En ese momento, Michael Evers se volvió hacia ella, y se sonrojó ser pillada mirándolo. Unos ojos del color del ónice la examinaron concienzudamente.

– Ha tenido mucha suerte de que Robert regresara a por su bastón señora Brown -dijo.

– Sin duda, señor Evers.

– Lo que me lleva a la primera de mis muchas preguntas -intervino lord Robert-. ¿Cómo os atrapó ese hombre? ¿Se hallaba en interior de la casa?

Era evidente que se había acabado la tregua y comenzaban las inevitables preguntas. Allie respiró hondo antes de contestar.

– No. Salí al jardín…

– ¿Al jardín? -le interrumpió lord Robert frunciendo el ceño.

– Sí. No podía dormir. Necesitaba un poco de aire fresco.

Sus miradas se encontraron y Allie casi pudo sentir algo entre ello Algo cálido, mutuo e íntimo. Notó que el calor le subía por el cuello y apartó la mirada; no quería arriesgarse a que lord Robert leyera en sus ojos que había sido él la razón de esa inquietud.

– No sé como son las cosas en América, señora Brown -dijo el señor Evers-, pero debería saber que aquí no es seguro para una mujer salir sola. Sobre todo por la noche.

– Es un error que no volveré a cometer, se lo aseguro.

– Así pues usted estaba paseando por el jardín -recapituló Robert-, ¿y él la agarró?

– Sí. Por detrás. No pude verle el rostro. Intenté gritar, pero antes de que pudiera hacerlo me metió un trapo en la boca. Recuerdo dolor en la cabeza y luego nada más hasta que me desperté, atada a usted, lord Robert.

– ¿El raptor le dio alguna pista de lo que pretendía?

– No.

Lord Robert se volvió hacia su amigo.

– Tú siempre tienes la oreja pegada al suelo, Michael. ¿Qué opinas? Ya sé que en Londres hay mucho crimen, pero aun así, ¿tener la audacia de raptar a una dama? ¿En Mayfair? ¿En la residencia del duque? ¿Has oído hablar de algún delito parecido?

– No. Lo que me lleva a preguntarme si ha sido un hecho casual o si bien alguien de la residencia del duque era el blanco concreto.

El rostro de lord Robert se ensombreció.

– Hay que informar a Austin. Le escribiré… -Se interrumpió, y luego negó con la cabeza-. No. Será mejor que espere y se lo explique personalmente. Elizabeth está a salvo, y estoy seguro de que él nunca se aleja más de tres pasos de ella. Y con la inminente llegada del bebé, ya tiene bastantes preocupaciones. No quiero alarmarlo innecesariamente.

– Una estrategia inteligente -alabó el señor Evers-, sobre todo si consideramos que también es posible que el objetivo fuese la señora Brown.

Ambos hombres la miraron. Allie trató de mantener el rostro inexpresivo, pero no estaba segura de estar lográndolo.

– No veo cómo podría ser posible -respondió, orgullosa de que la voz no le temblara-. Aquí nadie me conoce. He llegado hoy mismo. Estoy segura de que sólo ha sido un accidente desafortunado, causado por mi propia estupidez al pasearme sola por la noche. Un accidente que podría haber acabado de forma trágica si no hubiese sido por la valiente intervención de lord Robert. -Sus ojos se encontraron-. Se lo agradezco. -Se volvió hacia Michael Evers-. Y también a usted, señor Evers, por su ayuda.

– No hay de qué -murmuró el señor Evers. La observó durante unos largos segundos, y Allie se obligó a aguantarle la mirada. Finalmente, Evers siguió vendándole las muñecas mientras lord Robert le hacía lo mismo en los pies. Allie notaba un silencio denso y cargado de tensión, y deseaba romperlo. Pero no tenía ningún deseo de iniciar una conversación que podría conducir a nuevas preguntas, así que permaneció callada.

Varios minutos después, el señor Evers se puso en pie.

– Ya está -dijo-. Le dolerá durante unos días, pero eso es todo. -Se volvió hacia Robert-. Asegúrate de que se cambien los vendajes una vez al día. Y ahora, déjame que le eche un vistazo.

A pesar de las protestas de lord Robert, el señor Evers le limpió y vendó las muñecas.

– Sobrevivirás -aseguró. Luego hizo una señal con la cabeza hacia el pasillo y dijo-: Dejemos a la señora Brown sola un momento para que se tranquilice. Vayamos a arreglar el transporte para volver a casa.

Lord Robert y el señor Evers salieron de la sala y cerraron la puerta tras de sí. Allie cerró los ojos y dejó escapar un suspiro. Le dolían las muñecas y también el pie donde se había clavado la astilla. Y aún tenía dolor de cabeza, pero ya no tan fuerte como antes. En conjunto, se sentía bastante bien, considerando que podría haber acabado gravemente herida. O muerta.

No tenía ninguna duda de que fuera quien fuese el que la había raptado, no la había elegido por casualidad. Entre los accidentes que había sufrido en el barco y los acontecimientos de esa noche, resultaba evidente que había alguien que quería hacerle daño. Pero ¿quién? La única explicación lógica era que esa persona tuviera algún tipo de relación con el desagradable pasado de David. Pero ¿qué quería de ella? No poseía nada de valor. ¿O simplemente quería verla muerta? Un escalofrío le recorrió la espalda. Casi lo había logrado esa noche. ¿Lo intentaría de nuevo?

Y esa noche, la vida de lord Robert también había sido amenazada. Su situación podía estar poniéndolo en peligro. Debía advertirle… explicarle…

Pero ¿explicarle qué? ¿Que alguna persona desconocida relacionada con el oscuro pasado de su marido podía ir tras ella por alguna razón que era incapaz de imaginarse? Se le hizo un nudo en el estómago sólo con pensarlo. No había explicado el pasado criminal de David a nadie. Ni a su familia ni a Elizabeth en su correspondencia. La vergüenza y la humillación, por no hablar del escándalo, que caerían sobre ella y su familia… No, no podía explicárselo a lord Robert. Si ni siquiera lo conocía. Su vida y sus errores con David no eran de su incumbencia, ni de la de nadie más. Además, nada más lejos de su intención que aproximarse más a lord Robert de lo que ya había hecho. Compartir con él sus secretos más íntimos era algo en lo que no quería ni pensar.

Un estremecimiento la recorrió al recordar, por un instante, de forma vívida, la sensación de ser rodeada por sus brazos, su calor, su fuerza mientras la sujetaba, protegiéndola. En aquel momento, el miedo había evitado que se fijara en su perturbadora proximidad, pero una vez pasado todo…

Se le escapó un largo suspiro. Ese tipo de suspiro profundo y femenino que no se había permitido durante años. La invadió una calidez que despertó la chispa que tan implacablemente había extinguido tras la muerte de David.

Un súbito helor acabó con aquella indeseada calidez y le hizo abrir los ojos de golpe. Dios, estaba perdiendo la cabeza. ¿Cómo podían, incluso por un segundo, ocurrírsele pensamientos tan… inaceptables sobre lord Robert? Poseía tantos de los rasgos y características que la hacían desconfiar y que había aprendido, por penosa experiencia, a detestar en un hombre: una manera de comportarse amistosa y divertida, que podía despertar una confianza no merecida; un rostro apuesto para enmascarar el deshonor interior; cálidos ojos que ocultaban secretos; sonrisas encantadoras para cubrir las mentiras; y caricias y miradas que inflamaban los sentidos.

Pero esa noche, la había rescatado heroicamente y se había preocupado por sus heridas aunque él mismo se hallaba herido; con eso le había mostrado una parte de sí mismo cuya existencia no sospechaba. Y era una parte que no quería ver. No quería pensar que pudiera tener ninguna virtud admirable. Ya le resultaba demasiado atractivo físicamente. Si llegara a gustarle…

Cortó en seco aquel pensamiento. ¿Gustarle él? Imposible. De acuerdo, había hecho algo admirable, pero incluso la peor de las personas tenía por lo general una buena cualidad en su carácter. Seguro que no tenía ninguna otra. Bastaba con ver lo bien que conocía las calles de las peores zonas de Londres. Seguro que a ningún caballero le resultarían tan familiares esos lugares. ¡Y sus amistades! Ese Michael Evers era un personaje sospechoso como pocos. Un luchador de oficio, que obviamente se mezclaba con personas de la peor calaña. A saber qué clase de abominables negocios haría lord Robert con un hombre así. Sí, esa amistad confirmaba su convencimiento de que había algo oscuro tras el aspecto despreocupado y divertido de lord Robert. Y hasta las palabras de lady Gaddlestone en el barco, sobre alguna transgresión en el pasado de lord Robert, confirmaban todo eso; un hecho que ella había olvidado por un momento. Pero al igual que pasear por el jardín durante la noche, era un error que no volvería a cometer.

Robert estaba en el vestíbulo revestido de roble observando a Michael, que sacó la cabeza por la puerta principal y emitió un trío de penetrantes silbidos.

– Un hombre en el que confío estará aquí en cinco minutos para llevaros a casa -dijo después de cerrar la puerta.

– Gracias, Michael. Te debo un gran favor.

– Me debes varios. Y no creo que nunca vaya a cobrar.

– Como ya estoy en deuda contigo, tanto da que añada algo más a la cuenta. Tengo otro favor que pedirte. -Caminó de arriba abajo sobre el suelo de madera-. Estoy muy preocupado por lo ocurrido esta noche. Tiemblo al pensar lo que le podría haber pasado a la señora Brown. Me temo que me resulta difícil creer que alguien de la casa de Austin fuera el objetivo, pero no estoy totalmente convencido de que la raptaran por casualidad.

Michael cruzó los brazos sobre el amplio pecho y lo observó con una expresión indescifrable.

– Así que crees que iban detrás de la señora Brown, ¿no? ¿Por qué?

Robert negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro de frustración.

– No te lo podría decir. Pero hay algo en su manera de actuar… Noto que tiene miedo. Y que esconde algo. Lo sentí al reunirme con ella en el muelle. Luego, esta tarde, cuando cualquier otra dama hubiera estado descansando del viaje, ella se fue a visitar una tienda de antigüedades.

– Eso parece bastante inocente.

– Sí, pero se mostró claramente evasiva cuando le pregunté sobre ello. Dice que tiene asuntos relativos a su difunto marido que arreglar, lo que naturalmente no me concierne en absoluto, pero se ha comportado de una manera muy reservada. Demasiado reservada. -Se pasó los dedos entre el cabello, e hizo una mueca de dolor cuando se topó con el chichón del golpe -. Naturalmente, puede ser que se trate de imaginaciones mías. Estoy tan acostumbrado a oír a Caroline y Elizabeth charlando como cotorras que no reconocería una reticencia y una reserva natural aunque la tuviera delante de las narices.

– ¿Cuándo murió su marido?

– Hace tres años.

Michael alzó una ceja.

– Y aún está de luto.

– Resulta evidente que aún le permanece fiel. -Por alguna razón esas palabras le supieron amargas.

– Pero eso no te ha hecho perder el interés por ella. Es más, sospecho que toda esa reticencia y, todo ese secreto que la rodean te han picado la curiosidad.

Robert se detuvo y clavó la mirada en su amigo.

– No estoy interesado en ella. Estoy preocupado por ella. Está bajo mi responsabilidad hasta que la acompañe, sana y salva, a Bradford Hall. Puedes imaginarte el revuelo que se armaría si permitiera que le sucediera algo malo.

– Sí. Estoy convencido de que eso es todo. ¿Y cuál es el otro favor que me querías pedir?

– Sólo que mantengas los ojos abiertos. Tienes contactos por toda la ciudad. Si te enteraras de algo relacionado con el rapto de esta noche…

– Te informaría inmediatamente.

Tres agudos silbidos cortaron el aire.

– Tu transporte ha llegado-dijo Michael-. ¿Debo llevar a la encantadora señora Brown afuera?

¿Encantadora? La idea de los fuertes brazos de Michael sosteniendo a la encantadora señora Brown hizo que los hombros de Robert se tensaran. Lanzó una fría mirada a su amigo.

– Gracias, pero no. Ya me ocupo yo.

Un brillo burlón destelló en los ojos de Michael.

– No estoy seguro de estar de acuerdo, pero será interesante ver cómo lo intentas.

Allie pasó los veinte minutos de viaje de vuelta hasta la mansión Bradford mirando por la ventanilla del carruaje, intentando no pensar en su acompañante.

Falló estrepitosamente.

Nunca había sido tan consciente de la presencia de alguien en toda su vida. Pero lo más irritante era que, al parecer, él no tenía ningún problema para prescindir de ella. En las dos ocasiones en que le había lanzado una disimulada mirada por el rabillo del ojo, lord Robert parecía estar concentrado en sus propios pensamientos, con el ceño fruncido y la mirada clavada en su ventanilla.

Podía oír su respiración. Lenta y firme, con el pecho subiendo y bajando. Podía oler el débil aroma a almidón que aún parecía desprenderse de su ropa. Podía sentir el calor que emanaba su cuerpo. El recuerdo del cuerpo de lord Robert apretado contra el suyo le llenó la mente, y cerró con fuerza los ojos para apartarlo.