Melanie se echó a reír, aunque en el caso del fotógrafo era verdad, y también en el suyo. Ambos habían dejado en el campamento personas que les importaban.
Los empleados de la compañía aérea que los atendían eran excepcionalmente agradables. Eran muy conscientes de lo que habían pasado aquellas personas, y los trataban a todos, no solo a Melanie y a su grupo, como si fueran VIP. Los músicos y los encargados del equipo volaban a casa con ellas. En teoría, disponían de los billetes de la gala, pero se habían quedado en el hotel. Pam lo arreglaría con ellos más tarde. Por el momento, lo único que deseaban era volver a casa. Después del terremoto, no habían tenido la oportunidad de tranquilizar a sus familias, de informarlas de que estaban bien, salvo a través de la Cruz Roja, que los había ayudado mucho. Ahora la compañía aérea tomaba el relevo.
Ocuparon sus asientos en el avión y, en cuanto despegaron, el piloto dijo unas palabras, dándoles la bienvenida y deseando que los últimos nueve días no hubieran sido demasiado traumáticos para ellos. En cuanto terminó, varios pasajeros rompieron a llorar. Everett tomó las últimas fotos de Melanie y su grupo. Su aspecto estaba muy lejos del que tenían cuando llegaron. Melanie llevaba unos pantalones de combate, sujetos con una cuerda, y una camiseta que debió de pertenecer a un hombre diez veces más grande que ella. Janet seguía llevando parte de la ropa que vestía entre bastidores la noche del concierto. Sus pantalones de poliéster le habían hecho un buen servicio, aunque, como todos los demás, al final había tenido que recurrir a las camisetas de las mesas de donación. La que llevaba era varias tallas más pequeña. No tenía un aspecto demasiado glamuroso con sus pantalones de poliéster y sus zapatos de tacón alto, que se había negado a cambiar por las chancletas que todos llevaban. Pam vestía un conjunto completo de ropa del ejército que le había dado la Guardia Nacional. Y los músicos y los encargados del equipo parecían presidiarios con sus monos. Como dijo Everett, aquella foto era la leche. Sabía que Scoop la publicaría, posiblemente en portada, como contraste con las que había tomado de la actuación de Melanie en la gala, con el ajustado vestido de lentejuelas y los zapatos de plataforma. Como decía Melanie, ahora sus pies parecían los de una granjera; su esmerada pedicura de Los Ángeles había desaparecido por completo entre el polvo y la grava del campamento, mientras iba arriba y abajo con las chancletas de goma. Everett conservaba sus queridas botas de vaquero de lagarto negro.
Sirvieron champán, frutos secos y galletitas saladas. Al cabo de menos de una hora, aterrizaban en el aeropuerto de Los Ángeles, entre exclamaciones, hurras, silbidos y lágrimas. Habían sido nueve días espantosos para todos. Algo menos para unos que para otros, pero incluso en las mejores condiciones a todos les había resultado duro. Cada uno contaba su historia: cómo había escapado y sobrevivido, cómo había resultado herido y el miedo que había pasado. Un hombre llevaba la pierna enyesada y andaba con muletas, proporcionadas por el hospital; varias personas se habían roto el brazo y también iban escayoladas. Entre ellas, Melanie reconoció a varios heridos que Maggie había cosido. Algunos días le parecía que habían cosido a la mitad del campamento. Solo de pensar en ello, empezó a echar de menos a Maggie. La llamaría al móvil en cuanto pudiera.
El avión recorrió la pista hasta la terminal; al salir se encontraron con una multitud de periodistas. Eran los primeros supervivientes del terremoto de San Francisco que volvían a Los Ángeles. También había cámaras de televisión, que se lanzaron sobre Melanie en cuanto salió por la puerta, un poco aturdida. Su madre le había dicho que se peinara, solo por si acaso, pero ella no se había molestado en hacerlo. La verdad era que no le importaba. Se alegraba de estar en casa, aunque no había pensado mucho en ello en el campamento. Estaba demasiado ocupada.
Los fotógrafos reconocieron también a Jake y le hicieron algunas fotos, pero él pasó junto a Melanie, sin decir palabra, y se dirigió hacia la calle. Le dijo a alguien que estaba cerca que esperaba no volver a verla nunca más. Por suerte, no lo oyó ninguno de los miembros de la prensa que estaban fotografiando a la cantante.
«¡Melanie! ¡Melanie! Aquí… aquí… ¿Cómo fue?… ¿Pasaste miedo?… ¿Resultaste herida?… Vamos, sonríe… ¡Tienes un aspecto fabuloso!» Con una sonrisa, Everett se dijo que quién no lo tenía a los diecinueve años. La prensa ni siquiera vio a Ashley entre la multitud. Se había apartado y esperaba con Janet y Pam, como había hecho mil veces antes. Los músicos y los encargados del equipo se marcharon por su cuenta, después de despedirse de Melanie y de su madre. Los músicos le dijeron que se verían en el ensayo, a la semana siguiente, y Pam les prometió que los llamaría para organizarlo todo. La próxima sesión de grabación de Melanie era en menos de una semana.
Les costó media hora atravesar la multitud de fotógrafos y reporteros. Everett las libró de algunas molestias y las acompañó hasta los taxis aparcados junto a la acera. Por primera vez en varios años, no había ninguna limusina esperando. Pero lo único que Melanie quería en aquellos momentos era huir de la prensa que la acosaba. Everett cerró la puerta del taxi de golpe, le dijo adiós con la mano y se quedó mirando mientras se marchaban. No podía dejar de pensar que había sido una semana terrible. A los pocos minutos de marcharse Melanie, la prensa desapareció. Melanie había subido al primer taxi, con Pam; Ashley iba en el segundo, con Janet.
Jake hacía tiempo que se había ido, solo. Y los músicos y los encargados del equipo se las habían arreglado por su cuenta.
Everett echó una larga mirada alrededor, aliviado a su pesar, por estar de vuelta. Los Ángeles tenía el mismo aspecto de siempre, como si no hubiera pasado nada. Era difícil creer que allí la vida fuera normal. Parecía imposible que el mundo hubiera estado a punto de acabarse en San Francisco y que, allí, todo siguiera como de costumbre. Era una sensación extraña. Everett tomó un taxi y dio al conductor la dirección de su lugar de reunión favorito de AA. Quería ir allí antes incluso de volver a casa. La reunión fue increíble. Cuando le tocó su turno, les habló del terremoto, del grupo que había organizado en Presidio y luego, sin poder contenerse, les soltó que se había enamorado de una monja. Dado que en las reuniones de diez pasos no estaba permitido hacer comentarios, nadie dijo nada. Fue más tarde, cuando se levantó y la gente se le acercó para hacerle preguntas acerca del terremoto, cuando uno de los hombres que conocía le hizo una observación.
– Vaya, hablando de algo inaccesible… ¿Cómo vais a hacerlo?
– De ninguna manera -respondió Everett en voz baja.
– ¿Dejará el convento por ti?
– No. Le gusta mucho ser monja.
– Entonces, ¿qué pasará contigo?
Everett lo pensó un momento antes de responder.
– Continuaré con mi vida. Seguiré viniendo a las reuniones. Y la amaré siempre.
– ¿Te dará resultado? -preguntó su compañero de A A con cara de preocupación.
– Tendrá que darlo -dijo Everett.
Y con esto, abandonó silenciosamente la reunión, paró un taxi y se fue a casa.
Capítulo 11
Melanie pretendía pasar un fin de semana tranquilo, tumbada junto a la piscina, disfrutando como nunca de su casa en las colinas de Hollywood. Era el antídoto perfecto para nueve días de tensión y angustia. Sabía que estaba mucho menos traumatizada que muchos otros. Comparado con quienes habían resultado heridos, habían perdido a sus seres queridos o sus hogares, a ella le había ido bien; incluso se había sentido útil trabajando en el hospital de campaña del campamento. Además, había conocido a Tom.
Como era de prever, y con gran alivio por su parte, Jake no la llamó ni una vez después de volver. Ashley lo hizo varias veces y habló con su madre, pero Melanie no atendió a las llamadas. Le dijo a su madre que había terminado con ella.
– ¿No crees que eres demasiado dura? -le preguntó el sábado por la tarde, mientras le hacían la manicura a Melanie junto a la piscina.
Hacía un día fabuloso. Pam le había reservado un masaje para esa misma tarde. Pero Melanie se sentía culpable por estar sin hacer nada; le habría gustado volver al hospital con Maggie, y estar con Tom. Tenía la esperanza de verlo pronto. Era algo que esperaba con impaciencia, ahora que estaba de vuelta a su mundo familiar de Los Ángeles. Los echaba de menos a ambos.
– Se acostó con mi novio, mamá -le recordó a Janet.
– ¿No crees que él fue más culpable que ella? -A Janet le caía bien Ashley; le había prometido que, cuando llegaran a casa, hablaría con Melanie y que todo se arreglaría. Pero si dependía de Melanie, aquello no iba a arreglarse en absoluto.
– No la violó. Es una adulta y actuó con plena libertad. Si yo, o nuestra amistad, le hubiera importado no lo habría hecho. No le importó. Y ahora tampoco me importa a mí.
– No seas infantil. Habéis sido amigas desde que teníais tres años.
– A eso me refiero -dijo Melanie fríamente-. Creo que merecía un poco de lealtad. Supongo que ella no pensaba lo mismo. Puede quedárselo si quiere. Para mí, se ha acabado. Terminado. Fue asqueroso. Supongo que a ella la amistad no le importa tanto como a mí. Es bueno saberlo. -Melanie no iba a ceder ni un ápice.
– Le dije que hablaría contigo y que todo se arreglaría. No querrás que quede como una estúpida, ¿verdad? O como una mentirosa.
Aquel intento de su madre por engatusarla y su interferencia solo hicieron que Melanie se afianzara en su postura. La integridad y la lealtad significaban mucho para ella. Particularmente, dada la vida que llevaba, ya que todos querían utilizarla, en cuanto podían. Eran gajes del oficio, formaba parte del éxito y de ser una estrella. Lo daba por sentado en los extraños, incluso en Jake, que había resultado ser escoria. Pero no lo esperaba y no lo aceptaría de su mejor amiga. La enfurecía que su madre tratara de convencerla de lo contrario.
– Ya te lo he dicho, mamá. Se acabó. Y nada cambiará eso. Seré educada cuando la vea, pero es lo único que conseguirá de mí.
– Va a ser muy duro para ella -dijo Janet, comprensiva, pero estaba malgastando las fuerzas. A Melanie no le gustaba que su madre defendiera la causa de Ashley.
– Debió pensarlo antes de meterse en el saco de dormir de Jake. Además, supongo que lo hizo durante toda la semana.
Pasó un minuto sin que Janet dijera nada; luego volvió a la carga.
– Creo que tendrías que pensarlo.
– Ya lo he hecho. Hablemos de otra cosa.
Janet, disgustada, se marchó. Le había prometido a Ashley que la llamaría y ahora no sabía qué decirle. Detestaba confesarle que Melanie había dicho que no volvería a hablar con ella, pero ese era el caso. En lo que respectaba a Melanie, su amistad había muerto. Dieciséis años de amistad se habían venido abajo. Janet sabía que cuando Melanie se sentía traicionada y decía que algo había terminado, no había marcha atrás. Lo había visto en otras ocasiones: un novio que la había engañado, antes que Jake, y un mánager en quien confiaba y que le había robado dinero. Con Melanie solo se podía tensar la cuerda hasta cierto punto; sus límites estaban muy claros. Janet llamó a Ashley y le dijo que le diera a Melanie un poco de tiempo para calmarse, que todavía se sentía muy dolida. Ashley dijo que lo comprendía y se echó a llorar. Janet le prometió volver a llamarla pronto. La joven era como una segunda hija para ella, pero no se había portado como una hermana con su mejor amiga cuando se acostó con Jake. Y Ashley conocía a Melanie lo bastante bien para saber que no iba a perdonarla.
Cuando la manicura acabó de arreglarle las manos, Melanie se tiró a la piscina. Nadó durante un rato y, a las seis, llegó su preparador. Pam lo había organizado todo y luego se había ido a su casa. Cuando el preparador se marchó, Janet encargó comida china, pero Melanie solo tomó dos huevos pasados por agua. Dijo que no tenía hambre y que necesitaba perder algo de peso. La comida del campamento era demasiado buena y había engordado. Era hora de ponerse seria de nuevo antes del concierto que daría al cabo de pocas semanas. Pensó en Tom y en su hermana, que irían a verla, y sonrió. Todavía no le había hablado a su madre de ellos. Calculó que había tiempo antes de que llegaran. Tom iba a quedarse en San Francisco un poco más. Pero ella no podía saber cuándo iría a Los Ángeles. Entonces, como si le hubiera leído el pensamiento, mientras estaba en la cocina comiéndose los huevos pasados por agua, su madre le preguntó por él. Janet se estaba dando un atracón de comida china; según ella, se había muerto de hambre los nueve días pasados, lo cual no era ni mucho menos cierto. Cada vez que Melanie la veía, estaba comiendo donuts, una piruleta o una bolsa de patatas fritas. Tenía aspecto de haber aumentado dos kilos en la última semana, si no cuatro.
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