– Qué rápido -comentó Sarah.

– Las carreteras están cerradas. -Parecía atónito-. Quiero decir, todas las carreteras. En la entrada a la 101, toda la rampa de acceso se ha derrumbado.

No le habló de la horrible carnicería que había debajo. Había ambulancias y policía por todas partes. Los agentes de la patrulla de carreteras lo habían obligado a dar media vuelta y le habían dicho, secamente, que volviera a casa y se quedara allí. No era momento para ir a ningún sitio. Intentó explicarles que vivía en Palo Alto, pero el policía le dijo que tendría que quedarse en la ciudad hasta que abrieran las carreteras de nuevo. Contestó a la siguiente pregunta de Seth diciendo que no lo estarían hasta dentro de varios días. Tal vez incluso una semana, dados los enormes daños que habían sufrido las vías de comunicación.

– Intenté llegar a la 280 por la avenida Diecinueve, pero ocurrió lo mismo. Por la playa, para llegar a Pacifica, pero allí hay deslizamientos de tierra. Está todo bloqueado. No me molesté en probar por los puentes, porque por la radio dijeron que estaban cerrados. ¡Joder, Sarah! -exclamó, furioso-. ¡Estamos atrapados!

– Por poco tiempo. No sé por qué no te calmas. Además, parece que tenemos mucho que limpiar. En Nueva York, nadie esperará que los llames. Seguro que están más enterados de lo que está pasando aquí que nosotros. Créeme, Seth, nadie echará en falta tu llamada.

– No lo entiendes -masculló, sombrío. Luego se lanzó escaleras arriba y cerró la puerta de la habitación de un portazo.

Sarah dejó a los niños con Parmani, que había observado la escena, intrigada, y siguió a su marido al piso de arriba. Seth recorría la habitación, arriba y abajo, como un león enjaulado. Un león muy furioso, con aspecto de estar a punto de devorar a alguien y, a falta de otra víctima, parecía que fuera a atacarla a ella.

– Lo siento, cariño -dijo Sarah, dulcemente-. Sé que estás en medio de una operación, pero los desastres naturales no se pueden controlar. No podemos hacer nada. La operación esperará unos días.

– No, no lo hará. -Escupió las palabras con rabia-. Algunas operaciones no esperan. Y esta es una de ellas. Lo único que necesito es un maldito teléfono. -Fabricaría uno si pudiera, pero no podía. Solo sentía gratitud porque sus hijos estaban a salvo.

La obsesión de Seth por continuar con sus negocios, en aquellas circunstancias, le parecía más que exagerada. Aunque, al mismo tiempo, sabía que gracias a ello era un hombre de tanto éxito. Nunca paraba. Estaba pegado al móvil día y noche, haciendo negocios. Sin él, ahora se sentía absoluta y completamente impotente, atrapado, como si alguien le hubiera cortado las cuerdas vocales y le hubiera atado las manos. Estaba clavado en el suelo, en una ciudad muerta, sin ninguna posibilidad de comunicarse con el exterior. Sarah, que se daba cuenta de que para él era una crisis muy grave, deseaba convencerlo para que se calmase.

– ¿Qué puedo hacer para ayudarte, Seth? -preguntó, sentándose en la cama y dando unos golpecitos junto a ella. Pensó en un masaje, un baño, un tranquilizante, unas friegas en la nuca o en la espalda, abrazarlo o tumbarse junto a él en la cama.

– ¿Que qué puedes hacer para ayudarme? ¿Te burlas de mí? ¿Es una broma? -Casi estaba gritando en su habitación tan bellamente decorada. El sol ya había salido y los suaves tonos amarillo y azul celeste tenían un aspecto exquisito bajo la primera luz de la mañana. Seth, totalmente ajeno a la belleza de la habitación, la miraba colérico.

– Lo digo de verdad -respondió ella con calma-. Haré todo lo que pueda.

Él siguió mirándola fijamente, como si pensara que estaba loca.

– Sarah, no tienes ni idea de lo que está pasando. Ni la más remota idea.

– Ponme a prueba. Fuimos a la escuela de negocios juntos. No soy estúpida, ¿sabes?

– No, el estúpido soy yo -dijo, sentándose en la cama y pasándose la mano por el pelo. Ni siquiera podía mirarla-. Tengo que transferir sesenta millones de dólares de nuestras cuentas de fondos, hoy, antes de mediodía. -Su voz parecía muerta al decirlo, y a Sarah la impresionó.

– ¿Vas a hacer una inversión de esa envergadura? ¿Qué compras? ¿Materias primas? Parece arriesgado en esas cantidades.

Por supuesto, la compra de materias primas entrañaba un riesgo alto, pero también un beneficio igualmente alto, si se hacía bien. Sabía que Seth era un genio con las inversiones.

– No estoy comprando, Sarah -dijo, mirándola un momento y luego apartando la vista-. Me estoy cubriendo el culo. Es lo único que estoy haciendo y, si no lo consigo, estoy jodido… estamos jodidos… todo lo que tenemos desaparecerá… Incluso podría ir a la cárcel. -Tenía la mirada fija en el suelo, entre los pies, mientras hablaba.

– ¿De qué estás hablando? -Sarah parecía presa del pánico. Seth estaba bromeando, seguro, aunque la expresión de su cara le decía que no era así.

– Tuvimos una auditoría esta semana para comprobar nuestro nuevo fondo. Era una auditoría de los inversores, para asegurarse de que teníamos en el fondo tanto como afirmábamos. Con el tiempo lo tendremos, claro, no hay ninguna duda. Ya lo he hecho antes. Sully Markham me ha cubierto en auditorías así en otras ocasiones. Al final, cuando conseguimos el dinero lo ingresamos en la cuenta. Pero, a veces, al principio, cuando no lo tenemos y los inversores hacen una auditoría, Sully me ayuda a inflar un poco las cosas.

Sarah lo miraba, estupefacta.

– ¿Un poco? Sesenta millones de dólares ¿y dices que es inflarlo un poco? Dios santo, Seth, ¿en qué estabas pensando? Podrían haberte pillado o no lograr reponer el dinero.

– Al decirlo, se dio cuenta de que eso era precisamente lo que estaba sucediendo. Ahí era donde Seth estaba ahora.

– Debo conseguir el dinero, de lo contrario pillarán a Sully, en Nueva York. Es preciso que tenga el dinero de vuelta en sus cuentas hoy. Los bancos están cerrados. No tengo el maldito móvil; ni siquiera puedo llamar a Sully para decirle que lo cubra de alguna manera.

– Seguro que se habrá dado cuenta. Con toda la ciudad paralizada, debe de saber que no puedes hacerlo.

Sarah estaba pálida. Nunca, ni por asomo, se le había ocurrido que Seth no fuera honrado. Y sesenta millones no era un desliz pequeño. Era importante. Un fraude a gran escala. Ni por un momento se le había ocurrido que la codicia corrompería a Seth y lo llevaría a hacer algo así. Ponía en entredicho todo lo que había entre ellos, toda su vida y, lo más importante, quién era él.

– Se suponía que iba a hacerlo ayer -dijo Seth, sombrío-. Le prometí a Sully que lo haría antes de cerrar. Pero los auditores se quedaron hasta casi las seis. Por eso llegué larde al Ritz. Sabía que él tenía hasta las dos del mediodía de hoy, y yo tenía hasta las once, así que calculé que podría ocuparme esta mañana. Estaba preocupado, pero no me dejé llevar por el pánico. Ahora sí. Ahora el pánico me ahoga. Estamos absoluta, total y completamente jodidos. El tiene que pasar una auditoría que empieza el lunes. Debe posponerla, ya que los bancos no habrán abierto para entonces. Y yo ni siquiera puedo hacer una maldita llamada para avisarle. -Seth parecía a punto de echarse a llorar, mientras Sarah no podía dejar de mirarlo, escandalizada e incrédula.

– A estas alturas ya debe de haberlo comprobado y habrá visto que no has hecho la transferencia -dijo, sintiéndose algo mareada. Le parecía estar en una montaña rusa, apenas capaz de sujetarse y sin cinturón de seguridad. No podía siquiera imaginar qué sentía Seth. Se arriesgaba a ir a la cárcel. Y entonces, ¿qué pasaría con ellos?

– De acuerdo, ya sabe que no he hecho la transferencia. ¿Y qué? Como el maldito terremoto ha cerrado la ciudad a cal y canto, ya no puedo hacerle llegar el dinero. Cuando se presenten los auditores, el lunes por la mañana, tendrá un déficit de sesenta millones de dólares, y yo no puedo hacer nada.

Ambos, Sully Markham y Seth, eran culpables de fraude y robo entre diversos estados. Sarah sabía, al igual que Seth cuando lo hizo, que era un delito federal; no podía ser peor. Daba miedo solo de pensarlo. Lo miró, sintiendo que la habitación giraba como una peonza.

– ¿Qué vas a hacer, Seth? -preguntó con un hilo de voz. Comprendía plenamente todas las repercusiones de lo que él había hecho. Lo que no podía entender era por qué lo había hecho ni cuándo se había convertido en un delincuente. ¿Cómo podía estar pasándoles aquello?

– No lo sé -contestó él, sinceramente, y luego la miró a los ojos. Parecía aterrado, igual que ella-. Es posible que este sea el final, Sarah. He hecho este tipo de cosas antes. Y también he ayudado a Sully a hacerlas. Somos viejos amigos. Nunca nos habían pillado hasta ahora, y siempre había podido arreglar las cosas en mi parte del asunto. Esta vez estoy de mierda hasta las orejas.

– Dios mío -musitó Sarah-. ¿Qué ocurrirá si te procesan?

– No lo sé. Esto va a ser difícil de tapar. En todo caso, no creo que Sully pueda posponer la auditoría. Los inversores son quienes deciden cuándo se hace, y no les gusta dar tiempo para que se hagan florituras o se amañen los libros. Y está claro que los amañamos. Está claro que los falsificamos. No sé si habrá tratado de posponer la auditoría al enterarse de que ha habido un terremoto y que no le he transferido los fondos. Aunque es bastante difícil ocultar sesenta millones debajo de la alfombra. Es un agujero que no pasarán por alto. Peor todavía; la pista lleva directamente a mí. A menos que Sully haga un milagro antes del lunes, estamos totalmente jodidos. Si los auditores se dan cuenta, la Comisión Nacional de Mercado de Valores no tardará ni cinco minutos en venir a por mí. Y soy una presa fácil, encerrado aquí, sin poder hacer nada. No puedo salir huyendo. Si tiene que pasar, pasará. Tendremos que conseguir un abogado fuera de serie y ver si podemos hacer un trato con el fiscal federal, si llegamos a eso. De lo contrario, tendría que huir a Brasil, y eso es algo que no quiero hacerte. Así que supongo que no nos queda más remedio que quedarnos aquí, esperando lo inevitable cuando pase el jaleo del terremoto. He intentado utilizar mi BlackBerry hace un rato, pero está absolutamente muerta. Tendremos que esperar y ver qué sucede… Lo siento, Sarah -añadió. No sabía qué más podía decirle.

Los ojos de Sarah estaban llenos de lágrimas cuando lo miró. Nunca, jamás, había sospechado que no fuera honrado y ahora se sentía como si le hubieran dado un mazazo.

– ¿Cómo has podido hacer algo así? -preguntó, mientras las lágrimas caían por sus mejillas. No se había movido. Seguía sentada, mirándolo fijamente, incapaz de creer lo que él acababa de decirle. Pero estaba claro que era verdad. D e repente, su vida se había convertido en una película de terror.

– Pensé que nunca nos pillarían -dijo, encogiéndose de hombros. A él también le parecía increíble, pero por razones diferentes de las de Sarah. Seth no se daba cuenta, no tenía ni idea de lo traicionada que se sentía Sarah por lo que le había confesado.

– Aunque no os atraparan, ¿cómo has podido hacer algo tan deshonesto? Has infringido todas las leyes imaginables, has falseado los activos ante tus inversores. ¿Y si hubieras perdido todo su dinero?

– Creía que podía cubrirlo. Siempre lo hacía. ¿De qué te quejas? Mira qué rápido he construido mi empresa. ¿Cómo crees que tienes iodo esto? -Abrió los brazos, con un gesto que abarcaba toda la habitación. Sarah se dio cuenta de que no sabía quién era. Pensaba que lo conocía, pero no era así. Era como si el Seth que conocía se hubiera desvanecido y un delincuente hubiera ocupado su lugar.

– ¿Y qué pasará con todo esto si vas a la cárcel?

Nunca había esperado que él tuviera tanto éxito, pero ahora vivían a lo grande. La casa de la ciudad, otra enorme en Tahoe, el avión, coches, bienes, joyas. Seth había levantado un castillo de naipes que estaba a punto de desmoronarse y caérseles encima; no lograba evitar preguntarse lo mal que podían llegar a ponerse las cosas. Seth parecía estresado y avergonzado, y tenía razones para estarlo.

– Supongo que se irá al traste -dijo sencillamente-. Aunque no fuera a prisión. Tendré que pagar multas y los intereses del dinero que me prestaron.

– No te lo prestaron; lo cogiste. Tampoco era de Sully, así que no podía dártelo. Es de sus inversores, no vuestro, de ninguno de los dos. Hiciste un trato con tu amiguete para mentir a la gente. No está bien, Seth, nada bien. -No quería que lo atraparan, por él y también por ellos, pero sabía que si lo hacían sería justo.

– Gracias por el sermón sobre moralidad -replicó él, amargamente-. En cualquier caso, respondiendo a tu pregunta, todo acabaría muy rápido. Confiscarían todas nuestras cosas o una parte: las casas, el avión y la mayoría de lo demás. Lo que no se llevaran, podríamos venderlo. -Lo decía casi como si no le importara. En el momento en el que se produjo el terremoto, la noche anterior, supo que estaba perdido.