Con todo, casi por sí solos, sus labios se movieron.

– Y durante toda la noche pensaré en que me lo vas a sacar y hacerme el amor.

Los ojos de Robert se oscurecieron de un ardor tal que se sintió en medio de las llamas. Le soltó las manos y la envolvió con sus brazos, acercándola, hasta que su fuerte cuerpo la apretó.

Mientras bajaba la boca hacia la de ella, Allie le puso las manos sobre el pecho para detenerlo.

– Robert, me siento obligada a decirte que probablemente esto no es una buena idea.

– Al contrario, creo que es una idea excelente. -Una mezcla de calor y picardía brillaba en sus ojos-. Y realmente insoslayable. No tengo más opción que besarte.

– Pero ¿y si vuelve Caroline con los niños?

– No volverán. Están comiendo galletas y luego recogerán flores. Créeme, en cuanto Emily y James entren en el invernadero, empezarán a correr por las hileras de flores durante horas, jugando a esconderse. Lily tiene su propio cuarto, junto al dormitorio de Elizabeth. Y la puerta está cerrada con llave. Estamos completamente solos.

– Ya veo. Bueno, en ese caso… -Se alzó de puntillas y sus labios se encontraron en un voluptuoso beso. Él sabía a café y a calor, a hombre, y a su sabor personal, que despertó los sentidos de Allie y la hizo ronronear de placer.

Todo lo que la rodeaba se desvaneció excepto él y el placer que sentía bajo el asalto de su sensual beso… Un beso que pronto se convirtió en algo más. Las manos de Robert le acariciaron la espalda, luego se movieron hasta cubrirle los pechos. Se le endurecieron los pezones hasta convertirse en puntas ansiosas, y se apretó contra él, buscando un contacto mas intimo.

Sus dedos se volvieron inquietos, frenéticos, como mariposas que buscaran un lugar donde posarse durante un vendaval. La erección de Robert se apretaba contra su vientre, despertándole un intenso deseo. Allie puso la mano entre ambos y acarició con la palma la parte frontal de los pantalones de Robert, deslizándola sobre su carne tensa.

Él interrumpió el beso y respiró afanosamente.

– Allie… -Apoyó la frente contra la de ella, que notó su entrecortado aliento sobre el rostro. La reacción de Robert la hizo sentirse perversa y osada y fuerte, y lo acarició de nuevo. El joven dejó escapar un largo gemido de placer-. Creo que debo prevenirte -dijo Robert con una voz ronca de excitación- de que si sigues tocándome así, no saldrás de esta habitación… ilesa.

– Oh, Dios -susurró Allie, cosquilleando deliberadamente la punta de su erección-. ¿Qué quieres decir exactamente con… ilesa?

– Estás a punto de enterarte. -Y pasó al ataque. Su boca cayó sobre la de ella con intensidad devoradora. Su lengua se introdujo entre los labios de la joven, acariciando el interior de su boca, despacio, pero con un ritmo devastador que imitaba exactamente el modo en que su cuerpo ansiaba unirse al de ella.

Interrumpió el beso y la alzó, cubriendo de besos su cuello, mientras con las manos le sacaba expertamente el chal. Los labios de Robert descendieron hasta la parte superior de los pechos de Allie y ésta se mordió el labio para reprimir un grito de frustración ante la barrera de tejido que los separaba. Le revolvió el cabello con las manos, apretándolo con fuerza contra ella mientras se dejaba llevar por las sensaciones.

Con un ligero gruñido, Robert la alzó apretándola contra sí, luego dio dos zancadas hasta el sofá, la tumbó y se unió a ella. Sus manos impacientes le desabrocharon el canesú, liberándole los pechos, y Allie ahogó un grito cuando Robert tomó uno de sus ardientes pezones entre los labios y lamió con la lengua la sensible piel.

Allie intentó recuperar el aliento, pero le resultaba imposible con la boca y la lengua de Robert sobre sus pechos, mientras sus manos buscaban el camino bajo la falda y le subían por las piernas. Se removió bajo él, separó las piernas y alzó las caderas para permitirle un mejor acceso, mientras lo agarraba por los hombros. Su piel femenina estaba ardiente, hinchada y húmeda, y si él no la tocaba pronto…

Los dedos de Robert rozaron los hinchados pliegues y el último resquicio de control que había mantenido se evaporó. Ella se arqueó hacia él, con un largo gemido de satisfacción. Robert se puso de rodillas entre las piernas abiertas de la joven, le subió la falda hasta la cintura, de modo que podía disfrutar la erótica visión de sus dedos jugando con la húmeda carne y de las caderas de Allie ondulándose por la pasión que la consumía, con los pezones aún mojados y erectos. Robert la penetró con un dedo y luego con dos, y apretó los dientes cuando el sedoso calor los rodeó. El aroma de su pasión, mezclado con la delicada fragancia de madreselva inundó los sentidos de Robert, y su erección tembló dentro de su encierro bajo los pantalones.

Robert quería esperar, quería prolongar el placer de ambos, tocarla, saborearla, pero al igual que la noche anterior, perdió el dominio de su cuerpo. Necesitaba estar dentro de ella. Inmediatamente.

Sacó los dedos y, de ser capaz, hubiera sonreído ante el grito de protesta de la joven. Se colocó sobre ella y penetró su tenso y húmedo calor de una sola embestida. Cualquier intención que hubiera tenido de ir despacio se evaporó en cuanto ella le deslizó las manos por la espalda hasta las nalgas, urgiéndolo a hundirse más en su cuerpo. Apoyándose en los antebrazos, la penetró con embestidas rápidas y potentes. Allie tenía la cabeza echada hacia atrás, mostrando la delicada curva del cuello, los ojos cerrados y los labios entreabiertos, y jadeaba al mismo ritmo que él.

– Ohhh -susurró Allie, y Robert contempló cómo el orgasmo le tensaba el cuerpo mientras sus paredes internas le aferraban el miembro, lanzándolo al abismo junto a ella. Con un gruñido animal, Robert echó la cabeza hacia atrás y lanzó una última embestida, con la que derramó su simiente en lo profundo del cuerpo de Allie. Palpitó en su interior durante un instante eterno e inconsciente, y luego se derrumbó sobre ella, ocultando el rostro en la fragante curva del cuello y apretando los labios contra su tembloroso pulso.

Tardó unos minutos en recuperar la cordura y la fuerza suficientes para alzar la cabeza. Sus miradas se encontraron y el corazón de Robert casi se detuvo al ver el brillo cálido y satisfecho en los ojos de Allie.

Había una docena de cosas que deseaba decirle, pero dudaba, en parte porque no estaba seguro de que ella estuviera preparada para oírlas, pero también porque aún no era capaz de hablar. Así que dijo la única palabra que consiguió formar con los labios.

– Allie.

Ella parpadeó un par de veces. Luego una lenta sonrisa se dibujó en su rostro, y Robert pensó en el sol saliendo de entre las nubes. Ahí estaba la chica del dibujo. Allie murmuró otra palabra como respuesta.

– Robert.

Éste sintió que le devolvía la sonrisa, incapaz de ocultar su felicidad. Ella era suya. Y nada ni nadie los podría separar.

En su alcoba, Allie estaba acabando de reparar los desperfectos que su sensual interludio con Robert había ocasionado en su aspecto cuando llamaron a la puerta.

– Adelante.

Entró una doncella de edad mediana con una gran sonrisa y una jarra de agua.

– Con su permiso, señora Brown. Me llamo Mary. Sólo venía a traer agua fresca y a ordenar la habitación. Pero puedo volver más tarde.

– Hola, Mary. Pase, por favor. -Estaba a punto de añadir que se disponía a salir del dormitorio cuando algo la detuvo. Con sus brillantes mejillas y su amplia sonrisa, pensó que Mary sería simpática. Quizás el tipo de mujer simpática que podía responder a algunas preguntas…

Su conciencia la riñó severamente. «No hace ni una hora que estabas furiosa con Robert por su falta de honestidad. Intentar sonsacar información a esta mujer no es que sea muy honesto.»

Acalló su conciencia convenciéndose de que existía una diferencia entre la falta de honestidad y la curiosidad por el hombre al que había tomado como amante. Y ella sólo sentía… curiosidad. Además, era posible que la criada no supiera nada.

Se puso a hablar con Mary del mal tiempo y del bebé, mientras la mujer recorría el dormitorio esgrimiendo el plumero con una enérgica eficiencia. Luego Allie dirigió la conversación hacia Elizabeth y el duque.

– Gente buena. No unos estirados corno suelen ser los de la nobleza -confió Mary, meneando la cofia mientras sacudía las almohadas-. Claro que toda la familia es de lo mejor. Llevo aquí, en Bradford Hall, veinte años, ¿sabe?

– Así que debe de conocer al duque v a sus hermanos desde niños.

– Claro. Todos listos como el hambre. -Soltó una risita-. Pero el más joven, lord Robert, ése sí que era una buena pieza. Siempre haciendo alguna travesura. Aunque sería difícil encontrar un niño más encantador.

El corazón de Allie latió más deprisa al ver la oportunidad que, sin saberlo, le brindaba Mary para conducir la conversación hacia donde ella quería.

– Sí, es encantador -dijo. Bajo el tono y añadió con voz insegura-: Pero, qué pena… lo que ocurrió…

Mary la miró confusa durante unos instantes, luego su mirada se aclaró.

– ¿Así que sabe lo del incendio? -Chasqueó la lengua y frunció el ceño-. No puedo creer que la gente aún hable de eso, hace ya mucho tiempo que pasó.

«¿Un incendio?»

– Una tragedia terrible- murmuró Allie.

Mary lanzó un resoplido de contrariedad.

– No me importa lo que nadie diga. Si me lo preguntan, para mí fue una insensatez de juventud que salió mal. Ese chico es incapaz de hacer daño a nadie a propósito, nunca. Y pagó todas las indemnizaciones, como prometió. Claro que casi nadie lo menciona ya, después de cuatro años. Y la familia no habla de ello para nada.

– Se entiende perfectamente -consiguió decir Allie, mientras la cabeza le daba vueltas a causa de las inconscientes revelaciones de Mary.

¿Era Robert culpable de algún tipo de acto criminal?

– El cuarto ya está listo, señora Brown. La dejo.

– Muchas gracias, Mary.

La sirvienta salió de la habitación y Allie se masajeó las sienes, donde rápidamente se le estaba formando una jaqueca. Por suerte, se hallaba junto al sillón cercano a la chimenea y sólo tuvo que dar un par de pasos para hundirse entre sus cojines. Sin duda no debería sentirse como si alguien le hubiera cortado las piernas por las rodillas. Pero así era.

Mary había mencionado un incendio. E indemnizaciones. ¿Cuáles serían los detalles de tal incidente? ¿Y de qué manera estaba involucrado Robert? Porque era evidente que había tenido algo que ver. Algo le vino a la memoria: la extraña reacción de Robert en The Blue Iris cuando, durante el té, lady Gaddlestone había mencionado un incendio. ¿Qué habría hecho? Sintió un estremecimiento de temor y se rodeó con los brazos para protegerse de un súbito frío. Era evidente que había más cosas en la vida del hombre al que había hecho su amante de lo que se había esperado. ¿Debería seguir el consejo de Elizabeth y preguntárselo directamente? ¿Realmente quería saber las respuestas? Y si se lo preguntaba, ¿le diría la verdad? ¿O, como David, le mentiría o evitaría sus preguntas?

«No pierdas los nervios, Allie. Ni que fueras a casarte con él.»

¿Le importaba realmente el pasado de Robert? Tan sólo era su amante. Nada más. No era necesario que conociera todas las facetas de su vida.

Respiró hondo para calmar los nervios. Mientras mantuviera al margen su corazón, el pasado y los secretos de Robert no importaban. Sólo le iba a permitir que tuviera su cuerpo, nada más.

Geoffrey Hadmore se hallaba sentado en su habitual sillón de cuero en White's. Acababa de llevarse la copa de coñac a los labios cuando una conmoción cerca de la ventanilla de las apuestas le llamó la atención.

– El anuncio oficial llegó de Bradford Hall esta mañana- informaba lord Astley-. La duquesa trajo al mundo ayer a una niña. -Una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro-. Mucho dinero va a cambiar de manos gracias a eso.

Geoffrey saboreó su coñac y no prestó atención a la muchedumbre que se reunía junto a la ventanilla de apuestas. Así que la duquesa ya había tenido su bebé. Excelente. La atención de todos los residentes de Bradford Hall estaría centrada en la recién llegada, y eso permitiría a Redfern una mayor libertad para llevar a cabo su misión. Y también a él para cumplir la suya.

Una lenta sonrisa le curvó los labios. Llevar un regalo al nuevo miembro de la familia Bradford era una excusa excelente para presentarse en la mansión.

17

Allie, enfundada en el hermoso vestido dorado, se detuvo en lo alto de la amplia escalinata y se presionó el estómago con las manos enguantadas. Respiró hondo e intentó calmar los nervios, pero la excitación, la emoción y la ilusión la recorrían a una velocidad que había sido incapaz de controlar durante todo el día.