– ¿Podría quedarme en una de las misiones durante un tiempo? -preguntó.
El sacerdote asintió.
– Puedes vivir en nuestro hogar para adolescentes. La mayoría han sido prostitutas y drogadictas. Pero no lo dirías al verlas ahora; todas parecen ángeles. Que estés allí podría hacerles mucho bien. Y a ti también.
– ¿Cómo puedo ponerme en contacto con usted cuando esté allí? -preguntó, sintiendo que le faltaba el aliento. Su madre la mataría si hacía lo que tenía pensado. Aunque, tal vez trataría de convertirlo en una oportunidad de oro con la prensa. Siempre lo hacía.
– Tengo mi móvil, pero te daré algunos otros números -respondió el padre Callaghan, anotándolos en un papel-. Si no te va bien ir ahora, quizá te resulte más fácil dentro de unos meses; por ejemplo en primavera. Tal vez sea un poco precipitado, teniendo en cuenta cómo es tu vida. Estaré allí hasta después de Navidad, así que ve cuando quieras y quédate todo el tiempo que te parezca. No importa cuándo vayas, siempre habrá una cama preparada para ti.
– Iré -afirmó Melanie, decidida, comprendiendo que las cosas tenían que cambiar. No podía satisfacer siempre a su madre. Necesitaba tomar sus propias decisiones. Estaba cansada de vivir los sueños de su madre o ser su sueño. Y ese era un buen lugar donde empezar.
Se quedó muy pensativa cuando terminó la entrevista. El sacerdote la abrazó y luego le hizo la señal de la cruz en la frente con el pulgar.
– Cuídate, Melanie. Espero verte en México. Si no, te llamaré cuando vuelva. Mantente en contacto.
– Lo haré -prometió.
No dejó de pensar en ello durante el camino de vuelta a casa. Sabía qué quería hacer; lo que no sabía era cómo, aunque fuera unos pocos días. Pero quería ir y quedarse más de unos pocos días. Quizá, incluso unos meses.
Se lo contó todo a Tom durante su cena de sushi. El se quedó impresionado y estupefacto, y luego, con la misma rapidez, preocupado.
– No irás a meterte en un convento, ¿verdad?
Melanie vio el pánico en sus ojos y, cuando negó con la cabeza, él se echó a reír, aliviado.
– No. No soy lo bastante buena persona para eso. Además, te añoraría demasiado. -Alargó la mano, a través de la mesa, y le cogió la suya-. Solo me gustaría hacerlo durante un tiempo, ayudar a algunas personas, aclarar mis ideas, librarme de la opresión de todas mis obligaciones. Pero no sé si me dejarán; a mi madre le dará un ataque. Solo siento que tengo que marcharme y averiguar qué es importante para mí, aparte de mi trabajo y tú. El padre Callaghan dice que no es necesario que abandone mi carrera para ayudar a los demás; dice que también les doy esperanza y alegría con mi música. Pero quiero hacer algo más real, durante un tiempo, como cuando estaba en Presidio.
– Me parece una gran idea -dijo Tom, apoyándola.
Desde que había vuelto de la gira, Melanie tenía aspecto de estar agotada; además, el tobillo seguía doliéndole mucho. No era de extrañar después de andar corriendo arriba y abajo apoyándose en él durante tres meses; de bailar en el escenario, tomar calmantes por la noche e inyecciones de cortisona como los futbolistas que tratan de engañar a su cuerpo para que crea que no está lesionado y pueda volver a jugar. Tom había averiguado mucho de las presiones a las que estaba sometida y del precio de su fama. Le parecía demasiado y pensó que irse a México un tiempo era justo lo que necesitaba, para su espíritu además de para su cuerpo. Lo que su madre diría era harina de otro costal. Estaba empezando a conocer a Janet y sabía cómo lo controlaba todo en la vida de Melanie. Ahora la madre de Melanie ya lo toleraba; incluso a veces parecía que le cayera bien, pero nunca aflojaba las riendas. Quería que fuera una marioneta de la que ella manejara todos los hilos. Cualquier cosa que se interfiriera tenía que ser eliminada, de inmediato. Tom tenía cuidado de no contrariarla ni desafiar la abrumadora influencia que tenía en la vida de Melanie. Creía que no duraría para siempre, pero también sabía que si Melanie se rebelaba contra el control de su madre, Janet se pondría hecha una furia. No quería ceder ese poder a nadie y menos todavía a la propia Melanie. Y ella también lo sabía.
– Creo que primero lo organizaré todo y luego se lo diré. Así no podrá detenerme. Tengo que ver si mi agente y mi mánager pueden librarme de algunas cosas sin que mi madre lo sepa. Ella quiere que lo haga todo, siempre que salga en la prensa nacional, consiga publicidad y yo aparezca en la portada de lo que sea. Tiene buenas intenciones, pero no comprende que a veces es demasiado. Sé que no puedo quejarme, ya que logró que mi carrera se hiciera realidad. Lo ha tenido entre ceja y ceja desde que yo era una niña. Pero yo no deseo todo esto tanto como ella. Quiero poder elegir, no quedar enterrada debajo de toda la basura que me obliga a hacer. ¡Y es mucha! -Sonrió a Tom.
El sabía que la joven estaba diciendo la verdad. Lo había visto muy de cerca desde mayo. Solo seguir la pista de todo lo que hacía, lo dejaba exhausto, a pesar de que tenía tanta energía como ella. Pero él no se había roto el tobillo actuando en Las Vegas. Y eso también tenía un precio. Todo lo tenía. Hasta entonces, Melanie parecía agotada; sin embargo, de repente, había vuelto a la vida después de su reunión con el sacerdote.
– ¿Vendrías a verme a México? -preguntó a Tom, esperanzada.
El sonrió y asintió.
– Pues claro que sí. Estoy muy orgulloso de ti, Mellie. Creo que, si consigues ir, te encantará.
Ambos sabían que su madre sería una adversaria de armas tomar y que se sentiría profundamente amenazada por cualquier señal de independencia por parte de su hija. Iba a ser duro para Melanie. Era la primera vez que tomaba una decisión por sí misma. Y era una gran decisión, dado que no tenía nada que ver con su carrera. Esto asustaría todavía más a Janet. No quería que Melanie se distrajera de sus metas o, más importante, de las metas de su madre. Se suponía que Melanie no podía tener sueños; solo los de su madre. Esto estaba cambiando. Y el cambio iba a aterrar a su madre. Ya era hora.
Siguieron hablando de ello de camino a casa. Janet había salido cuando llegaron; fueron discretamente a la habitación de Melanie y cerraron la puerta con llave. Hicieron el amor y después se quedaron acurrucados en la cama, viendo películas por televisión. A Janet no le importaba que Tom se quedara a pasar la noche de vez en cuando, aunque no quería que nadie se trasladara a vivir allí, ni con su hija ni con ella. Mientras el hombre con el que estuviera no se volviera demasiado arrogante o influyera demasiado en Melanie, estaba dispuesta a tolerar su existencia. Tom era lo bastante listo para ser discreto, y nunca le plantaba cara.
Al final, decidió volver a casa alrededor de las dos de la madrugada, para poder llegar temprano al trabajo al día siguiente. Melanie estaba dormida cuando se marchó, pero ya le había dicho que se iría. Ella había sonreído adormilada y lo había besado. Al día siguiente, se despertó temprano y empezó a llamar por teléfono para poner en marcha sus planes. Hizo que su agente y su mánager le juraran guardar silencio y ambos le dijeron que verían qué podían hacer para liberarla de los compromisos que tenía, la mayoría, o todos ellos, concertados por su madre. Le advirtieron que Janet no tardaría mucho en enterarse, de una u otra manera. Melanie dijo que hablaría con ella, pero solo después de haber cancelado los compromisos, para que Janet no pudiera hacer nada al respecto. Su mánager le dijo que su estancia en México sería una oportunidad fabulosa para la prensa, si estaba dispuesta a sacarle partido.
– ¡No! -exclamó Melanie, tajante-. De eso se trata. Necesito alejarme de toda esta mierda. Necesito tiempo para averiguar quién soy y qué quiero hacer.
– Oh, por Dios, es uno de esos viajes. No estarás pensando en retirarte, ¿verdad? -le preguntó su agente.
Janet los mataría a todos si sucedía algo así. En el fondo, era una mujer decente; solo deseaba que la carrera de su hija fuera la más espectacular de la historia. Quería a su hija, pero únicamente vivía a través de ella. El agente pensaba que era bueno que Melanie tratara de cortar el cordón umbilical. Tenía que pasar antes o después. Lo había visto venir. El problema era que Janet no lo veía, y defendería aquel cordón umbilical con su vida. Nadie iba a tocarlo. Solo Melanie tenía ese derecho.
– ¿En cuánto tiempo estás pensando? -le preguntó el agente.
– Tal vez hasta Navidad. Sé que tenemos el concierto en Madison Square Garden por Nochevieja. No quiero cancelarlo.
– Menos mal -dijo con alivio-. De lo contrario, habría tenido que cortarme las venas. Hasta entonces, los compromisos no son demasiado importantes. Me pondré a ello -prometió.
Dos días después, tanto el agente como la mánager habían hecho lo que habían prometido. Melanie estaba libre hasta dos semanas después de Acción de Gracias. Algunos compromisos habían sido programados para otro día y otros hubo que cancelarlos, aunque tal vez se aplazarían a alguna lejana fecha posterior. Ninguno de ellos era muy importante. Era el momento perfecto para hacerlo. Lo único que se perdería sería aparecer en algunas noticias relacionadas con las fiestas y galas a las que la invitarían. Pero no había manera de predecirlas. A Janet le gustaba que asistiera a todas. Y Melanie siempre lo había hecho. Hasta ahora.
Como ya esperaban, Janet entró en la habitación de Melanie dos días después de que hubieran cancelado todos sus compromisos. Nadie le había dicho nada todavía; Melanie había informado a Tom de que se lo contaría aquella misma noche. Pensaba marcharse el lunes siguiente, así que ya había hecho las reservas. Quería pasar el fin de semana con Tom antes de irse. El la respaldaba totalmente. Además, planeaba ir a verla cuando pudiera. Estaba entusiasmado por lo que ella estaba haciendo, ya que también quería trabajar de voluntario algún tiempo. Sentía un fuerte impulso por ayudar a su prójimo, igual que ella, y quería compaginar su carrera profesional con una tradición humanitaria en la que creía firmemente.
Tres meses separados no era mucho, pero le dijo que la echaría de menos. Lo que tenían era bueno y sólido, así que soportaría cualquier distanciamiento debido a sus respectivas obligaciones. Su relación avanzaba a toda velocidad y se estaba convirtiendo en algo muy importante para los dos. Eran bondadosos, compasivos, inteligentes y ayudaban a los demás. No podían creer lo afortunados que habían sido al conocerse. En muchos sentidos, eran muy parecidos y se inspiraban mutuamente de manera constructiva. Juntos, su mundo había crecido. Tom pensaba incluso en tomarse un par de semanas libres y trabajar con ella de voluntario en una de las misiones mexicanas, si le concedían el permiso en el trabajo. Le encantaba tratar con niños y en el instituto había sido el Hermano Mayor para un chico de Watts y para otro del este de Los Ángeles; seguía en contacto con ambos. Era lo suyo. De adolescente había soñado con unirse al Cuerpo de Paz, aunque más tarde eligió iniciar una carrera profesional. Pero ahora envidiaba lo que ella iba a hacer en México y le gustaría poder pasar tres meses allí también.
– ¡Qué extraño! -dijo Janet a Melanie, mirando un puñado de papeles que llevaba en la mano-. Acabo de recibir un fax donde dice que tu entrevista con Teen Vogue ha sido cancelada. ¿Cómo es posible que metan la pata de este modo? -Negó con la cabeza y miró a su hija con expresión irritada-. Y esta mañana he recibido un e-mail de la gala benéfica contra el cáncer de colon diciendo que esperan que puedas acudir el año próximo. Se celebraba dentro de dos semanas. Parece que te han dejado plantada por otra; dicen que lo hará Sharon Osbourne. Tal vez piensen que eres demasiado joven. Sea como sea, será mejor que salgas ahí fuera y muevas el culo, niña. ¿Sabes qué significa esto? Que están empezando a olvidarte porque solo has estado de gira poco más de dos meses. Es hora de que enseñes la cara y consigas algo de publicidad.
Sonrió a su hija, que estaba tumbada en la cama, viendo la tele.
Melanie había estado pensando en lo que tenía que meter en las maletas para su viaje a México. No mucho. Había media docena de libros encima de la cama, sobre México, que se le habían pasado por alto, milagrosamente, a su madre. Levantó la cabeza y la miró, preguntándose si este era el momento adecuado para decírselo. Sabía que no iba a ser fácil, fuera cual fuese el momento en el que se lo dijera. La proverbial mierda iba a empezar a salpicar.
– Esto… en realidad, mamá -empezó Melanie, justo cuando su madre iba a salir de la habitación-. He sido yo quien ha cancelado esos dos actos… y algunos más… Estoy cansada… Pensaba irme fuera unas semanas. -Había estado dudando si decirle a su madre el tiempo que iba a estar fuera o que lo viera sobre la marcha. Todavía no lo había decidido. Pero tenía que decirle algo, ya que estaba a punto de marcharse.
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