– ¿No podrías, por lo menos, intentar poner mejor cara? -preguntó Seth en tono de reproche-. La verdad es que sabes cómo empeorar las cosas.
– Me parece que de eso ya te ocupaste tú, y con mucha eficacia, Seth -dijo mientras recogía los platos del desayuno.
Seth vio que lloraba junto al fregadero.
– Sarah, no… -En sus ojos había una ponzoñosa mezcla de rabia y pánico.
– ¿Qué quieres de mí? -Se volvió para mirarlo, angustiada-. Seth, estoy muy asustada… ¿Qué va a pasarnos? Te quiero, y no deseo que vayas a la cárcel. Querría que nada de esto hubiera sucedido… Quiero que vuelvas atrás y deshagas lo que has hecho… no puedes… no me importa el dinero. No quiero perderte… te quiero… pero has tirado toda nuestra vida por la borda. ¿Qué se supone que tengo que hacer?
Seth no podía soportar el dolor que veía en sus ojos pero, en lugar de abrazarla, que era lo único que ella quería, dio media vuelta y se marchó. También él sentía tanto dolor y tanto miedo que no tenía nada que darle. La quería, pero estaba demasiado asustado por lo que podía ocurrirle para ser de alguna ayuda para ella y para los niños. Sentía como si estuviera solo, ahogándose. Igual que ella.
Sarah no recordaba que en toda su vida le hubiera pasado nada tan terrible, excepto cuando su bebé prematuro estuvo a punto de morir, aunque lo salvaron en la unidad neonatal. Pero ahora no había forma de salvar a Seth. Su delito era demasiado grave, demasiado espantoso. Hasta los agentes del FBI parecieron sentir repugnancia hacia él, especialmente cuando vieron a los niños. Sarah nunca había perdido a nadie en circunstancias traumáticas. Sus abuelos murieron antes de que ella naciera o a causa de la edad, sin sufrir enfermedades terminales. Las personas a las que había querido la habían apoyado incondicionalmente. Había tenido una infancia feliz, sus padres eran unas personas responsables y firmes. Los hombres con los que había salido fueron buenos con ella. Seth siempre había sido maravilloso. Y sus hijos eran adorables y estaban sanos. Esto era, de lejos, lo peor que le había pasado nunca. Ni siquiera había perdido a un amigo en un accidente de coche o por culpa de un cáncer. Los treinta y cinco años de su vida habían transcurrido sin daño alguno, y ahora le habían echado encima una bomba nuclear. Y la persona que lo había hecho era el hombre que amaba, su marido. Estaba tan aturdida que en ningún momento sabía qué decir, particularmente a él. No sabía por dónde empezar para mejorar la situación, ni él tampoco. La verdad era que no había manera de hacerlo. Los abogados de Seth tendrían que hacer lo que pudieran con las abrumadoras circunstancias que él les había dado como punto de partida. Pero al final, Seth tendría que apechugar con las consecuencias, por muy amargas que fueran. Y ella también, aunque no había hecho nada para merecerlo. Esta era la parte de «para bien y para mal». Se estaba hundiendo en el infierno, con él.
Sarah llamó a Maggie al móvil el domingo por la noche y hablaron unos minutos. Maggie había leído los artículos de los periódicos en Presidio y compadecía a Sarah, incluso a Seth. Ambos estaban pagando por los pecados de él. Le daban lástima los niños. Le dijo a Sarah que rezara y que ella también lo haría.
– A lo mejor son indulgentes con él -dijo Maggie, esperanzada.
– Según el abogado de Seth, eso significaría entre dos y cinco años. En el peor de los casos, podrían llegar a ser treinta. -Todo esto ya se lo había dicho antes.
– No pienses en lo peor todavía. Solo ten fe y sigue nadando. A veces, es lo mejor que se puede hacer.
Sarah colgó, pasó silenciosamente frente al estudio de su marido y fue arriba a bañar a los niños. Seth había estado jugando con ellos y ella lo sustituyó. Ahora lo hacían todo por turnos; era raro que estuvieran en la misma habitación al mismo tiempo. Incluso estar cerca el uno del otro resultaba doloroso. Sarah no podía evitar preguntarse si se sentiría mejor o peor cuando se marchara. Quizá ambas cosas.
Everett llamó a Maggie por la noche para hablar de lo que había leído sobre Seth en la prensa de Los Ángeles. La historia se había difundido ya por todo el país. Se había quedado horrorizado por la noticia, entre otras cosas porque pensaba que Seth y Sarah eran una pareja perfecta. Recordó, una vez más, algo que sabía desde hacía años: nunca se sabe qué maldad se esconde en el corazón de un ser humano. Como todos los que habían leído los artículos, sentía lástima por Sarah y los niños, pero ninguna en absoluto por Seth. Si las acusaciones eran ciertas, estaba recibiendo lo que merecía, y parecían tan sólidamente fundadas que sospechaba que lo eran.
– Qué situación tan triste para ella. La vi un momento en la gala. Parece buena persona. Aunque, bien mirado, también él lo parecía. Quién podía imaginarlo… -También la había visto unos momentos en el hospital de campaña, pero no había hablado mucho con ella. Entonces le había parecí-do alterada, ahora sabía por qué-. Si la ves, dile que lo siento -dijo sinceramente.
Maggie no respondió si la vería o no. Era fiel a Sarah y a la relación que tenían y guardaba todos sus secretos, incluso el de que se veían.
Por lo demás, Everett estaba bien, igual que Maggie. Se alegraba de saber de él, pero, como siempre, después de colgar se sentía agitada. Solo oír su voz le llegaba al corazón. Tras hablar con él, rezó pensando en ello; luego, fue a dar un largo paseo por la playa para disfrutar del atardecer. Empezaba a preguntarse si debería dejar de contestar o de devolver sus llamadas. Pero se dijo que tenía la fuerza para enfrentarse a lo que sucedía. Después de todo, tan solo era un hombre. Y ella era la esposa de Dios. ¿Qué hombre podría competir con eso?
Capítulo 15
El concierto de Melanie en Las Vegas fue un éxito espectacular. Tom voló hasta allí para verlo y ella le cantó su canción de nuevo. El espectáculo tenía más efectos especiales y era más impactante, aunque el público era menos numeroso y el lugar más pequeño que en el concierto anterior. En Las Vegas se volvieron locos por Melanie. La cantante se sentó en el borde del escenario cuando hizo los bises, así que Tom podía alargar el brazo y tocarla desde su asiento en primera fila. Los fans se apretujaban a su alrededor, mientras los miembros de seguridad se esforzaban por contenerlos. Al final hubo una explosión de luces, mientras Melanie subía en una plataforma hacia el cielo, cantando con todo su corazón. Fue el espectáculo más impresionante que Tom había visto nunca, aunque se preocupó al enterarse de que Melanie se había torcido un tobillo al bajar de la plataforma, y tenía otras dos actuaciones al día siguiente.
Sin embargo, cuando llegó el momento, salió a escena igualmente, con unas sandalias plateadas de plataforma y el tobillo del tamaño de un melón. Tom la llevó a urgencias después de la segunda actuación. Melanie y él se fueron sin decirle nada a su madre. En urgencias le pusieron una inyección de cortisona para que pudiera volver a actuar al día siguiente. Los tres últimos días en Las Vegas tenía actuaciones más pequeñas. El concierto del estreno había sigo el grande. Cuando él se fue, al acabar el fin de semana, Melanie andaba con muletas.
– Cuídate, Melanie. Trabajas demasiado. -Tom parecía preocupado.
Habían pasado un buen fin de semana juntos, pero ella había estado ocupada con los ensayos y las actuaciones casi todo el tiempo. De todos modos, la primera noche se las arreglaron para ir a uno de los casinos. Y la suite de Melanie era de fábula. El se alojaba en la segunda habitación de la suite y se mostraron muy circunspectos las dos primeras noches. Pero la última noche, finalmente, cedieron a sus impulsos naturales y a las intensas emociones que sentían el uno por el otro. Ya habían esperado bastante y creían que lo que hacían estaba bien. Ahora, cuando él estaba a punto de marcharse, Melanie se sentía todavía más cerca de él.
– Si no aflojas el ritmo, te destrozarás el tobillo -le advirtió.
– Mañana me pondrán otra inyección de cortisona. -Estaba acostumbrada a lesionarse en el escenario, ya le había ocurrido antes. Siempre seguía adelante, sin importar lo que le pasara. Nunca había cancelado una actuación. Era una profesional.
– Mellie, quiero que te cuides -dijo Tom, verdaderamente preocupado por ella-. No puedes tomar cortisona de esta manera. No juegas en un equipo de fútbol. -Veía que le dolía el tobillo y que todavía estaba hinchado, pese a la inyección del día anterior. Lo único que había hecho era permitirle abusar de su tobillo y actuar, una vez más, con tacones altos-. Tómate un descanso esta noche. -Sabía que se marchaba a Phoenix por la mañana, para otra actuación.
– Gracias -respondió ella, sonriéndole-. Nadie se preocupa por mí como haces tú. Siempre dan por sentado que saldré al escenario y actuaré, viva o muerta. Sabía que la plataforma era poco firme en cuanto me subí. La cuerda se rompió al bajar. Por eso me caí. -Ambos sabían que si se hubiera roto antes, habría caído desde muy arriba e incluso podría haberse matado-. Supongo que ahora ya has visto el lado malo del mundo del espectáculo.
Estaba muy cerca de él mientras esperaban su avión. Lo había llevado al aeropuerto en la larguísima limusina blanca que el hotel ponía a su disposición durante toda su estancia. En Las Vegas, las atenciones que le dispensaban eran fabulosas. No iba a ser tan cómodo cuando cogieran la carretera. Le esperaban diez semanas de gira; no volvería a Los Ángeles hasta principios de septiembre. Tom le había prometido tomar un avión para ir a reunirse con ella algunos fines de semana. Los dos los esperaban con muchas ganas.
– No dejes de ir a ver al médico otra vez antes de marcharte.
En aquel momento anunciaron su vuelo; tenía que irse. La abrazó y la besó, teniendo cuidado con las muletas en las que ella se apoyaba; Melanie estaba sin aliento cuando la soltó.
– Te quiero, Mellie -dijo Tom en voz baja-. No lo olvides mientras estés en la carretera.
– No lo haré. Yo también te quiero.
Llevaban un mes saliendo. No era mucho, pero todo había empezado a ir muy rápido desde que habían llegado a Las Vegas. Habían pasado tanto juntos, en San Francisco, que su idilio había despegado a toda velocidad. Tom era el hombre más maravilloso que había conocido.
– Hasta pronto -se despidió Melanie.
– ¡No lo dudes! -La besó una última vez. Fue el último en subir al avión.
Melanie recorrió la terminal cojeando, ayudándose de las muletas, y entró en la limusina que la esperaba. El tobillo la estaba matando, más de lo que había querido admitir ante Tom.
Cuando volvió a su suite en el Paris, se puso una bolsa de hielo en el tobillo, aunque apenas sirvió de nada, y se tomó Motrin para reducir la hinchazón. A medianoche, su madre la encontró tumbada en el sofá del salón. Melanie reconoció que el tobillo le dolía mucho.
– Tienes que actuar en Phoenix mañana -le recordó su madre-. También está todo vendido. Haremos que te pongan otra inyección por la mañana. No puedes perderte esa actuación, Mel.
– A lo mejor puedo cantar sentada -dijo Melanie tocándose el tobillo y haciendo una mueca de dolor.
– El vestido tendrá un aspecto horrible, si lo haces -comentó su madre.
Melanie nunca se había saltado ni una actuación y no quería que empezara ahora. Los rumores sobre ese tipo de cosas se extendían como un incendio descontrolado y podían destruir la reputación de una estrella. Pero veía que su hija estaba lesionada de verdad. Melanie siempre había sido muy sufrida con las lesiones, nunca se quejaba, pero esta vez parecía más grave.
Tom la llamó por la noche, antes de que ella se fuera a dormir. Melanie le mintió y le dijo que el tobillo estaba mejor, para que no se preocupara. Él le confesó que ya la estaba echando de menos. La joven se quedó dormida mirando una foto de él que había puesto sobre la mesita de noche.
Por la mañana, el tobillo estaba más hinchado, así que Pam la llevó al hospital. El médico jefe de urgencias la reconoció enseguida y la llevó a un cubículo. Dijo que no le gustaba el aspecto que tenía y que quería hacer otra radiografía. Cuando se lesionó, los paramédicos que la vieron la primera vez dijeron que solo era un esguince. Pero el jefe de urgencias no estaba convencido. Y tenía razón. Cuando comprobó la radiografía, le enseñó a Melanie una pequeña fisura. Dijo que tenía que llevar la pierna escayolada durante las próximas cuatro semanas y evitar apoyarse en ella siempre que pudiera.
– Sí, ya -dijo Melanie, riendo, y luego soltó un gemido. Le dolía cada vez que se movía. La actuación de la noche iba a ser una tortura, si es que podía hacerla-. Actúo esta noche en Phoenix, y está todo vendido -explicó-. Y todavía tengo que ir hasta allí. No han pagado para verme cojeando en el escenario con una pierna escayolada -dijo, y casi se le saltaron las lágrimas al mover la pierna.
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