Pero ¿cómo mencionar el tema? ¿Debería simplemente preguntárselo? ¿Abordarlo como una proposición de negocios? Apretó los labios. Dios, por muy violento que pudiera resultar pedirle que se convirtiera en su amante, sería una humillación absoluta si él rechazara su oferta. Bueno, entonces tendría que asegurarse de que no pudiera rechazar la oferta.

La sombra de una sonrisa le tensó los labios al imaginarse en el papel de seductora. ¿Qué haría él si ella se levantara y fuera a sentarse en su regazo? ¿Si le pasara la mano por el denso y oscuro cabello? ¿Si rozara con los labios su encantadora y masculina boca?

«Te besaría hasta dejarte inconsciente. Luego te tocaría… en todos los lugares que lo están deseando. Te arrancaría el vestido y luego…»

– ¿Qué tal es el libro?

Esas palabras, pronunciadas con voz ronca, la arrancaron de sus sensuales pensamientos. Alzó la cabeza y sus miradas se encontraron. Era la primera vez que lo miraba directamente desde la noche anterior, y el efecto de sus ojos azul oscuro y del inconfundible deseo que hervía bajo la inocente pregunta, creó aún más confusión en los exaltados sentimientos de Allie.

Sintió arder las mejillas y el corazón se le detuvo por un instante. Tragó saliva para encontrar las palabras.

– ¿Disculpa?

– El libro. ¿Te gusta?

¿Libro? Miró hacia abajo y recobró la cordura.

– ¡Oh! Sí. Es maravilloso.

Una sonrisa lenta y devastadora alzó una de las comisuras de la boca de Robert.

– Es increíble ese talento que posees. ¿También te lo enseñó tu padre, como los malabarismos?

– ¿Qué talento?

En vez de responder, Robert cubrió el espacio que los separaba y le sacó el libro de las manos. Si dejar de mirarla, dio la vuelta al delgado volumen y se lo devolvió.

Confusa, Allie miró el libro, las palabras correctamente impresas.

Sin duda los fuegos del infierno que le ardían en las mejillas la consumirían hasta convertirla en un montón de cenizas. Alzó la mirada de nuevo, y sus ojos se encontraron, pero en vez del humor y la burla que Allie esperaba encontrar, la mirada de Robert era intensa. Y totalmente seria.

– Sufro del mismo mal, Allie -susurró Robert.

Aquella musitada confesión se le clavó a Allie en el corazón. Y borró todas las dudas que pudiera haber tenido. Cerró el libro y lo dejó sobre cl asiento. Luego hizo acopio de todo su valor, respiró hondo y saltó al negro abismo desconocido que se abría a sus pies.

– Creo haber dado con una solución para curar nuestra mutua… aflicción.

– Por favor, no me dejes en suspense.

– Creo que deberíamos ser amantes -dijo, adoptando lo que esperaba que fuera un tono pragmático.

La sorpresa destelló en los ojos de Robert, seguida instantáneamente de una llamarada de ardor y luego algo más que pasó demasiado deprisa para que Allie tuviera tiempo de identificarlo. Entonces, justo cuando Robert abría la boca para responder, el carruaje se detuvo. Ambos se volvieron hacia la ventana. Un edificio palaciego de piedra gris se alzaba ante ellos.

Antes de que Allie tuviera tiempo de organizar sus pensamientos, un lacayo abrió la puerta.

– Hemos llegado a Bradford Hall -anunció Robert.

13

Robert necesitó toda su fuerza de voluntad y su capacidad de concentración para comportarse con normalidad mientras acompañaba a Allie hasta las enormes puertas de roble. Con cinco palabras susurradas suavemente, le había dejado casi sin sentido. «Creo que deberíamos ser amantes.»

Maldecía y bendecía el haber llegado justo en ese momento: lo maldecía por impedirle lanzarse y tomarle la palabra allí y en ese mismo instante. Pero lo bendecía por evitarle la posibilidad de hacer o decir algo inadecuado, y por concederle un aplazamiento que le permitiera ordenar sus ideas, lo que seguramente resultaría más sencillo si el cerebro empezara a funcionarle de nuevo.

Sólo Dios sabía hasta qué punto deseaba ser su amante. Pero quería mucho más que eso. El que ella hubiera sugerido un arreglo semejante lo complacía y lo excitaba, hasta un punto casi insoportable. Sin embargo, también lo había dejado con una clara sensación de intranquilidad que no acababa de identificar. La ironía de la situación le golpeo con fuerza y movió la cabeza. La noche anterior había desgastado el suelo de su dormitorio yendo de un lado a otro, y luego había permanecido sentado durante seis horas en aquel maldito carruaje, intentando por todos los medios pensar en un modo de conseguir que ella lo desease, sólo para descubrir al final que ya lo deseaba. Ahogó un gruñido de frustración. ¿Por qué no habría formulado esa turbadora sugerencia sólo cinco horas antes?

Las puertas se abrieron y Robert y Allie entraron en el vestíbulo.

– Buenas tardes, lord Robert, señora Brown -dijo Fenton, haciendo una pequeña reverencia-. Todos esperaban su llegada con ansiedad.

– La duquesa se encuentra bien, ¿no? -inquirió Robert mientras entregaba el sombrero al imponente mayordomo.

– Sí, señor. La duquesa ha comenzado a tener… dolores esta mañana -repuso el mayordomo ruborizándose ligeramente-. De lo último que se nos ha informado es de que todo va perfectamente. Su Excelencia es muy fuerte.

– Ah. Así que es muy posible que el bebé haga hoy su aparición? Excelentes noticias. ¿Y el duque?

Un ligero ceño apareció en el delgado rostro de Fenton.

– Tan bien como cabría esperar, señor.

Robert insinuó una sonrisa burlona.

– Despotricando, gruñendo, caminando arriba y abajo y mirando el reloj con cara de pocos amigos, ¿me equivoco?

– Lo ha resumido muy bien, señor.

– ¿Su cabello?

– Bastante de punta.

– ¿La corbata?

– Un desastre. Kingsbury está terriblemente consternado. -Robert se inclinó hacia Allie.

– Kingsbury es el ayuda de cámara de Austin. No soporta las corbatas mal colocadas. ¿Y el resto de la familia?

– Lord William partió ayer para ocuparse de un asunto de negocios en Brighton, en sustitución de su Excelencia. Lady Claudine y su hija lo acompañaron -comunicó Fenton mientras tomaba el sombrero y la chaqueta entallada de Allie.

– Ha conseguido escaparse, ¿algo? -rió Robert.

– Sí, señor. Los niños están durmiendo en el cuarto de juegos, y su madre y lord y lady Eddington se hallan en el salón-tosió discretamente sobre la mano-, con su Excelencia.

– Cáspita. ¿Cuánto rato llevan aguantándolo?

Fenton consultó su reloj.

– Una hora y treinta y ocho minutos.

– Santo Dios, se merecen una medalla. -Se volvió hacia Allie-. Prefieres refrescarte un poco o lanzarte directamente a la refriega?

– Preferiría conocerlos primero… a no ser que mi aspecto tenga una urgente necesidad de reparación.

La mirada de Robert la recorrió lentamente y luego regresó a su rostro.

– Estás encantadora. «Y nada me gustaría más que desarreglarte.»

Un ligero rubor coloreó las mejillas de Allie.

– Entonces, pasemos a las presentaciones.

– Condúcenos, Fenton. -Le ofreció el brazo a Allie y apartó de sí la imagen de ambos, desnudos, abrazándose-. Puedes conocer a la familia y ayudarme a rescatarlos al mismo tiempo.

Allie colocó la mano sobre el brazo que le ofrecía Robert, y éste apretó los dientes para borrar otra ardiente imagen de ambos en su lecho. Mantener la compostura le iba a resultar difícil. No podía recordar la última vez que se había sentido tan frustrado y agitado.

¿Cuánto tardarían en poder estar solos de nuevo? ¿En poder finalizar la conversación interrumpida? No lo sabía, pero primero tenía que saludar a la familia. Quizás el verlos apartara sus pensamientos de Allie.

– Lord Robert y la señora Brown -anunció Fenton en la puerta del salón.

Allie traspasó el umbral y penetró en el espacioso e iluminado salón. Dos damas y un caballero, todos con inconfundibles expresiones de alivio, se alzaron del sofá de brocado que se hallaba frente a la chimenea y se acercaron a ellos. Otro caballero, con el pelo alborotado y la corbata completamente torcida, se hallaba junto a las vidrieras al otro lado de la amplia sala.

Allie soltó el brazo de Robert y se separó de él, exhalando prolongadamente. Le resultaba imposible concentrarse cuando lo tocaba o estaba lo suficientemente cerca como para aspirar el celestial aroma de jabón másculino y ropa fresca. Por mucho que quisiera ver a Elizabeth y conocer a la familia, deseaba que su llegada se hubiera retrasado unos cuantos minutos. ¿Qué habría estado a punto de decir Robert? ¿Había tenido la intención de aceptar su oferta? ¿O de rechazarla? Desde que le lacayo abriera la puerta, nada en el comportamiento o en la expresión de Robert le había dado una pista.

¿Cómo esperaba actuar con normalidad delante de esas personas cuando sus pensamientos formaban tal torbellino?

«Sólo haz lo que has hecho durante los últimos tres años. Finge que todo va bien.»

Una mujer hermosa y regia, de cabello dorado pálido y ojos azul oscuro, extendió las manos hacia Robert.

– Querido, estoy tan contenta de que hayas llegado.

Robert se inclinó y la besó en ambas mejillas.

– Madre -se irguió con una sonrisa revoloteándole por la comisura de los labios-, estás maravillosa, como siempre. Sin duda demasiado joven para estar de nuevo a punto de ser abuela.

– Tienes mucha razón, desde luego. -Los ojos de la mujer sonrieron a Robert.

– Madre, permíteme que te presente a la señora Brown. Mi madre, la duquesa viuda de Bradford.

Ésta se volvió hacia Allie y le ofreció una sonrisa de bienvenida.

– Señora Brown. Me alegro mucho de conocerla. Elizabeth nos ha contado tantas cosas de usted que me parece como si ya la conociera. -Allie realizó lo que esperó que fuera una reverencia aceptable.

– Es un placer conocerla, Excelencia.

Una versión sonriente y más joven de la madre de Robert se unió al grupo, seguida de un hombre apuesto de cabello oscuro.

– Mi hermana y mi cuñado, lord y lady Eddington -los presentó Robert.

La mujercita rubia agitó un dedo hacia Robert.

– Ya pensábamos que nunca ibas a llegar, querido hermano -le regañó. Luego agarró las manos de Allie-. Madre tiene toda la razón. A todos nos parece como si ya la conociéramos.

– Muchas gracias, lady Eddington.

– Puff. Llámame Caroline.

– Será un honor. Y por favor, llámame Allie. -Sonrió al marido de Caroline y le hizo una pequeña reverencia-. Un placer, lord Eddington.

Éste sonrió y dos profundos hoyuelos se le formaron en las mejillas.

– Lo mismo digo, señora Brown. -Hizo un gesto de asentimiento hacia Robert, y luego dijo por lo bajo-: Vuestra presencia es de lo más oportuna. No he logrado entretenerle. Quizá tú lo consigas antes de que haga un agujero en la alfombra.

La mirada de Robert fue hacia el duque, que se aproximaba.

– ¿Detecto una nota de desesperación en vuestras voces?

Antes de que nadie pudiera contestar, el duque se unió al grupo. Robert y él se dieron la mano. Mientras lo hacían, Allie observó al hombre que había ganado el corazón de Elizabeth. Era, en una palabra, impresionante. Alto, apuesto, atractivo. Y se hallaba a todas luces en un estado de pánico tal que se le enterneció el corazón. El duque se volvió hacia ella y Allie se quedó sorprendida al notar su extraordinario parecido con Robert. Excepto que los ojos del duque eran grises. Y preocupados.

– Es un honor conocerlo, Excelencia -dijo, haciendo una reverencia-. Gracias por invitarme tan generosamente a su hogar.

Él le tomó la mano e hizo una inclinación de cabeza.

– El placer es nuestro, señora Brown. Además, esperar su llegada ha hecho que el ánimo de Elizabeth se mantenga alto. Está ansiosa por verla. -Su mirada fue hacia la puerta-. ¿He oído un grito? ¿Era Elizabeth?

Caroline lanzó a Robert una mirada cargada de significado.

– Cálmate, Austin. No ha sido un grito. El bebé aún tardará horas en llegar.

El duque palideció y se pasó las manos por el ya revuelto cabello.

– Vamos, viejo amigo -dijo Robert, poniendo una mano sobre el hombro de su hermano-. Pasemos a la sala de billar y dejemos que las damas se conozcan mejor. Vamos antes de que te arranques todo el cabello y Elizabeth se vea obligada a vivir con un calvo.

– Gracias, Robert, pero no estoy de humor para el billar.

Robert se volvió hacia lord Eddington.

– Como Austin tiene miedo de perder ante mi superior habilidad, ¿puedo retarte a una partida, Miles?

Fue imposible no notar el alivio de lord Eddington.

– Sin duda. Hace rato que deseaba jugar, pero Austin declinó mi invitación. Es obvio que también tiene miedo de mi habilidad en la mesa de billar.

Robert lanzó un buido poco elegante.

Tú no tienes ninguna habilidad en la mesa de billar.