?
– Exacto -se levantó de la cama y se desperezó-. Tu reputación está segura.
– También la tuya.
– Volveré dentro de unos minutos -rió. Miró hacia las criaturas que dormían y se dirigió hacia la puerta de entrada.
Tenía la mano a pocos centímetros del picaporte cuando llamaron a la puerta.
– iBritt! -gritó alguien afuera-. ¿Estas en casa? Déjame entrar.
Mitch volvió a la habitación y Britt, que había oído todo, se asomó intrigada.
– Parece que es Gary, mi jefe -dijo-. ¿Qué diablos querrá?
– ¿Le abro la puerta? -preguntó Mitch sin intentar contestar a la pregunta de Britt.
– Está bien -dijo después de titubear-. Pero antes voy a ducharme. Dile que espere.
Ella desapareció y Mitch abrió la puerta justo cuando Gary iba a llamar de nuevo. Gary casi perdió el equilibrio al entrar. Era un hombre delgado, alto, de pelo rojo rizado y con gafas. Iba con ropa deportiva.
– ¿Dónde está ella? -exigió y al ver a Mitch parpadeó como si no pudiera dar crédito a lo que estaba viendo.
– Tranquilízate -murmuró Mitch-. Britt está bien.
– ¿Puedo preguntarle qué hace usted aquí? -preguntó Gary enfadado mirando a Mitch de pies a cabeza.
Mitch se encogió de hombros. Había pensado dejar entrar a aquel hombre y luego irse a su propio apartamento, pero comenzaba a creer que iba a cambiar de opinión.
– No, no se lo permito.
– No me diga que usted… usted… -balbuceó.
– ¿Qué he pasado la noche aquí? -la sonrisa de Mitch fue letal-. Odio ser yo el que se lo diga, pero así es.
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