«Si yo supiera quién es, podría acabar primero con él.»

Tenía que conseguir ese anillo.

Caminó hasta el escritorio y redactó una nota invitando a la señora Brown y a Robert Jamison a visitarle la mañana siguiente. Dobló el papel y apretó su sello sobre el lacre con mucha más fuerza de la necesaria.

Pensó en enviar una nota a Redfern, pero decidió no hacerlo. Ahora que el paradero del anillo estaba asegurado, si Redfern mataba a la señora Brown antes de que Geoffrey hablara con ella, pues que así fuera. De hecho, mucho mejor.

Al día siguiente a esa misma hora sería un hombre libre. Entrecerró los ojos y miró hacia la chimenea, donde de las cartas de la señora Brown, Robert Jamison y Redfern sólo quedaban cenizas.

Todos los cabos sueltos serían eliminados. De una forma permanente.

Apoyado contra la gruesa repisa de roble pulimentado de la chimenea de la biblioteca, Robert escuchaba a Eustace Laramie, el magistrado, recitar lo que sabía sobre el crimen, la mayoría de lo cual Robert ya conocía gracias a Carters.

– Una doncella descubrió el robo al entrar en el dormitorio de la señora Brown. Se encontró con la habitación patas arriba, y los vestidos y la ropa de la cama hechos jirones y tirados por el suelo. Carters realizó una minuciosa búsqueda por la casa e informó que la habitación de la señora Brown era la única que había sido saqueada. Lo más probable es que el ladrón subiera por el enrejado y entrara por la cristalera que da a su balcón. Según Carters, del dormitorio faltan varios objetos pertenecientes a la familia Bradford. Entre ellos un cepillo y un peine de plata de ley, también dos candelabros de plata y varias figuritas que se hallaban en la repisa de la chimenea. Una vez que acabe de buscar en la habitación, la señora Brown podrá decirnos cuáles de sus pertenencias han desaparecido. -Clavó en Robert una penetrante mirada-. Primero el rapto que usted denunció ante mí esta misma mañana y ahora esto. Esta racha de crímenes que la señora Brown y usted han sufrido recientemente resulta muy extraña.

– Ciertamente. Robert se pasó la mano por la cara-. ¿Se han denunciado otros robos en el barrio?

– No.

– ¿Piensa que el responsable es la misma persona?

Laramie se rascó la mejilla y asintió pensativo.

– Es ciertamente posible, aunque estamos hablando de dos tipos diferentes de delito. Y con tantos ladrones sueltos por ahí, también se podría tratar de dos perros diferentes. -Gesticuló con la mano e hizo un sonido de desagrado-. Malditos canallas. Parece que por cada uno que enviamos a Newgate, aparecen doce más para ocupar su puesto. -Robert lanzó al magistrado una mirada elocuente.

– Dos crímenes diferentes, pero las mismas víctimas. Da que pensar.

– Cierto, es algo a tener en cuenta…

Llamaron suavemente a la puerta.

– Adelante -dijo Robert.

La señora Brown entró y cerró la puerta tras de sí. Cruzó la sala sobre la alfombra Axminster y se detuvo ante la chimenea. A pesar de intentar parecer calmada, Robert podía ver que estaba muy afectada. Su tez parecía de cera y temblaba ligeramente al caminar, como si las rodillas no la aguantaran. Se apretaba las manos y había una mirada de temor en sus ojos. Robert pensó en un vaso de cristal a punto de quebrarse.

Podía entender que estuviera afectada, ya que él mismo también lo estaba, pero parecía incluso más tensa y asustada que cuando se escaparon del almacén.

– ¿Ha averiguado si le falta algo? -preguntó Laramie.

Ella dudó, pero luego asintió enfáticamente con la cabeza.

– Sí. Falta una cosa. Un anillo.

– Así que lo que buscaba eran joyas -concluyó Laramie-. Típico. Pero me sorprende que sólo se llevara un objeto. ¿Está segura de que eso es todo lo que le falta?

– Segurísima. Era la única joya en mi posesión.

– Ya veo. ¿Era valiosa?

De nuevo, la señora Brown dudó.

– Era de mi marido… -Se quedó sin voz y tuvo que aclararse la garganta-. Tiene más valor sentimental que otra cosa, señor Laramie.

– El señor Laramie y yo estábamos discutiendo la posibilidad de que el robo esté relacionado con los acontecimientos de la noche pasada -comentó Robert.

La mirada de la joven fue directa hacia él. ¿Era alarma lo que destelló en sus ojos? Desapareció con tanta rapidez que no podía estar seguro.

La señora Brown volvió a fijar su atención en el magistrado.

– Tengo entendido que en Londres hay mucha delincuencia, señor Laramie. Seguramente son dos situaciones casuales, sin relación. Desafortunadas y coincidentes, pero casuales.

– Es posible. Sin embargo, también es posible que alguien la haya tomado con la casa del duque. -La mirada de Laramie se volvió más aguda-. O con usted, señora Brown.

Ella alzó la barbilla.

– Me parece extremadamente improbable, porque, como usted sabe, acabo de llegar a Londres y aquí soy una completa desconocida.

– ¿Ha tenido algún otro problema o le ha ocurrido algo extraño desde que llegó?

– No.

Laramie adoptó una expresión de determinación.

– Esté segura de que haremos todo lo que podamos para dar con el ladrón, pero debo advertirle que hay muy pocas esperanzas de recuperar sus bienes. Esos tipos dan golpes así de rápido -chasqueó los dedos- y luego desaparecen como ratas en sus agujeros. Probablemente sus pertenencias ya deben de haber sido vendidas unas tres veces, lamento decírselo. Pero si hay cualquier novedad, me pondré en contacto con usted de inmediato. -Se despidió de ambos con una inclinación de cabeza y salió de la habitación.

La atención de Robert se centró en la señora Brown. Ésta se hallaba ante la chimenea, completamente inmóvil, con el rostro ceniciento. Miraba las llamas con los labios apretados en una línea triste. Sin embargo, al cabo de varios segundos, pareció reponerse.

– Si me excusa -murmuró, volviéndose hacia la puerta.

– La verdad es que me gustaría hablar un minuto con usted, señora Brown -repuso Robert, incapaz de evitar un cierto tono cortante- De hecho, me gustaría hablar mucho más de un minuto.

La señora Brown se volvió tan deprisa que la falda se le hinchó.

– ¿Perdón?

Robert se le acercó con pasos lentos, sin detenerse hasta estar directamente ante ella.

– Quiero saber exactamente qué demonios está pasando aquí.

Las mejillas de la joven se tiñeron de rubor.

– Le aseguro que no sé lo que quiere decir.

– ¿De verdad? Entonces permítame que la ilustre. Desde su llegada aquí ayer, la han golpeado, raptado y atado como a un pollo, y luego le han robado. Esas mismas desgraciadas circunstancias me han afectado también a mí. Sin duda eso hace que uno se pregunte a cuántas adversidades más nos habremos tenido que enfrentar cuando usted lleve aquí una semana.

La expresión de la señora Brown no se alteró, y Robert tuvo que aplaudir su demostración de valentía. El efecto hubiera sido perfecto de no ser por un ligero temblor en el labio inferior.

– Lo lamento…

– No estoy buscando una disculpa, señora Brown. Lo que quiero es una explicación y la verdad.

– No sé si…

– Ha mentido a Laramie. Quiero saber por qué. Y no, le permitiré abandonar esta sala hasta que me lo haya explicado.

8

Allie sintió que se le retorcía el estómago. Le bastó con mirar la adusta expresión de lord Robert para saber que no estaba bromeando. No le permitiría salir de la sala hasta que le ofreciera algún tipo de explicación de los extraordinarios acontecimientos que les habían ocurrido, a él y a ella, desde su llegada.

Lo cierto era que no podía culparle, aunque ofrecerle la explicación que buscaba la colocaba en una posición difícil. ¿Cómo conseguir explicarle lo suficiente para satisfacerle y al mismo tiempo no contarle nada que pudiera comprometerla? ¿Qué había querido decir exactamente cuando la había acusado de mentir a Laramie?

Allie volvió la cabeza para escapar de su mirada, excesivamente penetrante, y miró las llamas que bailaban en el hogar, mientras intentaba asimilar las encontradas emociones que la asaltaban.

Un temor frío le recorrió la espalda. Ya no podía dudar de que alguien había intentado dañarla desde el principio. Y también era evidente que la razón era el anillo con el escudo de armas. Pero ¿por qué? Y ¿quién? La persona responsable había tenido que venir en el barco con ella desde América. Tenía que ser alguien que conociera a David, alguien que estuviera relacionado con sus turbios asuntos. Y también era obvio que esa persona consideraba que el anillo tenía gran valor.

Pero ¿y ahora qué? Ahora que la persona, o personas, había conseguido apoderarse de lo que quería, ¿la dejaría en paz? «Por favor, Dios mío, que así sea.»

Su furia chocó contra su miedo, y Allie apretó los labios con fuerza. «¡Maldito seas, David!»

Habían pasado tres años desde su muerte y todavía le complicaba la vida. Un repentino cansancio la invadió, dejándola sin fuerzas, y se le cerraron los ojos. Dios, ¿cuántos días y noches había pasado al borde de la desesperación? Sola, luchando contra la tentación de darse por vencida. Sería tan sencillo abandonar su misión… dejarle ganar.

Respiró hondo y apretó los dientes. No. No se daría por vencida. Se negaba a ser de nuevo una víctima. David nunca le robaría nada más.

Robar. La culpabilidad la golpeó igual que una bofetada. Aunque había hecho todo lo posible para mantenerlo seguro, había perdido el anillo de lord Shelbourne. En estas circunstancias, temía reunirse con el conde y tener que decirle que, después de todo, no tenía el anillo.

Y no sólo había desaparecido el anillo. También faltaban objetos de valor pertenecientes a la familia de lord Robert, y su dormitorio estaba hecho un caos. A pesar de sus buenas intenciones, no había duda de que no se había comportado como una invitada modelo. Y había llegado el momento de reparar algunos de los daños.

Exhaló largamente y se volvió hacia lord Robert. Éste se hallaba con los brazos cruzados, atravesándola con la mirada.

– No sé muy bien por dónde empezar…

– Puede empezar explicándome por qué ha mentido a Laramie -repuso él en un tono que no admitía réplica-. Le dijo que no le había pasado nada extraño, pero si no recuerdo mal, cayó por la borda unas horas antes de llegar a Londres.

Allie alzó las cejas.

– No le mentí. Me preguntó si había tenido algún otro problema desde que llegué aquí. Y no lo he tenido. Ese incidente ocurrió antes de llegar aquí.

Los ojos de lord Robert reflejaron un inconfundible enojo. Alargó las manos y la agarró de los brazos. Allie notó el calor de sus manos a través de las mangas de sarga.

– No estoy de humor para juegos de palabras o sutilezas, señora Brown. Quizá, por algún milagro, me pueda convencer de que el rapto y el robo de hoy no están relacionados, pero ¿caerse por la borda tampoco? -Tensó los dedos un instante-. No, me temo que no tiene ninguna posibilidad de convencerme de que los tres incidentes carecen de relación. Dígame, ¿ocurrió algo más durante el viaje?

Allie trató de mantener un rostro inexpresivo, pero no lo consiguió, porque un músculo de la mandíbula le tironeaba. Se dio cuenta de que no tenía ningún sentido ocultárselo y le explicó que durante la travesía se había caído por las escaleras y había enfermado después de una comida.

Un velo de preocupación oscureció la mirada de lord Robert.

– Seguro que no es capaz de creerse que todos esos sucesos no tengan ninguna relación, ¿verdad?

– No… ya no. -Entonces, en un intento de prevenir la avalancha de preguntas que veía venir, añadió-: Intentaré explicárselo, pero me temo que no sé mucho.

Lord Robert le soltó los brazos, pero su mirada no se apartó de ella.

– Cualquier cosa que sepa sobre esos hechos ya es más de lo que yo sé. La escucho.

– Después de la muerte de David -comenzó ella, apretándose el revuelto estómago-, encontré entre sus efectos personales un anillo con un escudo de armas. Despertó mi curiosidad, porque nunca antes lo había visto. Un joyero en América me dijo que creía que era de origen inglés. Cuando me decidí a visitar a Elizabeth, traje el anillo conmigo, esperando descubrir algo más sobre él. Le di un dibujo del escudo de armas al señor Fitzmoreland, el anticuario con el que hablé. Esta mañana he recibido una nota suya en la que me decía que el blasón pertenece a la familia Shelbourne.

Se detuvo para recuperar el aliento y para calibrar la reacción de lord Robert hasta el momento. Al parecer, empezaba a entender.

– Ése era el asunto que quería resolver en Londres.

– Sí.

– Y por esa razón me pidió que le presentara a Shelbourne.

Allie asintió con un movimiento de cabeza.

– Deseaba devolverle el anillo. A mí no me sirve de nada, y pensé que para él tal vez tuviera un valor sentimental.