– ¿De verdad? ¿Y cuánto hacía que conocías a Elizabeth antes de estar seguro?

Una mirada avergonzada cruzó el rostro de Austin.

– Sobre un minuto y medio. Claro que tardé varias semanas en admitirlo.

Robert suspiró teatralmente.

– Siempre he sospechado que eras un poco lento. Calculo que sólo tardé unos cuarenta y tres segundos. Pero únicamente lo he aceptado hace unas horas.

– Aun así, creo que ése es un nuevo record familiar.

– Sí. Y uno que preferiría que quedara entre nosotros, como mínimo hasta que me declare a la dama.

– Entendido. Pero deberías saber que Elizabeth seguramente notará tus sentimientos. Y sospecho que Caroline se lo imaginará. Nuestra hermana tiene un olfato infalible para descubrir esos asuntos sentimentales.

– Lo tendré en cuenta. -El reloj de la chimenea dio la media hora-. Si me disculpas, será mejor que me retire. Ha sido un día muy largo.

Se desearon buenas noches, y Austin decidió quedarse para tomar otra copa. Robert subió las escaleras. Tenía que mantener a Allie a salvo a toda costa. Y la mejor manera de lograrlo era estar exactamente donde ella estuviera.

Se dirigió hacia el dormitorio de la joven.

15

Allie estaba envuelta en sombras en un rincón de su dormitorio, mirando por la ventana. Lo único que podía ver era la oscuridad y el pálido reflejo de sí misma. Había permanecido en el lecho durante horas, rogando por dormirse y liberarse del torbellino de pensamientos que se arremolinaban en su mente, pero el sueño se había negado obstinadamente a hacer acto de presencia. En su lugar, las emociones, preocupaciones y temores marchaban por su cabeza como un batallón de soldados: Robert, el anillo, Robert, la carta, Robert, secretos, Robert, las advertencias de Elizabeth.

Robert.

Se presionó las sienes con los dedos y cerró los ojos con fuerza, intentando borrar su imagen, pero ésta seguía firmemente grabada en su mente. No lo había visto desde la cena, una comida rápida, porque todos deseaban visitar a Elizabeth y Lily. Y naturalmente, le había sido imposible hablar con él en el comedor sobre lo que más le pesaba en el pensamiento. «Creo que deberíamos ser amantes.»

Y en esos momentos, la confirmación por parte de Elizabeth de que Robert tenía secretos hacía que sus pensamientos fueran aún más confusos. ¿Qué ocultaba? ¿Qué había ocurrido en su pasado? Una curiosidad morbosa tiraba de ella. A pesar de que no le debería importar, de que no debería tener ninguna relevancia, sentía una inexplicable necesidad y un impulso avasallador de saber. ¿Qué ocurriría si, como había sugerido Elizabeth, se lo preguntaba? ¿Se lo contaría él? ¿O, como había hecho David, le mentiría? ¿0 llegaría incluso a negar que hubiera algo que explicar?

«No seas estúpida. Si no ha compartido sus secretos con su propia familia, ¿por qué te los iría a contar a ti? ¿Y por qué querrías tú que lo hiciera?»

Abrió los ojos, y se quedó sin respiración. En el reflejo de la ventana vio abrirse lentamente la puerta de su dormitorio. Un helado temor la recorrió y se volvió en redondo.

Y se encontró mirando a Robert, que entraba silenciosamente en la habitación. Parpadeó dos veces, segura de que lo que veía debía de ser fruto de su imaginación. Pero él era real. Y estaba allí.

Una oleada de calor la cubrió, derritiendo instantáneamente su miedo. Desde la oscura esquina en la que se hallaba, lo contempló cerrar la puerta y luego dar la vuelta a la llave. Avanzó lenta y silenciosamente hacia la cama. Allie se dio cuenta del instante exacto en que Robert se percató de que no había nadie entre las arrugadas sábanas. Lo vio quedarse inmóvil, y luego recorrer rápidamente la habitación con la mirada.

– Estoy aquí -dijo Allie, surgiendo de entre las sombras.

Robert se volvió tan deprisa que pensó que había estado a punto de romperse el cuello. Allí estaba ella, bañada por el dorado fulgor procedente del escaso fuego que quedaba en la chimenea. Se sintió tan aliviado que tuvo ganas de sentarse. Pero atravesó la estancia y agarró a Allie por los antebrazos.

– ¿Estás bien? -preguntó con voz tensa.

– Sí.

– Estaba preocupado. -Su voz le sonó áspera y acusadora, incluso a él mismo.

Allie alzó las cejas.

– Entonces estamos a la par. Casi se me para el corazón cuando vi que se abría la puerta de esa forma tan furtiva.

– No era furtiva. Era cautelosa. Me siento muy aliviado de que estés bien. Cuando vi la cama vacía pensé… -Fuera lo que fuese que iba a decir se le olvidó al bajar la mirada. Allie llevaba una bata color crema que la cubría desde la barbilla hasta los pies con su forma severa y sin adornos. Una larga hilera de botones la cerraba por delante, y se imaginó debajo un camisón de algodón de igual sencillez.

Nunca la había visto vestida con nada que no fuera negro, y el efecto fue como el de un golpe en el corazón. Estaba tan hermosa que le hacía daño y, por primera vez desde que la conoció, Robert no notó la sombra de otro hombre entre ellos.

– ¿Qué pensaste? -le preguntó en un susurro-. ¿Que me había fugado con algún hombre?

Robert alzó la mirada hasta el rostro de la joven. Brillantes mechones se habían escapado de la trenza y le daban un sensual aire de desarreglo. Alzó la mano y rozó con la yema de un dedo las marcas que estropeaban la piel pálida y delicada bajo los ojos, marcas que le dijeron sin palabras que Allie no había dormido. Las pupilas de la joven se dilataron al sentir el ligero contacto, y Robert pensó en cuál sería su reacción a caricias más atrevidas e íntimas.

– Temí que algún tipo de desastre te hubiera ocurrido, sí -contestó-. Teniendo en cuenta los acontecimientos que han marcado nuestra relación hasta el momento, no creo que puedas culparme por preocuparme.

– No te estaba culpando. Es más, considerando la conversación que he tenido esta tarde con Elizabeth, te agradezco que estés tan alerta.

Los dedos de Robert resbalaron por la suave mejilla de la mujer. Allie no tenía ni idea de hasta qué punto pensaba estar alerta.

– ¿Qué te ha dicho Elizabeth?

– Que presentía peligro. Y que no debo salir sola.

– ¿Así que sabes lo de sus… sensaciones?

– Me lo ha explicado esta tarde, sí. Me ha dicho que sintió algo en David… que por eso intentó persuadirme de que no me casara con él. -rió tristemente- Si hubiera… -Movió la cabeza y luego se apartó de él. Robert retiró las manos y las dejó caer. La observó cruzar la habitación hasta la chimenea. Notó que ella necesitaba poner espacio entre ambos, y se obligó a permanecer donde se hallaba.

– No puedo cambiar el pasado -dijo ella-. Lo único que puedo hacer es aprender de sus errores.

– Eso es todo lo que se puede hacer, Allie.

Allie contempló el leño ardiente durante varios segundos, luego se volvió hacia él.

– Esa habilidad de Elizabeth es extraordinaria.

– Cierto -repuso Robert-. Sus sensaciones salvaron la vida de Austin. Y las de mi hermano William y su familia. Estaremos siempre en deuda con ella.

La sorpresa de Allie fue patente.

– No sabía nada. Es una historia que me interesaría conocer.

– Entonces te la contaré. Pero no ahora. Porque ahora hay otras cosas que debemos discutir.

Robert la vio inmóvil. Luego Allie alzó la barbilla ligeramente.

– ¿Qué otras cosas?

– Que todavía te enfrentas a un peligro -contestó él, caminado lentamente hacia ella. Los ojos de la joven se abrieron ligeramente al ver su acercamiento deliberadamente lento, pero no vaciló. Bien. A Robert le gustó que no retrocediera. Le gustó el brillo de reconocimiento, atenuado por la cautela, que vio brillar en sus ojos-. También está el hecho de que no necesitas preocuparte por salir sola porque no tengo intención de estar más lejos de ti que -se detuvo cuando sólo los separaba medio metro- esto.

Se acercó y la tomó por las muñecas con delicadeza. Notó su pulso acelerado bajo sus dedos y se sintió complacido.

– Ahora, tenemos pendiente el asunto de terminar la conversación que empezamos en el carruaje.

– ¿Has pensado en el asunto? -inquirió ella.

– No he pensado en nada más.

– Ya veo. ¿Y has tomado una decisión?

Robert no podía menos que admirar el aire de indiferencia de la joven, una pose que sólo la rapidez de su pulso contradecía.

– No es posible que dudes de que quiero hacer el amor contigo -contestó él, con los ojos clavados en los de ella.

Un destello que pareció ser de alivio cruzó los ojos de Allie. Sin embargo, como él no dijo nada más y se quedó quieto mirándola, ese alivio se convirtió en incertidumbre.

– No lo dudo -repuso ella-; sin embargo, me parece que tienes algún «pero».

– Supongo que has considerado la posibilidad de quedarte ennharazada. -Robert apartó firmemente la increíble y emocionante imagen de ella embarazada de un hijo suyo.

– Claro que la he considerado, pero no es ningún problema. -Bajó la cabeza y miró hacia el suelo-. Soy… estéril.

Robert sintió que todo en su interior se tensaba, y un «no» resonó en el interior de su cabeza. El destino no podía ser tan cruel. Tragó saliva para humedecerse la garganta, seca de repente.

– ¿Qué te hace pensar eso?

Allie alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

– No concebí nunca durante mi matrimonio.

Los músculos de Robert se relajaron levemente.

– No estuviste mucho tiempo casada.

– Ocho meses. Lo suficiente, sobre todo considerando la frecuencia con que… lo intentamos.

Robert apretó los dientes ante la idea de aquel canalla ladrón tocándola, y se alegró de que el sinvergüenza nunca pudiera volver a hacerlo.

«Ningún hombre lo hará. Excepto yo.»

– Quizá fuera culpa de tu marido.

Allie negó con la cabeza.

– No. La culpa era mía. David estaba seguro. Tanto que, dado lo que ahora sé de él, no me sorprendería que hubiera tenido un hijo en algún momento. -La amargura le hizo apretar los labios-. Incluso podría haber tenido varios. Dios sabe que no fui la primera mujer con la que estuvo… Fue difícil de aceptar que yo era incapaz de tener hijos, pero no tuve elección.

Sus palabras hirieron profundamente a Robert. Él deseaba tener hijos. Muchos. Y Allie sería una madre maravillosa.

Pero ¿y qué si realmente era estéril?

La miró a los ojos y el corazón le dio un vuelco. Sí, los hijos eran importantes. Pero ella era esencial. Si de verdad no podía tener hijos, entonces prodigarían su amor a sus sobrinos. Y mientras tanto, él ya había indicado la posibilidad de que hubiera sido su marido el responsable de la falta de hijos. Si a la dama no le preocupaba quedarse embarazada, bueno, ¿quién era él para discutir?

Las implicaciones de ese hecho le recorrieron la mente. Si ella se quedara embarazada… eso la obligaría a quedarse con él. A casarse.

Sin duda esa idea debería horrorizar a su conciencia, pero su voz interior permaneció en silencio, permitiendole razonar que, mientras que él nunca querría obligarla a contraer un matrimonio que ella no deseara, no había duda de que, pasado el tiempo suficiente, ella llegaría a la conclusión de que estaban hechos el uno para el otro. Y en cuanto hubieran hecho el amor, sin duda ella lo sabría.

– ¿Hay alguna otra cosa que desearas discutir? -preguntó Allie.

Robert enlazó los dedos de ambos.

– No. La verdad es que me he quedado sin conversación.

Allie se acercó, borrando la distancia entre ellos. La punta de sus pechos rozaron la camisa de Robert, enardeciéndolo.

– Entonces, quizá te gustaría besarme.

La mirada de Robert se posó en los turgentes labios, y notó una presión contra los pantalones.

– Sí, me gustaría. Para empezar…

Inclinó la cabeza y unieron sus bocas en un beso que él pretendía que fuera tierno. Pero en cuanto sus labios se rozaron, se convirtio en algo cálido y apremiante, luego en puro fuego cuando ella separó las manos de las de él y se las pasó sobre el pecho y sobre los hombros para enredarlas en el cabello.

Robert le rodeó la cintura con un brazo y la apretó fuertemente contra su cuerpo, mientras su mano libre subía por la espalda hasta llegar al suave cabello. Presionaron uno contra el otro, los senos de ella aplastados contra el pecho de él, la erección de él entre los muslos de ella. Sus lenguas enzarzadas en una desesperada danza, ansiando saborear más, llegar más hondo. El gusto de ella… dulce y especioso al mismo tiempo, el seductor aroma de madreselva, envolviéndolo, invadiendo sus sentidos. Robert quería, necesitaba más.

Una vocecilla interna le advirtió de que fuera más despacio, pero su cuerpo estaba más allá de la obediencia. Se sentía como si hubiera pasado meses en el desierto, privado de agua, y ella fuera un oasis. Una necesidad desesperada de tocarla en todas partes al mismo tiempo lo arrolló, exacerbando el ansia que latía en su interior. Sus manos se movían imparables por la espalda de Allie, cerrándose sobre las nalgas, subiendo hacia las costillas y hacia delante, para llenarse las palmas con sus pechos.