– ¿Por qué, por qué? -no se lo preguntaba a Mitch, se lo preguntaba al destino o quizá a Britt misma. Tenía la mano sobre el corazón como si estuviera a punto de sufrir un ataque cardíaco.

La reacción del hombre era un poco melodramática dada la situación.

– Tranquilízate, hombre -le dio una palmadita en el hombro-. ¿Te apetece un zumo de naranja o un café?

– Nada -Gary miró a su alrededor con tristeza-. Tengo que ver a Britt inmediatamente.

– Britt está ocupada en este momento, pero yo estoy disponible. Si necesitas hablar con alguien, aquí estoy yo -volvió a tocarle el hombro-. ¿Por qué no nos sentamos y…?

– ¿Por qué no me permites verla? -lo interrumpió Gary-. ¿Qué está haciendo?

– Se está bañando.

– Eso dices tú -Gary volvió a mirar a su alrededor-. ¿Cómo ha podido hacerlo? -masculló.

– Escúchame, Gary -dijo y con cuidado trató de empujarlo hacia la puerta-. Si no quieres sentarte… bueno siento que tengas que irte tan pronto. Pero si quieres déjame el recado y yo se lo daré a Britt.

– Cómo sabes mi nombre? -preguntó Gary al hacerse a un lado para evitar que Mitch lo empujara hacia la puerta-. Yo no sé quién eres tú.

– Mitch Caine -dijo resignado-. Ahora…

– ¿Habéis hablado de mi? -preguntó Gary esperanzado.

– Bueno, ella me ha contado quién eres… -Mitch suspiró.

– Es increíble -dijo Gary mucho más tranquilo-. Espero que no tomes esta velada en serio. Espero que te des cuenta de que Britt se siente despechada.

– ¿De modo que eso es? -Mitch arqueó una ceja.

– Sí, ayer tuvimos un contratiempo en la oficina -asintió nervioso-. Discutimos, y ya sabes que Britt es un poco exagerada.

– Sin duda.

– Pero hay que aceptar las cosas como son. Teniendo la mente clara, un hombre como tú nunca la atraería, ¿o sí?

Aquel hombre era insufrible. Mitch sonrió pero la sonrisa no llegó hasta sus ojos.

– Estoy de acuerdo contigo en eso, Gary. Britt y yo hemos pasado una noche muy larga e intimamos bastante. ¿Comprendes? Nosotros dos somos así… -levantó dos dedos presionados uno al otro.

Gary trató de mirarlo con desprecio, pero sólo consiguió mover la cabeza preocupado.

– No lo creo.

– Créelo -murmuró Mitch sonriendo.

– ¿Qué le has hecho? -preguntó Gary mirándolo fijamente. Comenzó a pasearse por la habitación-. ¿Dónde está? ¿Britt, Britt?

Gary fue a la habitación y al no ver allí a Britt, empezó a llamar a la puerta del baño.

– Britt déjame entrar. ¿Qué te ha hecho?

– ¿Gary? -preguntó sorprendida.

Desgraciadamente Britt no había cerrado con cerrojo. Mitch lo consideró como una muestra de la confianza hacia él.

Pero Gary no compartía esos sentimientos cuando hizo girar milagrosamente el picaporte. Mitch dio un paso adelante, pero fue demasiado tarde. Britt comprendió que había entrado alguien en el baño porque vio la silueta de un hombre a través de la mampara de la ducha.

Aquello no podía estar sucediendo. La gente no se metía en el baño cuando una se estaba duchando. Pero aquella silueta tenía que ser la de Gary porque su voz era inconfundible.

– Britt -gritó Gary-. Britt, tienes que decirme que no estás… que no… que este hombre no significa nada para ti.

– ¿Gary? -gritó Britt al mismo tiempo que cogía una toalla para cubrirse, aunque ya había cerrado el grifo-. ¿Qué haces aquí?

– Britt, necesito hablar contigo.

– ¡Sal inmediatamente! -gritó.

Pero Gary era muy testarudo. No obedeció y trató de acercarse aunque casi no podía ver a causa del vapor.

– Insisto en que me digas toda la verdad, Britt. ¿Dónde estás?

Britt estaba horrorizada. Aquello era imposible, no podía estar sucediéndole a ella. Sin embargo, ocurría.

– Gary, sal del baño -exigió dominando la histeria. Luego llamó al único que podría ayudarla. Rogó que Mitch todavía estuviera en el apartamento.

– ¡Mitch, Mitch, dile que salga -vio otra figuró detrás de la de Gary y la observó esperanzada-. ¿Mitch? -repitió.

– Estoy aquí, Britt -dijo quedo-. Lo sacaré.

– Date prisa -gritó Britt aferrándose a la toalla.

– No me iré antes de que me contestes -insistió Gary.

– Lo siento, Gary, tienes que irte -Britt pudo ver que Mitch le agarraba un brazo y se sorprendió al ver que Gary bajaba los hombros y se doblegaba.

– Está bien, me iré, pero me sentaré frente a tu puerta y no me iré hasta que hables conmigo, Britt. Quiero que me expliques algunas cosas.

– Te daré todas las explicaciones que quieras -respondió impaciente y sosteniendo la toalla empapada alrededor de su cuerpo-. Pero ahora vete.

Oyó pasos y el sonido de la puerta al cerrarse. Britt suspiró, movió la cabeza y comenzó a quitarse la toalla. Su tranquilidad duró menos de un segundo porque Mitch empezó a hablar y ella comprendió que no estaba sola.

– De ser tú le diría a él que…

– iMitch! -gritó y volvió a taparse con la toalla-. ¿Por qué sigues aquí?

– Me he quedado cuando Gary se ha ido -respondió en tono inocente. Se acercó a la puerta de la ducha para que ella pudiera verle.

Gary volvió a llamar a la puerta, pero Mitch había tomado la precaución de cerrar con llave. Ignoraron a Gary.

– ¿Siempre te bañas con una toalla?

– Sólo me la pongo cuando trata de acompañarme demasiada gente -no sabía si reír o llorar-. Esto parece la Estación Grand Central.

– Lo sé. No deberías haber dejado que entrara Gary.

– Yo no lo he dejado entrar, has sido tú.

– No. De haber sabido que no habías cerrado bien la puerta lo habría mantenido alejado. Desde luego, he entrado con él, pero sólo ha sido para asegurarme de que no se le ocurriera hacer nada.

– Me preocupan tus ideas.

– No te preocupes -aseguró Mitch en tono burlón que la enfureció-. No ha podido ver nada porque al entrar en el baño las gafas se le han empañado con el vapor.

– Ya me siento mucho mejor -respondió con un deje de sarcasmo en la voz-. Pero hay otro asunto. ¿Qué me dices de ti?

– ¿De mi? -se aclaró la garganta-. No te preocupes por mí. Recuerda que somos amigos. De cualquier manera, no sé por qué estás tan enfadada. El cuerpo desnudo es una belleza natural.

– Sal, Mitch.

– Quiero decir que no tienes de qué avergonzarte -continuó como si no la hubiera oído.

– ¿Cómo puedes saberlo? -exigió intrigada.

– ¿Quién, yo? -tosió con delicadeza-. No se me han empañado las gafas porque no llevo.

– Qué quieres decir? -se aferró más a la toalla que la envolvía.

– Te he visto desnuda -respondió despreocupado-. Y lo que he visto me ha parecido perfecto.

– Mitch, sal o gritaré tanto que el edificio se derrumbará.

– Ya me voy, me voy. ¡Dios, qué regañona eres! Cuando oyó que la puerta se cerraba, Britt asomó la cabeza para estar segura de que Mitch había salido. Sólo entonces tuvo valor para soltar la toalla que cayó empapada a sus pies.


Britt tardó diez minutos en calmarse lo suficiente para secarse, ponerse una bata y abrir la puerta para reunirse con los dos hombres que la esperaban.

– Ya has salido -dijo Gary en tono lastimero.

– Hola -dijo Mitch, haciéndose el inocente.

Britt los observó como una maestra enfadada.

– No volváis a hacerlo -les dijo a los dos-. Habéis invadido mi espacio. No me parece nada bien.

– Lo siento, Britt -dijo Gary a la defensiva-. Pero estaba muy preocupado.

Mitch no dijo nada, pero, al menos, logró mostrarse un poco arrepentido. Britt lo miró y tuvo que dominar una sonrisa antes de desviar la mirada. En ese momento le sería más fácil lidiar con Gary.

– éA qué has venido, Gary? -le preguntó-. ¿Qué es tan malditamente importante?

– He venido a ver si estabas bien.

– ¿Por qué no habría de estar bien? -frunció el ceño.

– No sabía qué ocurría -extendió los brazos-. No es típico en ti tener a un extraño en tu apartamento.

– No soy tan extraño -repuso Mitch sin dirigirse a nadie en especial-. Quizá un poco raro, pero no extraño.

– He empezado a preocuparme -continuó Gary-. Me he dicho que quizá te habían raptado y que no habías podido decírmelo por teléfono.

– Eso sí es extraño -murmuró Mitch muy quedo.

Britt observaba a Gary maravillada. Nunca se le había ocurrido pensar que pudiera tener una imaginación tan vívida.

– Gary, has venido a salvarme -dijo quedo.

Mitch frunció el ceño. No le gustaba el giro que estaba tomando la conversación y se sentía un poco marginado.

– Yo también te salvaría -anunció para que Britt recordara que él estaba presente-. Podría salvarte tan bien como cualquiera.

– Te tengo cariño, Britt -decía Gary. Con torpeza, le dio la mano y la miró a los ojos-. ¿No lo sabes? Si necesitas a alguien no tienes por qué pedirle ayuda a nadie como él. Siempre estaré disponible para ti. ¿No lo sabes?

– Ay, Gary -no supo qué decir. Estaba enternecida. Nunca le había dicho nada parecido. Ella no se había dado cuenta…

Mitch observaba callado, hecho al cual no estaba acostumbrado. Quiso decir algo, actuar, pero lo único que podría decir para salvar la situación era proponerle matrimonio.

Britt estaba impresionada y Mitch lo advirtió. Tenía el rostro radiante, el pelo mojado. Estaba recién bañada, sin una pizca de maquillaje y sin duda, era la mujer más bella que había visto en su vida. Deseó que Gary saliera de ahí porque deseaba tocarla y abrazarla.

De pronto recordó que ella sería su amiga. De acuerdo, quería que Gary se fuera para que ella se pusiera un pantalón vaquero y una sudadera vieja; quería que se recogiera el pelo en una cola de caballo para poder deshacerse de esos deseos provocadores que comenzaba a tener.

De alguna manera Gary tendría que irse. Mitch frunció el ceño con rencor al ver que los otros dos murmuraban quedo con las manos entrelazadas y mirándose a los ojos. Tendría que hacer algo para detenerlos.

– ¿Quieres que haga la cama? -preguntó de pronto-. Supongo que la hemos deshecho, ¿no? -los otros dos se volvieron para mirarlo y él sonrió-. Esta noche.

Los ojos de Gary se llenaron de odio y los de Britt de enfado, pero Mitch no se arrepintió de lo que había dicho. Miró de frente a Gary. Este tenía la ventaja de ser unos ocho centímetros más alto que él, pero no le importó. Britt los observó horrorizada.

Pero la situación le salvó porque las gemelas anunciaron en ese momento su presencia.

– ¿Qué ha sido ese ruido? -preguntó Gary que no las había visto.

– Las niñas -respondió Britt agradecida.

– ¿Niñas? -Gary se volvió y las vio-. ¿Tienes unas niñas y no me lo habías dicho?

Britt rió y miró a Mitch con desaprobación antes de ir a levantar a una.

– Gary, cálmate, no es lo que supones -levantó a Danni en brazos y miró a Mitch-. Estamos cuidando a las hijas de unos amigos.

– ¿Amigos? ¿Amigos que no conozco? -Gary se acercó a la camita improvisada de Donna y la miró boquiabierto.

– No los conoces -dijo Britt entregándole a Danni a Mitch antes de inclinarse para levantar a Donna-. ¿No son encantadoras?

– ¿Puedo? -Gary le quitó a Donna-. En efecto, son adorables. Preciosas.

Britt ojeó a Mitch y movió la cabeza. Era evidente que Gary tenía experiencia con pequeños.

– ¿Sabes mucho de bebés? -le preguntó con la mayor indiferencia que pudo mostrar. Les vendría bien cualquier ayuda que les brindaran.

– Por supuesto que sí -respondió-. Mi hermana tiene seis hijos. La más pequeña tiene seis meses. Voy a verlos con frecuencia.

– ¿De verdad? -Britt miró a Mitch de manera significativa-. Estupendo. ¿Qué me dices de estas criaturas?

– Su aspecto es estupendo. ¿Qué edad tienen?

– ¿Qué edad les calculas? -preguntó Britt sonriendo.

– Dos meses quizá -Gary movió la cabeza.

– Dos meses -Britt le sonrió a Mitch-. Eso es, has dado en el clavo, es justo la edad que tienen.

Inició un serie de preguntas que Gary contestó respecto a la crianza de los bebés. A Mitch no le gustó, pero al menos aquella conversación no era tan íntima como la que había iniciado Gary minutos antes. No le molestaba tanto el que hablaran de bebés.

Con diplomacia, se fue a su propio apartamento y dedicó media hora a limpiar un poco, oír los recados del contestador y ponerse un pantalón y una camiseta de punto azul claro. Luego volvió al apartamento de Britt.

No le gustó lo que vio al volver. Britt y Gary estaban sentados en el sofá y cada uno de ellos tenía a una criatura en brazos. Hablaban muy serios, con las cabezas muy cerca y casi no levantaron la vista al oírlo entrar.

– ¿Ya han comido? -preguntó enfadado por sentirse marginado.

– No, te estaba esperando -Brin levantó la cabeza-. Toma a Danni para que vaya a calentar los biberones.

Depositó a la criatura en su regazo y Mitch inmediatamente se sintió mucho mejor. Cobró fuerzas con la sonrisa de la niña y miró a Gary. Éste sostenía a Donna y Mitch frunció el ceño.