– ¡Guau! -exclamó Nancy tocándole el brazo a su hermano, que se volvió hacia ella con una sonrisa-. ¡Es increíble!
– Sí que lo es -afirmó él, orgulloso.
No pudo apartar los ojos de ella hasta el descanso; entonces corrió hasta su camerino para verla y decirle lo fabulosa que era. Le emocionaba estar allí, con ella, y le entusiasmaba su actuación. Apenas lograba expresar lo maravillosa que le parecía. Melanie pensó que era muy distinto salir con alguien que no fuera del sector del espectáculo. Tom nunca sentía celos. Se besaron rápidamente y él volvió a su asiento. Melanie tenía que cambiarse de nuevo y era un cambio difícil. Pam y su madre la ayudaron a ponerse el ajustadísimo vestido; era incluso más ceñido que los que había llevado hasta entonces. Tenía un aspecto fabuloso cuando salió de nuevo al escenario para la segunda parte del concierto.
Aquella noche cantó siete bises. Siempre lo hacía, para complacer a sus fans. Les encantó la nueva canción que había escrito para Tom. Se llamaba «Cuando te encontré» y hablaba de sus primeros días juntos en San Francisco; del puente, de la playa y del terremoto que se había producido en su corazón. El la escuchaba, embelesado, y su hermana tenía los ojos llenos de lágrimas.
– ¿Habla de ti? -preguntó en un susurro.
El asintió, y ella cabeceó, asombrada. El tiempo diría cómo sería su relación, pero estaba claro que había empezado como un cohete lanzado al espacio y no daba señales de reducir la marcha.
Más tarde, cuando acabó el concierto, se reunieron con Melanie en el camerino. Esta vez había docenas de personas felicitándola: fotógrafos, su secretaria, su madre, amigos, encargados del equipo que habían conseguido llegar hasta allí. Tom y Nancy se vieron engullidos por la multitud; después fueron a cenar a Spago, aunque ya era tarde, porque les costó bastante llegar hasta allí. Wolfgang Puck en persona les había preparado la cena.
Después, Tom y Nancy volvieron a Pasadena. Tom besó a Melanie antes de marcharse, pero le prometió volver a verla por la mañana; luego todos se dispersaron. Había sido una noche larga. A Melanie la esperaba una larguísima limusina blanca frente al restaurante. Era cualquier cosa menos discreta, pero esta era su imagen pública, la que Tom nunca había visto hasta entonces. Era la Melanie privada la que él amaba, pero tenía que reconocer que esta también era genial.
La llamó al móvil en cuanto llegó a casa y le repitió lo fabulosa que había estado. Melanie había conseguido que se convirtiera en un fan acérrimo, en particular después de la canción que había escrito solo para ellos dos. A él le parecía que ganaría otro premio Grammy.
– Estaré ahí a primera hora de la mañana -prometió. Procuraban pasar juntos todo el tiempo posible antes de que ella se fuera a Las Vegas la semana siguiente.
– Podemos leer las críticas juntos cuando vengas. Odio esa parte. Siempre encuentran algo con lo que meterse.
– No veo cómo podrán hacerlo esta vez.
– Lo harán -afirmó, como la profesional que era-. Los celos son una mierda. -Con frecuencia, las malas críticas tenían más que ver con ellos que con una mala actuación, pero dolían igual, aunque ya estuviera acostumbrada. Siempre dolían. En ocasiones, Pam y su madre le ocultaban algunas, si les parecía que eran demasiado groseras, lo cual también sucedía a veces.
Al día siguiente, cuando Tom llegó, había periódicos abiertos por toda la mesa de la cocina.
– Hasta ahora, todo va bien -susurró Melanie a Tom mientras su madre se los iba dando uno por uno. Parecía contenta.
– Les gustan las nuevas canciones -comentó Janet, mirando a Tom con una sonrisa glacial. Hasta ella tenía que admitir que la dedicada a él era buena.
En general, las críticas eran estupendas. El concierto había sido un gran éxito, lo cual era un buen augurio para la gira; incluso para el espectáculo de Las Vegas, que era para un público más reducido y para el que ya no quedaban entradas, igual que había sucedido con el de Hollywood Bowl.
– Bueno, ¿y qué planes tenéis para hoy vosotros dos? -preguntó Janet, mirándolos con aire satisfecho, como si hubiera sido ella quien hubiera dado el concierto. Era la primera vez que voluntariamente incluía a Tom en algo que decía. Algo había cambiado, aunque Melanie no sabía por qué. Tal vez era solo porque estaba de buen humor o porque había acabado dándose cuenta de que Tom no iba a ser un obstáculo en la carrera de Melanie. El se limitaba a observar lo que pasaba y a apoyar cualquier cosa que ella hiciera.
– Solo quiero descansar -dijo Melanie. Tenía que volver al estudio de grabación al día siguiente. Además, los ensayos para el espectáculo de Las Vegas empezaban el día después-. Y tú, mamá, ¿qué vas a hacer?
– Voy a ir a Rodeo, de compras -contestó, con una amplia sonrisa. Lo que la hacía más feliz era que Melanie diera un gran concierto y que al día siguiente las críticas fueran buenas.
Esta vez, los dejó solos sin miradas adustas ni portazos para gran sorpresa de Tom.
– Me parece que tu iniciación ha tocado a su fin -dijo Melanie, suspirando-. Por el momento, en todo caso. Debe de haber decidido que no eres una amenaza.
– Y no lo soy, Mel. Me encanta lo que haces. Fue increíble verte anoche. No podía creer que estaba allí, sentado… y cuando cantaste aquella canción, estuve a punto de morirme.
– Me alegro de que te gustara. -Se inclinó hacia él y lo besó. Parecía cansada, pero contenta. Acababa de cumplir veinte años y a él le parecía más bonita que nunca-. Ojalá pudiera tomarme un descanso, en algún momento, y alejarme de todo esto. Se vuelve cansado después de un tiempo -confesó. Ya se lo había dicho, durante las semanas anteriores. Los días que pasó trabajando en el hospital de campaña, después del terremoto, habían sido un alivio enorme.
– Puede que un día de estos -dijo tratando de animarla, pero ella negó con la cabeza.
– Ni mi madre ni mi agente lo permitirán. El éxito es demasiado dulce para ellos. Lo exprimirán hasta que yo muera. -Su voz era triste al decirlo.
Tom la abrazó y la besó. La mirada de sus ojos le había llegado al alma, igual que había hecho su canción. Era una mujer extraordinaria, y sabía que él era un tipo con suerte. El destino le había dado unas cartas fabulosas. El terremoto de San Francisco y, a consecuencia de ello, conocerla, había sido lo mejor que le había ocurrido en la vida.
Aquella mañana, mientras Janet leía las críticas de Melanie en Hollywood, Sarah y Seth Sloane también leían las suyas. Finalmente, la noticia había llegado a los periódicos de San Francisco; ninguno de los dos sabía por qué había tardado tanto. Lo habían arrestado semanas atrás pero, sorprendentemente, nadie había explotado aquel hecho. Sin embargo, al final había estallado, como los fuegos artificiales del 4 de julio; incluso habían informado de ellos los de Associates Press. Sarah tenía la impresión de que los periodistas que habían cubierto el arresto de Sully y su inminente proceso, habían informado a sus colegas de la prensa de San Francisco de que, en el oeste, tenía un socio en el delito. Hasta entonces, la historia de Seth había desaparecido por algún agujero, pero ahora estaba en primera plana. El Chronicle publicaba todos los detalles morbosos, con una foto de Seth y Sarah en la reciente gala benéfica de los Smallest Angels. Lo que escribían sobre él era deprimente. Reproducían la acusación completa, con todos los detalles, el nombre de sus fondos de riesgo y las circunstancias que habían llevado a su arresto. Decían que su casa estaba a la venta y mencionaban que tenía otra casa en Tahoe y un avión. Lograban que pareciera que todo lo que poseía había sido pagado con dinero adquirido de forma fraudulenta. Lo pintaban como el mayor sinvergüenza y estafador de la ciudad. Era profundamente humillante para él y muy doloroso para ella. No dudaba de que sus padres lo leerían en las Bermudas, una vez que AP lo transmitiera. Comprendió que tenía que llamarlos de inmediato. Con suerte, todavía podría explicárselo ella. Para Seth, era más sencillo. Sus padres eran muy mayores cuando él nació, y ambos habían muerto. Pero los padres de ella estaban perfectamente vivos y se escandalizarían, sobre todo porque querían a Seth, lo habían querido desde el primer momento.
– No es una historia bonita, ¿verdad? -preguntó Seth, mirándola.
Los dos habían perdido mucho peso. El tenía un aspecto demacrado y ella parecía exhausta.
– Pero no se puede hacer mucho para maquillarlo -respondió ella, sinceramente.
Eran los últimos días de su vida en común. Se habían puesto de acuerdo en seguir en la casa de Divisadero, por el bien de los niños, hasta que se vendiera; luego, cada uno se trasladaría a su piso. Esperaban varias ofertas durante aquella semana. No faltaba mucho. Sarah sabía que la entristecería tener que dejar la casa. Pero estaba más disgustada por su matrimonio y por su marido que por la casa, que solo había sido suya durante unos pocos años. La casa de Tahoe estaba a la venta, con todo lo que había en ella, incluidos los utensilios de cocina, los televisores y la ropa blanca. Así era más fácil venderla a alguien que quisiera una casa para ir a esquiar y no tuviera que molestarse en decorarla o llenarla. La casa de la ciudad la vendían vacía. Las antigüedades las subastarían en Christie's, junto con los cuadros de arte contemporáneo. Sus joyas se estaban empezando a vender en Los Ángeles.
Sarah seguía buscando trabajo, pero todavía no había encontrado nada. Conservaba a Parmani para los niños, porque sabía que cuando encontrara trabajo necesitaría a alguien que los cuidara. Detestaría dejarlos en una guardería, aunque sabía que otras madres lo hacían. Pero lo que en realidad deseaba era poder hacer lo que había hecho hasta ahora: quedarse en casa con ellos, igual que durante los tres años anteriores. Pero eso se había acabado. Con Seth gastando cada centavo que tenían en abogados que lo defendieran y, posiblemente, en multas, ella tenía que trabajar, no solo para ayudar, sino porque en algún momento tendría que mantener a los niños sin ayuda de Seth. Si todo lo que tenían desaparecía en órdenes judiciales, pleitos y en el fondo para la defensa, y luego lo enviaban a prisión, ¿quién iba a ayudarlos? Solo quedaría ella.
Después de aquella increíble y espantosa traición, no confiaba en nadie más que en ella misma. Ya no podía contar con él. Además, sabía que nunca más volvería a confiar en él. Seth lo veía claramente en sus ojos, siempre que sus miradas se encontraban. No tenía ni idea de cómo reparar el daño ni si podría conseguirlo alguna vez. Lo dudaba, teniendo en cuenta todo lo que ella había dicho. No lo había perdonado y empezaba a pensar que no lo haría nunca. Pero no podía culparla. Se sentía profundamente responsable del efecto que todo aquello tenía en ella. Había destrozado la vida de los dos.
Se quedó horrorizado al leer el artículo del periódico. Los hacía picadillo, a él y a Sully; los presentaba como si fueran delincuentes comunes. No decía nada amable ni compasivo. Eran dos tipos perversos que habían montado unos fondos de riesgo fraudulentos, habían mentido respecto al respaldo financiero que tenían y habían estafado dinero a la gente. ¿Qué más podían decir? Estas eran las imputaciones y, como Seth había reconocido ante Sarah y ante su abogado, todas las acusaciones hechas contra ellos eran ciertas.
Sarah y Seth apenas hablaron durante todo el fin de semana. Sarah no lo insultó ni le hizo ningún reproche. No servía de nada. Estaba demasiado dolida. Él había destruido hasta la última brizna de fe y seguridad que ella tuvo alguna vez en él y había tirado su confianza por la borda, al demostrar que era indigno de ellas. Había puesto en peligro el futuro de sus hijos y asestado un duro golpe al suyo. Había convertido sus peores pesadillas en realidad, para bien o para mal.
– No me mires así, Sarah -dijo él finalmente por encima del periódico.
Había un artículo más extenso y desagradable en la edición dominical de The New York Times, que también incluía a Seth. La vergüenza de Seth y Sarah era proporcional a lo importantes que habían llegado a ser en su comunidad. Aunque ella no había hecho nada y no sabía nada de las actividades de su marido antes del terremoto, veía que la estaban midiendo por el mismo rasero. El teléfono no había parado de sonar desde hacía días, así que conectó el contestador. No quería hablar con nadie, y tampoco quería saber nada de nadie. La compasión la habría atravesado como un puñal y todavía le apetecía menos oír las apenas veladas risitas de satisfacción de los envidiosos. Estaba segura de que habría muchos de esos. Las únicas personas con las que habló fueron sus padres. Estaban destrozados y horrorizados; tampoco ellos comprendían qué le había pasado a Seth. Al final, todo se reducía a la falta de integridad y a una enorme codicia.
"Un Regalo Extraordinario" отзывы
Отзывы читателей о книге "Un Regalo Extraordinario". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Un Regalo Extraordinario" друзьям в соцсетях.