El dinero había quedado congelado en los bancos, lo cual había permitido que su confabulación se descubriera.
Durante dos semanas, Seth había tenido las manos atadas, con el dinero de los inversores de Sully en sus cuentas. Pero pasaba algo por alto; no se trataba de que el terremoto les hubiera impedido tapar su delito, sino de que no habían transferido los fondos. No debía de haber nada más ilegal que eso, aparte de vaciar las cuentas y huir con el dinero. Habían mentido a dos grupos de inversores, creando el espejismo de que poseían unos fondos enormes en sus cuentas, y los habían descubierto. Henry no estaba escandalizado -defender a gente como Seth era su trabajo-pero tampoco simpatizaba con la situación que había destapado el terremoto. Seth lo vio en sus ojos.
– ¿Qué podemos esperar? -preguntó sin ambages. El terror se reflejaba en su rostro y se le escapaba por los ojos, como si fuera una rata enjaulada.
Sabía que no le gustaría lo que iba a oír, pero quería saberlo. El gran jurado se reuniría en Nueva York aquella misma semana, para acusar a Sully, a petición del fiscal federal. Seth sabía que su turno no tardaría en llegar, dado lo que le había comunicado el FBI.
– Seamos realistas, las pruebas contra ti son muy sólidas, Seth -dijo Henry en voz baja. No había ninguna manera de disfrazarlo-. Tienen pruebas claras contra ti, en tus cuentas del banco.
En cuanto Seth lo había llamado, Henry le dijo que no tocara el dinero. De todos modos, no podría haberlo hecho; no podía llevárselo a ningún sitio. Las cuentas de Sully en Nueva York ya estaban bloqueadas. Y no podía sacar sesenta millones de dólares en efectivo, meterlos en una maleta y esconderlos debajo de la cama. De momento, por lo menos, el dinero seguía allí.
– El FBI investiga en nombre de la SEC. Me parece que podemos decir sin temor a equivocarnos que en cuanto informen de lo que averigüen, después de hablar contigo, se celebrará una vista aquí, con el gran jurado. Puede que ni siquiera te pidan que estés presente, si las pruebas en tu contra son lo bastante sólidas. Si el gran jurado se muestra favorable a una acusación, presentarán cargos contra ti muy rápidamente, probablemente te arrestarán y te procesarán. A partir de ahí, está en mis manos. Pero no es mucho lo que podemos hacer. Puede que ni siquiera tenga sentido llegar a juicio. Si las pruebas son firmes como una roca, quizá sea mejor que hagas un trato con ellos, te declares culpable e intentes pactar. Si lo haces, quizá podamos darles la suficiente información para asegurar el caso contra tu amigo de Nueva York. Si la SEC lo acepta y nos necesitan, tal vez te reduzcan la condena. Pero no quiero engañarte. Si lo que dices es verdad y pueden probarlo, creo que irás a la cárcel, Seth. Va a ser difícil sacarte de esta, peor que difícil. Has dejado un rastro muy visible. No hablamos de migajas; es mucho dinero. Un fraude de sesenta millones de dólares no es una nimiedad para el gobierno. No darán marcha atrás en esto. -De repente se le ocurrió algo-.
– ¿Estás al día en el pago de los impuestos? -Eso sí que sería como abrir la caja de Pandora; Sarah le había hecho la misma pregunta. Si también había cometido un fraude con los impuestos, iba a estar encerrado mucho, muchísimo tiempo.
– Totalmente -afirmó Seth, casi ofendido-. Nunca hago trampas con los impuestos.
Solo estafaba a sus inversores y a los de Sully. Henry se dijo que debía de tratarse de una cuestión de honor entre ladrones.
– Son buenas noticias -respondió secamente.
Seth lo interrumpió.
– ¿A qué me enfrento, Henry? ¿Cuánto tiempo podría caerme, en el peor de los casos?
– ¿En el peor de los casos? -repitió Henry. Reflexionó, tomando todos los elementos en consideración, o todo lo que sabía hasta entonces-. Es difícil saberlo. La ley y la SEC ven con muy malos ojos a los que defraudan a los inversores… No estoy seguro. Sin ninguna modificación ni acuerdo extrajudicial, veinticinco años, puede que treinta. Pero eso no ocurrirá, Seth -lo tranquilizó-. Podremos compensarlo con otros factores. En el peor de los casos, serían entre cinco y diez años. Si tenemos suerte, de dos a cinco. Creo que, en este caso, sería lo mejor que podríamos conseguir. Espero que logremos que acepten algo así.
– ¿En una prisión federal? ¿Crees que quizá aceptarían algún tipo de encarcelación en casa bajo vigilancia electrónica? Podría vivir con eso mucho más fácilmente que si tuviera que ir a la cárcel -dijo. Parecía asustado-. Tengo esposa e hijos.
Aunque se le pasó por la cabeza, Henry no le dijo que tendría que haber pensado en eso antes. Seth tenía treinta y siete años y, debido a la codicia y a su falta de integridad, había destruido la vida de su familia, además de la suya. Aquello no iba a ser agradable y no quería darle a Seth la falsa impresión de que podía salvarlo y evitar que pagara por lo que había hecho. Los federales que investigaban el caso no bromeaban. Odiaban a los tipos como Seth, que consumidos por la codicia y su ego creían que estaban por encima de la ley. Las leyes que regían los fondos de alto riesgo y las instituciones estaban hechas para proteger a los inversores de hombres como Seth. Aunque había vacíos legales, no eran lo bastante grandes para un delito como ese. El trabajo de Henry era proteger a Seth, para bien o para mal. En este caso, posiblemente para mal. No se podía negar que, incluso siendo optimista, era un caso difícil.
– No creo que confinarte en casa con un brazalete sea una opción realista -dijo Henry con franqueza. No iba a mentir a Seth. No quería asustarlo demasiado, pero tenía que decirle honradamente cuáles eran sus posibilidades, hasta donde él podía calibrarlas-. Tal vez te consiga pronto la libertad condicional. Pero no al principio. Seth, me parece que debes empezar a enfrentarte al hecho de que tendrás que ir a prisión un tiempo. Esperemos que no sea demasiado. Pero dada la cantidad de dinero que Sully y tú habéis hecho circular, será un castigo importante, a menos que les demos algo que los convenza de hacer un trato. Pero incluso entonces, no quedarás impune.
Prácticamente era lo mismo que Seth le había dicho a Sarah la mañana después del terremoto. En el momento en el que se produjo el seísmo y los teléfonos dejaron de funcionar, supo que estaba jodido. Igual que ella. Henry se limitaba a explicarlo más claramente. Revisaron los detalles una vez más y Seth le contó toda la verdad. Tenía que contársela. Necesitaba su ayuda y Henry prometió estar presente en la reunión con el FBI, al día siguiente por la tarde. El gran jurado se reuniría en Nueva York, para analizar los cargos contra Sully, exactamente a la misma hora. Eran las seis de la tarde cuando Henry se fue y Seth salió del despacho, con aire agotado.
Bajó para reunirse con Sarah, que estaba en la cocina dando de comer a los niños. Parmani también estaba abajo, haciendo la colada. Cuando Seth entró, Sarah parecía preocupada.
– ¿Qué ha dicho?
Al igual que Seth, tenía la esperanza de que se produjera un milagro. Era lo único que podía salvarlo. Seth se dejó caer en una silla y miró tristemente a sus hijos, y luego, de nuevo a ella. Molly trataba de enseñarle algo, pero él no le hizo caso. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.
– Más o menos lo que yo pensaba. -Decidió que en primer lugar le contaría lo peor que podía pasar-. Dice que podrían caerme hasta treinta años de cárcel. Si tengo suerte, y quieren hacer un trato conmigo, quizá entre dos y cinco. Tendría que vender a Sully para conseguirlo y la verdad es que no quiero hacerlo. -Suspiró e inmediatamente después le mostró otro aspecto más de quién era-. Pero puede que tenga que hacerlo. Mi culo está en juego.
– Y el suyo. -A Sarah nunca le había gustado Sully. Pensaba que había algo turbio en él; además, siempre se había mostrado condescendiente con ella. Ahora sabía que tenía razón: era una mala persona. Pero también lo era Seth. Y estaba dispuesto a vender a su amigo, lo cual hacía que, de alguna manera, todo tuviera peor aspecto-. ¿Y si él te vende primero?
A Seth no se le había ocurrido. Sully iba por delante en todo el proceso. Era muy posible que en aquel mismo momento se lo estuviera cantando todo a la SEC y al FBI. Lo creía muy capaz. Por otro lado, también Seth estaba dispuesto a hacerlo. Ya lo había decidido, después de lo que le había dicho el abogado. No tenía intención de cumplir treinta años de condena; estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para salvar el pellejo. Aunque significara hundir a su amigo. Sarah podía leerlo en su cara y sentía náuseas; no porque vendiera a Sully, que en su opinión se lo merecía, sino porque no había nada sagrado para Seth, ni sus inversores ni su socio de delito ni siquiera su esposa y sus hijos. Ahora conocía cuál era su situación y quien era él.
– ¿Y tú? ¿Dónde estás en todo esto? -le preguntó Seth, con aire preocupado, después de que Parmani se llevara a los niños arriba, para bañarlos. De todos modos, Molly no podía entender de qué hablaban y Ollie solo era un bebé.
– No lo sé -dijo Sarah, pensativa.
Henry le había dicho a Seth que sería importante que ella asistiera a la vista y al juicio. Ahora era crucial cualquier apariencia de respetabilidad que pudieran darle al acusado.
– Voy a necesitarte durante el proceso -dijo sinceramente-, y todavía más después. Podría no estar aquí durante mucho tiempo.
Las lágrimas afloraron a los ojos de Sarah al oír aquellas palabras; se levantó para dejar los platos de los niños en el fregadero. No quería que sus hijos la vieran llorar, ni él tampoco. Pero Seth la siguió hasta donde estaba.
– No me dejes ahora, Sarrie. Te quiero. Eres mi esposa. No puedes dejarme tirado -suplicó.
– ¿Por qué no lo pensaste antes? -preguntó ella en un susurro mientras las lágrimas le caían por las mejillas en aquella preciosa cocina, en aquella casa que adoraba. El problema con su actual situación era que no se trataba de salvar la casa ni su estilo de vida, sino de que estaba casada con un hombre tan corrupto y deshonesto que había destrozado su vida y su futuro y que, ahora, decía que la necesitaba. ¿Y lo que ella necesitaba de él? ¿Y sus hijos? ¿Y si iba treinta años a prisión? ¿Qué pasaría con todos ellos? ¿Qué vida tendrían ella y los niños?
– Estaba construyendo algo para nosotros -explicó Seth con voz apagada, cerca de ella, junto al fregadero-. Lo hacía por ti, Sarah, por ellos. -Con un gesto señaló hacia el piso de arriba-. Supongo que quise hacerlo demasiado rápido, y me estalló en la cara. -Dejó caer la cabeza con aire avergonzado. Pero Sarah veía que la estaba manipulando, del mismo modo que estaba dispuesto a traicionar a su amigo; era más de lo mismo. Todo giraba en torno a él. Los demás podían irse al infierno.
– Intentaste hacerlo de manera deshonesta. Es diferente -le recordó Sarah-. No tiene nada que ver con construir algo para nosotros. Tiene que ver contigo, con llegar a ser un pez gordo y un ganador, sin importar lo que costara, a expensas de todos, incluso de los niños. Si vas treinta años a la cárcel, ni siquiera te conocerán. Te verán de vez en cuando en las visitas. Por todos los santos, igual podrías estar muerto -dijo furiosa. Ya no se sentía solo destrozada y asustada.
– Muchísimas gracias -dijo Seth, con un brillo alarmante en los ojos-. No cuentes con ello. Me gastaré hasta el último centavo para pagar a los mejores abogados que pueda conseguir y apelar una y otra vez, si tengo que hacerlo. -Pero ambos sabían que antes o después tendría que pagar por sus delitos. Esta última vez, él y Sully pagarían por todas las ocasiones en las que habían hecho lo mismo. Se hundirían, juntos, muy hondo, y Sarah no quería que la arrastrara con él, por mucho que le costara-. ¿Qué ha pasado con «para lo bueno y para lo malo»?
– No creo que eso incluya un fraude de valores y treinta años de cárcel -dijo Sarah con voz temblorosa.
– Incluye permanecer al lado de tu marido cuando está hasta el cuello de mierda. Intenté construir una vida para nosotros, Sarah. Una buena vida. Una gran vida. No oí que te quejaras de lo «bueno» cuando compré esta casa y te dejé que la llenaras de arte y antigüedades, cuando te compré montones de joyas, ropa cara, una casa en Tahoe y un avión. No oí que me dijeras que era demasiado.
Sarah no daba crédito a lo que oía. Solo escucharlo le provocaba más náuseas.
– Te dije que era demasiado caro y que estaba preocupada -le recordó-. Lo hacías todo muy deprisa.
Pero ahora, ambos ya sabían cómo. Lo había hecho con ganancias adquiridas fraudulentamente, engañando a los inversores, haciéndoles creer que tenía más de lo que tenía, para que le dieran más dinero para sus arriesgadas inversiones. Por loque ella sabía, probablemente se había quedado con una parte. Al pensarlo ahora, comprendió que era muy posible. No se había detenido ante nada para llegar a la cima, y ahora iba a tener una caída vertiginosa hasta el suelo. Puede que incluso fuera fatal para ella, después de destruir la vida de todos ellos.
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