– ¡Si lo hubiera sabido! -La estrechó entre sus brazos y hundió la cara en su cabello-. He pasado un infierno, amándote, pensando que tú preferías a Toni, odiándote y odiándolo y odiándome a mí mismo…
– Yo creía que aún querías a Selina.
– Hace trece años que dejé de amar a Selina -aseguró con firmeza-. Y después de las mentiras que te dijo, no quiero volver a verla en toda mi vida, No puedo perdonarme que te haya hecho sentir tan herida y traicionada.
– ¿Cómo sabes lo que me dijo?
– Piero lo oyó todo. Selina pensaba que nadie podría delatarla, pero ahora sé que te dijo que ella fue la que propuso nuestra boda que había estado conmigo en Calabria y que yo tenía pensado divorciarme de ti y casarme con ella. No es verdad ni una sola palabra. Cariño, amor mío, ¿cómo has podido creerte una historia tan monstruosa?
– No sabía qué creer. La traías a casa cada dos por tres…
– Sólo intentaba no dejarla en ridículo -se arrepintió Rinaldo-. Me rogó que siguiéramos siendo amigos. Pero te juro que eso era todo. No estuve con ella en Calabria y no tengo ni idea de dónde estuvo ella durante esos tres meses. Supongo que desaparecería para que su ausencia te resultara sospechosa; pero no estaba conmigo.
– Lo dijo todo con tanta convicción… -comentó Donna-. Dijo que por eso habías decidido que nos casáramos por lo civil.
– Quería retrasar la ceremonia por la iglesia hasta que de veras me pertenecieses. Cuando juremos nuestro amor en el altar, será un juramento verdadero, no un mero trámite burocrático en el ayuntamiento. La noche que hicimos el amor pensé que estabas preparada para convertirte en mi esposa de verdad. Pero antes quería que lo habláramos -Rinaldo sonrió-. Sabía de memoria lo que quería decirte. Había pensado que debíamos hablarlo todo antes de hacer el amor, olvidando que el amor siempre sabe encontrar su propio momento para expresarse. Quería que vinieras a mis brazos voluntariamente y no porque te hubiera sorprendido una noche.
– Siempre he querido -confesó Donna con suavidad-. Y siempre querré.
– Has estado llorando -le dijo acariciándole una mejilla-. Ámame y te juro que nunca val veré a darte motivos para llorar…
Donna lo besó antes de que terminara de hablar. Rinaldo la levantó y la llevó a la cama, se tumbó junto a ella y la abrazó contra el pecho protectoramente.
– Dime que eres mía -le suplicó.
– Cuando tú me digas que eres mío -coqueteó Donna.
– Sí, soy todo tuyo, mi amare, vida mía, corazón de mi corazón.
– Y yo soy tuya -susurró Donna, para luego suspender las palabras con el silencio de un beso.
Tenían todas sus vidas por delante y lo mejor de ambas estaba aún por llegar. Toni llenaría sus días de alegría y su matrimonio estaría lleno de pasión y de ternura… y de risas, cuando Donna enseñara a reírse a aquel hombre tan serio y que tanto la necesitaba. Pero eso formaba parte del futuro. Por el momento, les bastaba con haberse encontrado el uno al otro, por fin felices y reconfortados en su mutuo y encendido amor.
Lucy Gordon
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