– Tendremos que esperar a ver qué deciden -dijo Sarah en voz baja. Su suerte estaba en manos del jurado.
– Y tú, ¿qué harás? -preguntó Seth, inquieto. No quería que lo abandonara ahora. La necesitaba demasiado, por mucho que le costara a ella-. ¿Has decidido algo respecto a nosotros?
Ella negó con la cabeza y no contestó. En aquellos momentos tenían demasiadas cosas entre manos para añadir el divorcio al desastre al que se enfrentaban. Quería esperar a saber la decisión del jurado. Seth no la presionó; le preocupaba demasiado lo que sucedería si lo hacía. Veía que Sarah estaba al límite de sus fuerzas; lo estaba desde hacía un tiempo. El juicio la había afectado mucho, pero se había mantenido incondicionalmente leal hasta el final, tal como le había prometido. Era una mujer de palabra, lo cual era más de lo que cualquiera podría decir de él. Everett le había dicho a Maggie que lo consideraba un cerdo. Otros habían dicho cosas peores, aunque no delante de Sarah. Ella era la heroína, y la víctima de la historia, y a ojos de Everett, una santa.
Esperaron seis días a que el jurado acabara sus deliberaciones. Las pruebas eran complicadas y la espera, angustiosa para Sarah y Seth. Noche tras noche se iban cada uno a su piso. Una noche, Seth le pidió que fuera con él; le aterraba estar solo, pero Molly estaba enferma y la verdad era que Sarah no quería pasar la noche con él. Le habría resultado demasiado difícil. Trataba de protegerse un poco, aunque le costó decirle que no. Sabía lo mucho que sufría, pero también ella sufría. El volvió a su piso y se emborrachó. La llamó a las dos de la madrugada, hablando de forma incoherente, diciéndole que la quería. Al día siguiente tenía una visible resaca. Al final de la tarde, el jurado volvió a la sala. Todo el mundo se apresuró a entrar y se reanudó la sesión.
El juez estaba muy serio mientras preguntaba al jurado si habían llegado a un veredicto en la causa de Estados Unidos contra Seth Sloane. El portavoz se puso en pie, con un aspecto igualmente solemne y serio. Era dueño de una pizzería, había ido un año a la universidad, era católico y tenía seis hijos. Cumplía escrupulosamente con sus deberes y había llevado traje y corbata durante todo el juicio.
– Lo tenemos, señoría -dijo el portavoz.
Seth estaba acusado de cinco delitos graves. El juez los fue citando uno tras otro, y en cada caso, el portavoz respondía la pregunta de cómo encontraba el jurado a Seth. Toda la sala contenía el aliento, mientras él respondía. Lo declaraban culpable de todos los cargos.
Se produjo un momentáneo silencio mientras los espectadores procesaban la información; luego, estallaron los comentarios y los ruidos. El juez dio unos golpes con el martillo, los llamó al orden, dio las gracias al jurado y les dijo que podían marcharse. El proceso había durado cinco semanas y sus deliberaciones añadían una sexta. Cuando Sarah comprendió lo que había pasado, se volvió para mirar a Seth. Estaba sentado en su asiento, llorando. La miró, desesperado. La única esperanza para apelar, según Henry Jacobs, era que aparecieran nuevas pruebas o que se hubiera producido alguna irregularidad durante el juicio. Ya le había dicho a Seth que, a menos que surgiera algo imprevisto en el futuro, no había base para una apelación. Se había acabado. Lo habían declarado culpable. Dentro de un mes, el juez dictaría la sentencia. Pero iba a ir a la cárcel. Sarah parecía tan destrozada como él. Sabía que aquello era lo que pasaría y había hecho todo lo que había podido para prepararse, así que no estaba sorprendida. Pero estaba destrozada por él, por ella misma y por los niños, que crecerían con un padre, al que apenas conocían, encerrado en prisión.
– Lo siento -le susurró.
Luego, los abogados los ayudaron a salir de la sala.
Everett entró en acción en ese momento, para hacer las fotografías que sabía que tenía que conseguir para Scoop. Detestaba tener que molestar a Sarah en un momento tan doloroso como aquel, pero no tenía más remedio que correr hasta ellos, ya fuera de la sala, en medio de los fotógrafos y las cámaras de los noticiarios. Era su trabajo. Seth casi gruñía, furioso, mientras se abría camino entre la multitud y Sarah parecía a punto de desmayarse, pero lo siguió hasta el coche que los esperaba. Era un coche de alquiler con chófer. Desaparecieron en apenas unos minutos, mientras la multitud se arremolinaba.
Everett vio a Maggie en la escalera de los juzgados. No había podido acercarse a Sarah ni decirle nada. Le hizo un gesto con el brazo, ella lo vio y bajó para reunirse con él. La expresión de su cara era muy seria y parecía preocupada, aunque el veredicto no había sido una sorpresa. Seguramente, la condena iba a ser peor. Era imposible saber cuánto tiempo lo enviaría el juez a prisión, pero probablemente sería un período muy largo. Debido, en parte, a que no se había declarado culpable y había insistido en un proceso con jurado, lo cual significaba malgastar el dinero de los contribuyentes con la esperanza de contratar a una flota de abogados caros que hicieran filigranas para sacarlo del atolladero. No le había salido bien, lo que hacía que fuera menos probable que el juez estuviera dispuesto a ser indulgente. Había llevado las cosas al límite y era muy posible que el juez hiciera lo mismo. Además, gozaba de bastante libertad para dictar sentencia por los delitos de Seth. Maggie se temía lo peor para él, y también para Sarah.
– Lo lamento por ella -dijo Maggie a Everett mientras iban hacia el coche de alquiler que tenían en el aparcamiento. Todo iba a cuenta de Scoop.
Su trabajo en San Francisco había terminado. No volvería hasta el día en el que se leyera la sentencia; tal vez haría un par de instantáneas de Seth cuando lo condujeran a una prisión federal. Dentro de treinta días, todo se habría acabado para Seth. Hasta entonces estaría en libertad bajo fianza. Y cuando el garante de la fianza devolviera el dinero, todo iría directamente a un fondo para pagar su defensa en los pleitos civiles que los inversores que había defraudado habían presentado contra él. Su condena era la prueba que necesitaban para justificar esos pleitos, incluso para ganarlos. Después de eso, no quedaría nada para Sarah ni para los niños. Sarah era muy consciente de ello, igual que Everett y Maggie. La habían arruinado, igual que a los inversores. Ellos podían demandarlo, el gobierno podía condenarlo, pero lo único que Sarah podía hacer era recoger los pedazos y recomponer su vida y la de sus hijos. A Maggie le parecía terriblemente injusto, pero, en la vida, algunas cosas lo son. Detestaba ver que estas cosas pudieran pasarles a las buenas personas.
Cuando subió al coche de Everett estaba profundamente deprimida.
– Lo sé, Maggie -dijo él con delicadeza-. A mí tampoco me gusta. Pero no podía librarse de ninguna manera.
Era una fea historia, con un triste final. Desde luego, no era el final feliz que Sarah había esperado vivir con Seth ni el que cualquiera que la conociera le habría deseado.
– Odio que esto le pase a Sarah.
– Yo también -afirmó Everett, poniendo en marcha el coche. Tenderloin no estaba lejos de los tribunales, así que, unos minutos después, se detenía frente a la casa de Maggie.
– ¿Tu avión sale esta noche? -preguntó Maggie con tristeza.
– Eso creo. Me necesitarán en la oficina mañana por la mañana. Tengo que comprobar todas las fotos y coordinar el reportaje. ¿Quieres que vayamos a comer algo antes de marcharme? -No le apetecía en absoluto dejarla, pero llevaba más de un mes en San Francisco y Scoop quería que volviera.
– Me parece que no podría comer nada -respondió ella sinceramente. Luego se volvió hacia él con una sonrisa melancólica-. Te extrañaré, Everett.
Se había acostumbrado a que estuviera allí, a verlo cada día, en el juzgado y después. Habían cenado juntos casi cada noche. Su marcha iba a dejar un vacío terrible en su vida.
Pero también comprendía que le daría la oportunidad de ver qué sentía por él. Tenía que tomar decisiones importantes, no muy diferentes de las de Sarah; aunque ella no tenía nada que esperar con ilusión si se quedaba con Seth, excepto que saliera de la cárcel dentro de mucho tiempo. Su condena todavía no había empezado, ni siquiera la habían fijado. Y la suya sería igual de larga que la de él. A Maggie le parecía un castigo demasiado duro y cruel para Sarah. En su caso, había bendiciones en cualquier decisión que tomara, aunque también pérdidas. En cualquier opción se entretejían una perdida y un beneficio. Era imposible separarlos; por esa razón le resultaba tan difícil tomar una decisión.
– Yo también te echaré de menos, Maggie -dijo Everett sonriéndole-. Te veré cuando vuelva para la sentencia; también podría venir alguna vez a pasar el día, si quieres. Tú decides. Lo único que tienes que hacer es llamarme.
– Gracias -respondió Maggie en voz baja, mirándolo.
Él se inclinó y la besó. Ella sintió que su corazón volaba hacia él. Se abrazó a él unos momentos, preguntándose cómo podría renunciar a eso, pero consciente de que quizá tendría que hacerlo. Salió del coche sin decir nada más. Everett sabía que lo quería, igual que ella sabía que él la quería. No tenían nada más que decirse por el momento.
Capítulo 21
Sarah entró en el apartamento de Seth en Broadway para asegurarse de que estuviera bien. Parecía alternativamente aturdido, furioso y a punto de ponerse a llorar. No quiso ir a casa de Sarah y ver a los niños. Sabía que se darían cuenta de lo destrozado y desesperado que estaba, aunque no supieran nada del proceso. Era obvio que algo terrible les había sucedido a sus padres. En realidad, les había ocurrido meses atrás, la primera vez que él defraudó a sus inversores, convencido de que nunca lo pillarían. Sabía que no pasaría mucho antes de que Sully fuera también a prisión, en Nueva York. Y ahora él se enfrentaba a lo mismo.
Se tomó dos tranquilizantes en cuanto entró y se sirvió un vaso de whisky. Bebió un largo trago y miró a Sarah. No soportaba ver aquella angustia en sus ojos.
– Lo siento, cariño -dijo, entre trago y trago de whisky. No la abrazó ni la consoló. Pensaba en sí mismo. Al parecer, era lo que siempre había hecho.
– Yo también, Seth. ¿Estarás bien esta noche? ¿Quieres que me quede?
No quería, pero lo habría hecho por él, sobre todo teniendo en cuenta cómo bebía y tomaba pastillas. Corría el peligro de matarse, incluso sin pretenderlo. Necesitaba que alguien estuviera allí, con él, después del golpe del veredictoy, si tenía que ser ella, estaba dispuesta a hacerlo. Después de todo, era su esposo y el padre de sus hijos, aunque parecía no darse cuenta del daño que esto le estaba haciendo a ella. Según él lo veía, era él quien iría a la cárcel, no su esposa. Pero ella ya estaba en prisión, gracias a él; lo estaba desde que su vida se había hecho añicos la noche del terremoto, en mayo, once meses atrás.
– Estaré bien. Pillaré una borrachera del carajo. Tal vez me pase todo el mes borracho, hasta que aquel pedazo de gilipollas me envíe al trullo cien años. -No era culpa del juez sino de Seth. Sarah lo tenía muy claro pero, por lo visto, Seth no-. ¿Por qué no vuelves a casa, Sarah? No me pasará nada.
No parecía muy convincente y ella estaba preocupada. Todo giraba en torno a él, como siempre. Pero en una cosa tenía razón: él iría a la cárcel y ella no. Tenía razones para estar alterado, aunque se lo tuviera merecido. Ella podía volver la espalda a lo que había pasado. Él no. Además, dentro de un mes, la vida que él había conocido hasta entonces se acabaría. La de Sarah ya se había acabado. Esa noche, Seth no habló de divorcio, pero tampoco habría soportado que ella lo mencionara. De todos modos, ella no podría haber pronunciado esas palabras. Todavía no había dado forma a su decisión ni a las palabras necesarias en su cabeza.
Finalmente, la cuestión salió a relucir una semana después, cuando él fue a dejar a los niños en casa de Sarah, tras una visita. Solo habían estado con él unas horas. No podía soportar pasar más tiempo con ellos en aquellos momentos. Estaba demasiado angustiado y tenía muy mal aspecto. Sarah estaba espantosamente delgada. La ropa le colgaba por todos lados y se le habían afilado los rasgos. Karen Johnson, del hospital, no paraba de decirle que se hiciera un chequeo, pero Sarah sabía que no había ningún misterio en lo que le pasaba. Su vida se había roto en pedazos y su marido iba a ir a prisión por mucho tiempo. Lo habían perdido casi todo, y pronto perderían lo poco que les quedaba. Ahora no tenía a nadie en quien apoyarse, salvo ella misma. Era así de sencillo.
Cuando dejó a los niños, Seth la miró, con una pregunta en los ojos.
– ¿No crees que deberíamos hablar de lo que vamos a hacer con nuestro matrimonio? Me parece que me gustaría saberlo antes de ir a la cárcel. Y si vamos a permanecer juntos, tal vez deberíamos vivir juntos estas últimas semanas. Probablemente pasará mucho tiempo antes de que podamos hacerlo de nuevo.
"Un Regalo Extraordinario" отзывы
Отзывы читателей о книге "Un Regalo Extraordinario". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Un Regalo Extraordinario" друзьям в соцсетях.