Un gemido vibró entre ambos. ¿Suyo? ¿De ella? Que Dios le ayudara, pero ya no lo sabía. Desesperado por sentirla más, le deslizó las manos por la espalda hasta que abarcó con ellas las redondas posaderas de Allie. Todos sus músculos se tensaban en un anhelo de sentirla más cerca, y maldijo la barrera de ropa que impedía que sus pieles se tocaran.
Cuando recuperó algo parecido a la cordura, junto con un atisbo de delicadeza, no supo cuánto tiempo había durado aquel frenético apareamiento de labios y lenguas. Suavizó su beso, y de algún modo encontró la manera de separarse de sus labios y de explorar las delicias del fino cuello. Con besos ardientes la recorrió desde el mentón hasta la base del cuello, donde notó el acelerado pulso. Tocó ese punto con la lengua, saboreando el largo y profundo gemido que vibraba en el cuello de Allie.
– Esa fragancia -le susurró junto a la oreja-. ¿De qué es este increíble aroma que llevas? -Le atrapó el lóbulo entre los dientes y tiró suavemente.
– Madreselva -repuso ella con voz entrecortada y acabando con un ronco gemido.
Madreselva. Ese seductor aroma que se le había quedado grabado en la mente tenía un nombre. Madreselva. Demonios, si hasta sonaba seductor. Sensual. Como la mujer que tenía entre los brazos.
Lentamente, Robert alzó la cabeza y contempló a Allie. Brillantes mechones de pelo castaño le caían sobre los hombros con un salvaje abandono. Tenía los ojos cerrados y el rostro ardiente de excitación; los carnosos labios estaban húmedos e hinchados a causa de los frenéricos besos. La próxima vez iría más despacio, pensó Robert. La saborearía. Se tomaría tiempo para memorizar cada exquisito matiz. Sin duda estaría horrorizado por haberla casi devorado si no fuera por el hecho de que ella había sido tan voraz como él. Cierto, habían calmado su mutua hambre, pero la próxima vez…
¿Próxima vez? Se detuvo a considerar la importancia de esas palabras. Sí, próxima vez, porque sabía, sin la menor sombra de duda, que habría una próxima vez. La idea de no volver a tocarla… era impensable. Besarla había sido como regresar al hogar después de un largo viaje. Como encontrar refugio después de estar perdido bajo la tormenta. Cierto que había dudado, que incluso se había burlado de la posibilidad de que esa mujer le hiciera sentir ese algo especial. Pero, Dios, no podía seguir dudando o mofándose. Un simple beso lo había dejado prácticamente de rodillas. La deseaba. Con una fuerza que, literalmente, lo hacía temblar.
Los ojos de Allie se abrieron parpadeando, y Robert se tragó un gemido al ver su expresión lánguida y soñadora. Eran como terciopelo marrón y sus profundidades estaban cargadas de deseo. Por primera vez desde que podía recordar, Robert se hallaba sin palabras. Ninguna ironía, ninguna broma le tiraban de la lengua. Había sospechado, no, demonios, lo había sabido, que si la besaba no sería un simple beso.
Allie, con un gemido de placer, emergió lentamente de la neblina sensual que la envolvía. Se sentía tan maravillosamente viva. Le cosquilleaban todos los nervios, enviando oleadas de deseo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que la habían besado. Y nunca la habían besado así… como si quisieran absorberla. Como si no la pudieran tener suficientemente cerca. Saboreándola en profundidad. Y que Dios la ayudara, no había querido que él se detuviera. En el momento en que la había tocado, después de decirle lo valiente y fuerte que pensaba que era, había sido como si ella fuera un montón de astillas secas y él una cerilla encendida. Había ardido bajo el asalto de besos que en un segundo habían cambiado de suaves a devoradores.
Las grandes manos de Robert aún le rodeaban las posaderas, y las manos de Allie seguían enredadas en el cabello de la nuca del hombre. Sus ojos finalmente se toparon con los de él, y se quedó sin aliento ante el intenso calor que despedía su mirada. Se movió ligeramente entre sus brazos, rozando su excitación. Robert tragó aire, y el ardor la inundó de nuevo. Fiero y anhelante.
Y no deseado.
Recobró la cordura como si la hubieran golpeado con una toalla mojada. ¿Qué demonios estaba haciendo?
«Besándole. Como has querido hacer desde aquella primera noche, cuando te hizo cantar aquel tonto dúo.»
Sí. Y dejarse llevar por la tentación sólo había servido para demostrar lo desaconsejable de la decisión. Porque un solo beso la había inflamado y había resucitado un torrente de deseos y anhelos que creía haber enterrado. Pensamientos y sensaciones que no había querido ni esperado volver a sentir. Pero ahí estaban, llamando desde su interior con más fuerza e insistencia de la que nunca antes habían tenido. Y eso la aterrorizaba.
Sacó los dedos de entre el cabello de Robert y se alejó de él con dos temblorosos pasos. Las manos de Robert resbalaron lentamente de sus posaderas. Resultaba casi imposible mantener la distancia y mirarlo cuando toda la cautela de su interior le gritaba que huyera cuanto antes. En ese mismo instante. Antes de que se rindiera a los deseos de su cuerpo y se lanzara sobre el hombre.
Su parte cobarde deseaba que él fuera el primero en hablar. En decir que lo que había pasado era un error… una locura que no se volvería a repetir. Pero cuando el silencio se alargó, decidió que tendría que ser ella quien comenzara.
– Lord Robert…
– Robert -repuso él con una media sonrisa-. Creo que ya podemos tutearnos oficialmente… Allie.
La forma en que pronunció su nombre, con esa voz ronca, hizo que un estremecimiento le recorriera la espalda. Se aclaró la garganta y comenzó a hablar en lo que esperaba que fuera un tono enérgico.
– Acepto la parte de responsabilidad que me corresponde por lo que acaba de suceder. Creo que ambos estaremos de acuerdo en que ha sido un error. Un error que no se volverá a repetir.
– Oh, pero es que no ha sido ningún error -repuso Robert en una voz tranquila y completamente en desacuerdo con la seriedad de su mirada. Extendió el brazo y la tomó de la mano, y Allie sintió un agradable estremecimiento en todo el brazo-. Y se volverá a repetir. Seguro que te das cuenta.
Allie quería contradecirlo, quería abrir la boca y refutar esas alarmantes afirmaciones. Pero las palabras se negaban a salir.
– Tú también lo has sentido -susurró Robert, con la mirada clavada en la de ella-. Lo mismo que yo. Ese algo especial. Estoy seguro. Quizá no quieras admitirlo o no estés preparada, pero lo he sentido en tu respuesta, lo he saboreado en tus besos. Está ahí, entre nosotros. Y no va a desaparecer. Claro que no, sólo va a ir a más.
La sinceridad de Robert y su evidente aceptación de algo tan completamente inaceptable la dejaron paralizada. Se humedeció los labios.
– Si lo olvidamos…
– Imposible. -Le apretó la mano y se acercó más a ella-. ¿Y por qué querrías olvidarlo?
– ¿Por qué? ¿Cómo puedes preguntarlo? -Era imposible disimular la angustia que había en su voz-. Mantener una relación con otro hombre… -Su voz se apagó y un estremecimiento la sacudió.
– Yo no me parezco en nada a David. -Un músculo le temblaba en el mentón. Entrecerró los ojos-. Pero tú crees que sí. Me lo has dicho. Dos veces. Y yo me lo tomé como un gran cumplido. -Un sonido de incredulidad se le escapó de entre los labios. Le soltó las manos y se apartó de ella con una expresión entre sorprendida y enfurecida ¿Puedo preguntar qué he hecho exactamente para que pienses tan mal de mí?
– No quería decir que pensara que eras un criminal…
– Muy amable por tu parte -murmuró secamente.
– Pero me lo recordabas en otras cosas. En cosas que son difíciles de describir.
– ¿Nos parecemos?
– Físicamente, no. David era muy apuesto.
– Ya veo. Bueno, el ruido que acabas de oír era mi orgullo masculino cayendo al suelo.
Allie se sintió avergonzada.
– No quería dar a entender que… a lo que me refería era… ¡oh, diantre! -La irritación reemplazó a la vergüenza-. La verdad es que mientras que David era muy apuesto, tú aún lo eres más. Pero es tu forma de actuar lo que se parece. Tienes la misma personalidad despreocupada, divertida y el aire de no tomarte las cosas en serio.
– Te ruego que me permitas disentir. Hay muchas cosas que me tomo muy en serio.
– Tal vez. Pero no importa. Me niego a arriesgarme de nuevo. De ninguna manera. Por ningún hombre. Está claro que nunca nadie ha traicionado tu confianza.
– No de la manera que te han traicionado a ti.
– Entonces es imposible que entiendas la humillación y el desespero.
Algo brilló en los ojos de Robert.
– Conozco la desesperación -dijo suavemente-. Pero lo que nos haya ocurrido en el pasado no tiene ninguna relación con esta… atracción que sentimos el uno por el otro. Quiero enseñarte algo. -Del bolsillo del chaleco sacó un papel. Lo desdobló con cuidado y se lo tendió.
Allie miró el papel y se quedó sorprendida. Era un dibujo. De ella.
– Elizabeth me lo dio -le explicó Robert-, para que pudiera reconocerte en el muelle. Creo que te envió un retrato mío por la misma razón.
– Sí. -«Y lo he contemplado todos los días.»
– He mirado este dibujo todos los días, Allie -murmuró él.
La mirada de Allie volvió a él. Antes de que pudiera reaccionar ante sus palabras, que de forma tan extraña reflejaban sus propios pensamientos, él prosiguió.
– Y me quedé encantado con esta mujer desde el momento en que la vi.
Allie contempló a la risueña joven del retrato y se le hizo un nudo en la garganta. Le devolvió el dibujo.
– Esa mujer ya no existe.
– Sí, sí que existe. Sólo está escondida. -Extendió la mano y le recorrió la mejilla con el dedo-. Sólo tenemos que sacarla a jugar. Una confusa mezcla de temor y anhelo la recorrió. -¿Y por qué querrías hacer una cosa así?
– Porque quiero conocerla. Creo que me gustaría… Es más, sé que me gusta. Y pienso que yo le podría gustar.
«Que Dios me ayude, ciertamente le gustas. Demasiado.»
Robert volvió a doblar el dibujo y se lo guardó en el bolsillo.
– Puedes no hacer caso de tus sentimientos, si quieres, resistirte a ellos, si así lo deseas, pero te prometo que no serás capaz. No por mucho tiempo.
La pura arrogancia de esa afirmación, junto con el hecho de que ella temía que tuviera razón, la irritó. El orgullo le hizo enarcar las cejas.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro?
– Porque a diferencia de lo que te ha ocurrido a ti, yo no me he asustado de lo que nuestro beso me ha hecho sentir. Porque no puedo ni siguiera imaginarme el no seguir explorando ese sentimiento. Porque tú crees que soy apuesto y yo creo que eres absolutamente hermosa. Y porque, aunque sea la última cosa que haga, te demostraré que no soy como David. -Se aproximó a ella hasta que casi se tocaron. Entonces se inclinó y le susurró directamente al oído, y su aliento hizo que la sensible piel de Allie se estremeciera-. No podrás pasar por alto lo que hay entre nosotros, Allie, porque no te dejaré. Y nunca más volverás a dudar de que puedo ser un hombre muy serio.
Después de cerrar la puerta de la alcoba, Robert se apoyó contra el panel de madera y exhaló largamente. El exquisito gusto de Allie permanecía aún en su lengua, y el recuerdo de su aroma floral le excitaba los sentidos. Que Dios le ayudara, la deseaba. Y estaba decidido a tenerla.
Pero volvió a oír las palabras de la joven: «No quería decir que pensara que eras un criminal…»
Apretó los ojos para alejar la culpabilidad que lo atormentaba. ¿Qué diría, cómo reaccionaría, si llegara a enterarse de los crímenes de su pasado? Imágenes del incendio, del daño que había causado, de Nate, acudieron a su mente, y se pasó las manos por el rostro para alejarlas. Había negado ser parecido al ladrón de su difunto marido, y era cierto, pero ¿se creería ella eso si tuviera conocimiento de sus peores momentos?
Los años habían pasado, pero aún recordaba con total claridad aquella noche. Fue en un pub en las afueras de Londres. Recordaba su sorpresa al ver a Cyril Owens, el herrero del pueblo cercano a Bradford Hall. Cyril borracho, fanfarroneando ante un grupo de marineros sobre la muchacha que había poseído recientemente, y de cómo había utilizado su particular tipo de encanto para «convencerla». Asqueado, Robert se había alejado. Pero entonces Cyril había mencionado el nombre de la muchacha. Hannah.
Robert comprendió horrorizado a quién se refería. Hannah Morehouse, la hija de Nate. Nate Morehouse era algo más que uno de los mozos de cuadra más fieles de Bradford House, era mucho más que un simple sirviente. Robert lo admiraba y respetaba, lo consideraba un amigo. Recordó que Nate le había mencionado lo preocupado que estaba por Hannah, por lo callada y tímida que se había vuelto en las últimas semanas. Y Robert acababa de descubrir por qué.
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