Allie se retorcía contra él, y un gruñido bajo y casi animal subió por la garganta de Robert. Deseaba sentir las manos sobre su piel. Necesitaba las de ella sobre la suya. Rompió el beso y la miró. Tenía los labios hinchados y húmedos, el color subido, los ojos brillantes de excitación. El pecho le subía y bajaba rápidamente, no menos frenético que el de él.

Robert le tomó el rostro entre unas manos no demasiado firmes.

– Allie… -Demonios, casi no reconocía ese ronco sonido como su voz-. Quiero ir lento y suave contigo, pero, Dios me ayude, no sé si podré.

El cálido aliento de la joven le rozó los labios.

– No recuerdo haberte pedido que vayas despacio. De hecho… -Bajó la mano acariciándole el cuerpo y tocó con los dedos su comprimida erección.

Robert tragó aire y consiguió asentir bruscamente con la cabeza.

– De acuerdo. Dejaremos lo de lento para otra ocasión.

Dio un paso atrás y comenzó a desabrocharse la camisa con una impaciencia que no podía controlar. Allie entre tanto se ocupó en desabrocharse la fila de botones de la bata. Robert lamentó no desnudarla él, pero qué demonios, de esa forma era más rápido. Y necesitaba y ansiaba estar piel contra piel lo antes posible.

A pesar de sus temblorosas manos, y de su atención que se distraía por la excitante visión del camisón que caía de los hombros de Allie, consiguió deshacerse de la ropa con extraordinaria rapidez. Lanzó los pantalones a un lado justo cuando el camisón se deslizaba hacia abajo amontonándose a los pies de la joven.

Durante varios segundos, se contemplaron. Ella era increíble. Sus formas curvadas y femeninas, suaves y fragantes. Los pechos eran altos y llenos, los pezones de coral, duros como piedrecillas por la excitación. La mirada de Robert se deslizó por el cuerpo de la joven, resiguiendo la curva de la cintura y luego el triángulo de rizos castaños entre los muslos torneados. Dios, en cuanto no estuviera tan desesperado, se dedicaría a saborear cada uno de los deliciosos centímetros de su cuerpo.

Se lanzaron el uno contra el otro al mismo tiempo, los brazos rodeando los cuerpos, piel ardiente contra piel ardiente desde el pecho hasta las rodillas. ¡Por fin! Ella era tan… suave y cálida. Robert capturó su hora en otro ardiente beso, deslizando la lengua en el sedoso cielo que había tras sus labios. Cuando la boca de ella se fundió con la suya, la tomó por las nalgas y la elevó contra él. Allie le rodeó las caderas con las piernas, abriéndose a él, su húmeda piel femenina presionando contra su erección. Diablos, no estaba seguro de que pudiera llegar a la cama. Decidido a no quedar mal, cruzó rápidamente la habitación y tumbó a Allie sobre el colchón.

De nuevo su voz interior le gritó que fuera más despacio, que su actuación dejaba mucho que desear, y tal vez, si Allie hubiera sido más dócil, lo habría conseguido. Pero ella estaba tan impaciente y frenética como él. Separó las piernas y alzó las caderas, y Robert se hundió profundamente en su cuerpo de una sola embestida. Las paredes interiores de Allie lo aferraron como una mano húmeda y fuerte. Un largo gemido de pura satisfacción femenina surgió de la boca de la mujer.

Allie se onduló bajo su cuerpo, frotándose los pezones contra su pecho, y Robert perdió todo resto de control que hubiera imaginado poseer aún. Su mundo se estrechó hasta abarcar tan sólo el lugar donde sus cuerpos estaban íntimamente unidos. Nada existía excepto ella… su piel contra la suya, su corazón golpeando contra el suyo. Con la mente en blanco y los músculos moviéndose por sí mismos, la penetró con largos y fuertes embates, tocándola cada vez más profundamente. Las manos de Allie le aferraron los hombros y Robert fue vagamente consciente de que sus dedos se le clavaban en la piel.

Robert sintió los espasmos que latían en el interior de ella, y un gruñido de placer vibró contra su oreja. Incapaz de contenerse por más tiempo, enterró el rostro en el cuello de Allie y se sintió palpitar en su interior durante un instante eterno e intenso, derramando su semilla, y lo que parecía ser su alma, en el interior de la mujer.

Que Dios le ayudara, no podía moverse. No podía ni doblar los dedos. No supo cuánto tardó en recobrar la cordura, pero cuando lo hizo, sintió como si le golpearan en la cabeza.

¿Qué demonios le había pasado? Había perdido total y completamente el control de sí mismo. De su cuerpo y su mente. De una manera que nunca antes le había ocurrido. Había mostrado una completa falta de finura y habilidad, y sin duda menos consideración de la que había tenido con cualquiera de sus anteriores amantes, algo que lo hizo sentirse culpable y asqueado consigo mismo.

Reuniendo todas las fuerzas que pudo, alzó la cabeza y apoyó su peso en los antebrazos. La miró y se le cortó la respiración, que aún no había recuperado del todo.

Allie tenía los ojos cerrados, las largas pestañas cayendo sobre las suaves mejillas arreboladas. El brillante cabello yacía alborotado sobre la sábana, la trenza totalmente deshecha. Tenía los labios ligeramente separados, y Robert cedió al impulso de depositar un suave beso sobre ellos.

Lentamente, Allie abrió los ojos, y el calor invadió el cuerpo del joven al ver su turbada expresión. Sacó la punta de la lengua y se humedeció los labios justo donde él la había besado. Permaneció en silencio, mirándole, con una miríada de emociones imposibles de descifrar brillando en los ojos, que rápidamente se iban aclarando.

Robert se sintió intranquilo. Maldición ¿en qué pensaría? Sabía que Allie había alcanzado el clímax. Había sentido su orgasmo atravesándola, latiendo alrededor de él, volviéndolo loco. Pero ¿sería posible que no lo hubiese sentido con la misma magia, la misma intensidad que él? Todo en su interior protestó ante la idea. No. Tenía que haberlo sentido… el mismo fuego que casi lo había calcinado a él.

Una confusión de pensamientos le llenó la cabeza, declaraciones que exigían ser verbalizadas, pero que él alejó con firmeza. Por el momento. Era demasiado pronto. Necesitaba ir paso a paso. Hasta ese instante, con falta de finura o no, había conseguido atraer su cuerpo. El corazón pronto lo seguiría. Robert se negaba a considerar cualquier otra posibilidad. Sin embargo, no podía negar que se había comportado con toda la inexperiencia de un novato.

– Me temo que he perdido el control -dijo después de aclararse la garganta-. La próxima vez será mejor para ti. Lo prometo.

A Allie el corazón le dio un brinco al oír esas palabras y permaneció en silencio durante varios segundos, observándolo. Tenía el pelo desordenado debido a sus frenéticas caricias y un mechón negro le colgaba sobre la frente pidiendo que lo tocaran. Las mejillas estaban sonrojadas por el esfuerzo, la boca ligeramente enrojecida por los hambrientos besos. Y los ojos… eran oscuros e intensos, y la miraban fijamente con una expresión tan poderosa como no había visto nunca. Algo que le hacía sentir… no sabía qué.

¿Podría ser esto, fuera lo que fuera, ese esquivo algo que había buscado en vano durante su matrimonio? La pregunta le produjo una indeseada avalancha de emociones que no estaba preparada para examinar en ese momento. Más tarde, pensaría en ello, más tarde. Había tiempo de sobra. En ese instante, lo único que deseaba era sentir… experimentar más de la magia que él había creado con sus manos y su cuerpo.

Se estiró como una gata satisfecha debajo de él, disfrutando de la maravillosa sensación de su peso que le aplastaba contra el colchón, del rizado vello de su pecho rozándole los sensibles pezones. La breve visión que había tenido de su cuerpo desnudo, antes de caer uno sobre el otro como criaturas hambrientas sobre un festín, la había convertido en papilla y había disparado calor líquido en el interior de su vientre. Alto, musculoso, espaldas anchas… y aquella fascinante cinta de pelo oscuro que dividía verticalmente su abdomen y luego se esparcía para enmarcar su impresionante erección. Un estremecimiento de deseo le recorrió la espalda, y una sonrisa nacida de todo el placer que la invadía le curvó los labios.

– ¿Mejor para mí? -repitió-. ¡Oh! No hubiera pensado que tal cosa fuera posible… pero si insistes, esperaré con ansiedad la próxima vez. ¿Tienes alguna idea de cuándo eso podrá ser, sir M.H.E.?

– ¿M.H.E.?

Allie le acarició con la punta del dedo el labio inferior.

– Me Hace Estremecer.

Bajando la cabeza, Robert le recorrió con la lengua la sensible oreja.

– La verdad -le susurró-, tengo una buena idea de cuándo será la próxima vez.

Otro estremecimiento la recorrió.

– Humm. Espero que sea pronto.

– Estaba pensando en ahora.

– Ahora suena fantástico.

– Sin duda.

Robert se incorporó hasta quedar de rodillas entre las piernas abiertas de Allie y se tomó el tiempo necesario, que antes la urgencia no le había permitido tomarse, para saborear la imagen de su cuerpo.

Allie era una visión tentadora; bañada por la luz del fuego, su piel, dorada y bronce, brillaba por el esfuerzo del frenético encuentro. La mirada de Robert se paseó a placer por los oscuros pezones, el encantador hoyuelo del ombligo y los seductores rizos oscuros entre los muslos. Aspiró hondo, y el olor almizclado que habían producido juntos le llenó la cabeza.

Ella lo miraba con una expresión pecadora, medio seria, medio divertida, que le calentó la entrepierna. Robert extendió un brazo y le tocó con el dedo el delicado hoyo del cuello, luego lo deslizó lentament hacia abajo, excitando un turgente pezón, luego el otro, con suaves caricias. Cuando la respiración de la joven se transformó en una serie de prolongados suspiros, se inclinó hacia abajo y sustituyó el dedo por la lengua. Le lamió sin prisa los pechos y luego atrapó los tensos pezones entre sus labios. El aroma de madreselva se alzó desde la húmeda carne de la joven, mezclándose con el almizcle, embriagándolo.

Los suspiros de Allie se tornaron gemidos de placer y hundió le dedos entre los cabellos de Robet, arqueando el cuerpo para ofrecerle los pechos y que los tomara en su boca. Movió las caderas, rozando la parte interior del muslo contra las piernas de Robert. Éste descubrió un gracioso trío de pecas justo bajo el pecho izquierdo de la joven y dedicó sus labios a ellos durante varios minutos. Luego continuó su exploración, y recorrió el estómago de Allie con la lengua, saboreando cada temblor de la piel, cada monte y cada valle de sus formas femenina Cuando le hundió la lengua en el ombligo, la joven respondió con un ronco gemido, que hizo ascender la temperatura de Robert en varios grados.

– Robert…

Todos los nervios del cuerpo se le inflamaron al oír su nombre en ese susurro apasionado. Se irguió sobre los talones y la miró a los ojos que parecían despedir un humo dorado. Un deseo ardiente, imperioso e impaciente se apoderó de él.

Puso las manos sobre los muslos de Allie y le separó más las pierna la reluciente piel femenina se mostró a su ávida mirada. Comenzó a acariciar con un suave movimiento circular los pliegues húmedos y lleno mientras su mirada alternaba entre sus dedos y el expresivo rostro de mujer. El cuerpo de Allie se movía sensualmente al ritmo de su caricia y esta respuesta desinhibida lo excitó al máximo. Y así era como la quería tener también a ella: al máximo. En el momento en que notó que Allie estaba en ese punto, retiró la mano. El seco gemido de protesta llenó la habitación, aguzando la casi desesperada necesidad de Robert.

Se inclinó sobre ella, apoyando el peso sobre las manos, y la tentó rozándola con la punta de su erección. El tacto húmedo y sedoso de la mujer, junto con su gemido de placer, le produjo una aguda sensación. Miró hacia abajo, entre sus cuerpos, observando cómo la penetraba lentamente, hundiéndose en su húmeda y acogedora calidez.

El ronroneo de placer de Allie atrajo la mirada de Robert hacia su rostro. Sus ojos se encontraron, y supo que el deseo puro y la urgencia reflejados en su mirada eran iguales a los suyos.

– Allie.

El susurro le salió de entre los labios como una plegaria, imposible de contener. Los dedos de ella recorrieron insaciables el rostro de Robert, sus labios. Acercó la cabeza para besarlo profunda e íntimamente. Allie estiró los brazos hacia atrás, por encima de la cabeza, y Robert los recorrió con las manos hasta enlazar sus dedos con los de ella. Luego, rompiendo el beso, la contempló mientras se movía en su interior, casi saliendo totalmente de su cuerpo para volver a hundirse profundamente de nuevo. Por el rostro de Allie desfilaron una docena de expresiones de placer y sorpresa, y Robert intentó grabarse en la mente cada una de ellas, igual que había memorizado cada uno de sus entrecortados suspiros.

Cuando Robert aumentó la potencia de sus embates, Allie cerró los ojos.