Melanie estaba agotada cuando volvió a su edificio aquella noche. Había sido su tercer día de duro trabajo en el hospital y, aunque le gustaba lo que hacía allí, en el camino de vuelta a la sala donde dormía tuvo que reconocer que habría sido estupendo poder tomar un baño caliente, tumbarse en su cómoda cama con la tele encendida y quedarse dormida. En cambio, compartía una sala enorme con varios cientos de personas. Estaba atestada, había mucho ruido, olía mal y la cama era dura. Sabía que pasarían allí algunos días más, ya que la ciudad estaba bloqueada y no había manera de marcharse. Tenían que arreglárselas lo mejor posible, como le decía a Jake cuando se lamentaba. Se sentía decepcionada por sus constantes quejas y porque, muchas veces, se las hacía pagar a ella. Y Ashley no era mucho mejor. No dejaba de llorar, decía que sufría un choque postraumático y que quería irse a casa. A Janet tampoco le gustaba estar allí, pero por lo menos estaba haciendo amigos, con los que hablaba constantemente de su hija, para que todos supieran lo importante y especial que era. A Melanie no le importaba. Estaba acostumbrada. Su madre hacía lo mismo dondequiera que fueran. Los músicos y los encargados del equipo también habían hecho numerosos amigos. Pasaban mucho rato con ellos y jugaban al póquer. Pam y ella eran las únicas que trabajaban, así que Melanie apenas veía a los demás.

Al entrar cogió un refresco de cerezas. La sala estaba en penumbra, ya que las luces alimentadas por baterías solo iluminaban los bordes de la estancia por la noche. Estaba lo bastante oscuro como para tropezar con la gente o incluso caerte, si no prestabas la debida atención. Había gente durmiendo en sacos de dormir en los pasillos, otros en los catres y parecía que toda la noche había niños llorando. Era como viajar en la bodega de un barco, o estar en un campo de refugiados, que es lo que era en realidad. Melanie se dirigió hacia donde estaba su grupo, formado por más de una docena de catres; algunos de los encargados del equipo dormían en el suelo, en sacos de dormir. La cama de Jake estaba junto a la suya.

Se sentó en el borde de la cama y le dio unas palmaditas en el hombro desnudo, que asomaba fuera del saco de dormir. Estaba de espaldas a ella.

– ¡Eh, cariño! -susurró en la casi completa oscuridad.

Los ruidos de la sala se apagaban al llegar la noche. La gente se iba a dormir temprano. Estaban trastornados, asustados, deprimidos por lo que habían perdido; además, por la noche no había nada que hacer, por lo tanto se iban a la cama. Al principio, Jake no se movió, así que supuso que estaba dormido; Melanie empezó a dirigirse hacia su cama. Su madre no estaba allí; se había ido a algún sitio. Cuando estaba a punto de dejarse caer sobre la cama, hubo un movimiento súbito en el saco de Jake y aparecieron dos cabezas al mismo tiempo, con aire sobresaltado y avergonzado. La primera cara era la de Ashley; la segunda, la de Jake.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó él, furioso y sorprendido.

– Duermo aquí, me parece -respondió Melanie, al principio incapaz de entender lo que veía, pero enseguida lo entendió-. Muy bonito -le dijo a Ashley, su amiga de toda la vida-. Francamente bonito. Pero ¿qué mierda estáis haciendo vosotros dos? -dijo, controlando la voz para que los demás no la oyeran.

Para entonces, Jake y Ashley se habían incorporado. Vio que estaban desnudos. Ashley hizo algunos movimientos gimnásticos y salió del saco con camiseta y tanga. Melanie reconoció que ambas cosas eran suyas.

– Eres un cabrón -espetó a Jake e intentó marcharse.

Jake la cogió por el brazo, mientras se esforzaba por salir del saco, vestido solo con calzoncillos.

– Por todos los santos, nena. Solo estábamos haciendo el tonto. No tiene ninguna importancia.

La gente empezaba a mirarlos. Lo peor era que sabían quién era ella. Su madre se había encargado de ello.

– Pues a mí me parece que sí que la tiene -replicó Melanie, volviéndose para mirarlos. Primero se dirigió a Ashley-:

– No me importa que me robes la ropa interior, Ash, pero me parece que robarme el novio es demasiado, ¿no crees?

– Lo siento, Mel -dijo Ashley, con la cabeza gacha, mientras las lágrimas le caían por las mejillas-. Pero aquí es todo tan espantoso… Estoy tan asustada… Hoy he tenido un ataque de ansiedad. Jake solo trataba de que me sintiera mejor… yo… no era… -Cada vez lloraba con más fuerza. A Melanie le daba asco mirarla.

– Ahórrate los detalles. Yo no te lo habría hecho a ti. A lo mejor, si movierais vuestro jodido culo e hicierais algo útil, no tendríais que follar para entreteneros. Me dais asco, los dos -declaró Melanie, con voz temblorosa.

– Deja esos aires de superioridad, pedazo de zorra -espetó Jake, decidiendo que la mejor defensa era el ataque. No le dio resultado.

– ¡Que te jodan! -gritó Melanie, justo cuando llegaba su madre, que parecía confundida por lo que estaba pasando. Vio que estaban discutiendo acaloradamente, pero no tenía ni idea de por qué. Había estado jugando a las cartas con unas nuevas amigas, y con un par de hombres muy atractivos.

– ¡Que te jodan a ti! ¡No eres tan fabulosa como crees! -le lanzó Jake, mientras Melanie se alejaba y su madre corría detrás de ella, con aire preocupado.

– ¿Qué ha pasado?

– No quiero hablar de ello -respondió Melanie, yendo en busca de aire fresco.

– ¡Melanie! ¿Adónde vas? -gritó Janet, mientras la gente que había alrededor se despertaba y se quedaba mirándola.

– Fuera. No te preocupes. No pienso volver a Los Ángeles -dijo antes de salir corriendo por la puerta.

Janet volvió atrás y encontró a Ashley sollozando y a Jake con un berrinche tremendo. Tiraba cosas por todas partes mientras la gente de alrededor le decía que parara o le patearían el culo. No era muy popular en la zona donde dormían. Había sido grosero con todos y no le veían ningún encanto, a pesar de ser una estrella de televisión. Janet estaba muy preocupada, así que pidió a uno de los músicos que hablara con él y le dijera que parara.

– ¡Odio este sitio! -gritó Jake y se marchó fuera con Ashley corriendo detrás de él.

Habían hecho algo estúpido, y ella lo sabía. Sabía cómo era Melanie; la lealtad y la honestidad lo eran todo para ella. Tenía miedo de que Melanie no la perdonara nunca y así se lo dijo a Jake mientras permanecían sentados en el exterior, envueltos en mantas y con los pies descalzos. Ashley miró alrededor y no vio a Melanie por ninguna parte.

– Que la jodan -gruñó Jake-. ¿Cuándo leches vas a sacarnos de aquí? -Le había preguntado a uno de los pilotos de helicóptero si podían llevarlos hasta Los Ángeles. El hombre se había quedado mirándolo como si estuviera loco. Volaban para el gobierno, no eran de alquiler.

– Nunca nos perdonará -lloriqueó Ashley.

– ¿Y qué? ¿Qué te importa? -Tragó una bocanada de aire fresco. Lo de Ashley solo había sido un poco de diversión; no tenían nada mejor que hacer y Melanie estaba tan jodidamente ocupada haciendo de Florence Nightingale… Se dijo a sí mismo y a Ashley que nada de esto habría pasado si Melanie se hubiera quedado con ellos. La culpa era suya, no de ellos-. Eres mucho más mujer que ella -dijo a Ashley, que bebió sus palabras y se acurrucó contra él.

– ¿De verdad lo crees? -preguntó, esperanzada y sintiéndose mucho menos culpable que hacía unos momentos.

– Pues claro, pequeña -afirmó.

Unos minutos más tarde volvieron dentro. Ella durmió dentro del saco de Jake, con él, ya que de todos modos Melanie no estaba allí. Janet fingió no darse cuenta, pero comprendió lo que había sucedido. En cualquier caso, Jake nunca le había caído bien. En su opinión, no era una estrella lo bastante importante para su hija; además, no le gustaban en absoluto sus historias con las drogas.

Melanie había vuelto al hospital y se acostó en una de las camas vacías que esperaban nuevos pacientes. Cuando Melanie le dijo que había habido un problema en su sala, la enfermera encargada le permitió dormir allí. La joven le prometió que se levantaría si necesitaban la cama para un paciente.

– No te preocupes -dijo la enfermera, bondadosamente-. Duerme un poco. Pareces agotada.

– Lo estoy -reconoció Melanie, pero permaneció despierta durante horas, pensando en las caras de Jake y Ashley asomando del saco de dormir.

No le sorprendía demasiado que Jake lo hubiera hecho, aunque lo odiaba por ello y pensaba que era un cerdo por engañarla con su mejor amiga. Lo que más le dolía era la traición de Ashley. Ambos eran débiles y egoístas; la utilizaban y la explotaban sin vergüenza. Sabía que eran gajes del oficio, porque ya la habían traicionado otras veces. Pero estaba harta de todas las decepciones que acompañan el estrellato ¿Qué pasaba con el amor, la honradez, la decencia, la lealtad y los amigos de verdad?

Melanie estaba profundamente dormida cuando Maggie la encontró allí, a la mañana siguiente, y la tapó cuidadosamente con una manta. No tenía ni idea de lo que había pasado, pero cualquiera que fuera el motivo, sabía por instinto que nada bueno la había llevado allí. Maggie dejó que durmiera tanto como quisiera. Melanie parecía una niña pequeña dormida cuando Maggie se fue a trabajar. Había mucho que hacer.

Capítulo 8

El lunes por la mañana, la tensión en casa de Seth y Sarah, en Divisadero, era palpable y asfixiante. Como hacía cada día desde el terremoto, Seth probó todos los teléfonos de la casa, todos los móviles, los teléfonos de los coches, incluso su Black-Berry, sin resultado. San Francisco estaba completamente aislada del mundo. Los helicópteros seguían zumbando en el cielo, volando bajo para hacer comprobaciones e informar a los servicios de emergencias. Seguían oyéndose sirenas por toda la ciudad. Si podían, todos se quedaban en casa, ya que las calles parecían las de una ciudad fantasma. Pero en el interior de la casa reinaba una sensación de catástrofe inminente. Sarah se mantenía alejada de Seth, ocupada con sus hijos. Seguían las rutinas habituales, pero ella y Seth apenas se dirigían la palabra. Lo que él le había confesado la había escandalizado tanto que prefería guardar silencio.

Sirvió el desayuno a los niños; las provisiones de comida estaban disminuyendo. Después, jugó con ellos en el jardín y los empujó en el columpio que habían instalado allí. A Molly le parecía divertido que el árbol se hubiera caído. La tos y el dolor de oídos de Oliver habían disminuido gracias a los antibióticos que había tomado. Los dos estaban animados, aunque no se podía decir lo mismo de sus padres. Parmani y Sarah les prepararon sandwiches de mantequilla de cacahuete y jalea para almorzar, con plátanos cortados en rodajas, y luego los acostaron para que durmieran la siesta. La casa estaba tranquila cuando Sarah fue finalmente a ver a Seth a su estudio. Tenía la cara descompuesta y la mirada perdida, absorto en sus pensamientos.

– ¿Estás bien?

Seth ni siquiera se molestó en contestar. Solo se volvió a mirarla, con ojos apagados. Todo lo que había construido para ellos estaba a punto de derrumbarse. Parecía destrozado, sin vida.

– ¿Quieres almorzar? -preguntó ella.

El negó con la cabeza y luego la miró suspirando.

– Entiendes lo que va a pasar, ¿verdad?

– No exactamente -dijo ella en voz baja, y se sentó-. Sé solo lo que me dijiste ayer: que van a auditar los libros de Sully, que descubrirán que el dinero de los inversores ha desaparecido y que seguirán el rastro hasta tus cuentas.

– Se llama robo y fraude de valores. Son delitos federales graves. Por no hablar de los pleitos que desencadenará entre los inversores de Sully, incluso de los míos. Habrá un follón de mil demonios, Sarah. Probablemente durará mucho, muchísimo tiempo. -No había pensado en nada más desde el jueves por la noche, y ella desde el viernes.

– ¿Qué significa eso? Define «follón» -pidió ella con tristeza, pensando que más valía que se enterara de lo que se les echaba encima. También iba a afectarla a ella.

– Un proceso, probablemente. Una acusación ante el gran jurado. Un juicio. Seguramente me declararán culpable y me enviarán a prisión.

Miró el reloj. Eran las cuatro en Nueva York, ya habían pasado cuatro horas del plazo que tenía para devolver el dinero a Sully a tiempo para la auditoría de sus inversores. Era una mierda de suerte que sus respectivas auditorías se realizaran en días tan cercanos, y peor suerte todavía que el terremoto de San Francisco hubiera cerrado todas las comunicaciones y los bancos de la ciudad. Estaban con el agua al cuello y eran un blanco seguro, sin posibilidad de borrar su rastro.

– A estas horas ya habrán pillado a Sully, y en algún momento de esta semana, la SEC pondrá en marcha una investigación de sus libros, y de los míos en cuanto esta ciudad se abra de nuevo. El y yo estamos en el mismo barco. Los inversores empezarán a presentar demandas civiles, por malversación de fondos, robo y fraude. -Luego, como si las cosas pudieran todavía ir a peor, añadió-: Estoy casi seguro de que perderemos la casa y todo lo que tenemos.