– ¿Alguna vez recibes cartas amenazadoras? -preguntó Tom, mientras se secaban tumbados junto a la piscina. Nunca había pensado en lo que significaba proteger a alguien en la posición de Melanie. La vida había sido mucho más sencilla para ella en Presidio, aunque no durara mucho. Y él no se había dado cuenta de que algunos de los hombres que viajaban con ella eran guardaespaldas.
– A veces -respondió ella, vagamente-. Sí. Los únicos que me amenazan están chiflados. No creo que nunca llegaran a hacerme nada, aunque algunos llevan años escribiéndome.
– ¿Amenazándote? -Parecía horrorizado.
– Sí -dijo riendo.
Eran gajes del oficio y estaba acostumbrada. Incluso recibía cartas tan apasionadas que daban miedo, de hombres en cárceles de máxima seguridad. Nunca contestaba. De ahí salían los acechadores, cuando los soltaban. Era cauta en extremo y nunca pascaba por lugares públicos sola; cuando los llevaba con ella, sus guardaespaldas la cuidaban muy bien.
Siempre que era posible, prefería no utilizarlos cuando hacía recados o visitaba a sus amigos en Los Ángeles; decía que prefería conducir ella misma.
– ¿Y alguna vez tienes miedo? -preguntó Tom, cada vez más preocupado. Quería protegerla, pero no estaba seguro de cómo.
– Por lo general no. Solo muy de vez en cuando; depende de lo que diga la policía sobre el acechador. He pasado lo mío, pero no ha sido peor de lo que ha tenido que soportar cualquiera de por aquí. Cuando era más joven, sí que me asustaba mucho, pero la verdad es que ahora ya no. Los únicos acechadores que me preocupan son los periodistas. Pueden comerte viva. Ya lo verás -le advirtió, pero él no veía cómo iba a afectarlo. Era muy ingenuo sobre el tipo de vida que ella llevaba y sobre todo lo que entrañaba. Seguro que tenía sus desventajas, pero tumbado al sol, charlando con ella, todo parecía muy sencillo. Melanie era como cualquier otra chica.
Al final de la tarde fueron a dar una vuelta en coche. La llevó a tomar un helado y ella le enseñó la escuela donde había ido antes de dejar los estudios. Le dijo que seguía queriendo ir a la universidad, pero que, por el momento, solo era un sueño, no una posibilidad. Estaba fuera demasiado tiempo, así que leía todo lo que podía. Entraron en una librería juntos y descubrieron que tenían los mismos gustos y que les habían entusiasmado los mismos libros.
Volvieron a casa y, más tarde, la llevó a cenar a un pequeño restaurante mexicano que a ella le gustaba. Después regresaron y vieron una película en la sala de juegos, en la pantalla de plasma gigante. Era casi como estar en el cine. Cuando Janet llegó, pareció sorprendida de verlo todavía allí. Tom se sintió algo incómodo al ver su desagrado, que no intentaba ni siquiera disimular. Eran las once cuando se marchó. Melanie lo acompañó hasta la camioneta, que estaba en el camino de entrada y se dieron un largo beso a través de la ventanilla. Tom dijo que había pasado un día maravilloso, igual que ella. Había sido una primera cita muy respetuosa y muy agradable. Le dijo que la llamaría al día siguiente, pero la llamó en cuanto salió del camino. El móvil de Melanie sonó mientras se dirigía hacia la casa, pensando en él.
– Ya te extraño -dijo Tom.
Ella se echó a reír.
– Yo también. Hoy lo he pasado muy bien. Espero que no te aburrieras, quedándote aquí todo el rato.
A veces, a ella le resultaba difícil salir, a causa de la gente que la reconocía en todas partes. Todo había ido bien cuando fueron a tomar el helado, pero la gente de la librería se había quedado mirándola embobada y tres personas le habían pedido un autógrafo mientras pagaban. Era algo que detestaba cuando salía con alguien. Siempre le parecía una intrusión y molestaba al hombre con el que estaba. Pero a Tom le había divertido.
– Lo he pasado estupendamente -dijo, tranquilizándola-. Te llamaré mañana. A lo mejor podemos hacer algo el fin de semana.
– Me encanta ir a Disneylandia -confesó ella-. Hace que me sienta una niña de nuevo. Pero en esta época del año está atestado. Es mejor en invierno.
– Eres una niña -respondió él, sonriendo-. Una niña fantástica, de verdad. Buenas noches, Melanie.
– Buenas noches, Tom -dijo, y colgó con una sonrisa de felicidad.
Su madre, que salía entonces de su habitación, vio que Melanie se dirigía hacia ella.
– ¿De qué iba esto de hoy? -preguntó Janet, todavía con expresión contrariada-. Ha estado aquí todo el día. No empieces nada con él, Mel. No vive en nuestro mundo. -Eso era precisamente lo que le gustaba a Melanie-. Te está utilizando por lo que eres.
– No, no es así, mamá -dijo Melanie, furiosa y ofendida por él. Tom no era ese tipo de hombre-. Es una persona normal y decente. No le importa lo que soy.
– Eso es lo que tú crees -dijo Janet, escéptica-. Si sales con él, no volverás a aparecer en la prensa, y eso no es bueno para tu carrera.
– Estoy harta de oír hablar de mi carrera, mamá -dijo Melanie, con aire triste. Era de lo único que hablaba su madre. A veces, la veía en sueños blandiendo un látigo-. En la vida hay otras cosas.
– No, si quieres ser una gran estrella.
– Soy una gran estrella, mamá. Pero también necesito tener una vida. Y Tom es un hombre realmente estupendo. Mucho mejor que esos tipos de Hollywood con los que he salido.
– Porque todavía no has conocido al hombre adecuado -dijo Janet, tajante, indiferente a lo que Melanie sentía por Tom.
– ¿Hay alguno? -le espetó Melanie, rabiosa-. A mí, ninguno me lo parece.
– ¿Y él sí? -inquirió Janet, preocupada-. Ni siquiera lo conoces. Solo era una cara más en aquel horroroso campamento de refugiados. -Seguía soñando con él y ninguno de sus sueños era agradable. Todos ellos habían quedado traumatizados en un grado u otro, en particular cuando se produjo el terremoto. Nunca, en toda su vida, se había sentido tan feliz de volver a dormir en su cama.
Melanie no le dijo que no opinaba que el campamento fuera horroroso. Para ella, lo único realmente horrible había sido que su supuesto novio se acostara con quien afirmaba ser su mejor amiga. Ahora se había librado de los dos, sin ningún pesar por su parte. Aunque su madre sí lo lamentaba, y seguía hablando con Ashley una vez al día, por lo menos, prometiéndole que arreglaría las cosas con Melanie, a pesar de que ella no tenía ni idea de que hablaran regularmente.
Melanie no tenía ninguna intención de dejar que Ashley entrara de nuevo en su vida. Ni Jake. La llegada de Tom le parecía una recompensa por haberlos perdido. Dio las buenas noches a su madre y recorrió lentamente el pasillo hasta su habitación, pensando en Tom. Había sido una primera cita absolutamente perfecta.
Capítulo 14
Tom volvió a ver a Melanie varias veces. Salían a cenar, al cine y descansaban en la piscina, pese a la evidente desaprobación de Janet, que apenas le hablaba, aunque él era extremadamente cortés con ella. Una vez, llevó a su hermana para que conociera a Melanie. Los tres hicieron una barbacoa junto á la piscina y lo pasaron en grande. A la hermana de Tom le impresionó mucho Melanie, por lo sencilla, abierta, amable y comprensiva que era. No había nada en su actitud que hiciera pensar que era una estrella. La verdad era que actuaba como cualquier chica de su edad. Le hizo muchísima ilusión que los invitara al concierto en el Hollywood Bowl, en junio.
Todavía no se habían acostado. Habían decidido tomarse las cosas con calma, ver qué pasaba y conocerse bien primero. Melanie seguía sintiéndose herida a causa de Jake, y Tom no la apremiaba. Decía constantemente que tenían tiempo. Siempre lo pasaban bien juntos. El llevaba todas sus películas y CD favoritos, y poco después de que ella conociera a su hermana, Nancy, la invitó a cenar a Pasadena. Melanie encontró adorables a sus padres. Eran auténticos, agradables y cordiales. Tenían conversaciones inteligentes, eran personas instruidas y se notaba que todavía se gustaban; fueron muy respetuosos con ella, y sensibles al hecho de que fuera quien era. No hicieron alharacas, la acogieron como a cualquiera de los amigos de sus hijos… al contrario que Janet, que seguía actuando como si Tom fuera un intruso, o algo peor. Hacía todo lo posible por ser desagradable con él, pero el joven le dijo a Melanie que no le importaba. Comprendía que Janet lo viera como una amenaza y que pensara que no era el tipo de hombre con el que debía salir su hija, en particular si quería que los tabloides y la prensa se ocuparan de ella, que era lo que Janet quería. Melanie se disculpaba constantemente por el comportamiento de su madre y, poco a poco, empezó a pasar más tiempo en Pasadena cuando no estaba ensayando.
Tom la acompañó a los ensayos dos veces y se quedó totalmente impresionado por lo profesional que era. Su exitosa carrera no era una casualidad. Era brillante en todos los aspectos técnicos, hacía ella misma los arreglos, escribía algunas de las canciones y trabajaba increíblemente duro. Los dos ensayos a los que Tom asistió, para el concierto en el Hollywood Bowl, se prolongaron hasta las dos de la madrugada, hasta que Melanie creyó que todo estaba perfecto. Los técnicos con los que habló mientras vagaba por allí le dijeron que siempre era así. A veces, trabajaban hasta las cuatro o las cinco de la mañana, y luego quería que estuvieran de nuevo allí a las nueve. Les exigía mucho, pero se exigía más todavía a sí misma. Además, Tom pensaba que tenía una voz de ángel.
Melanie le había dicho que el día del concierto podía llegar temprano y que él y Nancy podían quedarse en su camerino, con ella, hasta que empezara. El le tomó la palabra. Cuando llegaron, se encontraron con que Janet estaba allí, con Melanie, yendo arriba y abajo y dando órdenes e instrucciones. Luego bebió champán y la maquillaron. A veces, los fotógrafos querían que ella también posara. No prestó la menor atención ni a Tom ni a Nancy mientras pudo y luego salió disparada para ir a buscar al peluquero de Melanie, que estaba fuera, fumando con algunos de los músicos. Todos conocían a Tom personalmente y opinaban que era un tipo agradable.
La dejaron media hora antes de que empezara el concierto. Tenían que acabar de maquillarla y debía vestirse. Tom pensó que estaba asombrosamente tranquila, considerando que estaba a punto de actuar ante ochenta mil personas. Era lo que mejor hacía. Iba a presentar cuatro canciones nuevas para ver cómo funcionaban. La gira empezaría pronto. Tom le había prometido que iría a verla siempre que pudiera, aunque empezaba a trabajar en julio y estaba entusiasmado. Iba a trabajar con Bechtel, y le habían prometido que viajaría a otros países. Decía que eso lo mantendría ocupado mientras Melanie no estuviera, y que era mucho mejor que el puesto que había conseguido en San Francisco antes del terremoto. Esta oportunidad le había llegado sin buscarla, a través de unas relaciones de su padre, pero encerraba una importante oportunidad profesional para él. Si les gustaba su trabajo, incluso considerarían la posibilidad de pagarle los estudios en la escuela de negocios.
– Buena suerte, Mel -le susurró antes de salir del camerino-. Estarás fantástica.
Les había dado unos asientos en primera fila. Cuando él se fue, Melanie se metió en un vestido ajustado de satén rojo, comprobó el maquillaje y el peinado y se puso unas sandalias plateadas, con una plataforma altísima. Tenía que cambiar seis veces de vestuario, con un único descanso. Iba a trabajar muy duro.
– Cantaré una de las canciones para ti -le murmuró al oído cuando él la besó-. Sabrás cuál es. Acabo de escribirla. Espero que te guste.
– Te quiero -dijo él. A Melanie se le pusieron los ojos como platos. Era la primera vez que se lo decía, y era todavía más asombroso porque aún no habían hecho el amor. Parecía casi irrelevante en esos momentos; todavía se estaban conociendo, aunque era maravilloso pasar el tiempo juntos.
– Yo también te quiero -respondió.
Él se marchó, justo en el momento en el que entraba su madre, como un huracán, recordándole que tenía menos de veinte minutos, que dejara de tontear y que se preparara. La seguían cuatro fotógrafos, que esperaban fotografiar a Melanie.
Janet la ayudó a subirse la cremallera del vestido y Melanie le dio las gracias. Luego, Pam dejó entrar a los fotógrafos. Janet posó con ella para dos de las fotos. Melanie parecía muy pequeña a su lado. Su madre era una mujer grande y su presencia se imponía dondequiera que estuviera.
En ese momento fueron a buscarla. El concierto estaba a punto de empezar. Corrió hacia el escenario, saltando con agilidad por encima de los cables y el equipo, saludó rápidamente a los músicos, se colocó fuera de la vista del público y cerró los ojos. Respiró lenta y profundamente tres veces. Oyó que le daban la entrada y se movió despacio hasta quedar a la vista, en medio del humo. Cuando este se aclaró, allí estaba ella. Miró al público con la sonrisa más sexy que Tom había visto en su vida y ronroneó un saludo. Aquello no se parecía en nada a los ensayos ni ella a la chica que él había llevado a cenar a su casa, en Pasadena. Cuando Melanie conquistaba al público cantando con todo el corazón, haciendo que las vigas del techo casi temblaran, era, en todas y cada una de las fibras de su ser, una estrella. Las luces eran demasiado intensas para que viera a Tom y a su hermana entre el público. Pero, en su corazón, sentía que estaba allí y, esa noche, cantaba para él.
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