– ¡Mamá! -Emily corrió hacia Caroline sobre sus piernas regordetas. James bajó de la rodilla de Robert y galopó también hacia su tía. Caroline se agachó y los abrazó a los dos.

– ¡Pero si son mis dos jinetes favoritos! -exclamó con una sonrisa-. ¿Quién ha ganado la carrera?

– ¡Yo! -respondieron Emily y James simultáneamente.

– Ha sido un empate -repuso Robert riendo. Se puso en pie y se quedó junto al sofá, con la mirada clavada en Allie. Y aunque los separaba la mitad de la habitación, Allie sintió como si la acariciara.

Caroline se incorporó y Allie se obligó a apartar la mirada de los absorbentes ojos de Robert. Caroline tomó a cada niño en una mano y dedicó, alternativamente, de su hermano a Allie una sonrisa inocente que no disimulaba sus especulaciones.

– Si me disculpais -dijo Caroline-. Me llevaré a estos expertos jinetes para que me ayuden a convencer a la cocinera de que les dé unas galletas como recompensa por sus esfuerzos. -Miró hacia la ventana, tras la cual seguía cayendo la lluvia-. Luego propongo que visitemos el invernadero y cortemos unas flores para llevárselas a Lily y a su mamá.

– Flores para mamá -asintió James, tirándole de la mano.

Allie dio las gracias a Caroline con un movimiento de cabeza, y ésta condujo a los animados niños fuera de la sala. Sus voces se fueron haciendo más débiles hasta que reinó el silencio.

Robert se quedó donde estaba, observando a Allie durante unos minutos. El corazón se le aceleró por el simple hecho de estar en la misma habitación. Lo único que deseaba era cubrir la distancia y tomarla entre sus brazos, pero vio algo en los ojos de Allie, en su postura tensa e inmóvil, que le inquietó. Como si estuviera ante un conejo que fuera a escaparse corriendo, se le acercó lentamente. Allie permaneció en su lugar, observándolo mientras se aproximaba. Robert se detuvo frente a ella, luego extendió el brazo más allá, cerró la puerta y dio la vuelta a la llave, y el ligero sonido resonó en toda la habitación.

Esa seria mujer no era la misma criatura desvergonzada y risueña que había tenido en sus brazos la noche anterior. Quería que aquella mujer regresara.

¿Tendría remordimientos? Esperaba que no, porque él no los tenía en absoluto. La noche anterior había sido… perfecta. La primera de las muchas noches perfectas que seguirían. Pero a juzgar por su expresión, resultaba obvio que tendría que convencerla de eso.

Alargó la mano para tocarla, pero ella se apartó al instante, poniéndose fuera de su alcance.

– Necesito hablar contigo -dijo en un tono inexpresivo que redobló la inquietud de Robert.

Allie se hallaba con la espalda a poco más de un palmo de la pared, y Robert consideró la posibilidad de aproximarse, cercándola, pero decidió dejarle el espacio que obviamente quería. Aunque no podía negar que se sentía herido por su frialdad.

– Te escucho -repuso, preparándose para oír una avalancha de recriminaciones y lamentos «del día después».

– Me mentiste.

Robert parpadeó.

– ¿Disculpa?

– Me mentiste acerca de madame Renée. Acabo de enterarme de que su tienda es la más cara de Londres y que cobra precios exorbitantes. Y de que los clientes deben esperar meses antes de recibir sus encargos.

Diablos. Sin duda tenía que agradecérselo a su hermana. Aun así, parte de la tensión de sus hombros se evaporó al ver que no se trataba de la noche anterior.

– Allie, yo sólo…

– Mentiste. -Dos banderas rojas gemelas se alzaron en sus mejillas y la voz le tembló de rabia-. Y te agradeceré que no pretendas negarlo. -Se cuadró de hombros-. Prepararás una lista completa de todo lo que has gastado subvencionando mis compras para que pueda pagarte.

Robert sintió una creciente irritación.

– No haré nada parecido.

– Entonces me veré obligada a preguntárselo directamente a madame Renée.

– No te lo dirá.

– Entonces le pediré a Caroline que haga un cálculo aproximado de lo que te debo.

La confusión reemplazó a la irritación.

– No me debes nada. El ladrón destrozó tus vestidos. Simplemente te di los medios para reemplazarlos de una manera rápida.

– Mintiéndome. -Casi se podían ver las chispas que saltaban de Allie-. ¿Sabes qué se siente cuando te mienten, Robert? -Antes de que Robert pudiera responder, Allie prosiguió-: Yo sí que lo sé. Es horrible. Y me niego a que se aprovechen de mí de esa manera nunca más.

– Allie… -Alargó la mano hacia ella, pero Allie se apartó de nuevo. Robert se pasó los dedos por el cabello, cada vez más frustrado. Maldición, esta ver sí que había metido la pata-. Sólo intentaba ayudarte. Es evidente que no lo he hecho bien, que te ha molestado, y por eso te pido disculpas. Pero creo que estás exagerando por unos simples vestidos.

Allie apretó los labios formando una linea fina y furiosa.

– No hay nada de simple. Yo no te pedí ayuda. Ni quería ni necesitaba tu ayuda. He sobrevivido por mí misma durante los últimos tres años, y pienso continuar haciendolo sin estar en deuda con nadie.

Sus palabras fueron como una bofetada.

– No me debes nada. Habría hecho lo mismo por cualquiera que me importase, sin esperar nada a cambio. No quería que lo supieras sólo porque noté que tu orgullo no te permitiría aceptar nada de mí, o de nadie más. Y aunque puedo entender, e incluso admirar, ese sentimiento, en este caso estoy totalmente en desacuerdo.

– Tú elegiste por mí, una elección que yo no habría hecho si hubiera estado en posesión de toda la información. Y no la tenía porque tú me mentiste. ¿Y qué pasa con el otro vestido? El que acaba de llegar, enviado por madame Renée. ¿Cómo arreglaste eso?

– Le escribí después de que visitaras la tienda.

– Ya veo. Así que obviamente ese vestido es algo que tú decidiste que también necesitaba.

Robert estudió el rostro de Allie durante varios segundos antes de responder.

– Creo que es hora de que dejes de llevar luto.

– Ésa no es una decisión que debas tomar tú.

No. Pero deseaba que lo fuera. Al infierno con no tocarla. Extendió el brazo y la agarró firmemente por los hombros. Allie se tensó, pero no se movió.

– Allie. Sólo quería que tuvieras algo bonito que ponerte. Quería verte con algo que no fuera negro.

– No me puedo permitir un vestido así. -Robert frunció la frente.

– Es un regalo.

– No lo quiero. No puedo aceptar y no aceptaré otro regalo de un hombre que me ha mentido.

Robert notó que algo se quebraba en su interior y la soltó bruscamente, apartándose varios pasos.

– Maldita sea, yo no soy él. No soy David.

– ¿De verdad?

Robert cubrió la distancia que los separaba de una rápida zancada. Allie se echó hacia atrás, apretando la espalda contra la pared, y Robert estiró los brazos y puso las manos contra las placas de madera, una a cada lado de la cabeza de Allie, encerrándola.

– ¿Tienes la menor idea de cómo me hace sentir esa comparación? -Como Allie se limitó a mirarlo con los ojos muy abiertos, Robert se acercó más, sin siquiera intentar ocultar la furia y el dolor que mostraban sus ojos-. Permíteme que te informe. Es más que insultante. Es extremadamente doloroso. Admito que tengo mis fallos, pero estafar, robar y hacer chantaje no se encuentran entre ellos. ¿Dices que no toleras que te mientan? Muy bien. Eso es comprensible. Pero debes entender que yo no tolero que me compares con tu difunto marido. No tengo la costumbre de faltar a la verdad, pero con relación a madame Renée, sí, te mentí. Sólo puedo decir que mis intenciones eran buenas, ofrecerte mis disculpas y prometer no volver a mentirte.

Allie lo miró fijamente y tragó saliva. Estaba enfadado. Y dolido. Esas emociones radiaban de sus ojos y de su cuerpo. Y ambos estaban demasiado cerca. Intentó aferrarse a su propia furia, pero ésta empezó a filtrarse, como la arena en un reloj, para ser reemplazada por un sentimiento de culpa por haberlo herido. Apretó los puños. No quería sentir eso… ese reblandecimiento de su indignación. Él le había mentido. Ella tenía razón; él no.

Pero captó la ironía de que, mientras ella lo comparaba con David. Robert se estuviera comportando de una forma impropia de David. No podía recordar a David admitiendo nunca que tuviera fallos. O disculpándose. Y por supuesto no podía ni imaginárselo admitiendo abiertamente que hubiese mentido.

Una grieta de vergüenza se abrió en su coraza. No le gustaba lo que Robert había hecho, pero su pecado bien intencionado no podía compararse con los de David. Y aunque, al no poder hacer caso omiso de las sombras que rondaban los ojos de Robert, no podía pasar por alto el hecho de que tenía secretos, también le resultaba cada vez más difícil creer que tales secretos tuvieran que ver con algo siniestro, ilegal o malvado, especialmente tratándose de un hombre que la miraba a los ojos y admitía sus errores, y además se disculpaba.

Pero darse cuenta de eso… de que era un hombre decente y bueno y que realmente se preocupaba por ella, la llenó de un miedo debilitante. Porque si Robert era todas esas cosas maravillosas que estaba empezando a sospechar que era, ¿cómo podría proteger su corazón? Incluso en ese momento su cuerpo la estaba traicionando, abrumado por el deseo de acercarse al calor que emanaba de Robert, de esconder el rostro en el amplio pecho y aspirar aquel aroma limpio y masculino que tentaba sus sentidos.

«Es tu amante. Nada más. Nunca será nada más.»

Pero al menos, le debía la misma gentileza que él le había mostrado.

– Acepto tus disculpas -dijo, alzando ligeramente la barbilla-, y espero que tú aceptes las mías. No pretendía insultarte o herirte. Tampoco era mi intención insinuar que fueras estafador, ladrón o chantajista.

La expresión furiosa de Robert duró aún unos instantes, pero luego se suavizó ligeramente.

– Gracias.

– Ahora, respecto a los vestidos…

La interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.

– Acéptalos, Allie. Por favor. Con la intención que yo pretendía. Los vestidos negros son un regalo de un amigo a quien le importas. -Se inclinó y le susurró al oído-: Y el dorado es una muestra del gran cariño de tu amante.

El calor la envolvió como si Robert hubiera prendido fuego a su vestido. Él le rozó con la punta de la lengua el sensible lóbulo de la oreja, y Allie cerró los ojos para borrar el placer.

– ¿Normalmente eres tan generoso con tus amantes? -En el momento en que la pregunta salió de sus labios, deseó no haberla formulado. No importaba cómo se comportara con otras amantes. Pero su voz interior se burló: «No debería importarte. Pero te importa.» Que Dios la ayudara, no quería pensar en él con otras amantes, pasadas o futuras. No quería sentir esos celos irracionales que la invadían.

Robert se echó hacia atrás y la miró larga e inquisitivamente. Estaba claro que se preguntaba por qué le habría hecho esa pregunta.

– No estoy seguro de entender qué quieres decir con «generoso» -dijo finalmente-. No puedo negar que he hecho regalos de amante, pero siempre han sido impersonales. Flores, algún que otro brazalete. Nunca nada tan personal como un vestido. Y nunca nada que quisiera tanto que tuvieran.

Allie intentó no hacer caso del modo en que el corazón le salto al oír esas palabras, pero le resultó imposible, y más aún cuando él deslizó las manos sobre sus brazos y enlazó los dedos de ambos. La calidci de esas palmas contra las suyas le corrió por las venas. Él se acercó menos de un palmo los separaba, y su cuerpo pareció rodearlo como un manto de terciopelo.

– Dices que no quieres insultarme ni herirme -prosiguió Robert-, pero al rechazar mis regalos haces ambas cosas. Si no deseas aceptarlos por ti, hazlo por mí. Porque saber que no tienes que preocuparte por reemplazar los vestidos que te destrozaron durante el robo me hace feliz. Porque estoy ansioso por verte con el vestido dorado. -Alzó la mano de Allie y la besó-. Y porque espero poder sacarte esa brillante tela del cuerpo y hacerte el amor.

Los miembros de Allie se derritieron y tuvo que apretar las rodillas para no caer al suelo.

– No… no sé qué decir. -Dios del cielo, incluso la sorprendió poder formar una frase coherente.

– Ah. Estaré encantado de ayudarte. -Los ojos de Robert destellaron con un brillo travieso-. Di: «Gracias, Robert.»

Como respuesta, una ligera sonrisa curvó los labios de Allie. Debería decir que no. Pero era incapaz.

– Gracias, Robert.

– Di: «Me pondré el vestido dorado esta noche.»

– Me pondré el vestido dorado esta noche -susurró Allie.

– Di: «Y durante toda la noche pensaré en que me lo vas a sacar y hacerme el amor.»

Santo cielo, ¿cómo podía negarse a decir algo que era tan completa e innegablemente cierto? Pero, al mismo tiempo, ¿cómo podía pronunciar una confesión así… palabras como nunca había dicho antes?