– Detesto marcharme -dijo Sarah, mirándolo.
Él asintió, y luego la miró a los ojos con un profundo pesar.
– Lo siento, Sarah… Nunca pensé que esto podría pasarnos a nosotros.
Ella observó que, por una vez, había usado «a nosotros», en lugar de solo «a mí».
– A lo mejor, todo se soluciona. -No sabía qué otra cosa decir, ni él tampoco. Fue hacia él y lo abrazó, para darle consuelo. El se quedó allí, unos momentos, con los brazos colgando a los lados y luego la abrazó también-. Ven a ver a los niños siempre que quieras -dijo Sarah, generosamente. Todavía no había ido a ver a un abogado para el divorcio. Había tiempo; además, tenía que estar con él en el juicio, de todos modos. Henry Jacobs dijo que su presencia sería un factor positivo, simbólico pero crucial para la defensa de su marido. Habían contratado a otros dos abogados para defenderlo. Henry y ellos trabajarían en equipo. Seth necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir. Las cosas no se presentaban nada bien para él.
– ¿Estarás bien? -preguntó Seth con una mirada de profunda preocupación.
Por primera vez en mucho tiempo, su narcisismo permitía entrar a alguien que no fuera él mismo. Sarah pensó que era un principio, y significaba mucho para ella. Habían pasado unas semanas muy difíciles desde el arresto de Seth.
– Sí, estaré bien -aseguró Sarah, mientras permanecían de pie en el comedor, por última vez.
– Llámame si me necesitas, a cualquier hora, en cualquier momento -dijo Seth con aire de profunda tristeza.
Luego, los dos salieron a la calle. Era el final de su vida juntos, la pérdida de su hogar. El había puesto fin a su vida tal como la conocían. Al volverse a mirar la casa de ladrillo que tanto amaba, Sarah se echó a llorar. Lloraba por su matrimonio y sus sueños perdidos, no por la casa. A Seth se le desgarraba el corazón al ver lo afectada que estaba.
– Iré mañana y me llevaré a los niños de paseo -dijo con voz rota.
Sarah dio media vuelta y asintió, subió al coche y se dirigió hacia Clay. Era el principio de su nueva vida. Por el retrovisor vio que Seth entraba en su nuevo Porsche plateado, que ni siquiera había pagado todavía, y se alejaba. Se le encogió el corazón al mirarlo. Era como si el hombre al que había amado, con el que se había casado y con el que había tenido dos hijos, acabara de morir.
Capítulo 16
El nuevo piso de Sarah en Clay Street estaba en una pequeña casa victoriana que había sido restaurada y pintada recientemente. Era un dúplex, pero no era ni elegante ni bonito; sin embargo, Sarah sabía que tendría mucho mejor aspecto cuando desembalara sus cosas. La primera habitación que preparó fue la de los niños. Quería que cuando llegaran, al día siguiente, se sintieran en casa. Sacó sus posesiones favoritas y sus tesoros, lentamente y con mucho cuidado, temiendo que se hubiera roto algo en el traslado, pero no era así. De momento, todo parecía estar bien. Pasó horas desembalando libros y dos horas organizando la ropa blanca y las camas. Se habían deshecho de tantas cosas que, de repente, su vida parecía muy austera. Todavía resultaba difícil creer que, debido a la increíble traición de Seth, toda su vida hubiera cambiado. Los artículos que habían seguido apareciendo en la prensa local y nacional eran terriblemente humillantes. Pero con humillación o sin ella, lo que más necesitaba en esos momentos era encontrar trabajo. Había llamado a algunos contactos, pero tendría que hacer un enorme esfuerzo en los siguientes días.
De repente, mientras revisaba algunos papeles de la gala benéfica, se le ocurrió una idea. Estaba muy por debajo de sus capacidades, pero en su situación agradecería cualquier trabajo que pudiera conseguir. El miércoles por la tarde, mientras los dos niños dormían, llamó al jefe de la unidad neonatal. Había recortado las horas de Parmani todo lo posible pero, cuando encontrara trabajo, las aumentaría de nuevo. La dulce nepalí había sido muy amable y comprensiva. Sentía lástima por Sarah y los niños y quería hacer todo lo que pudiera por ellos. Para entonces, también ella había leído todos los artículos.
El jefe de la unidad neonatal dio a Sarah el nombre que le pedía y prometió recomendarla. A fin de darle tiempo para hacerlo, esperó hasta la mañana siguiente, pero él le mandó un mensaje diciéndole que ya había hecho la llamada. La mujer se llamaba Karen Johnson. Era la jefa de desarrollo en el hospital, por tanto la responsable de recaudar fondos y realizar cualquier inversión que necesitara el hospital. No era Wall Street, pero Sarah pensaba que podría ser un trabajo interesante, si había un hueco para ella en el departamento. Cuando Sarah la llamó, Karen la citó para el viernes por la tarde. Se mostró muy cálida y cordial, y le agradeció la enorme aportación que había hecho con la gala para la unidad neonatal. Habían recaudado más de dos millones de dólares. Era menos de lo que esperaban, pero seguía siendo una mejora respecto al año anterior.
El viernes por la tarde, Parmani se llevó a los niños al parque mientras Sarah acudía a su cita en el hospital. Estaba nerviosa. Era la primera vez en diez años que iba a una entrevista de trabajo. La última había sido en Wall Street, antes de ir a la escuela de negocios, donde conoció a Seth. Rehízo su currículo e incluyó las galas que había organizado para el hospital. Pero sabía que sería difícil conseguir un empleo, ya que no había trabajado desde que había acabado en la escuela de negocios. Desde entonces, se había casado con Seth y había tenido dos hijos. Estaba fuera del circuito laboral.
Karen Johnson era una mujer alta, esbelta y elegante, con acento de Luisiana, que se mostró amable e interesada durante la entrevista. Sarah fue franca respecto a los reveses que había sufrido, la acusación contra Seth, la circunstancia de que ahora estaban separados y de que necesitaba un empleo por razones obvias. Pero lo más importante era que tenía los conocimientos que necesitaban.
Era perfectamente capaz de encargarse de su cartera de inversiones pero, al decirlo, le entró el pánico, ya que quizá creyeran que era tan poco honrada como su marido. Karen vio la expresión de ansiedad y humillación que apareció en su cara y adivinó la razón. Se apresuró a tranquilizarla y le ofreció su comprensión por los problemas que estaban teniendo.
– Ha sido muy difícil -confesó Sarah, sinceramente-. Fue un choque terrible… Yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando, hasta el día del terremoto.
No quería entrar en detalles del caso con Karen, pero habían aparecido en todos los periódicos. No era ningún secreto que Seth iba a ser procesado por fraude y que actualmente estaba en libertad bajo fianza. En todo el país, todos los que leían la prensa o escuchaban las noticias sabían lo que había hecho.
Karen le explicó que una de sus ayudantes se había trasladado recientemente a Los Ángeles, así que había una vacante en el departamento de desarrollo, pero se apresuró a recordarle que los hospitales no eran famosos precisamente por los salarios que pagaban. Mencionó una cifra que a Sarah le pareció maravillosa. Era modesta, pero era algo con lo que podría contar. Además, el horario era de nueve a tres, así que estaría en casa cuando los niños se despertaran de la siesta y podría pasar la tarde con ellos y también el fin de semana, claro. A petición de Karen, Sarah le dejó tres ejemplares de su currículo. Karen le prometió que se pondrían en contacto con ella la semana siguiente y le agradeció cordialmente su interés por el puesto.
Cuando salió del edificio, Sarah estaba entusiasmada. Le gustaba tanto Kami como el trabajo. El hospital significaba mucho para ella y el tipo de cartera de inversiones que Karen había descrito era ideal en su caso. Lo único que cabía hacer ahora era esperar que le dieran el trabajo. Incluso el lugar le parecía bien. El hospital estaba a poca distancia, a pie, de su nueva casa. Y el horario le permitiría pasar tiempo con sus hijos. El único inconveniente era el salario, que no era nada del otro mundo, pero tendría que bastar. De camino a casa, a Sarah se le ocurrió algo.
Fue en coche hasta Presidio y buscó a la hermana Maggie en el hospital de campaña. Le habló de la entrevista que acababa de tener en el hospital. Maggie se alegró mucho por ella.
– ¡Es fantástico, Sarah! -Admiraba cómo se enfrentaba a todo lo que le estaba pasando. Sarah le contó que habían vendido la casa, que ella y Seth se habían separado y que se había trasladado a un piso en Clay Street con sus hijos. Solo habían pasado unos pocos días desde que hablaron la última vez, pero las cosas se estaban moviendo muy deprisa.
– Espero conseguir el trabajo. La verdad es que el dinero nos vendría muy bien. -Dos meses antes, ni se le habría ocurrido decir estas palabras. Habrían sido inconcebibles tanto para ella como para Seth. ¡Qué rápido había cambiado todo!-. Le tengo mucho afecto a ese hospital. Le salvaron la vida a Mollie. Por esa razón organizaba las galas.
Maggie recordó el discurso de Sarah, justo antes del terremoto, y la actuación de Melanie.
– ¿Cómo estáis Seth y tú? -preguntó Maggie mientras entraban en el comedor para tomar una taza de té. Las cosas se habían calmado un poco en Presidio. Algunos residentes habían podido marcharse a casa, los que vivían en las zonas de la ciudad que volvían a tener electricidad y agua.
– No muy bien -respondió Sarah, sinceramente-. Apenas nos hablábamos antes de dejar la casa. Vive en un apartamento en Broadway. Desde que nos trasladamos a nuestro nuevo piso, Molly no deja de preguntar dónde está su papá.
– ¿Qué le contestas? -preguntó Maggie con delicadeza, mientras se sentaban con sus tazas de té. Le gustaba hablar con Sarah. Era una buena persona y Maggie disfrutaba de su amistad. Aunque no se conocían muy bien, Sarah le había abierto su corazón y confiaba en Maggie plenamente.
– Le digo la verdad lo mejor que puedo. Que papá no vive con nosotros en estos momentos. Parece bastarle. Irá a buscarlos este fin de semana. Molly se quedará a pasar la noche con él. Oliver es demasiado pequeño. -Suspiró-. Le he prometido a Seth que estaría en el juicio con él.
– ¿Cuándo será?
– Está fijado para marzo. -Todavía quedaba lejos, nueve meses. Lo bastante para haber tenido con Seth el tercer hijo que deseaba, pero que ya nunca tendrían. No podía ni imaginar que su matrimonio pudiera recomponerse. En cualquier caso, no ahora. Se sentía demasiado traicionada.
– Debéis de estar soportando mucha tensión los dos -comentó Maggie con expresión comprensiva. Siempre era muy amable-. ¿Qué tal llevas lo del perdón, por cierto? Ya sé que no es fácil, en particular en un caso como este.
– Es verdad -respondió Sarah en voz baja-. Para ser sincera, no creo que esté haciéndolo demasiado bien. A veces, me siento furiosa y dolida. ¿Cómo pudo hacerlo? Teníamos una vida maravillosa. Lo quiero, pero simplemente no entiendo cómo pudo hacer algo así, cómo pudo ser tan deshonesto. No tiene ni una pizca de integridad.
– Algo debió de ir muy mal. Sin ninguna duda, fue un terrible error de juicio. Y parece que tendrá que pagar por ello. Tal vez eso sea ya un castigo suficiente. Y perderte a ti y a los niños debe de ser el golpe de gracia.
Sarah asintió. El problema era que también ella estaba pagando. Había perdido a su marido, y sus hijos, a su padre. Pero lo peor de todo era que le había perdido el respeto y dudaba que pudiera confiar en él de nuevo. Seth lo sabía, por eso apenas se había atrevido a mirarla a la cara antes de marcharse, una cara que lo decía todo.
– No quiero ser dura con él, pero ha sido tan terrible… Ha hecho estallar por los aires toda nuestra vida.
Maggie asintió, pensando en ello. Era difícil de comprender. Debió de ser la codicia, probablemente. Y la necesidad de ser más de lo que era. Era como si un grave fallo de carácter hubiera salido a la superficie y se hubiera convertido en un maremoto que se lo había llevado todo por delante. Pero Sarah tenía mejor aspecto de lo que Maggie esperaba. Estuvo a punto de hablarle de sus propios problemas, pero ni siquiera habría sabido por dónde empezar. Sus enormes ojos azules miraron a los de Sarah, y la joven vio que algo la preocupaba profundamente.
– ¿Estás bien? -le preguntó.
Maggie asintió.
– Más o menos. A veces, también tengo mis problemas. -Sonrió-. Hasta las monjas tienen ideas locas y hacen cosas absurdas. A veces olvido que tenemos las mismas flaquezas que todos los demás. Justo cuando creo que está todo claro y que dispongo de un canal directo con Dios, va El y desconecta el sonido. Entonces no logro entender qué estoy haciendo ni dónde estoy. Me recuerda mis fallos y mi humanidad y hace que siga siendo humilde -dijo crípticamente, y luego se echó a reír-. Lo siento. No sé de qué estoy hablando.
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