Lo peor de todo era la idea de casarse con su enemigo. Porque ellos dos seguían enemistados. Rinaldo lo había dejado bien claro. Y a ella misma la repugnaba la presencia de aquel indeseable. ¿Cómo iba a casarse con un hombre al que odiaba? Por nada del mundo.

Con todo, no podía dejar de recordar, a pesar de sus esfuerzos por olvidarla, aquella noche en que habían estado juntos, en la fuente, cuando Rinaldo le había dicho que ella jamás sería feliz con Toni. Le había acariciado los labios y había hecho que su sangre hirviera con una sensación desconocida. Le había dicho que ella no era una niña, sino una mujer; que necesitaba a un hombre.

Y, en el fondo, Donna sabía que, en otras circunstancias, Rinaldo podría haber sido el hombre al que ella se habría entregado en cuerpo y alma.

Sintió un escalofrío que la devolvió a la realidad. Era demasiado tarde. De hecho, ya era demasiado tarde antes de haberlo conocido. Ahora eran rivales y su fugaz, traicionera y mutua atracción pasaría al limbo de lo que podría haber sido y nunca sucedió ni sucedería. Su corazón era de Toni, que la había amado a su manera y cuya muerte pesaba en su conciencia más de lo que estaba dispuesta a admitirle a Rinaldo.

Había sido Toni quien había provocado el accidente, pero, tal vez, si ella hubiera sabido manejar la situación mejor, él no se habría asustado tanto y seguiría vivo. Tenía que cargar con esa cruz, y el peso de ésta se multiplicaría cada vez que mirara a Rinaldo.

Capítulo 5

– Vas a dejar esta habitación -la informó Alicia poco después de desayunar- y te cambias a otra más cercana a la del signor Piero.

Donna no necesitó preguntar de dónde venía tal orden. Recogió sus pertenencias y dejó que Alicia la acomodara en una silla de ruedas para llevarla a su nueva habitación, que resultó ser más acogedora.

Donna se pasó inmediatamente a la puerta de al lado.

La enfermera de Piero, sin duda avisada, la esperaba con una sonrisa en los labios. Era como si el mundo entero se doblegara dócilmente a las órdenes de Rinaldo.

– ¿Cómo se encuentra? -le preguntó a la enfermera, después de sentarse junto a la cama de Piero, que estaba dormido.

– Vivirá, aunque su calidad de vida no será buena: tiene una grave parálisis y apenas puede hablar.

En un momento dado, Piero abrió los ojos, sonrió a Donna y volvió a sumirse en un sueño profundo instantes después.

– ¿Está todo a tu gusto? -le preguntó Rinaldo esa tarde, en referencia a su nueva habitación.

– Es agradable, pero me habría gustado más que me comentaras antes el cambio, en vez de trasladarme como si fuera un paquete.

– No pensé que fueras a oponerte.

– A lo único que me opongo es a que no me has consultado primero -matizó Donna.

– A mí la gente me obedece.

– Es posible que la mayoría lo haga; pero yo no. Yo haré lo que esté en mis manos por Piero, pero no porque tú lo ordenes, sino porque yo quiero. Y en cuanto esté mejor, me marcharé lejos de aquí.

– ¿Pretendes cerrarle la puerta a la familia de Toni por completo? -preguntó Rinaldo casi con indiferencia.

– Digamos que no pienso dejarte interferir. Creía que ya había dejado claro esto.

– Sí, muy claro -concedió él -. Sólo espero que no te marches de la clínica demasiado rápido. Deberías quedarte aquí al menos otras dos semanas.

– Esta clínica es privada, ¿no? Lo pregunto porque no me gusta que la factura corra a tu cuenta.

– Lo hago por el bienestar del hijo de Toni. ¿No puedes entenderlo?

– Visto así, no me queda más remedio que dejarte pagar.

– ¡Eres tan magnánima! Y si te preocupa deberme dinero, me daré por recompensado con la compañía que le haces a Piero -una veta de tristeza ensombreció su mirada-. Tú presencia lo anima más que la mía. A partir de ahora, te molestaré lo menos posible.

Para su sorpresa, Rinaldo cumplió con su palabra durante la siguiente quincena. Visitaba a Piero todos los días y, si coincidía con Donna, ésta desaparecía para dejarlos a solas.

En una ocasión, estando Donna sentada junto a Piero, sujetándole la mano y hablando con él cariñosamente, elevó la vista y descubrió que Rinaldo la estaba mirando apesadumbradamente. Había entrado en la habitación con sigilo y ella lo había sorprendido con la guardia bajada. Se notaba su tristeza en la cara, pero, por una vez, no había rencor en su expresión. Cuando Rinaldo se dio cuenta de que Donna lo estaba mirando, suspiró profundamente y volvió a la realidad.

– ¿Está mejor? -le preguntó.

– Cada día está más fuerte. Todavía no puede hablar ni moverse mucho, pero me habla con los ojos -respondió Donna-. Ya os dejo solos.

– No hace falta.

– No, querrás hablar con él en privado -insistió Donna, que se esfumó de la habitación en seguida.

Así era la relación entre ambos: se trataban con educación y no se miraban a los ojos salvo por accidente, como si los dos tuvieran miedo de lo que podrían encontrar al cruzarse las miradas. El tiempo transcurría tranquilamente. Lo único que había perturbado a Donna había sido la temporal pérdida de su pasaporte, que había extraviado en el traslado a la nueva habitación, pero que, finalmente, había localizado en un cajón.

Ya habían pasado tres semanas. Tenía que regresar ya a Inglaterra, y lo que más la preocupaba era cómo decírselo a Piero.

– Dentro de poco dejaremos de vernos con tanta frecuencia -le comunicó Donna un día, para que Piero fuera haciéndose a la idea-. En seguida volverás a casa y… bueno, todo cambiará.

El abuelo sonrió y empezó a mover una mano, con la que apuntó hacia la mano izquierda de Donna. Ésta comprendió, acongojada, que estaba señalando el dedo en el que debía llevar el anillo de los Mantini.

– Mo… moglie -logró articular Piero después de muchos esfuerzos.

Donna se quedó atónita. Moglie significaba esposa. Pero ella ya no iba a convertirse en esposa de Toni. ¿Habría perdido Piero la cabeza después de todo?, ¿no era consciente de la muerte de su nieto?

– Piero, no puedo ser la mujer de Toni -dijo con suavidad.

– Ri… Rinaldo… -acertó a decir.

Lo miró aterrorizada después de oírlo. ¿Habría convencido Rinaldo a su abuelo para forzarla a que se casara con él contra su voluntad? Sin duda, era algo tan descabellado como posible. ¿Por qué no? El estaba acostumbrado a salirse con la suya, apisonando cualquier oposición que pudiera encontrar en su camino.

Estaba tan enfurecida que decidió marcharse de inmediato, sin permitir que Piero se disgustara al ver su enojo.

– Vuelvo… en seguida -le dijo, y se marchó a todo correr.

Una vez en su habitación, sentada sobre la cama, empezó a temblar de confusa y nerviosa que estaba. No sólo la consumía la rabia, sino también un cierto miedo a Rinaldo. Durante los últimos días, parecía haber olvidado su inconcebible proposición y, sin embargo, era evidente que había estado maquinando qué debía hacer para retenerla.

Alguien avanzaba por el pasillo, hacia la habitación de Piero. Poco después, Rinaldo entró a ver a Donna y ambos se quedaron mirándose.

– No he entendido mal, ¿verdad? -preguntó ella malhumorada-. Piero espera que nos casemos. Llevas todo este tiempo organizando los preparativos de nuestra boda, a pesar de que te había dicho que no quería saber nada de eso.

– Exacto.

– ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

– No se me ocurre nada más. No tenía intención de que te enteraras así. No pensaba que Piero pudiera comunicarse lo suficiente como para decírtelo.

– ¿Y cuándo tenías intención de decírmelo? -preguntó indignada-. ¿Camino de la iglesia?

– Mira, comprendo que estés irritada…

– Espero que comprendas mi irritación mejor de lo que comprendiste mi opinión acerca de la boda. ¿Es que nadie te ha dicho nunca «no» a algo que querías? ¿No entiendes el significado de esa palabra?

– Estaba seguro de que entrarías en razón cuando tu salud mejorara. Lo más sensato era ir preparándolo todo. Y eso es lo que he hecho.

– ¿Incluido decírselo a tu abuelo? ¡Qué falta de escrúpulos!

– Saber lo de nuestra boda le ha dado un motivo para seguir viviendo. Le rompería el corazón que te dejara escapar.

– ¿Qué quieres decir con eso de «dejarme» escapar? No necesito tu permiso. Me iré y punto.

– No lo permitiré.

– ¿Cómo que no…? ¿Quién eres tú para permitirme o no permitirme nada? Yo no obedezco tus órdenes.

– Donna, va siendo hora de que nos entendamos -dijo lanzándole una mirada autoritaria-. No estoy pidiéndote tu consentimiento para que nos casemos. Te estoy diciendo que ninguno tenernos otra opción. Es algo que tenernos que hacer.

– Yo no tengo por qué hacerlo -dijo desesperada.

– Muy bien -dijo Rinaldo con impaciencia -. Lo he decidido yo para salvaguardar el honor de mi familia y el bienestar del bebé de mi hermano. No puedes negarte.

– Eso ya lo veremos.

– A Toni no le gustaría que te negaras. El te amaba. Él habría querido que su hijo estuviera seguro.

– ¿Cómo puedes ser tan ruin como para usar a Toni en mi contra?

– No lo estoy usando en tu contra -dijo desabrido-. Te estoy recordando que tienes ciertas obligaciones hacia él. A Toni le gustaría saber que yo vaya proteger a su familia. En este país, la familia significa mucho.

Donna se dio media vuelta y se tapó los oídos con las manos, intentando olvidarse de Rinaldo. Aquel hombre era capaz de formular las peticiones más descabelladas y hacer que sonaran razonables. No había forma de escaparse de él.

Rinaldo se acercó a Donna despacio, la giro y bajó sus manos para que lo escuchara:

– Escúchame: la boda está prevista para pasado mañana. No tiene sentido seguir discutiendo.

– ¡Pasado mañana! -exclamó estupefacta, indignada-. ¿Cómo has podido organizarlo? ¿No hay que realizar trámites en los que yo…?

– Sin duda -atajó él-. Pero en vista de tu estado de salud, conseguí arreglarlo para que tu presencia no fuera necesaria. Me bastó con tu pasaporte.

– Mi… ¿me robaste el pasaporte?

– Lo tomé prestado. Tengo entendido que ya te ha sido devuelto.

– Así que por eso había desaparecido. ¿Cómo has podido…?

– Era necesario -cortó con impaciencia-. No podía solucionar todo el papeleo sin él.

– Pues haberte ahorrado todas las molestias. Me marcho mañana. Y no volverás a verme jamás.

Rinaldo se miró las uñas un segundo y, al levantar la cabeza, su expresión resultó indescifrable.

– Puede que tengas razón -dijo-. Fui tonto al pensar que te rendirías a la fuerza. La noche que nos conocimos ya me quedé admirado por tu tesón.

– Me alegra que lo entiendas -comentó algo más aliviada.

– Tú y yo nos hemos entendido desde el principio, ¿no es cierto, Donna? -le preguntó, lanzándole una extraña mirada.

– ¿A qué… a qué te refieres?

– ¿No lo sabes? ¿Sólo fueron imaginaciones mías? -Su mirada la hizo recordar caricias que habría preferido desterrar para siempre al olvido-. ¿Nunca te has preguntado qué habría sucedido si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias?

– Nunca lo sabremos -suspiró Donna -. Y ya no importa. Hay demasiadas barreras entre nosotros. Yo era la mujer de Toni.

– Pero si me hubieras conocido antes a mí…

De pronto, Donna vio el peligro y se retiró. Era otra de sus trampas endiabladas.

– Eres un hombre inteligente, Rinaldo -le dijo-. Por suerte para mí, soy consciente de lo inteligente que eres.

– No te he engañado, ¿verdad? -preguntó después de soltar una risotada.

– Ni un segundo. Sé bien que eres capaz de cualquier cosa con tal de lograr lo que te propones.

– Bueno -se encogió de hombros-, será mejor que le diga a Piero que no habrá boda.

– ¿Se levará un disgusto muy grande?

– Enorme -respondió Rinaldo a la altura de la puerta-. Pero eso ya no es asunto tuyo -añadió.

Donna se quedó sola, desgarrada por unos sentimientos que tiraban de ella en diez direcciones a la vez. Sabía que había hecho lo correcto, pero le do1ía pensar en la decepción que se llevaría Piero.

– Quiere verte -le comunicó Rinaldo, después de ver a su abuelo.

– ¿Cómo se lo ha tomado? -le preguntó en voz baja, una vez en la habitación de Piero.

– No se lo he dicho -susurró Rinaldo-. Tú se lo dirás.

Se quedó sin respiración e intentó retirarse, pero Rinaldo la estaba sujetando con fuerza por los hombros, impidiendo su salida.

– Venga, díselo -la atosigó Rinaldo-. Rómpele el corazón. Dile que la ilusión que lo mantiene con vida se ha acabado.

– ¿Cómo puedes ser tan cruel? -murmuró Donna.

– Porque nuestra boda tiene que celebrarse. ¿Es que aún no lo entiendes?

La levó a la cama de Piero, empujándola con suavidad, pero con implacable determinación. Donna suspiró profundamente. Tenía que decirle la verdad a Piero en