– No te estarás entusiasmando con aquel chico del campo, ¿verdad? El que tiene ese título de ingeniería por Berkeley.
Melanie se sorprendió de que su madre lo recordara. Se había mostrado tan despreciativa con él que le costaba creer que se acordara de sus estudios. Pero estaba claro que parecía muy consciente de quién era, título incluido.
– No te preocupes, mamá -dijo Melanie sin comprometerse.
De todos modos, no era asunto de su madre. Iba a cumplir veinte años dentro de dos semanas. En su opinión, ya tenía edad suficiente para elegir a sus hombres. Había aprendido mucho de los errores que había cometido al salir con Jake. Tom era un ser humano de un tipo muy distinto y a ella le encantaba formar parte de su vida, que era mucho más íntegra y saludable que la de Jake.
– ¿Qué significa eso? -preguntó su madre con aire preocupado.
– Significa que es un chico agradable, que ya soy mayor y que, sí, puede que lo vea de nuevo. Eso espero. Si me llama.
– Llamará. Parecía loco por ti; además, después de todo, eres Melanie Free.
– ¿Y qué? ¿En qué cambia eso las cosas? -preguntó Melanie, disgustada.
– Las cambia y mucho -le recordó Janet-, para todos los habitantes del planeta, excepto para ti. ¿No crees que llevas la humildad demasiado lejos? Escucha, ningún hombre puede separar quién eres como persona de quién eres como estrella. No está en su ADN. Estoy segura de que ese chico está tan impresionado contigo como todos los demás. ¿Quién quiere salir con alguien sin importancia, si puede salir con una estrella? Se apuntaría un buen tanto.
– No creo que le importe apuntarse ese tipo de tantos. Le importan las cosas serias; es ingeniero y un buen hombre.
– ¡Qué aburrido! -exclamó su madre, con cara de asco.
– No es aburrido. Es inteligente -insistió Melanie-. Me gustan los hombres inteligentes. -No se disculpaba por ello. Era un hecho.
– Entonces has hecho bien en librarte de Jake. Estos últimos nueve días me sacaba de quicio. Lo único que hacía era quejarse.
– Creía que te caía bien. -Melanie parecía sorprendida.
– Yo también lo creía -admitió Janet-. Pero cuando finalmente nos marchamos estaba más que harta de él. Hay personas que no son las más adecuadas como compañeras en una crisis. Y Jake es una de ellas. Solo habla de sí mismo.
– Al parecer, Ashley también es una de esas personas a las que no querrías como compañeras en una crisis. Sobre todo si se acuestan con tu pareja. Puede quedárselo. Jake es un pesado y un narcisista.
– Puede que tengas razón. Pero no metas a Ashley en el mismo saco.
Melanie no dijo nada. Ya la había metido en él.
Melanie se retiró pronto a su habitación. Estaba decorada en satén blanco y rosa, según un diseño de su madre, con un cubrecama blanco de piel de zorro. Parecía la habitación de una corista de Las Vegas; precisamente lo que su madre, en el fondo, nunca había dejado de ser. Le había dicho al decorador exactamente lo que quería, hasta el detalle de un osito rosa de peluche. Todas las peticiones de Melanie para conseguir una desnuda sencillez habían sido barridas a un lado. Así era como su madre había decidido que tenía que ser. Sin embargo, al tumbarse en la cama, Melanie reconoció que, por lo menos, era cómoda. Era agradable volver a sentirse mimada. Aunque se sentía un poco culpable, en particular cuando pensaba en la gente de San Francisco, todavía en el refugio, y en que la mayoría de ellos estarían allí durante meses, mientras ella estaba en casa, en su cama cubierta de satén y pieles. En cierto sentido, aquello no le gustaba, aunque, por otro lado, estaba bien. Pero no del todo bien, ya que no era su estilo; era el de su madre. Melanie lo veía más claro cada día que pasaba.
Se quedó en la cama mirando la televisión hasta bien entrada la noche. Vio una vieja película, las noticias y, finalmente, la MTV. A su pesar y aunque la experiencia que había vivido había sido interesante, se dijo que era estupendo estar de vuelta en casa.
El sábado por la tarde, mientras Melanie y su grupo volaban hacia Los Ángeles, Seth Sloane estaba sentado en la sala de estar, con la mirada perdida. Habían pasado nueve días desde el terremoto, pero seguían aislados y sin comunicación con el exterior. Seth ya no estaba seguro de si era una bendición o una maldición. No había conseguido tener noticias de Nueva York. Nada. Cero.
A consecuencia de ello, el fin de semana era angustioso y estresante. Finalmente, desesperado, intentó dejar de pensar en sus problemas y jugar con sus hijos. Sarah llevaba días sin hablarle. Apenas la veía y, por la noche, en cuanto acostaba a los niños, desaparecía en la habitación de invitados. El no le había comentado nada; no se atrevía.
El lunes por la mañana, once días después del terremoto, Seth estaba sentado a la mesa de la cocina tomando un café, cuando, de repente, la BlackBerry que había dejado sobre la mesa, a su lado, volvió a la vida. Era la primera oportunidad que tenía de comunicarse con el exterior y la aprovechó. Inmediatamente envió un mensaje de texto a Sully y le preguntó qué había pasado. La respuesta llegó dos minutos más tarde.
La respuesta de Sully fue sucinta.
«La SEC se me ha echado encima. Tú eres el siguiente. Lo saben. Tienen los informes del banco. Buena suerte.»Mierda, susurró Seth entre dientes y le envió un nuevo mensaje.
«¿Te han arrestado?», preguntó.
«Todavía no. Gran jurado la semana que viene. Nos han cogido, hermano. Estamos jodidos.»Era precisamente lo que estaba temiendo desde hacía una semana. Pero aunque sabía que era probable que sucediera, Seth sintió que se le hacía un nudo en el estómago al leer aquellas palabras. Decir «Estamos jodidos» era quedarse corto, sobre todo si tenían los documentos del banco de Sully. El de Seth seguía cerrado, pero no por mucho tiempo.
Abrió al día siguiente. El abogado de Seth le había aconsejado que no hiciera nada. Seth había ido andando hasta su casa para hablar con él, ya que no podía ponerse en contacto por teléfono. Cualquier cosa que Seth hiciera ahora podía incriminarlo más todavía, teniendo en cuenta que ya estaban investigando a Sully. Dado que había perdido parte de su casa en el terremoto, el abogado de Seth no podría reunirse con él hasta el viernes. Sin embargo, el FBI se les adelantó. El viernes por la mañana, dos semanas después del terremoto, dos agentes especiales del FBI se presentaron en su casa. Fue Sarah quien abrió la puerta. Cuando preguntaron por Seth, ella los acompañó a la sala de estar y fue a buscar a su marido. Estaba sentado en su despacho, en el piso de arriba, donde se había refugiado, aterrorizado, durante aquellas dos semanas. El lío empezaba a desenmarañarse y no había manera de saber cómo acabaría.
Los agentes especiales del FBI pasaron dos horas con Seth, interrogándolo sobre Sully, de Nueva York. Seth se negó a contestar cualquier pregunta sobre él mismo, sin que estuviera presente su abogado, y contó lo menos posible de Sully. Lo amenazaron con arrestarlo allí mismo, por obstrucción a la justicia, si se negaba a contestar a las preguntas sobre su amigo. Cuando se fueron, Seth tenía el rostro desencajado. Pero, por lo menos, no lo habían arrestado. Estaba seguro de que no tardarían en hacerlo.
– ¿Qué te han dicho? -preguntó Sarah, nerviosa, después de que se marcharan.
– Querían información sobre Sully. No les he contado mucho, tan poco como he podido.
– ¿Qué han dicho de ti? -volvió a preguntar Sarah, ansiosa.
– Les he dicho que no hablaría si no estaba presente mi abogado y han contestado que volverían. Puedes estar segura de que lo harán.
– Y ahora, ¿qué hacemos?
Seth se sintió aliviado al oír que hablaba en plural. No estaba seguro de si era solo por costumbre o si revelaba su estado de ánimo. No se atrevió a preguntar. En toda la semana no había hablado con él, y no quería volver a esa situación.
– Henry Jacobs vendrá esta tarde.
Por fin, funcionaban de nuevo los teléfonos. Habían tardado dos semanas. Pero le aterrorizaba hablar con cualquiera. Había sostenido una críptica conversación telefónica con Sully; eso era todo. Si el FBI lo estaba investigando, sabía que quizá hubieran intervenido su teléfono y no quería empeorar las cosas más de lo que ya lo estaban.
Cuando llegó, el abogado se encerró con Seth en el despacho; estuvieron casi cuatro horas. Examinaron exhaustivamente todos los detalles del caso. Seth se lo contó todo; cuando acabó, el abogado no se mostró optimista. Dijo que, en cuanto tuvieran los documentos del banco, probablemente lo llevarían ante el gran jurado y lo acusarían. Y después no tardarían en arrestarlo. Estaba casi seguro de que lo procesarían. Luego, no sabía qué pasaría, pero la visita de los agentes del FBI no auguraba nada bueno.
Fue un fin de semana de pesadilla para Sarah y Seth. El Distrito Financiero estaba cerrado, sin electricidad ni agua, así que Seth seguía sin poder ir al centro. Se quedó en casa, esperando que sucediera lo inevitable. Y sucedió el lunes por la mañana. El director de la oficina local del FBI llamó a Seth por la BlackBerry. Dijo que las oficinas principales estaban cerradas, así que pidió a Seth y a su abogado que se reunieran con él en casa de Seth al día siguiente por la tarde. Le recordó que no saliera de la ciudad y le informó que estaba sometido a una investigación y que el FBI había sido informado por la SEC. También le contó que Sully iba a comparecer ante el gran jurado, en Nueva York, aquella semana, algo que Seth ya sabía.
Encontró a Sarah en la cocina, dando de comer a Ollie. El pequeño tenía compota de manzana por toda la cara; Sarah estaba hablando con él y con Molly, con Barrio Sésamo de fondo. Habían restablecido la electricidad durante el fin de semana, aunque gran parte de la ciudad todavía no tenía. Ellos estaban entre los escasos afortunados, seguramente debido al barrio en el que residían. El alcalde vivía a pocas calles de distancia, algo que nunca perjudica. Estaban restableciendo la electricidad por sectores. Ellos estaban en el primer sector, lo cual era una suerte. También habían abierto algunos establecimientos, sobre todo supermercados, cadenas de alimentación y bancos.
Sarah parecía aterrada cuando Seth le habló de la reunión con el FBI programada para el día siguiente. La única buena noticia para ella era que, como esposa, podía negarse a testificar contra él. De todos modos, no sabía nada. Seth nunca le había hablado de sus transacciones ilegales en los fondos de alto riesgo. Enterarse había sido un duro golpe para ella.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó con voz ahogada.
– Mañana me reuniré con ellos, acompañado de Henry. No tengo otra opción. Si me niego podría ser peor; además, pueden conseguir una orden judicial para obligarme. Henry vendrá esta tarde, para prepararme. -Había llamado a su abogado inmediatamente después de hablar con el FBI, y había insistido en que se vieran.
Henry Jacobs llegó por la tarde, con aire sombrío y oficial. Sarah abrió la puerta y lo acompañó arriba, al estudio donde lo esperaba Seth, garabateando nerviosamente, sentado a la mesa y mirando con aire deprimido por la ventana. Había estado abstraído todo el día y, después de su breve conversación con Sarah, había cerrado la puerta. Sarah llamó suavemente y abrió para que entrara Henry.
Seth se levantó para recibirlo, le indicó una butaca y suspiró al sentarse.
– Gracias por venir, Henry. Espero que tengas una varita mágica en la cartera. Voy a necesitar un mago para que me saque de esta. -Se pasó la mano por el pelo mientras el abogado, con aspecto sombrío, se sentaba delante de él.
– Es posible -dijo Henry, sin comprometerse.
Henry era un cincuentón que ya había llevado casos parecidos. Seth lo había consultado varias veces, en realidad en sentido inverso: buscando información detallada sobre cómo cubrir turbias operaciones antes de que se produjeran. Al abogado nunca se le había ocurrido que eso era lo que tenía en mente. Las preguntas le habían parecido muy teóricas y había supuesto que iban encaminadas a asegurarse de no hacer nada malo. Lo había admirado por ser tan diligente y cauto; solo ahora comprendía lo que estaba pasando. No lo juzgaba, pero no había ninguna duda de que Seth se había metido en un grave aprieto, que podía tener unas consecuencias catastróficas.
– Deduzco que ya has hecho esto antes -comentó Henry mientras lo repasaban todo una vez más. Las operaciones de Seth parecían demasiado diestras, demasiado concienzudas y detalladas para que esta fuera la primera vez. Seth asintió. Henry era astuto y muy bueno en lo que hacía-. ¿Cuántas veces?
– Cuatro.
– ¿Alguien más ha estado comprometido?
– No. Solo el mismo amigo de Nueva York. Somos compañeros desde el instituto. Confío totalmente en él, aunque supongo que ahora no se trata de eso. -Seth sonrió forzadamente y tiró un lápiz sobre la mesa-. Si no hubiera habido ese terremoto de los cojones, tampoco habríamos tenido problemas esta vez. ¿Quién podía imaginarlo? íbamos un poco justos de tiempo, pero fue solo una maldita mala suerte que los auditores de sus inversores se presentaran tan pronto después de los míos. Habría funcionado, si el terremoto no lo hubiera paralizado todo.
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