– Mírame -le susurró él.
Los párpados de la joven se alzaron, y con las miradas entrelazadas Robert la penetró con más fuerza, más rápido, hasta que ella se tensó debajo de él, arqueando la espalda, gimiendo al alcanzar el clímax. Con un embate final, Robert ocultó el rostro en el fragante cuello de Allie y la siguió hacia el abismo.
Robert se despertó lentamente, recuperando los sentidos uno a uno. Tumbado sobre la espalda, lo primero que notó fue una piel sedosa y cálida apretada contra la suya.
«Allie.»
La satisfacción le recorrió y respiró profundamente. Un toque de madreselva, mezclado con la erótica fragancia de la pasión satisfecha, revivió su sentido del olfato y le trajo a la memoria imágenes de la noche. Abrió los ojos y miró a su amante.
Su corazón se hinchó ante esa palabra. Amante. La tenía junto a él, vuelta de costado, con la cabeza junto a su hombro. Uno de los esbeltos brazos descansaba sobre su pecho con la mano sobre su corazón. El peso de una bien torneada pierna reposaba sobre sus muslos
El largo cabello formaba un halo castaño, que caía sobre los hombros de Allie y sobre su propio pecho. Frotó con dulzura un mechón entre sus dedos índice y pulgar. Como todo el resto, el pelo era hermoso. Y suave como el satén.
El cálido aliento de la joven le rozó el hombro, y lo invadió un sentimiento de posesión como nunca antes había experimentado. Aquella mujer era suya. Se pertenecían el uno al otro. Después de la pasión que habían compartido durante la noche, tras el lazo físico y emocional que los había unido, no era posible que ella lo rechazara. Cuando se despertara, Allie lo sabría. Con la misma absoluta seguridad que lo sabía él.
El sonido de la lluvia al golpear los cristales condujo su mirada hacia las ventanas. La tormenta que antes había amenazado estaba cayendo. Miró el reloj de la chimenea y suspiró. Era casi el alba. Los criados pronto se levantarían. Y por mucho que odiara dejarla, tenía que regresar a su dormitorio. Debía hacerlo en ese instante, antes de que lo hallaran de una manera que podría afectar a la reputación y el honor de la joven. En ese mismo instante, antes de ceder a la tentación de besarla hasta despertarla y continuar la sensual exploración de sus cuerpos
Saltó de la cama y recogió rápidamente sus ropas. Con una última mirada al dormido cuerpo de Allie, salió sigilosamente de la habitación convencido de que no tendría que abandonar su lecho de esa forma durante mucho tiempo. Porque pronto Allie sería su esposa.
Lester Redfern miró a través de la sucia ventana de su reducida habitación y lanzó una maldición. ¡Ya estaba! Llovía como si tuviera que compensar la sequía de todo un siglo. Tendría que haber partido de Londres el día anterior, pero no había querido perderse la pelea de gallos enThe Hound'sToorh por la noche. Había ganado cinco libras, pero en ese momento le parecía que había sido un mal negocio. ¿Cómo demonios podía haber sabido que llovería a cántaros? ¿Y cómo iba a llegar a Bradford Hall en aquellas circunstancias? Los caminos se habrían convertido en zanjas para las ruedas. La única alternativa era ir a caballo, pero él no tenía un maldito caballo y además odiaba esas bestias. Animales estúpidos, malhumorados y desagradables que le mordían y olían mal. Por no hablar de la paliza que recibiría su trasero si tenía que cabalgar durante todo ese trayecto. ¿Podían ponerse peor las cosas? En cuanto se le ocurrió esa pregunta, la borró de la mente. Con la suerte que estaba teniendo, más valía no preguntar.
Pero, si no iba, si no conseguía sacarle la maldita carta del conde a esa maldita mujer… Tragó saliva mientras un músculo le tironeaba del ojo. No, no tenía otra opción que ir al campo. Lloviera o no lloviera, tenía que ir. Tenía que acabar ese maldito asunto de una vez por todas.
Ese mismo día.
16
Después de su noche con Robert, bien entrada la mañana, Allie se plantó ante el espejo y examinó su reflejo. Incluso bajo la tenue luz que manaba de aquel cielo gris y lluvioso, e incluso vestida de negro, podía notar un brillo inconfundible. Le relucía en los ojos, le refulgía en las rosadas mejillas y se anunciaba en la leve sonrisa secreta que no podía borrar de los labios.
En ningún momento durante los tres últimos años se había sentido tan maravillosamente viva, tan vibrante y tan jovial. Su cuerpo se estremecía de placer, el pulso se le aceleraba al pensar en la noche anterior… cosa que hacía constantemente. Se volvió y miró la cama, que ya estaba hecha. Pero al instante se vio a sí misma y a Robert entre las sábanas revueltas, con los miembros entrelazados, tocándose, saboreándose, explorándose. ¡Qué Dios la ayudara, no podía esperar a hacerlo de nuevo!
Seguro que todos lo adivinarían. ¿Cómo podrían mirarla y no notarlo? El aspecto de mujer satisfecha la cubría como un chal de cachemira, y nada, ni siquiera el largo baño que se había permitido, ni el día gris, ni su sombrío atuendo, podían disimularlo. No se arrepentía de sus acciones, pero tenía que ser cautelosa. Discreción. Una cosa era tener una amante… y otra muy distinta que toda la familia se enterara de su relación.
Pero ¿cómo iba a poder estar en la misma habitación que él y actuar con normalidad? ¿Cómo, ahora que sabía lo firme y suave que era su piel? ¿Cómo, ahora que había visto sus ojos nublados de pasión y deseo mientras se hundía en su cuerpo? ¿Cómo, ahora que conocía el sonido de su voz cuando susurraba su nombre al dejarse ir?
«No serás capaz, estúpida. Jamás deberías haber…»
Cerró los ojos con fuerza y acalló con decisión su voz interior, como ya había hecho más veces de las que podía contar desde que se había despertado. Robert era su amante. Nada más. Disfrutarían del placer que se proporcionaban mutuamente hasta que ella se marchara de Inglaterra. Y entonces se habría acabado.
De nuevo su conciencia trató de intervenir, pero Allie cerró el corazón y la mente a sus indeseadas advertencias. Había llegado el momento de aventurarse a bajar… de reunirse con la familia de Elizabeth. Y de encontrase cara a cara con su amante.
Con los nervios cosquilleándole el estómago por la ilusión de verlo de nuevo, se volvió hacia la puerta. Antes de que pudiera dar un paso, alguien llamó.
¿Dios, sería él?
– Adelante -dijo, apretándose el estómago con las manos para calmar los nervios.
Caroline entró sonriente, sosteniendo una caja grande y rectangular.
– Buenos días, Allie… o casi buenas tardes. -Se dirigió a la cama y dejó la caja encima-. ¿Has dormido bien?
Allie sintió que le ardían las mejillas.
– Muy bien. Pero hasta más tarde de lo que me esperaba.
Caroline hizo un gesto de indiferencia con la mano.
– Para eso está el campo, para remolonear en la cama hasta el mediodía. Yo sólo hace unos minutos que he bajado, y he encontrado esto -señaló la caja- esperándote. Según Fenton, acaba de llegar de Londres. Como no puedo esperar a ver qué compraste a madame Renée, te lo he subido. Sus creaciones son simplemente divinas.
Allie frunció el ceño confusa.
– ¿Madame Renée? Tiene que haber algún error. Sí que compré dos vestidos en su tienda, pero me los entregaron antes de salir de Londres.
Caroline abrió mucho los ojos.
– Cielos, con los pocos días que has estado en Londres, debes de haber pagado una fortuna para conseguir los vestidos con tanta rapidez. Normalmente tardan al menos tres meses. Madame Renée es, después de todo, la modista más exclusiva de Londres. -Rió-. Miles teme por la fortuna familiar sólo con que le mencione el nombre de esa mujer.
– Debemos de estar hablando de dos madame Renée diferentes -dijo Allie-. Los vestidos que me compré tenían un precio muy razonable.
– Sólo hay una madame Renée -dijo Caroline rotundamente-. Su tienda se halla en Bond Street -Pasó la mirada por el vestido de Allie-. Lo que llevas es de su tienda. Y también el vestido que llevabas ayer. Su perfecto trabajo y su estilo son inconfundibles. Ayer pensé en preguntarte cómo conseguiste que te sirviera tan rápido. Debes confiarme tu secreto.
– Pero si no tengo ningún secreto. Tu hermano me llevó a la tienda y… -Su voz se fue apagando mientras una sospecha iba tomando forma. Seguro que Robert no… No, no podía haberlo hecho.
Los ojos de Caroline se avivaron con un interés indudable.
– ¿Robert te llevó? ¿A madame Renée? ¿Voluntariamente?
El tono incrédulo de Caroline dejó claro que tal cosa representaba un comportamiento extraordinario por parte de Robert.
– Le pregunté dónde podía comprarme ropa -se apresuró a decir Allie, poniendo su indignada conciencia a raya.
– Ya veo -murmuró Caroline, pero detrás de esas dos inocentes palabras se ocultaba una multitud de sospechas-. Bueno, veamos lo que Madame te ha enviado -urgió-. Quizá sea un chal u otro accesorio de uno de los vestidos que compraste.
– Quizá -repuso Allie dudosa-. Pero me temo que se trata de un error.
Sin embargo, en el momento en que apartó el fino papel a rayas rosas y blancas y vio la brillante tela de tonos bronce que había debajo, se quedó sin aliento, y supo que no era un error… al menos no el tipo de error que inicialmente suponía.
– ¿Qué hermoso? -exclamó Caroline-. ¡Qué color más extraordinario! Es perfecto para ti.
Aturdida, Allie alzó cuidadosamente el vestido de su lecho de papel. Era el traje más exquisito que había visto nunca, una perfecta cascada de seda dorada, elegante y sencillo al mismo tiempo. Reconoció la tela como la que había admirado en la tienda de madame Renée. Y sólo había una manera de que se hubiese encargado aquel vestido.
Robert.
Una miríada de emociones zumbaron en su interior como un enjambre de abejas, confundiéndola por lo contradictorias que eran. Era evidente que Robert le había mentido sobre madame Renée y los precios que cobraba. También era evidente que él le había subvencionado las compras, y según las palabras de Caroline, debía de haber pagado una buena cantidad. Y el vestido que tenía en las manos le debía de haber costado una fortuna.
Una parte de su corazón se derritió por la manera, amable y galante en que la había provisto de los medios para comprarse vestidos nuevos sin herir su orgullo. Pero por otra parte ese mismo gesto pisoteaba irrevocablemente la independencia que tanto le había costado lograr. No necesitaba que él, o ningún otro, le comprara ropa. Se negaba a volver a deber nada a ningún hombre.
Pero el golpe más fuerte, lo que la hirió y la enrabió, la decepcionó y la disgustó, fue el hecho de que Robert le hubiera mentido. Tal vez sus intenciones habían sido buenas, pero, maldición, ella no podía soportar que le mintieran. Bajo ningún concepto. Y aunque estaba furiosa con él, aún lo estaba más consigo misma. Por bajar la guardia. Por permitirse creer, por esperar estúpidamente, aunque sólo fuera durante un instante, que Robert no le mentiría como había hecho David tan a menudo.
Aunque su instinto femenino le instaba a ponerse aquel maravilloso vestido, su orgullo y la profunda sensación de traición que le retorcía las entrañas la obligaron a devolver el traje a la caja.
– ¿Sabes dónde se encuentra tu hermano? -preguntó a Caroline, sonriendo y rogando que la pregunta no pareciera tan tensa y forzada como la sentía.
– Creo que está en el cuarto con los niños.
– ¿Te importaría acompañarme allí, por favor? Hay algo que me gustaría hablar con él.
Allie se quedó en la puerta de la habitación de los niños, fascinada por la imagen de Robert sentado en el borde de un sofá muy mullido y tapizado de zaraza. Sus largas piernas, enfundadas en unos pantalones de color beis, estaban separadas. Emily se hallaba sentada sobre una de sus rodillas y James sobre la otra.
– ¿Estáis listos para empezar la próxima cabalgada por el bosque? -preguntó Robert a los niños.
– ¡Listos! -respondieron al unísono.
– Agarraos -ordenó, y comenzó a hacer fuertes ruidos como si fuera un caballo mientras movía las piernas de arriba abajo. Los niños estaban encantados-. Ahora viene una valla -dijo-. ¡Salto! -Levantó las piernas más alto y los niños se aferraron a sus rodillas, riendo sin parar-. Casi hemos llegado. ¡Agarraos!
Segundos después los botes cesaron.
– ¡Más! -pidió Emily al instante.
Robert rió y la levantó de su rodilla para abrazarla.
– ¡El caballito necesita descansar primero! -La besó en su mejilla de querubín y luego la dejó en el suelo. Volvió la cabeza y vio a Allie y a Caroline en la puerta.
Su mirada atrapó la de Allie y el fuego que ardió en sus ojos fue evidente. A pesar de su furia, Allie notó que las mejillas le comenzaban a arder ante la descarada intimidad de su mirada. Dios, Caroline estaba a su lado. Sin duda la vería y se preguntaría…
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