– Quiero que sepas -le murmuró- que esta vez haré lo que pueda para ir despacio, pero teniendo en cuenta cómo me siento en este momento, sin siquiera haberte tocado, me temo que no existan muchas posibilidades.

Allie dio un paso hacia él, cubriendo el reducido espacio que Robert había dejado entre ellos, luego le puso las manos abiertas sobre el pecho en el escote de su batín, lo que le causó a éste una instantánea reacción en la entrepierna. Robert le puso las manos en la cintura, y aspiró con fuerza cuando ella se inclinó hacia delante y apretó los labios contra su piel.

– Creo – repuso Allie, mientras su aliento le acariciaba- que lo de ir despacio puede quedar para después.

Sus labios reemplazaron a sus dedos, cosquilleándole los pezones con la lengua, haciéndole estremecer. Bajó las manos por su abdomen hasta la cinta atada a su cintura. Robert la agarró por las muñecas y dio un paso atrás.

– «Después» llegará en unos segundos si continúas haciendo eso le informó. Los ojos de Allie reflejaron decepción mezclada con sabiduría femenina. La mirada de Robert se paseó lentamente sobre el cuerpo cubierto de paño dorado de la joven-. Sin duda es un vestido muy hermoso -murmuró.

– Sí.

– Saquémoslo.

– Sí.

Robert le soltó las muñecas y se colocó a su espalda. Con las manos sobre los hombros, se inclinó y le besó la piel pálida y vulnerable de la base del cuello. El aroma a madreselva le encendió los sentidos y él lamió aquel punto, absorbiendo el ligero estremecimiento que recorrió a Allie.

Se irguió y pasó el dedo por la hilera de botoncitos del vestido que descendía desde la nuca hasta el centro de la espalda. Desabrochó el primero, dejando al descubierto un tentador rectángulo de piel, que procedió a besar antes de desabrochar el segundo botón.

– Di instrucciones específicas a madame Renée de que pusiera aquí estos botones -murmuró mientras desabrochaba el tercero y el cuarto- para poder hacer esto. -Desabrochó los restantes botones, separó lentamente la tela y le pasó un único dedo sobre la columna.

Allie resopló.

– Supongo que debería estar horrorizada ante tal arrogancia y presunción.

– No era arrogancia-murmuró él contra su cuello-. Seguridad en mi mismo. Saber cuando algo es… correcto. E inevitable.

Le deslizó lentamente el vestido por los hombros y los brazos. La prenda resbaló por las caderas de Allie y cayó formando un charco dorado a sus pies. Robert le hizo dar la vuelta y la tomó de la mano, ayudándola a salir del círculo de tela. Luego recogió el vestido y lo dejó sobre el respaldo de un sillón, felicitándose por la impresionante contención que había mostrado hasta el momento.

Se volvió hacia Allie y tragó saliva. Cubierta tan sólo por la camisola transparente y las finas medias con ligas de encaje, le dejó sin aliento. Y sin gran parte de la contención por la que se acababa de felicitar. Los pezones de tonos coralinos se apretaban contra la camisola, llamándolo como un canto de sirena.

Comenzó a ir hacia Allie, pero ésta retrocedió. Robert alzó la vista hacia sus ojos y se quedó paralizado ante el travieso desafío que brillaba en ellos.

– Me estás mirando de una manera muy inquietante -dijo Allie con una voz rasposa que Robert sólo hubiera podido describir como ahumada.

Robert avanzó unos cuantos pasos más, colocándose de forma que la retirada de Allie la condujera directamente hacia la cama.

– Al contrario. No estoy inquieto en absoluto. Sé exactamente lo que planeo hacer contigo.

– Oh, oh. ¿Y te importaría informarme?

Su retirada se detuvo cuando tocó el colchón con la parte posterior de las piernas. Él avanzó sigiloso, como un gato salvaje disponiéndose a saltar sobre su presa. Se detuvo justo ante ella, y absorbió el deseo y la picardía que brillaban en los ojos de Allie, el rápido pulso que vibraba en la base de su cuello y el delicado e inconfundible aroma de excitación femenina que emanaba su piel.

– Mi querida Allie, estaré encantado de informarte. Primero me propongo liberarte del resto de tu vestimenta. -Tendió la mano y le bajó la camisola lentamente por los brazos hasta que cayó a sus pies, ella se quedó con sólo las medias y las ligas-. Eres exquisita -murmuró, contemplándola, fijándose en cada una de sus curvas, desde la cabeza a los pies. Luego se llenó las manos con sus firmes pechos, y notó cómo sus tensos pezones le presionaban la palma.

Allie dejó escapar un largo suspiro y punzadas de placer le recorriecon la piel. Cerró los ojos y se entregó totalmente a la sensación de las manos de Robert sobre su cuerpo, excitándole los pezones y deslizándose hacia abajo para acariciarle las nalgas, mientras sus labios y su lengua se ocupaban de los pechos. Allie pasó los dedos por el sedoso pelo del joven, alzando los pechos, urgiéndolo a acoger más de ellos en el cielo húmedo de su boca. El deseo la recorrió, humedeciéndola, haciéndole crecer un calor anhelante y apremiante entre las piernas, que exigía la caricia de Robert. Se sintió impaciente. Quería más, lo necesitaba, ya.

– ¿Qué pretendes hacer después? -preguntó con una voz ronca que ni reconoció como suya.

Robert alzó el rostro de sus pechos, y el ardor que Allie vio en sus ojos la dejó sin aliento. Robert se irguió, le puso las manos en los hombros y presionó ligeramente hacia abajo. Allie ya tenía las piernas como de mantequilla y se sentó de golpe sobre la cama. Entonces, Robert la hizo tumbarse, con las piernas colgando. Se insinuó entre sus piernas y se inclinó sobre ella, apoyando las manos sobre el cubrecama a ambos lados de sus hombros.

– Lo siguiente -repuso, mientras su cálido aliento rozaba el rostro de Allie-. Tengo intención de descubrir si sabes a madreselva por todas partes.

Se inclinó y le rozó el labio inferior con la punta de la lengua. Allie intentó atraparle la boca en un beso, pero él apartó los labios y le besó el mentón y el cuello. Allie le pasó los dedos por el cabello, luego estiró los brazos por encima de la cabeza y se abandonó completamente a la magia que las manos y la boca de Robert estaban conjurando sobre ella tan expertamente.

Para ser un hombre que se declaraba incapaz de ir despacio, su exploración le resultó a Allie una agonía de prolongado placer. Los dedos y los labios de Robert se deslizaban por su piel en una devastadora combinación de suaves caricias y calor húmedo. Le succionó los pechos hasta que ella se removió bajo él, anhelando que la llenara y acabara con el despiadado fuego que había encendido.

Pero él continuó su viaje con una lentitud que la llevó al borde de la desesperación. La lengua de Robert dibujó un rastro húmedo sobre el abdomen de Allie, y luego se hundió en su ombligo. Al notarlo bajar, Allie abrió los ojos y se apoyó en los codos. Robert estaba arrodillado en el suelo jugueteando con los rizos de su entrepierna. Allie vio que tenía los hombros desnudos, indicación clara de que se había desvestido. Sus ojos se encontraron, y Allie sintió que el pulso se le aceleraba al ver su intensa expresión.

– Abre las piernas para mí, Allie.

Mirándole fijamente a los ojos, Allie le obedeció. Abrió las piernas mientras el corazón le latía locamente en espera de lo que se avecinaba. Robert colocó las manos bajo ella, sujetándole las nalgas, luego se inclinó lentamente, alzándola.

El primer roce íntimo de la lengua sobre su carne femenina le provocó un grito que no pudo contener. Los brazos no pudieron sujetarla más y se dejó caer sobre la cama, atrapada en un torbellino de intensas sensaciones, mientras él la adoraba con la boca y la lengua, lamiendo, besando, jugueteando, aumentando la presión hasta que un prolongado e irreprimible gemido la sacudió. En busca de un punto de apoyo, se aferró al cubrecama mientras oleada tras oleada de placer la atravesaban.

Parecía que sus contracciones internas, desgarradas y prolongadas, acababan de amainar cuando, sumida en un sopor flácido, notó que la movía, la alzaba y la colocaba en el centro de la cama. Sin darle tiempo ni a respirar, él la penetró de una sola e impresionante embestida.

– Mírame -susurró Robert.

Allie consiguió abrir los ojos. La expresión de Robert era tensa de deseo, los ojos casi negros de excitación.

– Allie -susurró. Y la besó profundamente, su lengua se unió a la de ella. El aroma y el sabor del almizcle femenino mezclados con la fragancia masculina propia de él inundaron los sentidos de Allie. Y la magia comenzó de nuevo. Le rodeó la cintura con las piernas, agarrándose a los hombros, y se entregó a los embates cada vez más urgentes. Los labios de Robert resbalaron de los suyos y ocultó el rostro en el cuello Allie.

– Ahora -murmuró él, acabando en un gemido-. Déjate ir conmigo. Ahora.

El orgasmo la recorrió, haciéndola gritar de placer. Robert la embistió una vez más, apretándola con fuerza contra su pecho húmedo, y halló su propia liberación. Luego, antes de que el corazón de Allie tuviera tiempo de recobrar un ritmo normal, Robert hizo que se pusieran de lado. Aún íntimamente unidos, Allie se acurruró contra el pecho de él, deleitándose con el sonido y la sensación de los frenéticos latidos contra su mejilla.

Cuando por fin su respiración regresó a la normalidad, Allie dejó escapar un prolongado suspiro de satisfacción y se apartó para mirarlo. Robert estaba tan quieto que Allie pensó que se había dormido. Pero se encontró mirando unos ojos azul oscuro. Unos ojos azul oscuro muy serios. Demasiado serios.

Allie sintió la necesidad de aligerar la situación, porque veía en su mirada sentimientos y emociones a los que no estaba preparada para enfrentarse. Pero antes de que pudiera pronunciar ni una palabra, Robert le cubrió la mejilla con la mano y dijo las palabras que ella más temía. Las palabras que acabarían con su relación.

– Te amo, Allie.

19

Robert miró los ojos marrón dorado de Allie y repitió las palabras que ya no podía seguir reteniendo en el corazón.

– Te amo -susurró.

Una sensación combinada de calma y euforia lo invadió al decir finalmente las palabras con que iniciarían un futuro juntos. Apartó un enredado mechón castaño que le caía sobre la mejilla y la miró, esperando una respuesta, esperando oírle repetir las mismas palabras.

Pero en vez de eso, el color desapareció de las mejillas de Allie y todo rastro de calor se evaporó de sus ojos, dejando tan sólo una mirada sombría, mientras su cuerpo se tensaba entre sus brazos y dejaba de responderle.

Allie se escabulló de su abrazo, y aunque el mayor deseo de Robert era tenerla entre sus brazos, la dejó alejarse. Con pasos inseguros, Allie hasta el armario y sacó una sencilla bata de algodón. No se volvió hacia él hasta que hubo atado firmemente el cinturón. Robert tardó unos segundos en ponerse el batín y luego se sentó en el borde de la cama. Cuando finalmente Allie lo miró, Robert se quedó estupefacto ante su expresión.

Estaba sonriendo. Pero no la sonrisa alegre que él había esperado. Era una especie de sonrisa indulgente… de las que él ponía cuando Emily o James le tiraban de la mano para que se uniera a sus juegos.

– Te lo agradezco. Sin embargo, todo el mundo sabe que no se debe tomar en serio nada de lo que se dice en momentos de pasión.

Anonadado, Robert no pudo más que mirarla durante varios segundos. Luego, cuando pudo confiar en su voz, se puso en pie y cubrió la distancia que los separaba con tres largas zancadas. La agarró por el hombro y abrió la boca para hablar, pero ella le colocó los dedos sobre los labios.

– No lo vuelvas a decir, por favor.

Robert movió la cabeza para apartar los dedos mientras luchaba por contener la intranquilidad y la impaciencia que sentía.

– ¿Y por qué demonios no?

– Porque esas palabras son… incómodas entre dos personas que sólo son amantes. -Robert sintió que las palabras se le clavaban como un puñal. Antes de poder recuperarse, Allie prosiguió-: Y sería muy desaconsejable que creyeras que me amas. Dada nuestra situación, debes sacarte esa idea de la cabeza.

Robert le aferró el hombro con más fuerza.

– No es que crea que te amo. Lo sé. Con absoluta certeza. -Allie alzó la barbilla y arqueó las cejas.

– ¿Y cómo es posible? Casi no me conoces.

Robert no podía decidir si se sentía anonadado o furioso. La miró fijamente a los ojos. ¿Era un destello de temor lo que veía? ¿Tenía miedo de lo que él sentía? ¿O era a sus propios sentimientos a los que temía?

– Teniendo en cuenta cómo hemos pasado el rato en este dormitorio -dijo Robert, obligándose a hablar con voz calmada-, creo que te conozco perfectamente.

Las mejillas de Allie se sonrojaron.

– Creo que estás confundiendo el amor con la lujuria.

Ahí estaba de nuevo, ese destello de temor en los ojos. Robert sintió que parte de la tensión le abandonaba los hombros. Simplemente estaba asustada, sin duda porque su relación había avanzado de forma muy rápida. Sólo necesitaba que la tranquilizaran. Era totalmente comprensible.