– Muchas gracias, Carters. -Robert se volvió hacia la señora Brown, que había permanecido en silencio durante su conversación con Carters. Estaba tan inmóvil como una estatua, con el rostro sin color y los ojos convertidos en dos estanques gemelos de inquietud. Robert notó el ligero temblor que le agitaba el labio inferior y la manera en que se retorcía las manos.

Ocultaba algo, maldición, y él ya estaba más que harto. No la había presionado la noche anterior, pero esa noche las cosas serían diferentes.

– Creo que debemos tener otra conversación, señora Brown -dijo suavemente.

Allie estaba ante la chimenea del salón, mirando fijamente las llamas, tratando de absorber el calor para alejar el frío que le había calado hasta los huesos al oír las inquietantes noticias de Carters.

Dios, no se había acabado. El anillo, la caja. Ya no los tenía, pero aún había alguien que quería algo de ella. O simplemente que la quería… fuera de escena.

Se agarró las manos con fuerza, pero fue incapaz de detener el temblor que las sacudía. No podía recordar una época de su vida en la que se hubiera sentido más asustada. O más sola. Y no sólo asustada por su propia seguridad. El peligro no la amenazaba únicamente a ella. Lord Robert ya había resultado herido, y la casa había sido asaltada y robada. Si iba a Bradford Hall, ¿sería posible que su presencia pusiera en peligro a Elizabeth y a su familia?

No podía correr ese riesgo. Sin duda, lo mejor sería que se volviera a América. Inmediatamente. Su corazón se oponía a esa idea, pero no podría perdonarse si alguien más resultara dañado por su culpa. Y a causa de su conexión con David. Porque ésa era la única explicación posible. La persona que quería algo de ella tenía que ser alguien del pasado de David. Alguien que la había seguido desde América. La invadió una sensación de amargura.

«Así que ahora vas a robarme algo más, David. La oportunidad de ver a Elizabeth.»

Lágrimas ardientes le llenaban los ojos. Dios, se sentía tan sola, era un punzante dolor que nunca antes había experimentado. Y estaba muy cansada de estar sola.

– ¿Se encuentra bien?

La profunda voz de lord Robert sonó directamente a su espalda. Se volvió y se encontró mirando a unos ojos no tan cargados de furia como había esperado, pero sin duda preocupados.

Lord Robert extendió los brazos y le colocó las manos sobre los hombros. El calor de sus amplias palmas atravesó la tela del vestido.

– Es evidente que no se encuentra bien -dijo con suavidad-. Y también es evidente que pasan más cosas de las que me ha explicado. -Apretó las manos y su voz adquirió un tono más seco-. Sea lo que sea, no sólo la pone a usted en peligro, sino también a mí y a todos los que están en casa de mi hermano. No quiero que nadie resulte dañado.

– Yo tampoco lo quiero -murmuró ella-. Y por eso, lo mejor que puedo hacer es regresar a América. En el primer barco disponible.

Lord Robert pareció quedarse helado durante unos instantes. Una mirada indescifrable le cruzó los ojos y sus dedos le apretaron los hombros con más fuerza.

– No -dijo con tono enfático-. Eso no sería lo mejor. Podemos resolver el problema. Quien sea que esté detrás de todo esto será arrestado. Mientras tanto, Bradford Hall es un lugar muy seguro, y en cuanto lleguemos, me ocuparé de que se tomen medidas de seguridad especiales.

La convicción de lord Robert le hizo dudar de su decisión. Dios sabía que no quería marcharse. Claro que si se fuera, no se vería obligada a revelar los humillantes detalles de su matrimonio. Podría poner rumbo hacia su hogar sin que él los llegara a conocer.

Lord Robert la sacudió ligeramente por los hombros, para captar su atención.

– Debe abandonar la idea de partir. No sólo Elizabeth nunca me lo perdonaría si la dejara irse, sino que usted no puede realizar ese viaje sola. Si después de ver a Elizabeth, sigue decidida a acortar su estancia en Inglaterra, lo arreglaremos para que alguien le haga compañía durante el viaje. -Los atractivos ojos azul oscuro de lord Robert se clavaron en los de Allie-. Pero usted no me parece la clase de mujer que huye.

Esa afirmación le pareció tanto un cumplido como un reto, y fortaleció su decisión de no permitir que David le robara nada más. Los argumentos de lord Robert para convencerla de que permaneciera en Inglaterra eran sólidos, mientras que la idea de partir la llenaba de una sensación dolorosa a la que no sabía poner nombre.

– Me quedaré -declaró. En cuanto esas palabras cruzaron sus labios, sintió como si se hubiera sacado un gran peso de encima.

Lord Robert se vació los pulmones con una larga exhalación, y aflojó las manos, que la agarraban por los hombros.

– Excelente. Pero ahora debe explicarme qué está pasando. Le prometo hacer todo lo posible para proteger tanto a usted como a mi familia, pero no podré lograrlo si no lo sé todo.

Todo. Tenía razón, naturalmente. Había más cosas en juego que su propia seguridad. Su silencio colocaría a lord Robert en una peligrosa situación. En realidad, ya lo había hecho. Si le ocurriera alguna otra desgracia…

No. No podía permitir que eso sucediera.

Lord Robert volvió a sacudirla ligeramente por los hombros.

– Déjeme ayudarla. Confíe en mí.

Allie reprimió la carcajada sacástica que se le formaba en la garganta. Pero aunque se mofara de la idea de confiar en él, su corazón le recordaba que aquel hombre se había mostrado digno de confianza, al menos en lo referente a protegerla. La había rescatado de sus raptores y había velado por ella desde su llegada.

«Déjeme ayudarla.» Allie cerró los ojos un instante. Tener un aliado… alguien con quien hablar. En quien confiar. En quien poder apoyarse. Pero ¿qué pensaría lord Robert de ella cuando supiera la verdad? La idea de ver el calor y la admiración desvanecerse de sus ojos la entristeció. Pero le debía la verdad. Puesto que la seguridad de lord Robert estaba amenazada, no tenía otra alternativa.

– Es una historia bastante larga -dijo. Lord Robert la siguió mirando inmutable.

– Dispongo de todo el tiempo que necesite. -Le soltó los hombros y le apretó suavemente las manos para tranquilizarla-. Venga. Sentémonos. -La acompañó hasta el sofá. En cuanto se sentaron, Allie lanzó un largo suspiro.

– ¿Elizabeth le ha contado algo sobre… mi marido?

Lord Robert pareció sorprendido.

– No. Sólo que había muerto.

– ¿Le mencionó cómo había muerto?

– No. Supuse que de algún tipo de enfermedad.

– David murió en un duelo. -Deseaba apartar los ojos para escapar de la penetrante mirada de lord Robert, pero se obligó a seguir mirándolo directamente-. Lo mató el marido de su amante.

Fue evidente que lord Robert tardó varios segundos en asimilar esas palabras, pero su reacción de sorpresa fue inconfundible. Incapaz de soportar la compasión que vio formarse en sus ojos, Allie se puso en pie y comenzó a recorrer la sala de arriba abajo.

– Yo no tenía ni idea -prosiguió Allie-. Un instante pensaba tener un marido que me amaba tanto como yo a él, y al siguiente descubro que está muerto. Antes de poder asimilar la noticia, me enteré de que me había sido infiel… casi desde el momento en que nos casamos.

En cuanto hubo comenzado, las palabras parecieron brotar de ella como si hubiera abierto una herida supurante y el veneno se estuviera derramando.

– Aún no me había recuperado de aquel golpe cuando averigüé que el adulterio era el menor de los pecados de David. Mientras recogía sus pertenencias, encontré su diario. Lo leí y descubrí con qué clase de hombre me había casado.

Allie se apretó el estómago con las manos para intentar calmar el temblor interno que sentía.

– Era un ladrón. Un chantajista. Un criminal. En el diario había una lista, muy detallada, de cientos de objetos que había robado y luego vendido. Y de las sumas que había extorsionado. -Una nueva oleada de dolor la recorrió al recordar y sintió que se le tensaba la garganta-. Me enfermó. Literalmente, me enfermó. Todas las comodidades de las que había disfrutado siendo su esposa, nuestra hermosa casa, los muebles, mi exquisito vestuario, todo lo había conseguido a expensas de otra gente.

Se volvió hacia lord Robert y extendió las manos.

– No lo sabía -susurró-. No lo sabía. Y cuando lo descubrí, ese conocimiento casi acabó conmigo. Tantas emociones se mezclaron en mi interior que pensé que iba a perder la razón. Pasé una semana entera encerrada en mi alcoba. Primero llorando por lo que había perdido, mi marido, mi seguridad, mi futuro. Luego llorando por haber sido una idiota. Había confiado en David absolutamente, con todo mi corazón. Y él me había engañado por completo. Había engañado a todos. Excepto a Elizabeth. Ella intentó avisarme. Me advirtió de que no lo conocía lo suficiente, pero no la quise escuchar…

Se detuvo el tiempo suficiente para respirar hondo varias veces, y luego prosiguió:

– Después de una semana de lágrimas y autocompasión, no lo resistí más. Entonces la rabia reemplazó a la pena. Rabia hacia mí misma por ser una idiota ingenua. Y hacia David por todos sus engaños y sus mentiras.

Se volvió hacia lord Robert y continuó paseando por la sala, mientras las palabras fluían cada vez más rápidas.

– En cuanto dejé de sentir lástima por mí, decidí que no dejaría, que no podía dejar que David me robara el respeto hacia mí misma. Había robado todo lo demás, pero no iba a quedarse con eso. Y únicamente existía una manera de que llegara a sentirme bien en mi piel de nuevo. Decidí devolver todo el dinero que David había robado.

»Con ese fin, poco a poco fui vendiéndolo todo. La casa, los muebles, mis joyas y finalmente hasta mis vestidos. En cuanto se vendió la casa, me trasladé. Los chismes y el escándalo que rodearon la muerte de David a manos del marido de su amante… bueno, no se puede imaginar lo mucho que me amargaron la vida. Me instalé en un pueblo en las afueras de Boston. David había vivido en esa ciudad varios años, y según constaba en su diario la mayoría de la gente a la que había robado residía por aquella zona. Vivir cerca me permitió asegurarme de que el dinero llegaba a aquellos a los que necesitaba devolvérselo. Como Brown es un apellido muy corriente y no dije a nadie que el nombre de mi difunto esposo era David, todo el mundo me trataba con el respeto debido a una joven viuda. Ganaba un poco de dinero cosiendo. Con esa independencia y con la sensación de hacer algo útil para reparar el daño que David había causado… comencé a sanar.

Los recuerdos acudieron a su mente. Las modestas habitaciones donde vivía. Las largas noche que finalmente dejaron de parecer tan vacías. El respeto a sí misma regresando lentamente cuando, uno a uno, iba pagando anónimamente a las víctimas de David.

– Encontré un objeto entre las pertenencias de David -continuó- que no mencionaba en el diario. Era una cajita oxidada que contenía un anillo con un escudo de armas. Me pareció raro que no hubiera consignado ese objeto, sobre todo por la meticulosidad con que había anotado todos los bienes que había robado. Candelabros, joyas, cajitas de rapé. Con la excepción de una docena de objetos, lo vendía todo en cuanto lo robaba, por lo que yo sólo podía devolver el dinero que había conseguido por ellos y no los objetos. -Se le escapó una risa sin alegría-. Aunque no podía explicarme por qué no se mencionaba ese anillo en el diario, tenía muy buenas razones para suponer que era robado. De ser así, quería devolvérselo al verdadero propietario. Y si en realidad pertenecía a David, pensé en venderlo y luego donar el dinero para caridad. Quería deshacerme de todo lo de él.

Dejó de pasear y miró a lord Robert. Éste seguía sentado en el sofá, inclinado hacia delante, con los brazos apoyados en las piernas y las manos entrelazadas, mirándola intensamente. Había preguntas rondando en su mirada, pero permaneció en silencio, esperando a que ella continuara su relato.

Allie se aclaró la garganta y, caminando de nuevo, prosiguió.

– Consulté con un experto anticuario de Boston, pero sólo pudo decirme que el anillo era antiguo, de origen inglés y que probablemente pertenecía a alguien de la nobleza. Lo que significaba, naturalmente, que David debía de haberlo robado antes de zarpar hacia América. Dejé el anillo para lo último y decidí combinar mi búsqueda del propietario con una visita a Elizabeth. Me costó tres largos años localizar y pagar a las víctimas de David, pero finalmente lo logré. Lo único que me quedé fue el anillo de casada, que ya no llevaba puesto, y las ropas de luto, que llevaba puestas todos los días. No podía permitirme comprar otros vestidos, y el negro mantenía a raya a cualquier posible pretendiente. Y tanto el anillo como el vestido me servían para recordarme diariamente lo que había perdido… y eran una dura advertencia de no permitirme nunca más llegar a una situación similar. -Se detuvo ante la chimenea y miró las llamas con los puños apretados contra los costados-. Nunca más -susurró fervientemente-. Nunca más.