– Está bien -dijo ella vagamente.
Él pensó que parecía más vieja de lo que era. Su vida en Montana no había sido fácil, como tampoco la suya en sus viajes. Pero al menos era más interesante. Susan era tan distinta de Maggie… ella estaba llena de vida. Había algo en Susan que hacía que se sintiera muerto por dentro, incluso ahora. Le resultaba difícil recordarla cuando era joven y bonita.
– Siempre ha sido un buen chico -prosiguió ella-. Yo opinaba que debía seguir en la universidad, pero él prefería estar al aire libre, montado a caballo, que haciendo cualquier otra cosa. -Se encogió de hombros-. Supongo que es feliz donde está.
Al mirarla, Everett vio amor en sus ojos. Quería a su hijo. Se sintió agradecido por ello.
– En efecto, lo parece.
Aquella conversación entre progenitores les resultaba extraña. Aunque, probablemente, era la primera y la última que tendrían. Esperaba que fuera feliz, aunque no parecía una persona alegre y extravertida. Su rostro era solemne y desprovisto de emoción. Pero aquel encuentro tampoco era fácil para ella. Parecía satisfecha al mirar a Everett, como si estuviera enterrando algo definitivamente. Eran tan distintos que habrían sido muy desgraciados si hubieran seguido juntos. Cuando la visita terminó, ambos sabían que todo había sucedido como debía suceder.
Susan no se quedó demasiado rato y él volvió a pedirle perdón. Ella se fue al dentista y él a dar un paseo y, luego, a su reunión de A A. Compartió con ellos que la había visto y que el encuentro le había recordado lo desesperado, desdichado y atrapado que se sentía cuando estaba casado con ella. Sentía como si, por fin, hubiera cerrado la puerta al pasado, con una doble vuelta de llave. Verla era lo único que necesitaba para saber por qué la había dejado. Una vida con ella lo habría matado, pero ahora estaba agradecido por tener a Chad y a sus nietos. Así que, al final, Susan había compartido algo bueno con él. Todo había sucedido por una razón, y ahora podía ver cuál era. En el pasado no podría haber sabido que, treinta años más tarde, todo cobraría sentido y que Chad y sus hijos se convertirían en la única familia que tenía. En realidad, Susan había aportado algo bueno a su vida y le estaba agradecido por ello.
Por la noche, la cena en el restaurante chino fue estupenda. Chad y él hablaron sin parar, los niños charlaron, rieron y esparcieron comida china por todas partes. Debbie también fue y se esforzó por tolerar el olor de la comida. Solo tuvo que salir fuera, a respirar aire limpio, una vez. Más tarde, cuando dejó a su padre en el motel, Chad le dio un enorme abrazo, igual que los niños y Debbie.
– Gracias por ver a mamá -dijo Chad-. Creo que ha significado mucho para ella. Nunca sintió que te había dicho adiós. Siempre pensó que volverías.
Everett sabía por qué no lo había hecho, pero no se lo dijo a su hijo. Después de todo, Susan era su madre; además, era quien había estado allí para cuidarlo y quererlo. Tal vez fuera aburrida para Everett, pero había hecho un buen trabajo con su hijo y la respetaba por ello.
– Me parece que volver a vernos nos hizo bien a los dos -dijo Everett, sinceramente, ya que le había recordado la realidad del pasado.
– Me ha dicho que lo habéis pasado bien.
Según la definición de Susan, no la suya. Pero había servido de algo y veía que era importante para Chad, lo cual lo convertía en más valioso.
Prometió volver a verlos y seguir en contacto. Les dejó el número del móvil y les dijo que se movía mucho de un lado para otro, cuando le encargaban reportajes.
Todos le dijeron adiós con la mano, mientras se alejaban en el coche. La visita había sido un gran éxito y, por la noche, volvió a llamar a Maggie para contárselo todo. Estaba realmente triste por dejar Butte al día siguiente. Había cumplido su misión. Había encomiado a su hijo, un hombre maravilloso con una esposa encantadora y una familia estupenda. Su ex esposa no era un monstruo, solo que no era la mujer que habría querido o con la que habría podido vivir. El viaje a Montana había dado a Everett un montón de regalos. Y la persona que había hecho que ello fuera posible era Maggie. Era el origen de muchas cosas buenas en su vida.
El avión despegó y Everett observó cómo Montana se iba alejando debajo de él. Cuando trazaron un círculo antes de dirigirse hacia el oeste, pasaron por encima del lugar donde sabía que estaba el rancho donde Chad trabajaba. Miró hacia abajo, con una sonrisa feliz, sabiendo que tenía un hijo y varios nietos, y que nunca volvería a perderlos. Ahora que se había enfrentado a sus demonios y a sus defectos, podría volver a ver a Chad y a su familia una y otra vez. Esperaba con ilusión el momento de hacerlo, quizá incluso llevaría a Maggie con él. Quería ver al nuevo bebé en primavera. La visita que había temido durante tanto tiempo era la pieza de él mismo que le había faltado durante muchos años, quizá toda su vida. Y ahora la había encontrado. Los dos mayores regalos que había recibido en su vida eran Maggie y Chad.
Capítulo 20
Everett cubrió el concierto de Melanie en Nueva York, en Nochevieja. El Madison Square Garden estaba de fans hasta la bandera y ella se encontraba en forma. El tobillo estaba curado, su alma había hallado la paz y vio que era feliz y se sentía fuerte. Se quedó entre bastidores con Tom unos minutos y le hizo una foto con Melanie. Janet estaba allí, como de costumbre, dando órdenes a todo el mundo, pero parecía un poco más moderada y menos detestable. Todo parecía ir bien en su mundo.
Telefoneó a Maggie en Nochevieja cuando para ella era medianoche. Estaba en casa viendo la tele. El concierto había terminado y Everett se había quedado levantado para llamarla. Le dijo que estaba pensando en él y, por su voz, parecía alterada.
– ¿Estás bien? -preguntó él, preocupado. Siempre tenía miedo de que decidiera cerrarle la puerta. Sabía lo fuerte que era su lealtad hacia sus votos y él representaba un enorme problema, incluso una amenaza para ella y para todo aquello en lo que creía.
– Tengo muchas cosas en la cabeza -reconoció. Tenía que tomar determinaciones, evaluar toda una vida, y decidir su futuro y el de él-. Rezo constantemente estos días.
– No reces demasiado. Tal vez si dejas que todo siga su curso, las respuestas llegarán.
– Eso espero -afirmó con un suspiro-. Feliz Año Nuevo, Everett. Espero que sea un gran año para ti.
– Te quiero, Maggie -dijo sintiéndose solo de repente. La echaba de menos y no tenía ni idea de cómo acabaría todo aquello. Se recordó que había que vivir día a día, y así se lo transmitió a ella.
– Yo también te quiero, Everett. Gracias por llamar. Dale recuerdos a Melanie de mi parte, si vuelves a verla. Dile que la echo en falta.
– Lo haré. Buenas noches, Maggie. Feliz Año Nuevo. Espero que sea un año estupendo para nosotros dos, si es posible.
– Está en manos de Dios. -Dejaba que El decidiera. Era lo único que podía hacer y escucharía cualquier respuesta que le llegara cuando rezaba.
Cuando apagó la luz de su habitación del hotel, los pensamientos de Everett estaban totalmente ocupados por Maggie, igual que su corazón. Le había prometido que no la presionaría, aunque a veces tuviera miedo. Pronunció la plegaria de la Serenidad en silencio antes de irse a dormir. Lo único que podía hacer era esperar y confiar en que todo saliera bien para ambos. Seguía pensando en ella cuando se quedó dormido, preguntándose qué les depararía el futuro.
No vio a Maggie durante dos meses y medio, aunque habló con ella a menudo. Ella decía que necesitaba tiempo y espacio para pensar. Pero, a mediados de marzo, fue a San Francisco, enviado por la revista Scoop para informar del proceso a Seth. Maggie sabía que iba a ir y que estaría muy ocupado. Cenó con él la noche antes de que empezara el proceso. Era la primera vez que la veía en casi tres meses y estaba magnífica. Le contó que, la noche anterior, Debbie, la esposa de Chad, había tenido una niña, a la que habían puesto el nombre de Jade. Maggie se alegró mucho por él.
Cenaron tranquilamente y él la acompañó a casa. Se quedaron en la escalera de la entrada y hablaron de Sarah y Seth. Maggie dijo que estaba preocupada por ella. Iba a ser una época muy difícil para ambos. Tanto Everett como ella habían esperado que, en el último momento, pudieran llegar a un acuerdo con el fiscal federal para evitar el juicio, pero al parecer no había sido así. Iba a tener que pasar por un proceso con jurado. Era difícil confiar en que el resultado fuera favorable para él. Maggie dijo que rezaba constantemente por una solución satisfactoria.
Ninguno de los dos mencionó su situación ni la decisión que Maggie estaba tratando de tomar. Everett suponía que, cuando hubiera llegado a alguna conclusión, se lo diría. Pero hasta el momento, ese no era el caso, evidentemente. Sobre todo hablaron del proceso.
Aquella noche, Sarah estaba en su piso de Clay Street y llamó a Seth antes de irse a dormir.
– Solo quiero que sepas que te quiero y que deseo que todo salga bien. No quiero que pienses que estoy furiosa. No lo estoy. Solo tengo miedo, por los dos.
– Yo también -reconoció él. El médico le daba tranquilizantes y bloqueadores beta para enfrentarse al juicio. No sabía cómo conseguiría superarlo, pero sabía que no había más remedio y estaba agradecido por su llamada-. Gracias, Sarah.
– Te veré por la mañana. Buenas noches, Seth.
– Te quiero, Sarah -dijo él con tristeza.
– Lo sé -respondió Sarah con voz igualmente triste y colgó.
Todavía no había alcanzado el estado de gracia o perdón del que habían hablado Maggie y ella. Pero lo compadecía y expresaba esa compasión; era lo único que podía hacer en aquellos momentos. Más era pedir demasiado.
Cuando Everett se levantó al día siguiente, metió la cámara en la bolsa. No podría sacarla en el tribunal, pero haría fotos de toda la actividad que hubiera en el exterior y de las personas que anduvieran por allí. Fotografió a Sarah cuando, con aire solemne, entraba en el tribunal junto a su marido. Llevaba un traje gris oscuro y estaba pálida. Seth tenía un aspecto mucho peor, lo cual no era extraño. Sarah no vio a Everett. Al cabo de un rato, este vio llegar a Maggie, que se sentó en la sala para observar el desarrollo del juicio desde un asiento discreto, al fondo. Quería estar allí por Sarah, por si la ayudaba en algo.
Más tarde, salió y charló con Everett unos minutos. El estaba muy ocupado y Maggie tenía que reunirse con un asistente social para conseguir que aceptaran en un refugio a un hombre sin hogar que conocía. Tanto ella como Everett llevaban una vida muy activa y disfrutaban de lo que hacían. Cenó con él también esa noche, después de que acabara su trabajo en los tribunales. Estaban seleccionando al jurado; los dos pensaban que el juicio podía ser largo. El juez advirtió a los jurados que incluso podría durar un mes, ya que habría que examinar un material financiero muy detallado y habría mucho que leer sobre el asunto. Por la noche, Everett le dijo a Maggie que Seth había tenido un aspecto sombrío toda la tarde; Sarah y él apenas habían intercambiado unas palabras, pero ella estaba allí, incondicionalmente a su lado.
La selección del jurado se alargó durante dos semanas, que a Seth y a Sarah les parecieron angustiosamente lentas, pero, por fin, se acabó. Tenían doce jurados y dos suplentes. Ocho mujeres y seis hombres. Y entonces, finalmente, empezó el proceso. El fiscal y el abogado defensor pronunciaron sus alegatos iniciales. La descripción que hizo el fiscal de la conducta inmoral e ilegal de Seth hizo que Sarah se encogiera, avergonzada. El rostro de Seth era inescrutable mientras el jurado lo miraba. Contaba con la ayuda de los tranquilizantes. Sarah no. No podía imaginar cómo la defensa lograría rebatir aquellos argumentos, ya que la acusación presentaba, día tras día, pruebas, testigos y expertos condenatorios para Seth.
En la tercera semana del juicio, Seth parecía agotado y Sarah sentía que apenas podía arrastrarse cuando, por la noche, volvía a casa con los niños. Había pedido permiso en el trabajo, para estar con Seth, y Karen Johnson, del hospital, le había dicho que no se preocupara. Sentía mucha lástima de Sarah, igual que Maggie, que la llamaba cada noche para ver cómo estaba. Sarah resistía, pese a la increíble presión del juicio.
Everett cenó a menudo con Maggie durante las angustiosas semanas del proceso. Finalmente, en abril volvió a mencionar su situación. Maggie dijo que no quería hablar de ello, que seguía rezando, así que comentaron el juicio, lo cual era siempre deprimente, aunque a ambos los obsesionaba. Era de lo único que hablaban cuando se veían. El fiscal iba enterrando a Seth, día a día; Everett decía que había sido un suicidio ir a juicio. La defensa hacía todo lo que podía, pero los argumentos del fiscal federal eran tan sólidos que era poco lo que podía hacer para contrarrestar la avalancha de pruebas en contra de Seth. Conforme pasaban las semanas, Maggie veía que Sarah estaba cada vez más delgada y pálida. No había manera de salir de aquello, salvo llegando hasta el final, pero era una dura prueba para ellos y para su matrimonio. La credibilidad y la reputación de Seth estaban quedando destruidas. Ver hacia dónde iba aquello era terrible para todos los que los querían, sobre todo para Sarah. Cada vez estaba más claro que Seth debería haber llegado a un acuerdo para conseguir unos cargos o una condena menores, en lugar de ir a juicio. No parecía posible que lo declararan inocente, dadas las acusaciones que había contra él y los testimonios y pruebas que las respaldaban. Sarah era inocente, Seth la había engañado, igual que había engañado a sus inversores; sin embargo, al final, estaba pagando por ello tanto como él, o quizá más. Maggie estaba desconsolada por ella.
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