– ¿Alguna pregunta? -inquirió al finalizar.

– Aún no, pero estoy segura de que se me ocurrirán por docenas en cuanto empecemos. -Lo cierto era que el juego parecía bastante simple.

– Entonces comencemos con algunos golpes de práctica. La manera correcta de sujetar el taco es así… -Él se la enseñó y ella le imitó- Muy bien -alabó-. Ahora póngase en línea con la bola, lleve el taco hacia atrás y luego hacia delante, directo y seco. -Sus acciones reflejaron sus palabras. La punta de su taco golpeó la bola blanca, que chocó contra la bola roja, que rodó sobre el tapete y cayó en uno de los agujeros de la esquina. Este golpe valdría tres puntos por meter la bola roja.

– Recuperó la bola y la colocó de nuevo sobre la mesa -. Ahora usted.

Allie agarró el taco como lo había hecho él y se inclinó sobre la mesa. Apuntó cuidadosamente, movió el taco hacia la bola blanca… Y falló totalmente.

Lo intentó de nuevo. Esta vez golpeó la bola con fuerza. Ésta se elevó y cayó fuera de la mesa. Aterrizó sobre la alfombra con un sonido apagado.

– Oh, vaya -exclamó consternada-. Esto es más difícil de lo que parece. Lo siento. Aunque me gustan los juegos, me temo que no soy demasiado buena.

De repente la asaltó un recuerdo y apretó el taco con fuerza. David y ella sentados en el salón cerca del fuego. Había tratado de enseñarle a jugar al ajedrez, pero enseguida se había impacientado con ella porque movía las piezas incorrectamente. David había meneado la cabeza y soltado un largo suspiro.

– Es obvio que este juego te supera, Allie.

Allie sacudió la cabeza para alejar los restos del pasado y miró a lord Robert. No había el menor rastro de impaciencia en sus ojos. De hecho, parecía divertirse mucho.

– Bastante bien para ser el primer intento -dijo, moviendo la cabeza en señal de aprobación-. Mucho mejor que el mío. Rompí una ventana la primera vez. Hasta el día de hoy a Austin le gusta contar a todo el mundo que le quiera oír mi actuación «rompedora». Y yo le digo a todo el que me quiera oír que mi actuación fue simplemente el reflejo del dudoso talento de mi maestro. -Recogió la bola y volvió a ponerla sobre el tapete. Luego rodeó la mesa y se situó detrás de Allie-. Inténtelo de nuevo. Yo la ayudaré. -Desde atrás, colocó las manos sobre las de la joven en el taco-. Sólo necesita sentir que está bien colocada… así.

Y de repente Allie sí que se sintió bien colocada… con el cálido y fuerte cuerpo presionando sobre su espalda desde los hombros hasta el muslo. Con las grandes manos que cubrían las suyas.

– Está agarrando el taco con demasiada fuerza. Relájese.

Si los pulmones no le hubieran dejado de funcionar, Allie habría lanzado un resoplido de incredulidad. ¿Relajarse? ¿Qué posibilidades tenía de lograrlo mientras su cuerpo la rodeara como una cálida manta, cubriéndola de violentas sensaciones?

– Afloje la mano y mueva el brazo con sultura. Así. -El aliento de lord Robert le alborotó el cabello de la sien, haciendo que miles de cosquilleos le recorrieran la espalda. Con una mano sobre la de ella, Robert movió el brazo lentamente hacia delante y luego hacia atrás, mostrándole el movimiento. Pero en lo único que Allie podía concentrarse era en la sensación de los músculos que se apretaban contra su brazo y su espalda, y de la piel que tocaba la suya. Robert se había subido las mangas y la mirada de Allie recorrió los vigorosos antebrazos, cubiertos de vello oscuro. Una oleada de calor la atravesó, abrumándola con su intensidad.

«¡Apártate… Aléjate de él!», le gritaba su voz interior. Pero había pasado tanto tiempo desde que un hombre la había tocado… Era incapaz de negarse ese placer. Los ojos se le cerraron, y durante un instante se permitió absorber la sensación de tenerlo cerca.

«Sólo un segundo más… está detrás de mí… no me puede ver… no lo sabrá…»

Robert alzó la mirada con la intención de ajustar la posición y darle más instrucciones, pero sus ojos captaron movimiento al otro lado de la sala. Allí, reflejada en el pequeño espejo que colgaba en la pared opuesta, la vio. De pie en el círculo que formaban sus brazos, con los ojos cerrados, el rostro arrebolado y los gruesos labios ligeramente entreabiertos. Se la veía hermosa. Sensual. Y excitada.

En su interior todo se detuvo. El corazón, el pulso, la respiración. Un pequeño temblor recorrió a la mujer, fue una vibración ligera como una pluma contra su pecho, pero que reverberó por todo su cuerpo.

El sedoso pelo de la señora Brown le cosquilleaba en la mandíbula y sólo tenía que volver la cabeza para que sus labios le tocaran la sien, pero no se atrevió a moverse. No podía moverse. Estaba hechizado, absorto en la contemplación de ella, de ambos, juntos. Aspiró lenta y temblorosamente, y la cabeza se le llenó de la delicada fragancia floral de la señora Brown.

El deseo lo invadió con violencia. Apretó la mandíbula y trató de alejar el calor que lo inundaba, pero no había manera de detenerlo. Maldición, no debería sentir eso hacia ella. Casi no la conocía. Vivía al otro lado del océano. Seguía llevando luto… Su corazón pertenecía a otro hombre.

¿Otro hombre? Quizá. Pero mientras contemplaba cómo el dolor teñía las mejillas de la señora Brown y sentía cómo se le aceleraba la respiración, era imposible negar que su cuerpo respondía a él. Lo había visto antes, cuando se había vuelto y la había descubierto mirándolo, pero se había convencido de que eran imaginaciones suyas. Sin embargo, eso… ese calor que claramente ambos sentían, eso era muy real. Terriblemente real. Y si no se apartaba enseguida, ella no tendría ninguna duda de exactamente cuánto calor despertaba en él.

Con un gran esfuerzo, la soltó. Se apartó dos pasos y la contempló en el espejo. La señora Brown abrió lentamente los ojos, luego parpadeó varias veces. Se tambaleó ligeramente, y Robert apretó los puños contra los costados para evitar sostenerla. Allie se humedeció los labios con la punta de la lengua, y él hizo un esfuerzo para tragarse un gemido de deseo.

Sin embargo, en ese instante Allie se rehizo. Sus ojos se abrieron y el rubor le cubrió las mejillas. Tensó la espalda y los nudillos se le pusieron blancos apretando el taco. Su angustia era inconfundible, y Robert se sintió invadido por la culpa.

«No tienes ningún derecho a tocarla. A oler su piel. A desearla.»

– Creo que ya lo ha captado -dijo con la esperanza de tranquilizarla y de aliviar la tensión que pesaba en el ambiente. Pero su voz sonó como si se hubiera tragado un puñado de gravilla. Se aclaró la garganta y se desplazó hasta el extremo de la mesa, ampliando la distancia entre ellos-. Inténtelo de nuevo.

Allie miró hacia la mesa. ¿En qué pensaría? ¿Estaría furiosa con él? ¿Debería disculparse? No había tenido intención de tocarla…

«Mentiroso.» Su conciencia interrumpió esa falsedad incluso antes de que pudiera acabar el pensamiento, y se sintió invadido por la vergüenza. Pocas veces se permitía el inútil ejercicio de mentirse a sí mismo, y no tenía ningún sentido hacerlo en aquel momento. Había deseado tocarla. Desesperadamente. Y el billar le había ofrecido una excusa inocente para hacerlo. Pero, que Dios le ayudase, la pasión que ella le inspiraba era lo más alejado de la inocencia que nunca había experimentado.

Bueno, sencillamente tendría que dejar de tocarla. Sí, eso debería ser bastante simple de conseguir. Se acabó el tocarla. Respiró profundamente, y el perfume de la mujer le alcanzó. Humm. Respirar cerca de ella tampoco era una buena idea. Por desgracia, eso sería más difícil de evitar. Pasó la mirada sobre la joven y se le tensó el mentón.

Estaba inclinada sobre la mesa, con los gruesos labios apretados en un gesto de concentración. El deseo lo recorrió y apartó la mirada. También se acabó el mirarla.

Sí, ése era su plan. No la tocaría, no respiraría y no la miraría. O al menos, sólo respiraría lo imprescindible.

Aliviado por su ingenioso plan, se obligó a centrarse en el juego y en su papel de instructor. Manteniendo la distancia y con la mirada fija en la mesa, le ofreció consejos y sugerencias. Al cabo de una hora, Allie había mejorado muchísimo y Robert sugirió que empezaran una partida.

– Es el mejor modo de desarrollar sus habilidades -aseguró.

Ella estuvo conforme, y comenzaron a jugar.

– Me parece que hay alguien que pasa demasiado tiempo dedicándose a este juego -dijo media hora más tarde, después de que Robert realizara un golpe excepcionalmente complicado.

Por primera vez desde que pusiera en marcha su ingenioso plan, Robert la miró directamente. Y resultó ser un error. Los carnosos labios de la mujer estaban fruncidos de tal manera que inmediatamente le provocaron la idea de besarlos, y un brillo de ironía salpicaba sus ojos castaños. El corazón de Robert le golpeó dentro del pecho y luego se puso a galopar. Y después de mirarla una vez era ya incapaz de apartar la vista.

Se incorporó lentamente desde la posición inclinada que tenía sobre la mesa, arqueó las cejas y adoptó una expresión exageradamente altiva.

– ¿Demasiado tiempo? -Fingió un ligero bufido-. Suena como el comentario que haría un jugador que está muy por detrás en el marcador.

– Humm. ¿Exactamente cuánto por detrás estoy?

– Tiene un total de doce puntos. Muy notable para una principiante.

– ¿Y su puntuación?

– Trescientos cuarenta y dos.

Allie asintió solemnemente con la cabeza.

– No tengo la más remota posibilidad de ganar, ¿cierto?

– Esta partida, me temo que no. Pero su juego es muy prometedor.

– Soy atroz.

– Sólo inexperta.

– Torpe.

– Sin práctica -corrigió él.

Una expresión que Robert no pudo descifrar nubló los ojos de Allie, quien lo contempló durante varios segundos antes de hablar.

– Es usted extraordinariamente paciente.

«Y tú extraordinariamente adorable.»

Robert alejó ese inoportuno pensamiento de su mente y le ofreció una sonrisa de medio lado.

– Lo ha dicho como si le pareciera sorprendente.

Un ligero rubor cubrió las mejillas de la joven, y apartó la mirada.

– Perdone. Sólo es que…

Robert esperó a que continuara, pero ella simplemente movió la cabeza, luego dejó el taco sobre la mesa y le hizo una reverencia.

– En vista de la noticia de que voy trescientos veinte puntos por detrás de usted…

– Trescientos treinta, en realidad.

– … y de que mis posibilidades de ganar son escasas…

– Inexistentes.

– … sugiero que lo consideremos un empate.

– Muy generoso por su parte, sin duda.

Allie le lanzó una mirada de superioridad.

– Aunque mi actuación de hoy parezca indicar lo contrario, no soy completamente inepta. Observe.

Recogió las tres bolas de la mesa y las lanzó al aire. Comenzó a hacer malabares con el trío de esferas, haciéndolas circular hábilmente.

– Asombroso -dijo él-. ¿Quién te enseñó a hacer eso?

– Mi padre. Y es una habilidad que resultó ser muy útil para entretener y distraer a mis revoltosos hermanos. Recuerdo una tarde, cuando Joshua tenía cuatro años -explicó, lanzando las bolas aún más rápido-. Se había caído esa mañana y tenía rozaduras en los codos y las rodillas. Pobrecito, estaba tan triste y dolorido. Para distraerle, lo llevé afuera. Fuimos hasta el gallinero, y allí decidí entretenerlo haciendo malabares… con lo que tenía más a mano, que eran los huevos.

Una extraña sensación invadió el pecho de Robert ante la incongruente y encantadora visión que Allie ofrecía: una mujer adulta, vestida de luto, con el rostro inconfundiblemente arrebolado de placer, haciendo malabares con bolas de billar.

– ¿Se divirtió su hermano?

– Oh, claro. Especialmente cuando fallé.

– ¿Algún huevo cayó al suelo?

– No, cayó sobre mi rostro. El segundo me dio en el hombro y el tercero aterrizó sobre mi cabeza.

Robert rió.

– Menudo espectáculo debió de ser.

– Cierto. Naturalmente, Joshua casi se parte en dos de la risa. Y su hilaridad aumentó cuando los huevos empezaron a secarse. ¿Tiene idea de lo incómodo que es tener huevo seco sobre el rostro?

– Me temo que no. Aunque he sufrido a menudo que me arrojen huevos, ha sido siempre estrictamente en sentido figurado, y no en el literal.

– Bueno, pues es de lo más incómodo -le informó-. Le aconsejo fervientemente que lo evite.

– Y ese fallo que le acarreó el tener un huevo sobre el rostro… ¿fue deliberado?

Le pareció que la joven se encogía de hombros.

– Fue un escaso precio a pagar por verle sonreír. Y ahora, el final del espectáculo… -Lanzó las bolas muy altas, dio una rápida vuelta sobre sí misma y las recogió hábilmente.

– Bravo -exclamó Robert, aplaudiendo-. Muy bien.

– Muchas gracias, amable caballero. Eso fue exactamente lo que dijo Joshua… cuando pudo parar de reír. -Una mirada lejana le cubrió los ojos-. Recuerdo aquella tarde con mucha claridad. Fue encantador. Un día muy feliz…