– ¿Está Elizabeth al corriente de todo esto? -preguntó lord Robert.

Allie se volvió para mirarlo y negó con un movimiento de cabeza.

– Nadie lo sabe. Lo único que sabe Elizabeth es lo que le conté en mi primera carta, en la que le dije que David había muerto en un duelo. Merecía saber que no se había equivocado con él, por tanto le expliqué las circunstancias que lo condujeron a la muerte. Le rogué que me perdonara y le pregunté si podía visitarla, para disculparme en persona. Ella me contestó perdonándome sin más e invitándome a venir a Inglaterra.

– ¿Y su familia? ¿No se lo explicó a ellos?

– Sólo que David me era infiel, lo que, naturalmente, todo el mundo supo después de su muerte. Nadie conoce el resto de la historia. -Alzó la cabeza ligeramente-. Excepto usted. Y tampoco nadie más conoce mi situación económica. Si se lo hubiera dicho a mi familia, habrían insistido en ayudarme. Pero devolver el dinero a esa gente… era algo que tenía que hacer yo sola. -Sacudió lentamente la cabeza-. No espero que lo entienda.,.

Una sombra cubrió el rostro de lord Richard.

– Lo cierto es que la entiendo perfectamente.

Allie dudaba sinceramente que eso fuera cierto, pero sus ojos se encontraron y la empatía de su mirada era innegable. Sintió curiosidad, pero se forzó a dejarla a un lado y finalizar su propia historia.

– Cuando pude pensar en viajar a Londres, casi no tenía dinero para el pasaje. Pero no deseaba retrasar el viaje por más tiempo y tener que soportar la travesía por el océano en invierno. Y tenía que venir. Tenía que averiguar más cosas sobre el anillo para poder dejar atrás la última pieza de mi pasado, y también necesitaba ver a Elizabeth. Para disculparme con ella. Por las cartas que habíamos intercambiado, supe que me había perdonado por tratarla horriblemente, pero quería, necesitaba expresarle mi arrepentimiento en persona. -Apretó las manos con más fuerza sobre la cintura-. Me porté de manera odiosa. Era mi mejor amiga, y sólo se preocupaba por lo que era mejor para mí, pero la aparté de mi lado. Ésa es la razón por la que he venido a Inglaterra. Ella había estado viviendo con mi familia después de la muerte de su padre. Pero cuando me advirtió contra David, le dije que se marchara.

Su voz se redujo a un susurro, y casi no podía hablar por el nudo que tenía en la garganta.

– La acusé de querer a David para ella. La acusé de tener celos de mi felicidad. Le dije que no quería que asistiera a mi boda ni que siguiera formando parte de mi vida. Cuando dejó a mi familia, no tenía a dónde ir, así que se embarcó hacia Inglaterra para visitar a una tía. -Allie cerró los ojos-. Ella me avisó… Dios, si la hubiera escuchado. -Suspiró profundamente-. Como mi capital era tan escaso, me puse al servicio de lady Gaddlestone como acompañante, y ella me pagó el viaje. Pero una vez a bordo del barco, las desgracias que le expliqué se sucedieron. Tuve la intensa sensación de que alguien me vigilaba. No podía esperar a salir de allí. -La recorrió un estremecimiento-. Pero los sucesos extraños me han seguido hasta aquí, como bien sabe. Pensé que se habría acabado, ahora que ya no tengo ni el anillo con el escudo de armas ni la caja.

– Pero es evidente que no se ha acabado -repuso él con voz severa-. Que alguien haya intentado entrar esta noche demuestra claramente que sea quien sea aún quiere algo. ¿Tiene alguna idea de lo que puede ser?

Por un instante pensó en ocultárselo, pero decidió que no tenía ningún sentido, puesto que ya le había hecho partícipe de todos los demás secretos humillantes.

– No queda nada… excepto esto. -Fue hasta el sofá, abrió su bolso y sacó el papel-. Lo he encontrado hoy mismo. Escondido en un doble fondo de la caja del anillo.

– ¿Qué dice?

– No lo sé. Está escrito en alguna lengua extranjera. Me temo que pueda ser información referente a David… información que no quisiera que nadie más conociera, por eso no lo puse de nuevo en la caja antes de entregársela a lord Shelbourne.

– ¿Puedo echarle un vistazo?

Le tendió el delicado papel sin decir palabra. Lord Robert fue hasta la chimenea y se agachó para que la luz de las llamas iluminara el papel.

– Creo que podría ser gaélico -dijo un minuto después. Allie sintió un nudo en el estómago.

– Yo también lo pensé, y en tal caso, seguramente tiene que ver con David. Él conocía ese idioma.

Lord Robert asintió con la cabeza de forma ausente.

– Esta palabra… qué extraño. -Señaló una palabra-. Parece que pone «Evers».

Allie se agachó junto a él y miró fijamente las palabras apiñadas y desvaídas.

– Sí, es cierto. -Algo le pasó por la cabeza, pero no pudo retenerlo-. ¿Significa algo para usted?

– Sólo que es el apellido de mi amigo Michael. -De repente lo recordó.

– Ah. El boxeador que nos curó las heridas.

– Sí. -Continuó examinando el papel. Durante casi un minuto el único sonido que rompió el silencio fue el crepitar de las llamas anaranjadas en el hogar.

– Mire esta palabra -dijo lord Robert finalmente, señalando otro grupo desvaído de letras-. Juraría que se parece al nombre de la ciudad irlandesa donde Michael nació. -Se volvió hacia ella. Sus ojos se veían negros a la luz de las llamas-. Me gustaría enseñarle esta carta a Michael.

Allie abrió la boca para protestar, pero lord Robert prosiguió antes de que ella pudiera hablar.

– Él es irlandés, quizá pueda traducir la carta. Le doy mi palabra de que es discreto.

Allie iba a negarse, pero una abrumadora sensación de cansancio se apoderó de ella. Deseaba de tal manera que todo aquello acabase…

– Muy bien -aceptó con voz cansada.

Robert vio que las fuerzas parecían abandonarla. Dejó la nota sobre la mesa de caoba, se puso en pie y extendió los brazos para ayudarla. Ella miró las manos durante unos instantes, y Robert pensó que iba a rechazar su ayuda, pero Allie las tomó y le permitió ayudarla a incorporarse.

Tan sólo los separaba medio metro. En las manos de Robert, las de Allie parecían pequeñas y estaban frías, y sus ojos… enormes en su pálido rostro, ensombrecido por fantasmas del pasado y por el cansancio. Se la veía física y emocionalmente exhausta.

Robert sintió una tirantez en el pecho, y toda la furia que había mantenido a raya mientras escuchaba el relato de la joven lo bombardeó. Una violencia como nunca había sentido se despertó en su interior y lamentó profundamente no haber estado nunca cinco minutos a solas con David Brown. Acababa de descubrir por qué había desaparecido la muchacha del retrato. Y no pudo evitar maravillarse ante la determinación y la fuerza interior que había permitido que una pequeña parte de aquella joven se conservara viva.

Sin embargo, al mirarla en ese momento, su furia desapareció con tanta rapidez como se había encendido, apagada por una gran compasión. Por todos los demonios, lo que había tenido que soportar esa mujer… y cuánto había luchado. Y qué difícil le había resultado explicárselo.

Súbitamente, la joven se tensó y se soltó.

– Otra de las razones por las que me mudé -explicó- fue para distanciarme de mi familia. No sólo no deseaba que el escándalo los rozara más de lo que ya lo había hecho, sino también fue porque no pude aguantar su compasión por más tiempo. Sabía que me querían, pero siempre que me miraban lo único que veían era a «la pobre Allie». Todos me miraban con la misma expresión que tiene usted en su rostro ahora. -Alzó la barbilla, con una mirada firme-. No quiero su compasión.

– Lo entiendo. Pero no puedo evitar lamentar lo mucho que ha sufrido. Si le hace sentirse mejor, le puedo asegurar que la compasión sólo ocupa una fracción muy pequeña de mis sentimientos en estos momentos.

Allie frunció los labios y alzó la barbilla un poco más.

– Me imagino q ue se siente muy indignado.

– Claro, siempre me indigna saber no sólo que gente como David Brown existe sino que también hacen daño a los demás… a gente amable y confiada, como usted.

– Me refería a indignada conmigo. Por ser tan estúpida como para amar a un hombre así. Por no ser capaz de ver su verdadero carácter.

– No, Dios, no. -Extendió los brazos y la tomó por los hombros-. Usted no hizo nada malo. Usted fue la víctima, de una forma muy cruel. Siento la mayor admiración por usted, por la forma en que ha compensado a las víctimas. Es usted muy valiente.

Una carcajada seca y sarcástica salió de entre los labios de la joven.

– ¿Valiente? Estoy aterrorizada constantemente. Insegura de… todo.

– Pero sigue adelante. Tratando de hacerlo lo mejor posible. Ser valiente no significa no tener miedo, significa superar esos miedos. Ir hacia delante a pesar de esos miedos. Enfrentarse a ellos. -Al ver que ella seguía sin parecer convencida, Robert prosiguió-: No puedo decirle lo mucho que admiro su fuerza. Todo lo que ha luchado para compensar crímenes que no eran suyos.

Había confusión en los ojos de Allie.

– Retornar cosas que no eran mías y devolver dinero que David había robado, para eso no hace falta fuerza.

– ¿De verdad? Sinceramente, ¿cuánta gente cree usted que hubiera hecho lo mismo? ¿Sobre todo si se hallasen al borde de la miseria? -La mirada de Robert recorrió el encantador rostro de la joven, sus pálidas mejillas, y el corazón le dio un vuelco-. Creo que es la mujer más valiente y más fuerte que he conocido jamás. Y le doy mi palabra que quien sea que está detrás de esos accidentes, raptos y robos será atrapado. No permitiré que nadie más le haga daño.

Múltiples expresiones pasaron por el rostro de Allie al mismo tiempo. Sorpresa. Duda. Inseguridad. Y finalmente gratitud. Pero todas ensombrecidas por una vulnerabilidad que hacía que Robert deseara rodearla con sus brazos y protegerla de quien fuera lo suficientemente estúpido para intentar lastimarla de nuevo. El labio inferior de Allie temblaba ligeramente, y la mirada de Robert se dirigió hacia la boca… su carnosa y hermosa boca.

El deseo lo golpeó con fuerza, ineludible. Era tan dolorosamente hermosa. Un rubor repentino cubrió las mejillas de Allie. Era evidente que había reconocido el ansia que ardía en la mirada de, Robert.

Éste permaneció inmóvil durante segundos, ofreciéndole la oportunidad de alejarse de él, pero ella continuó donde se hallaba. Aquel atractivo rubor lo llamaba como el canto de una sirena, y lentamente, como en un trance, Robert alzó la mano y le rozó suavemente la mejilla con la yema de los dedos.

Terciopelo. Su piel era como terciopelo color crema. ¿O era el satén más suave? ¿O seda? No lo sabía, pero la piel de la joven era sin duda de la más suave de las materias. Un ligero suspiro escapó de entre los labios de Allie, de nuevo llamando la atención de Robert hacia ellos. Y de repente, Robert no pudo pensar en ninguna razón que le impidiera ceder ante el deseo que lo había perseguido desde incluso antes de conocerla. Aquella mujer no estaba de luto por su marido… su corazón era libre.

Le pasó un brazo por la cintura y la acercó lentamente hasta que sus cuerpos estuvieron pegados. Los ojos de Allie se abrieron ligeramente, pero el asentimiento y el deseo que brillaban en las profundidades marrón doradas de sus ojos eran imposibles de confundir. Robert aspiró profundamente, y el perfume de la joven le envolvió como el aroma de un vino embriagador. Inclinó la cabeza y rozó con sus labios los de Allie.

«Por fin.»

Se lo tragó el mismo torbellino de emociones que había sentido en el muelle, y durante varios segundos fue incapaz de moverse, mientras las palabras resonaban en su cabeza. Si le hubiera sido posible, se habría reído de su intensa reacción. Dios, pero si casi ni la había tocado…

La atrajo con fuerza hacia sí. Ninguna mujer, jamás, le había hecho sentirse así. Era como si estuviera hecha precisamente para él y para nadie más. Allie se puso de puntillas y se apretó contra él, presionando sus magníficas curvas y haciendo que se desvaneciera cualquier tonta esperanza que Robert hubiera albergado de mantener el control. Un gemido le subió por la garganta. Le tocó la comisura de los labios con la lengua y Allie los abrió para él con un ronco suspiro que hizo que la sangre le ardiera en las venas.

Sabía como el vino caliente. Suave y cálida, deliciosa y estimulante. Mientras Robert exploraba los oscuros misterios de su boca, ella exploraba la de él con igual fervor, y sus lenguas se rozaban con una fricción exquisita. Una imperiosa necesidad, ardiente y cada vez más apremiante, lo atravesó, y si hubiera sido capaz de pensar con claridad, se habría horrorizado ante su falta de sutileza.

Dedos impacientes se hundieron en el cabello de la joven, haciendo saltar las horquillas, y una cortina de cabello con aroma a flores cayó sobre las manos de Robert. Suave, Dios, era tan suave. Y olía tan bien. El espeso cabello oscuro de Allie le ondeaba entre los dedos como fría seda, en sorprendente contraste con el fuego que ardía en su interior. Un fuego que la reacción de Allie no hacía más que avivar. Porque la boca de ella reclamaba la suya con la misma impaciencia. Porque sus manos se perdían en el cabello de Robert con la misma ansia.